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Muerte y vida de las grandes ciudades

Por Melibro  ·  20.05.2011

En la economía de las sociedades, el desarrollo industrial y el desarrollo del sector servicios llevan acompañado casi necesariamente, y entre otros fenómenos, el proceso migratorio del campo a la ciudad. Con el paso del tiempo, tal movimiento impacta en la misma ciudad: de las pequeñas ciudades, las masas se desplazan a las grandes urbes. Pero, el fenómeno del que hablamos afecta, asimismo, a los países del Tercer Mundo, o en vías de desarrollo, o de economías emergentes, o cómo se haya dado en denominar a tales comunidades en estos últimos meses. De un modo u otro, las colosales concentraciones urbanas, de edificios y personas, marcan el devenir de los nuevos tiempos. Con sus ventajas y sus desventuras, sus glorias y sus miserias. Hablamos de Nueva York o Los Ángeles, pero, asimismo, de El Cairo o Ciudad de México.

Los problemas derivados de esta circunstancia afectan a todos los órdenes: económicos y sociales, políticos y culturales, urbanísticos y de seguridad y, claro es, de convivencia entre los pobladores de la civitas. Esto sucede en nuestros días, y esto mismo ocurría, aunque adecuado a su época, en los años sesenta del siglo pasado. Es en los primeros compases de esa década especialmente convulsa cuando aparece el libro que acaba de reeditarse en España: Muerte y vida de las grandes ciudades. Su autora, Jane Jacobs, aborda la cuestión mencionada desde la perspectiva cultural emergente y desde los postulados ideológicos dominantes en aquellas fechas.

Jane Jacobs (Scranton, Pensilvania, 1916-Toronto, 2006). Divulgadora científica, teórica del urbanismo y activista político-social, su obra más influyente fue Muerte y vida de las grandes ciudades (1961), en la que critica duramente las prácticas de renovación urbana de los años cincuenta en EE.UU., cuyos planificadores asumieron modelos esquemáticos ideales que condujeron a la destrucción del espacio público. Con métodos científicos innovadores e interdisciplinares, Jacobs identificaba las causas de la violencia en lo cotidiano de la vida urbana, según estuviera sujeta al abandono o, por el contrario, a la seguridad y calidad de vida.

Paralelamente, la autora destacó por su activismo en la organización de movimientos sociales autodefinidos como espontáneos (grassroots), encaminados a paralizar los proyectos urbanísticos que entendía que destruían las comunidades locales. Primero en EE.UU., donde consiguió la cancelación del Lower Manhattan Expressway; y posteriormente en Canadá, a donde emigró en 1968 y donde consiguió la cancelación del Spadina Expressway y la red de autopistas que pretendían construirse.

Combinando la experiencia personal y los análisis comparados en arquitectura y urbanismo, la geografía humana y la sociología, Jacobs ofrece en estas páginas un genuino «Manifiesto urbanista», una declaración programática de religión laica, cívica y ciudadana, muy socorrida y en boga dentro de los ambientes «revolucionarios», «contraculturales» o, sencillamente, «alternativos», del «sesentayochismo». Levantando la voz, haciendo sentadas en la vía pública y paralizando proyectos urbanísticos «salvajes», ansiaban cambiar el mundo. Recuérdese que eran los tiempos donde marcaban la pauta a seguir los testimonios de Erich Fromm y A. S. Neill alrededor de «Summerhill» o de Wilhelm Reich acerca de la función individual y social del orgasmo. En el presente, los herederos intelectuales de estas creencias utilizan términos más «post-moderno»; por ejemplo, «sostenibilidad».

Jane Jacobs no preconiza, sin embargo, un modelo urbano próximo al ecologismo «Ciudad Jardín» (Howard) o al post-ecologismo y el experimentalismo de la «Ciudad Radiante» (Le Corbusier). Su paradigma doctrinal, referido a la vida cívica, es «humanista», activista y autogestionario. Reivindica, por ejemplo, el uso prioritario de las aceras y los parques públicos, los encuentros vecinales y la participación ciudadana en competencia con el poder político y económico, la diversidad urbana y la cohesión social. Un mensaje, en suma, tan sencillo como lo que da de sí el sentido común: es preferible que exista en la esquina de nuestro barrio una tienda de alimentos que una sucursal bancaria, o un parque, en el centro, en lugar de un bloque de apartamentos, o que circulen bicicletas por las calles, en vez de automóviles.

Tal vez el contenido de estas páginas, leídas hoy, se nos pueda antojar un tanto rancio y melancólico, ingenuo y utopista. Pero, de seguro, que removerá los espíritus de algunos lectores con larga experiencia en la vida.

Ariodante

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