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‘Mudlarking’: cazando los tesoros ocultos bajo la fangosa orilla del tiempo

Por La Lectura  ·  10.03.2023

La escritora Lara Maiklem presenta un fascinante inventario de objetos encontrados en los tramos embarrados del Támesis, una mirada luminosa y poética a la historia de las ciudades

La historia oficial del mudlarking reconoce como su fundador al arqueólogo Ivor Noël Hume, quien, a mediados del siglo XX, excavó los espacios abiertos en las orillas del Támesis por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Allí encontró un enorme depósito de objetos cotidianos que el paso de los siglos había vuelto extraordinarios.

Mudlarking

Lara Maiklem

Traducción de Lucía Barahona. Capitán Swing. 296 páginas. 21 € Ebook: 9,49 €

Sin embargo, el propio Hume señaló como verdadero inspirador del fenómeno al bombero Robin Green, quien, algunos años antes, en el transcurso de la misma contienda, cayó al río mientras luchaba por sofocar el incendio de un almacén pasto de las bombas. Green salió del agua con una pipa de arcilla del siglo XVIII que había encontrado de manera fortuita. Después, durante muchos años, reunió una colección de botones, hebillas, pipas, cerámicas y diversos objetos. Desconocedor aún de su historia, Hume tomó el relevo guiado también por el azar y vio en el Támesis un descomunal yacimiento bajo un principio clave: “Todo es importante”.

UN MUSEO BAJO EL BARRO

Hume no se equivocaba: a su paso por Londres, el río constituye el yacimiento arqueológico más extenso y variado del mundo, testigo y preservador fiel de las basuras arrojadas durante centenares de años a la corriente. Bajo la influencia de estos pioneros, y ante la ingente cantidad de materiales sedimentados, el mudlarking, entendido como el ejercicio de hurgar en el barro en busca de objetos antiguos, incorporó con los años una nada desdeñable legión de practicantes.

Que tal modalidad de exploración haya ganado en consideración y participación en los últimos años puede deberse a dos motivos: el primero, un cambio en la percepción de la misma actividad arqueológica por el que se estima, como hizo Hume, que todos los objetos, incluidos los más comunes y menos valiosos, son susceptibles de convertirse en piezas de museo por la información que aportan. El segundo, un interés creciente por parte de muchos residentes de las grandes capitales en encontrar nuevos modos de relación con las urbes modernas. Y es aquí donde Lara Maiklem (Surrey, 1971) representa un papel fundamental.

Aunque en progresivo auge, el mudlarking funcionó con cierta clandestinidad hasta que Maiklem dio a conocer la actividad a través de las redes sociales bajo el perfil London Mudlark. La autora publicó dos libros sobre la misma cuestión, de los que la editorial Capitán Swing acaba de poner en circulación el primero, Mudlarking. Historia y objetos perdidos en el río Támesis, aparecido originalmente en 2019. Maiklem se crio en una granja lechera de Surrey y su llegada a Londres a comienzos de los 90 se saldó con un impacto traumático: aquella ciudad masificada parecía dispuesta a devorar a nuestra chica del campo. Pero Maiklem encontró en el mudlarking el cauce perfecto para adaptarse a los requerimientos de la vida urbana. Y, de paso, protagonizar una aventura fascinante.

ESCUCHAR LOS ECOS DEL PASADO

La autora da buena cuenta de sus excavaciones primarias a lo largo y ancho del Támesis, desde Hammersmith hasta el Estuario pasando por Greenwich, Trig Lane y el Puente de Londres: largos kilómetros de barro cuyos accesos facilitan a veces las playas fluviales, aunque a menudo llegar a los mejores sedimentos requiere tanta pericia como conocimiento del terreno.

A modo de un diario de exploración, Maiklem narra los procedimientos para hurgar en el barro (tan elementales como esmerados) a la vez que cuenta sus hallazgos con una atención digna de Georges Perec: pedernales neolíticos, horquillas romanas, hebillas de zapatos medievales, medallas de guerra, peines y cuentas de cristal del siglo XIV, tipografías, piedras de brujas del mesolítico, huchas y prendas del periodo Tudor y la más amplia gama de alfileres (por los que la mudlarker siente especial aprecio), entre otros muchos tesoros convenientemente registrados en el Museo de Londres, desfilan por sus páginas. Tampoco faltan cadáveres, oro ni cantidades de dinero de toda época.

Maiklem no escatima en momentos emotivos: al encontrar un anillo posy (un tipo de anillo con mensajes de amor inscritos que solían regalarse entre los siglos XV y XVII), decide probárselo, pero se lo quita de inmediato, sintiéndose culpable por haber usurpado una personalidad ajena. “Hay lugares en la orilla que cantan con las voces del pasado y han absorbido la riqueza de la vida: el esfuerzo de la gente, su dolor, sus esperanzas, su felicidad y sus decepciones”, escribe. Tanto permanece inalterable en el viejo río del tiempo.

Instrucciones para embarrarse

A pesar del romanticismo de la idea, practicar mudlarking no es tan sencillo. La Autoridad del Puerto de Londres exige una licencia que cuesta 35 libras por día u 80 por varias jornadas. La estándar permite mirar y coger artículos, pero no excavar a más de 7,5 cm de profundidad. Una más profesional otorga más privilegios, pero solo está disponible para aquellos con un historial de “caza” responsable de varios años.

Además, para retirar del país cualquier hallazgo de barro que tenga más de 50 años, se necesita una licencia de exportación. Y la PLA advierte claramente de riesgos como cortes, resbalones, pinchazos con metal oxidado, ser arrastrado por la marea, satropellado por una lancha rápida o una barcaza de basura e incluso contraer la enfermedad de Weil, presente en el agua por la orina de las ratas. Por eso se recomienda siempre usar guantes y calzado adecuado, y nunca ir solo.

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