Yo quiero conocer de primera mano la situación de la mujer árabe, pero ella terca e invariablemente responde que las mujeres occidentales también estamos bajo el yugo del patriarcado, como si no lo supiéramos. Mona Eltahawy escribe en The New York Times y The Guardian y ha trabajado para medios de Egipto, Israel, Palestina, Libia, Siria y Arabia saudí. En El himen y el hiyab, un interesante ensayo, retrata los problemas de las mujeres en Oriente Medio, pero no es eso lo que quiere contarme. Me insiste una y otra vez en que Occidente no debe opinar, sino callar y escuchar a las líderes del movimiento de la lucha contra la misoginia ( universal) en el islam.
Ella se define así: “Tengo 51 años. Nací en Port Said, Egipto, y vivo entre El Cairo y Nueva York. Tengo pareja, pero no soy monógama, y elegí no tener hijos. Soy anarquista y mi objetivo es la destrucción del patriarcado. No hablo de mis creencias, la religión es una forma de encasillar a la gente,y no me gusta que me encasillen”. De paso por Barcelona, responde a esta entrevista.
-La policía egipcia la violó.
-En la plaza Tahrir, en noviembre del 2011. No era la primera vez en mi vida que se me agredía sexualmente ni que lo hacía la policía, ni fui la única.
“La revolución más difícil para mí fue mantener relaciones sexuales fuera de las normas aprendidas que dictaban esperar al matrimonio”
-…
-Pero para mí fue un punto de inflexión, porque fue la primera vez que se me amenazaba con una violación masiva como consecuencia de mi activismo y de mi trabajo.
-La violencia sexual está en las calles de Egipto.
-Sí, a niveles epidémicos. Siempre ha existido, pero la revolución hizo que las mujeres se atrevieran a hablar y se formaron grupos de hombres que tenían como objetivo a las manifestantes femeninas en un intento claro de aterrarlas y empujarlas fuera de la revolución.
-¿Cómo se convirtió en feminista?
-Cuando yo tenía 7 años, mis padres, ambos médicos, consiguieron una beca para doctorarse en Londres. Todos me preguntaban qué oficio había llevado a mi padre hasta allí, nadie mentaba a mi madre, daban por hecho que mi madre y yo seguíamos a mi padre por todas partes.
-…
-Entendí lo poco que se espera de las mujeres egipcias. Después, a mis 15 años, nos mudamos a Arabia Saudí. Allí tuve claro que en el islam ultra ortodoxo las mujeres son el pecado.
-A los 21 volvió a Egipto.
-Sí, y a los 30 me mudé a Jerusalén, a un barrio ultra ortodoxo; eran iguales a las familias saudíes conservadoras en las que la mujer siempre camina diez pasos por detrás. Esto me mostró que por encima de las religiones existe un sistema conservador y misógino idéntico.
-¿Donde hay autoritarismo hay misoginia?
-Sin duda, y ahora vemos el alzamiento de líderes de ultraderecha por todo el mundo que quieren reducir la libertad a las mujeres. El patriarcado se encuentra en el núcleo del autoritarismo y el feminismo les aterra.
-¿Es posible una revolución sexual sin una revolución religiosa?
-La revolución sexual es una declaración de que mi cuerpo me pertenece, y el patriarcado considera que les pertenece a ellos, por tanto la revolución sexual es contra todas las formas de poder y de autoridad.
-¿Incluida la autoridad religiosa?
-La revolución más difícil para mí fue mantener relaciones sexuales fuera de las normas aprendidas que dictaban esperar al matrimonio.
-¿Ha sido útil la revolución árabe?
-Sin duda lo ha sido en el aspecto social y sexual, pero la gente sigue pensando que a menos que se conquiste la libertad política las revoluciones han fracasado, y no es cierto.
-Cuénteme.
-Yo analizo a mi gran familia, y veo el impacto que ha tenido la revolución: varias tías han iniciado un proceso de divorcio, algo que antes era un gran tabú, y varias primas han dejado de cubrirse la cabeza.
-Bueno…
-Y la generación más joven está experimentando una revolución sexual de forma silenciosa pero sin precedentes. Y todo esto está inspirado por la primavera árabe. Lo vemos en Arabia Saudí.
-No tuvo una revolución.
-Pero fue testigo, y la primavera árabe fue como enseñarle a alguien a leer y a escribir, no se puede desaprender.
-Las saudíes han conseguido conducir.
-Las mujeres en Arabia Saudí, uno de los países más opresores del mundo donde hay un apartheid de género, también se han sublevado, y muchas siguen en la cárcel.
-El príncipe se ha puesto las medallas.
-¡Qué le den al príncipe! El príncipe ha engañado a Occidente para que crea que es un emancipador de mujeres, y como Occidente quiere su petróleo y venderle sus armas está dispuesto a creer cualquier cosa; son idiotas útiles.
-¿Prohibiría el nicab? (el velo que cubre el rostro)
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-En el pasado mi respuesta sería sí, ahora le diría que en demasiados países europeos hay partidos que están utilizando el nicab como puerta de entrada al racismo y la islamofobia.
-¿Entonces?
-A menos que seas una mujer de ascendencia musulmana cállate la boca y deja que seamos nosotras las que lideremos el debate.
-¿Ha llevado el velo islámico?
-Nueve años. Elegí llevar el hiyab -pañuelo- porque creía que era un requisito del islam. Cuando dejé de creerlo me lo quité. Lo que nos define es algo más complicado que llevar un pañuelo en la cabeza o lo que tenemos entre las piernas.
-Hay intelectuales que arguyen que son las mujeres las que perpetúan el patriarcado.
-Creo que es importante entender que para poder sobrevivir las mujeres internalizan la misoginia y la replican. Hace falta tener mucho coraje y privilegios para poder revelarte contra eso.
-Sin medios, todo es más difícil.
-Si eres una mujer de campo lo tienes difícil, pero las mujeres que han votado a Trump también han internalizado la misoginia y se han convertido en soldados del patriarcado. Aquí como allí las utiliza como policías de otras mujeres a cambio de protección y supervivencia.
-Dice usted que mujeres y niñas deben reclamar la rabia, la violencia y la lujuria.
-Sí, y todas esas cosas que el patriarcado nos dice que no podemos tener, ni querer, ni ser, y yo insisto en el derecho de poder ser y hacer todas esas cosas.
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