La ciencia, esa locomotora anhelante de progreso, se batió (y se bate) en todos los frentes posibles en busca de un mundo mejor, más habitable. Una búsqueda eterna que nos define como seres humanos y que, sobra decir, ha sido a lo largo de la historia comandada por hombres que pergeñaron sesudas teorías para explicar la inferioridad de las mujeres. Para muestra un botón: “Se admite por lo general que en las mujeres están más fuertemente marcados que en los hombres los poderes de intuición, percepción rápida y quizás de imitación; pero al menos alguna de estas facultades son características de las razas inferiores y, por tanto, de un estado pasado e inferior de civilización”.
Pocos imaginarán que salió de la pluma de un tal Charles Darwin allá por 1871. Duras declaraciones —sin mácula aparente— para uno de los padres de la evolución biológica a través de la selección natural. En efecto, en ese campo de batalla en el que la mente humana se ve las caras con creencias y supersticiones varias, las mujeres (científicas) tuvieron que añadir a su lucha empírica otra mucho más mundana, la de sus colegas masculinos.
Mujeres en la ciencia (Nórdica y Capitán Swing, 2017) recoge 50 pioneras de la ciencia en sus diferentes campos que abrieron brecha frente a la resistencia —e indiferencia— de sus compañeros de laboratorio y, en general, de los estamentos de poder en el mundo científico. Un álbum ilustrado a cargo de la artista Rachel Ignotofsky que contiene pequeñas biografías que hilvanan una historia (no oficial) de la ciencia. Un puñado de mujeres intrépidas cuyas aportaciones al conocimiento fueron minimizadas, si no repudiadas, y que en la actualidad alientan e inspiran a niñas y mujeres para dejarse llevar por sus pasiones y sueños.
Entre las pioneras incluidas en esta obra, están figuras conocidas, como Marie Curie y Jane Goodall, y otras no tan conocidas, como Rachel Carson, que ya a comienzos del siglo XX advertía sobre los efectos nocivos de los pesticidas en el medio ambiente y de la creciente contaminación.
“Lo primero que hay que saber sobre el empoderamiento es comprender que tienes el derecho a participar. Lo segundo es que tienes algo importante con lo que contribuir. Y lo tercero es que tienes que arriesgarte para hacerlo”, dijo en su día la ingeniera norteamericana Mae Jemison poco después de marcarse un triple mortal; fue la primera mujer afroestadounidense en viajar al espacio.
Con el tiempo la mujer logró ganarse un mayor acceso a la educación superior, pero las trampas y reacciones de sus colegas seguían ahí. Cuando no era la financiación, era la falta de reconocimiento y así hasta llegar a medidas tan extremas como la imposibilidad de entrar en el edificio de la universidad. Es el caso, por ejemplo, de Lise Meitner, que tuvo que llevar a cabo sus experimentos de radioquímica en un sótano frío y húmedo.
Con todo, la creatividad, la persistencia y el afán de realizar descubrimientos fueron las herramientas más poderosas que tuvieron estas mujeres.
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