¿Naturaleza o cultura? La respuesta del mejor libro de divulgación del año

Por El Confidencial   ·  05.11.2018

Por qué los humanos en ocasiones dañamos a los demás y a veces les cuidamos? ¿Por qué podemos ser tan bondadosos y tan malvados en circunstancias distintas? Y ¿qué relación mantienen ambos comportamientos? ¿Por qué decidimos optar por uno o por otro? Son preguntas que, a lo largo de la historia, se han hecho incesantemente los pensadores de la religión, los filósofos, los novelistas, los politólogos, los psicólogos y, de una manera más o menos sofisticada, es probable que todos nosotros. ‘Compórtate. La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos’, del neuroendocrinólogo estadounidense Robert Sapolsky, recién publicado por Capitán Swing, es una respuesta larguísima y fascinante a esas preguntas que se basa principalmente, aunque no solo, en la biología.
Su objetivo explícito es intentar comprender el fenómeno más extraordinario de la naturaleza, el comportamiento humano. Y lo hace a partir de la conformación biológica de nuestro cuerpo: por qué hacemos lo que hacemos, hasta qué punto nos parecemos a las demás especies ―“utilizamos los mismos músculos que utiliza un chimpancé cuando ataca a un competidor sexual pero los usamos para dañar a alguien solo por la ideología que tiene”, dice Sapolsky―, en qué medida nuestras decisiones son fruto del libre albedrío o de una suerte de determinismo o hasta dónde somos capaces de mejorar nuestro comportamiento moral.

Para lograr su propósito, Sapolsky recurre a un inteligente recurso: traza una especie de biografía biológica retrospectiva de las decisiones que tomamos. Tras hacer una extensa y profunda ―al menos para quien no es un experto en el tema― descripción de la forma del cerebro y las funciones de sus partes, Sapolsky reconstruye qué pasa en ese cerebro en los segundos inminentemente previos a la realización de un acto cualquiera, como mover un brazo para dar una palmada de apoyo o para dar un golpe violento: cómo se relacionan las distintas capas, qué hacen el sistema límbico, el hipotálamo, el sistema nervioso autónomo, la conexión del sistema límbico con la corteza… Puede parecer arduo, y lo es, pero también es asombroso, como levantarle el capó a la cabeza de un ser humano para ver lo que está pasando ahí debajo.

Después Sapolsky va más allá. Da un paso atrás y se pregunta qué pasó biológicamente unos minutos antes de que hiciéramos ese gesto anodino, porque también eso influyó en nuestro comportamiento ―“nada surge de la nada”, dice―. Y luego retrocede aún más: ¿cómo afectó a ese acto lo sucedido horas o días antes? ¿Y meses o años antes de producirse? ¿Cómo influyó la adolescencia en la composición biológica de tu cuerpo para que acabaras realizando ese acto, bondadoso o malvado? ¿Y tu infancia? Es más, ¿qué importancia tiene lo ocurrido antes de que nacieras, hace milenios? ¿Qué aspecto de la evolución ha contribuido al hecho de que, en una circunstancia determinada, decidieras ser cruel, sentir miedo, mostrarte generoso, defender a tu tribu aunque estuviera equivocada o alejarte de ella?

Porque aunque muchas veces creamos que, simplemente, actuamos por decisión propia y elegimos la manera de hacerlo, es decir, según nuestro libre albedrío, eso no es exactamente ―o no es en absoluto― así. “La gente ―dice Sapolsky― cree intuitivamente en el libre albedrío, no porque tengamos esa terrible necesidad humana de gozar de voluntad, sino también porque mucha gente no sabe nada sobre estas fuerzas internas”, las de la biología, que se remontan a millones de años atrás. Sapolsky es ambiguo sobre la existencia real del libre albedrío y comenta en detalle las propuestas de quienes creen en una especie de “libre albedrío mitigado”, una mezcla de voluntad y biología que haría que fuéramos en parte libres para decidir y en parte esclavos de nuestro propio cuerpo (incluido lo que antes llamábamos alma). Pero en realidad no parece creer en nada parecido o piensa que, si existe, como él mismo dice, es para poco más que decidir si queremos ponernos calzoncillos largos o slips.

Si existe el libre albedrío es para poco más que decidir si queremos ponernos calzoncillos largos o slips
Sin embargo, afirma al mismo tiempo, en una de las muchas paradojas interesantes del libro, que “no puedo ni imaginar cómo viviríamos nuestra vida si no hubiera libre albedrío”. Tal vez sea una ficción que valga la pena conservar aunque, en esencia, nuestro comportamiento, el bueno y el malo, solo sea la suma de nuestra biología y la cultura en la que hemos crecido, además de nuestras experiencias en la vida, todo lo cual se combina de una manera difícil de desentrañar. Pero si esto es así, ¿deberíamos seguir pensando igual sobre los castigos penales a asesinos o maltratadores, cuando están determinados por su biología para hacer el mal? ¿Deberíamos entender que nuestras posiciones políticas no son fruto de nuestro raciocinio, sino casi un acto reflejo más?

Uno de los rasgos más admirables del libro de Sapolsky, aparte del humor y una cierta ligereza para explicar asuntos enormemente complejos (lo que no significa que siempre sean fáciles de comprender) es su humildad personal, además de la creencia de que la ciencia debe conducirse con esa misma humildad, porque todo es tan complejo que casi nunca podemos estar seguros de algo. Aunque dedique 800 páginas a intentar explicarnos desde la biología los motivos de nuestras actuaciones, advierte que pensar que podemos comprender el comportamiento humano recurriendo solo a esta disciplina es tan estúpido como que los científicos sociales crean que “la agresividad, la competencia, la cooperación y la empatía” pueden entenderse sin la biología. “Cuando haya acabado de leer este libro ―dice en las primeras páginas, y al llegar a las últimas el lector se da cuenta de que tiene razón―, verá que, al hablar de los distintos aspectos de un comportamiento, no tiene sentido distinguir entre los que son ‘biológicos’ y aquellos que podrían ser descritos por ejemplo como ‘psicológicos’ o ‘culturales’. Están totalmente entrelazados.”

‘Compórtate’ no es un libro fácil a pesar de los esfuerzos de Sapolski, que hace lo posible por buscar la simplicidad y rehuir los tecnicismos. Hay párrafos, páginas y secciones del libro cuyo contenido es difícil de entender, o por lo menos de recordar, si no se tienen conocimientos de biología o neurología. Además, en un plano distinto, la portada de la edición española es de las más feas que mi cerebro, aun con sus tres capas en pleno rendimiento y moldeadas por milenios de evolución en los que indudablemente la fealdad tuvo algún que otro papel adaptativo, recuerda haber visto. Pero eso no debería disuadirles de leer este libro: es una ardua, exigente y a ratos hasta divertida obra maestra de la alta divulgación científica.

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