10º Aniversario
¡El capitán cumple diez años!
descúbrelo

Mujeres e Islam: 10 voces contra las violencias, los estereotipos y la islamofobia

Por El Periódico   ·  20.10.2018

Vaya por delante que esta cartografía de personalidades que –de Arabia Saudí a EEUU y de Egipto a Irán– abordan el encaje (o desencaje) entre las mujeres y el Islam no tiene vocación canónica pero sí sintonías comunes: la lucha por la ampliación de derechos y contra las violencias, ya sean culturales o generadas por regímenes represores, y la crítica a esa mirada occidental e islamófoba que suele relegar la diversidad de millones de mujeres a un estereotipo: la señora analfabeta y sumisa que vive encerrada tras un velo.

La periodista Mona Eltahawy (Puerto Said, 1967).
La periodista egipcia, colaboradora en ‘The Guardian’ y ‘The New York Times’, fue golpeada, violada y detenida en noviembre del 2011 por los antidisturbios de su país. De su experiencia en la cocina de las revoluciones árabes y de sus charlas con mujeres de Oriente Próximo y el norte de África nace el libro ‘El himen y el hiyab’ (Capitán Swing), una llamada a enfrentar «esa mezcla tóxica de cultura y religión –dice– que pocos parecen dispuestos o capaces de desenredar para no blasfemar u ofender». «Se está librando una batalla feroz en Egipto, y no precisamente entre los islamistas y los militares en el poder–escribe en el epílogo–. La batalla que determinará si el país se libra del autoritarismo es la que mantienen el patriarcado –asentado y mantenido por el Estado, la calle y el hogar– y las mujeres que dejan de aceptar ese statu quo».

La rapera Mona Haydar (Flint, Michigan, 1988).
Más que rimas, lo que la rapera y poeta Mona Haydar –de origen sirio y criada en Michigan– propina son patadas a un endiablado avispero en el que zumban a) la islamofobia –cuenta que tras la masacre de San Bernardino, cuando una pareja siria mató a 14 personas, la empezaron a increparar por la calle y a llamarla terrorista por lleva hiyab–; b) los «hermanos musulmanes» que, autoproclamándose ‘policía halal’, se pasan el día enjaulando a las mujeres en nombre de Alá –«dices que puedes salvar mi espíritu pero eres un perro en la noche»–, y c) la trama de poder occidental. «Si los drones y la codicia capitalista son la civilización, soy feliz de ser salvaje», dispara en la canción Barbarican.

Nawal El Saadawi (Kafr Tahl, Egipto, 1931)
Comprimir la vida de Nawal El Saadawi en una píldora tiene su dificultad, pero aquí va un intento: en los años 70, ya se había enfrentado al Estado egipcio por nombrar las violencias machistas que ejercían desde hombres revolucionarios y gobernantes hasta padres de familia, y más tarde fue encarcelada por el régimen de Sadat por seguir metiendo el dedo en lo que el marxista sirio Bu Ali Yasin denominó «el triángulo tabú de los árabes»: la sexualidad, la religión y lucha de clases. En Occidente, su discurso laico suele ser celebrado, aunque a su lucha antiimperialista se la suele esconder, con mueca condescendente, bajo la alfombra.

La directora de cine Ida Panahandeh (Teherán, 1979).
Mientras la historietista Marjane Satrapi retrató la doble –o triple– vida de las mujeres de clase alta iranís, muchas de las cuales, decía, se reconstruían el himen para llegar a la noche de bodas ‘en perfecto estado de revista’, la cineasta Ida Panahandeh (Teherán, 1979) se llevó el premio promesa de Cannes con una opera prima, ‘Nahid’, sobre la telaraña económica, legal y cultural que va asfixiando a una trabajadora iraní que tiene un exmarido toxicómano y que puede perder la custodia de su hijo si vuelve a casarse. «Muchas mujeres están oprimidas en el mundo y yo quería hablar de un caso concreto», explicaba Panahandeh con suma ‘finezza’.

Manal Al-Sharif (La Meca, 1979).
En mayo del 2011, la informática saudí Manal Al-Sharif dio la vuelta al mundo en Facebook y Youtube al volante de un coche, campaña de desobediencia que en junio logró la legalización de la conducción femenina y que a ella no solo le costó dos detenciones. «Perdí mi juventud por el radicalismo, mi carrera por conducir, a mi hijo por una justicia prehistórica y a mi tierra por la libertad de expresión», tuiteaba el domingo pasado desde Sídney. «No tengo esperanzas en una Arabia Saudí mejor», escribió en plena explosión del ‘caso Khashoggiu’, denunciando la campaña de terror y muerte contra quienes piden «pacíficamente reformas». «No luches contra el sistema –aconsejó a los opositores–, no digas nada, no sueñes, no respires: simplemente vete».

Wassyla Tamzali (Béjaïa, Argelia, 1941).
Directora durante más de 20 años de programas de mujeres de la UNESCO, la autora de ‘El burka como excusa’ (Béjaïa, Argelia, 1941) suele dejar a su paso titulares inflamables como «llevar velo no es una elección, es un consentimiento». Aunque admite que se ha erigido en un elemento de identidad ante la islamofobia, asegura que es «incompatible con el feminismo» porque este «no habla de moral, sino de libertad». Azote de la religión como elemento de control, también es implacable con la visión «racista» de la prensa occidental, empeñada, dice, en encerrar en estereotipos la diversidad.

La antropóloga Ilham Makki Hammadi.
«En Irak no puedes hablar de feminismo, ni de feminismo islámico, ni siquiera en el ámbito académico
–decía en una visita a Catalunya esta antropóloga que ha asistido al régimen de Sadam Husein, a la guerra, a la ocupación nortemericana y a la amenaza del Isis–. Hablamos de justicia y derechos humanos: esas son nuestras herramientas». En una sociedad en el que el conflicto bélico ha agudizado una violencia contra las mujeres enraizada en la cultura y la legislación, Hammadi y su organización, Al-Amal, trabajan para garantizar la seguridad de las iraquís en las leyes y las políticas públicas, y en dar respuesta a las necesidades de las mujeres –«un pilar vital en la construcción de la paz»–sin ponerlas «en conflicto con la familia o la comunidad».

La politóloga y activista Sirin Adlbi Sibai (Granada, 1982).
«Para qué quieres hacer una tesis si llevas hiyab?», le soltó hace 10 años un profesor a esta politóloga de origen sirio, feminista, anticapitalista, nacida en Granada en 1982. Desde entonces, la investigadora ha articulado una enmienda al feminimo occidental por autoerigirse, dice, «en el mejor o único válido». También lamenta el «secuestro» que sufre el hiyab–proclamado «símbolo universal de la subyugación femenina»– tanto por parte de los partidarios de imponerlo como de los de prohibirlo: «Unos y otros homogenizan, simplifican e invisibilizan la gran pluralidad de los movimimientos de mujeres que tienen formas diferentes de entender el islam y el feminismo, y de ponerlo en práctica».

La activista afgana Noorjahan Akbar.
Invirtió sus ahorros en editar una antología de mujeres afganas que, contando sus vidas en primera persona, se ha convertido en una especie de memoria colectiva y de «alternativa» a los libros misóginos e integristas que «se venden –cuenta– en las calles de Kabul por medio dólar». Su organización, Free Women Writers, también ha editado una guía para víctimas de la violencia machista con consejos prácticos para encontrar ayuda legal, formar redes de apoyo y proteger la salud mental, en un país en el que la mayoría de crímenes –la Comisión Independiente de Derechos Humanos investigó en el 2016 5.575 casos– permanecen en la penumbra y en el que ONU ya alertaba en el 2009 de los ataques contra las mujeres con vida pública.

La abogada y jurista Shirin Ebadi (Hamadán, Irán, 1947).
Cuando Shirin Ebadi se erigió, en 1969, en una de las primeras juezas de Irán, la policía del sha arrancaba por la calle el velo a las mujeres. Una década más tarde la historia dio el volantazo que ya conocen. Ebadi apoyó la revolución de Jomeini y, a los pocos meses, fue apartada de los tribunales: en adelante, las mujeres quedaban fuera de la judicatura. Como abogada, se especializó en la defensa de menores, mujeres y opositores, y en el 2003 recibió el Nobel de la Paz. Acosada y amenazada por el Estado, hace 10 años se exilió a Londres. Desde allí repite que países como el suyo «usan el Islam como pretexto para ignorar los derechos humanos», que el régimen iraní “es irreformable” y que el lugar de la religión está «en la casa de cada cual».

Nuria Marrón

Ver artículo original