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‘Mudlarking’: la máquina del tiempo que convierte la basura en un tesoro

Por Yorokubu  ·  20.01.2023

Cuando pensamos en un arqueólogo buscador de tesoros, el primer nombre que se nos viene a la cabeza es Indiana Jones. Las cosas del cine. Lara Maiklen no es arqueóloga —estudió Sociología y Antropología Social—, pero sí busca tesoros en las orillas del Támesis. A ella no la persiguen nazis ni se las tiene que ver con ambiciosos villanos ávidos de oro y fama, pero lo que encuentra entre el fango del río londinense y lo que cuenta de sus hallazgos no tiene nada que envidiar a las aventuras de Indiana.

Maiklen lleva 20 años recorriendo el Támesis de orilla a orilla, cuando baja la marea, para localizar entre el barro pequeños objetos del pasado londinense. Desde entonces, lleva contando y mostrando en redes sociales lo que encuentra, y ahora también cuenta su experiencia en un libro: Mudlarking. Historia y objetos perdidos en el río Támesis (Capitán Swing, 2022).

Empezó de manera casual, sin pretender encontrar nada. Simplemente, un día, mientras paseaba, sus ojos tropezaron con un extraño objeto que sobresalía entre el barro y las piedras. Lo cogió, indagó y descubrió que aquello tenía un valor histórico. Pequeño, pero valioso. Y el gusanillo de las búsquedas se coló en su cuerpo.

Después descubrió que eso que ella hacía tenía un nombre, mudlarking, y que no era la única que lo realizaba ni tampoco era una práctica nueva. Ya en el siglo XIX podían verse mudlarkers (rebuscadores del barro) deambular por ambas orillas del río buscando carbón, hierro o clavos de cobre para revender después por las calles.

El Támesis no es el único río que atraviesa una ciudad, ¿qué lo hace especial, entonces? «Es único debido a los 2.000 años de intensa ocupación y a las mareas, que bajan dos veces cada 24 horas y permiten acceder al lecho del río para buscar los objetos que toda esa gente perdió y tiró. No se me ocurre ningún otro lugar del mundo que reúna las mismas condiciones…», aclara Maiklen. Horquillas, pipas de cerámica, cuellos de viejas botellas, zapatos medievales, monedas, puntas de lanza, alianzas, alfileres…, las sorpresas que el río londinense esconde bajo sus aguas hablan mucho de la historia cotidiana de sus habitantes durante siglos.

Indagando sobre los hallazgos, Maiklen ha descubierto auténticos historiones dignos de novelarse, como la de T.J. Cobden-Sanderson, el encuadernador del siglo XIX que tiró al agua todos los tipos, matrices y punzones de una de las tipografías más preciadas —por única— denominada Doves Press. Antes que permitir que su socio en la imprenta que poseían heredara, a su muerte, la tipografía que Cobden-Sanderson había creado con tanto mimo y dedicación, prefirió donársela al Támesis para que nadie pudiera comercializar con ella.

La autora de Mudlarking encontró uno de esos preciados tipos en una de sus búsquedas, pero quizá sus piezas favoritas sean los zapatos.

«El lodo del Támesis conserva perfectamente la materia orgánica, como huesos, cuero, madera e incluso tejidos, porque es anaeróbico. No hay oxígeno que descomponga el material. Esto significa que se pueden encontrar zapatos y suelas de zapatos antiguos tan perfectamente conservados como el día en que se perdieron».

«No hay nada más personal que un zapato, cada uno es único para el pie de su portador, así que cuando se saca un zapato de 500 años del barro y se ven las hendiduras dejadas por los dedos y el talón del propietario original, la forma en que se ha desgastado y los pliegues en la parte superior donde su pie se flexionaba y se movía al caminar, es realmente la conexión más íntima con el pasado que puedo imaginar. Puede que a algunas personas les parezcan trozos marrones de cuero empapado, pero para mí los zapatos viejos son preciosos».

La práctica del mudlarking se hizo tan popular en su momento, que las autoridades londinenses tuvieron que regularla. Y se crearon unas reglas que obligan a los mudlarkers a entregar ciertos objetos que encuentran en las orillas para preservarlos. Todo lo que tenga más de 300 años de antigüedad y cierto valor histórico debe entregarse a The Portable Antiquities Scheme, un proyecto dirigido por el Museo Británico para registrar todos los objetos que se encuentran en los campos, ríos y playas de Inglaterra y Gales. «Si el objeto es de oro o plata, hay que declararlo legalmente como tesoro y entregarlo al juez de instrucción», precisa Lara Maiklen.

¿Pero cómo saber, sin ser historiador, que lo que has encontrado es valioso? «No siempre lo sé, eso es lo bonito de buscar en el fango», confirma Maiklen, quien debe realizar una labor de documentación e investigación cuando regresa a su casa con sus tesoros. Gracias a eso, ya tiene ciertos conocimientos que le permiten distinguir lo valioso arqueológicamente hablando de lo que no lo es.

«No son solo las horas que paso en la orilla, sino el resto de la semana que dedico a investigar los objetos que encuentro. Las redes sociales son muy útiles para contactar con expertos, que suelen estar encantados de ayudarme a identificar objetos misteriosos. También paso mucho tiempo en museos y tengo un montón de libros sobre temas extraños, como cuchillos medievales y cerámica posmedieval. Llevo 20 años buscando en el barro, así que hay objetos comunes que encuentro con regularidad, pero siempre busco y encuentro algo nuevo».

«Lo que más me gusta es encontrar objetos y lo que más me gusta es investigarlos», afirma la autora de Mudlarking. «El descubrimiento inicial es un vínculo directo increíble con el pasado. Saber que eres la primera persona que lo toca en miles de años es la sensación más embriagadora. Después, investigar su pasado e imaginar su historia es lo que le da vida».

La basura de aquellos antepasados de Maiklen, porque eso es lo que es, en realidad, lo que se encuentra en el Támesis, se convierte en valiosa por lo que cuenta de aquellos antiguos habitantes. Habla de sus costumbres, de su forma de vida, de sus valores y de sus luchas… Tendríamos que preguntarnos si nuestra basura será igual de valiosa para futuras generaciones.

«Somos la Generación del Plástico, casi todo lo que dejamos atrás está hecho de plástico y durará una eternidad», reflexiona Lara Maiklen. «A menos que el plástico se convierta en algo valioso y la gente empiece a extraerlo como se extrae el oro, tendrá poco valor monetario, pero su valor histórico será el mismo que el de los objetos antiguos del pasado que encontramos hoy en día. Nuestros residuos de plástico informarán a la gente del futuro sobre lo que comíamos, vestíamos, utilizábamos y cómo viajábamos. Su cantidad también les hablará de nuestro consumo desenfrenado».

«El barro lo conserva todo, independientemente de lo que esté hecho. La diferencia entre nuestra basura de hoy y la basura del pasado es que los residuos de nuestros antepasados estaban hechos de vidrio, cerámica, madera y hueso, que con el tiempo se descompondrán y esencialmente volverán al lugar de donde vinieron. La basura de hoy es, sobre todo, plástico, que nunca desaparecerá. Es nuestro eterno legado tóxico», concluye.

¿Cuál es el objeto, ese tesoro que guarda el Támesis bajo sus aguas, que aún no ha encontrado y que le gustaría recuperar?, le preguntamos antes de despedirnos.

«Siempre tendré una lista de deseos. Desde que hace un par de años encontré una insignia medieval de peregrino completa, he querido encontrar un patín fabricado con hueso. No es tanto por el objeto, sino por la asociación que tiene con una época concreta de la historia, cuando hacía tanto frío que el Támesis se congelaba y la gente celebraba grandes ferias de la escarcha sobre el hielo. Se hacían carreras de mangueras, se asaba buey, se bailaba y se bebía, y en la última de ellas, en 1813-1814, incluso se llevó a un elefante por el hielo para demostrar lo grueso que era. Me gustaría sostener el patín e imaginarme todo eso».

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