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Muerte en la Comuna de París: el fracaso del socialismo al intentar «asaltar los cielos» por primera vez

Por ABC  ·  18.03.2021


Las noticias del levantamiento del pueblo francés contra su Gobierno, hace hoy justo 150 años,
tardó varios días en ser recogida por la prensa española. Apenas un artículo en ‘La Esperanza’
una semana después, otro de ‘La Regeneración’, un tercero en ‘La Nación’ y uno más en el
‘Pensamiento español’. Una cobertura que contrasta con la relevancia de un acontecimiento que
hoy es considerado por algunos historiadores como uno de los episodios más importantes de la
historia contemporánea.
La bibliografía sobre este estallido revolucionario conocido como la Comuna de París es muy
extensa y variada en sus interpretaciones. En Francia, Gran Bretaña, Bélgica y Suiza se
publicaron multitud de folletos y libros inmediatamente después de su fracaso, tanto por parte de
los vencedores y afines al gobierno de Versalles como por parte de los rebeldes comuneros.
«Ningún acontecimiento de la historia reciente de Francia, o de toda su historia, ha provocado un
interés tan exagerado en relación con su brevedad», escribió el investigador François Furet, gran
especialista en las revoluciones galas.
Sus origenes podemos situarlos en la proclamación del imperio en 1852, por parte de Napoleón III.
Su primera década en el poder le fue bien, pero en la siguiente se vio inmerso en inútiles guerras
exteriores y en una gran crisis económica que despertaron las primeras demandas sociales del
pueblo. Lograron arrancar al Gobierno algunos derechos como el de huelga, asociación y reunión,
así como la supresión de la censura previa. Todo continuó igual hasta que, en julio de 1870, el
emperador declaró la guerra a Prusia en el peor momento posible y Francia no solo fue aplastada
rápidamente, sino que Bonaparte fue apresado en la batalla de Sedán (1 y 2 de septiembre).
Aunque Napoleón III se rindió, el pueblo francés siguió luchando por su cuenta incluso cuando los
prusianos cercaron París el 19 de septiembre de 1870. La defensa de la capital francesa, antesala
de la Comuna, fue encarnizada. «El hambre arreciaba cada vez más fuerte y la carne de caballo
se convirtió en una exquisitez. La gente devoraba perros, gatos y ratas. Las mujeres buscaban
una ración de náufrago durante horas a 17 grados bajo cero o entre el barro del deshiel.

Los pequeños morían pegados a los pechos exhaustos de sus madres», contaba el periodista Prosper
Olivier Lissagaray en «Historia de la Comuna de París de 1871», reeditada recientemente por
Capitán Swing.

Proclamación y reformas

En enero se pusieron fin a los enfrentamientos con la victoria de Prusia, en una nueva humillación
para el pueblo galo. Guillermo I fijaba tranquilamente su residencia en Versalles y presidía en su
Salón de los Espejos la proclamación del Imperio alemán, mientras el pueblo seguía padeciendo la
hambruna más extrema. Fue en ese momento, aprovechando el vacío de poder que se produjo
con la Guardia Nacional como máxima autoridad, cuando estallaron las revueltas populares que
desembocaron en la proclamación, el 18 de marzo, de la Comuna.
El 26 de marzo se celebraron elecciones y se eligió un gobierno popular. Karl Marx siempre criticó
el hecho de que los comuneros perdieran el tiempo organizando aquellos comicios democráticas
en vez de haber acabado de una vez por todas con Versalles con mano de hierro. Pero el caso es
que se votó con la bandera roja como símbolo, que inspiró poco después la insignia del
movimiento comunista. El pueblo se erigió entonces al poder y, durante 72 días, hasta que el 28
de mayo de 1871 fue aplastada definitivamente, la Comuna puso en marcha alguna reformas.
Los comuneros, por ejemplo, decretaron el control de precios de la comida, expropiaron bienes a
las clases medias y altas y les entregaron a sus trabajadores las empresas de estos. Algunos
investigadores ponen el acento en la reivindicación de la lucha contra la exclusión social, mientras
que otros se centran en el combate por la igualdad entre entre hombres y mujeres. Se trataba de
poner en valor el papel de ellas en la lucha, puesto que estuvieron en las barricadas combatiendo
como un comunero más y en los comités políticos debatiendo los siguientes pasos.
Debido a que apenas duró dos meses y medio, al final solo fueron implementados unos cuantos
decretos, como la abolición de la guillotina, la bajada de los alquileres, la abolición del trabajo
nocturno en las panaderías de París, la concesión de pensiones a las viudas de los miembros de
la Guardia Nacional muertos en servicio, la abolición de los intereses de las deudas y el retrasó de
su pago, la confiscación de las propiedades de la Iglesia y eliminación de la asignatura de religión
de las escuelas. En un principio, se permitió la celebración de las misas, pero los templos tenían
que mantener las puertas abiertas para que se celebrasen reuniones políticas por las tardes.
La represión
El 21 de mayo, sin embargo, las tropas gubernamentales entraron en París desde Versalles y
lanzaron una represión salvaje. Los comuneros también cometieron atrocidades, como el
fusilamiento de sacerdotes y prisioneros y la destrucción de infinidad de edificios públicos cuando
se vieron acorralados. Todavía no hay acuerdo en las cifras de asesinados por las tropas del
presidente Adolphe Thiers. Algunos historiadores hablan de 6.000, mientras que otros elevan la
cifra hasta los 30.000. Entre medias, el periodista Prosper Olivier Lissagaray, contemporáneo de
los hechos, contabilizó 20.000 muertos en libro.
Fue tan bestial lo sucedido, que la Comuna dividió a la sociedad y a los intelectuales franceses.
Los líderes del socialismo glorificaron aquella revuelta, a pesar del baño de sangre, y extrajeron
numerosas enseñanzas de ella para el futuro, por ser lo que consideraban la primera experiencia
de la clase obrera en el ejercicio del poder o la primera revuelta socialista de la historia. Así lo
plasmaron en sus artículos y ensayos, como el mismo Marx antes de que acabara 1871 en su libro
‘La guerra civil en Francia’: «El París de los obreros, con su Comuna, será eternamente ensalzado
como heraldo glorioso de una nueva sociedad. Sus mártires tienen su santuario en el corazón de
la clase obrera».
El autor de ‘El capital’ definió la Comuna como la rebelión como la que el pueblo trató de «asaltar
los cielos» y como «el gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra
la clase apropiadora. Es decir, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo la
emancipación económica del trabajo». Mao Tse-Tun, Lenin y Trotsky la consideraron el ejemplo
ideal de la dictadura del proletariado, que era el objetivo a perseguir en sus idearios. El primero, de
hecho, fue enterrado con una bandera roja conservada desde la Comuna.
El desacuerdo
La conmemoración de su 150 aniversario, sin embargo, no está todavía exenta de polémicas,
pues los historiadores todavía tratan de ponerse de acuerdo en si fue un hito del socialismo
primigenio o un fiasco con pocas repercusiones en el futuro. En 2001, la historiadora Encarna Ruiz
ofrecía su punto de vista en el artículo «La Comuna de París y la reforma marxista del Estado»:
«Fue una experiencia revolucionaria breve al sucumbir a manos de la contrarrevolución y de las
atrocidades de las clases superiores, pero lo suficientemente instructiva como para constituir un
hito esencial en la formación de la teoría marxista del Estado».
La clase acomodada de París y la mayoría de los antiguos historiadores de la Comuna, la vieron
como ejemplo terrorífico del «dominio de la muchedumbre». Muchos investigadores actuales,
incluso algunos de derechas, valoran positivamente algunas de sus reformas y critican el
salvajismo con que fue reprimida, pero encuentran imposible explicar el odio de los rebeldes
contra las clases medias y altas de la sociedad, así como contra un gobierno pluralista que nunca
antes había tomado medidas enérgicas contra sus enemigos.
El consenso parece imposible. En la izquierda política, de hecho, hay quienes atacan a la Comuna
por haberse mostrado demasiado moderada en medio de aquella represión. El escritor Edmond de
Goncourt fue mucho más pracmático al apuntar: «El derramamiento de sangre ha sido total, y un
derramamiento de sangre como este, al asesinar a la parte rebelde de la población, solo pospone
la siguiente revolución. La vieja sociedad tiene por delante 20 años de paz».

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