El libro de Mona Eltahawi El himen y el hiyab llegó a finales de 2018 para, como cualquier obra necesaria, obligarnos a desterrar un puñado de certezas y sostener la mirada a nuevas dudas. Ahora, la periodista y escritora egipcia, publicada en España por Capitán Swing, se encuentra de gira por nuestro país.
Su melena rojo fosforito la hace rápidamente identificable en el hall del hotel malagueño donde nos encontramos para la entrevista. Se lo lleva pintando de ese color desde 2011, después de que fuera detenida por la policía egipcia cuando cubría las protestas contra la dictadura de Mubarak. Fue interrogada durante doce horas, tiempo en el cual le vendaron los ojos, la agredieron sexualmente, le rompieron un brazo y una mano. Se prometió hacerse un regalo si sobrevivía: una melena del color de la fiereza y tatuajes en sus brazos. “Volví a Egipto poco después para decirle al régimen que había sobrevivido, que no me daban miedo y que iba con el pelo rojo porque no me ocultaba, porque querían que me vieran ahí, justo en frente de ellos”.
Así es Eltahawi, como su libro, pura chispa que se cuela por cualquier grieta encendiendo la mecha del estímulo intelectual. En este caso, con una interpelación muy directa a las periodistas feministas europeas. Aceptamos el reto y le pedimos ayuda para encontrar respuestas.
En su libro nos advierte que las feministas europeas estamos denunciando con más ahínco la discriminación que sufren las mujeres que pueden elegir vestir el velo en nuestros países, que la que sufren la mayoría de las musulmanas del mundo al tener que usarlo obligatoriamente. Y añade que muchas no lo hacen por temor a ser utilizadas por la extrema derecha xenófoba e islamófoba. ¿Cómo denunciar esta opresión esquivando ese riesgo?
La mejor vía para hacerlo es que los medios recojan las distintas visiones que hay entre las mujeres musulmanas del hiyab, dejar que sean ellas quienes lo expliquen y recoger sus desacuerdos. La disensión es buena porque eso demuestra que no somos reducibles al velo y que, como cualquier otro grupo, no somos monolíticas. En el libro explico mi punto de vista y mi experiencia personal, pero reconozco que hay muchas otras.
Además, el contexto importa. Y no es lo mismo Oriente Próximo y el Norte de África, que es del que yo hablo fundamentalmente en el libro, que los países occidentales. Aquí las mujeres musulmanas viven en comunidades minoritarias y las presiones que pueden recibir para romper con el hiyab (el velo que sólo cubre el cabello) son otras.
En Occidente nos encontramos con grupos de extrema derecha que usan el hiyab, el niqab (el que cubre el rostro) y el burka para demonizar a los musulmanes y difundir su discurso del odio entre sus partidarios. No les importan las mujeres musulmanas, como tampoco les importan a los grupos de hombres misóginos que nos quieren silenciar porque dicen que si criticamos el velo le estamos dando munición a los grupos neofascistas. Me piden censurarme para combatir su misoginia. Y por último está una izquierda, ansiosa por demostrar que no es racista o islamófoba, que abraza los elementos más conservadores de las minorías musulmanas que viven en los países europeos. Tampoco a ellos les importan las mujeres musulmanas.
Estos tres grupos están compuestos mayoritariamente por hombres, que se preocupan de ellos mismos y de sus agendas, y en cuyos debates no suele haber mujeres musulmanas.
Yo les digo a todos: váyanse a la mierda. Lo que quiero es escuchar a las mujeres musulmanas, que somos las que tenemos que liderar esta discusión, mostrando nuestra diversidad de opiniones.
En estos momentos, en el escaso debate público que hay sobre esta cuestión hay más mujeres que apoyan el uso del velo que aquellas que pueden tener menos recursos o posibilidades de rechazarlo. Y las mujeres no musulmanas evitamos participar en esta cuestión por no ser colonialistas o eurocéntricas.
Reducir las mujeres musulmanas al hiyab, el niqab o el burka es un planteamiento perezoso y dañino, porque somos un grupo tan complejo y diverso como cualquier otro. Al reducir a una persona a un estereotipo lo estás deshumanizando, poniendo muy fácil el silenciamiento sobre otros puntos de vista. Hay que complejizar esa imagen porque eso nos humaniza.
Un ejemplo es mi propia familia. Mi madre usa el hiyab porque piensa que es una obligación religiosa. Yo decidí usarlo cuando tenía 16 años porque pensaba que era obligatorio, luego empecé a echar de menos el viento en mi cabello, a sentir que me sofocaba, y a querer quitármelo. Pero tardé ocho años en conseguirlo. Estoy complicando, introduciendo matices, en el concepto de elegir. Mi hermana, veinte años menor que yo, lo usa porque lo entiende como parte de su identidad, porque quiere joder a los racistas y presentarse así como musulmana. Lógicamente estoy en desacuerdo porque, precisamente, lo que sostengo en el libro es que el cuerpo de las mujeres musulmanas no puede ser reducido a lo que tengo entre las piernas y la cabeza.
Hay una parte de las mujeres árabes, musulmanas o no, que critican que las mujeres neozelandesas se haya solidarizado con ellas usando el hiyab. ¿Cuál es su valoración?
Creo que la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, fue muy sincera en su empatía y conmoción, y que tuvo muy buena intención vistiendo el hiyab. Pero que tantas otras mujeres mostraran su solidaridad poniéndoselo, me parece un gesto naïf y vacío mientras tanta gente vota a la extrema derecha. Eso es lo que hay que combatir los 365 días del año, no cubrirse un día la cabeza para sentirse bien, demostrar a todo el mundo que no son islamófobos ni racistas.
Tienen que prestar atención al supremacismo blanco que hay en sus propias familias, en sus comunidades, que es de donde se alimenta la ideología por la que atentó este australiano.
Están reduciendo a todas las mujeres musulmanas al velo, justo lo que critico en El himen y el hiyab.
La iraniana @AlinejadMasih explica cómo el feminismo occidental y la Presidenta de Nueva Zelanda @jacindaardern traicionaron a las mujeres musulmanas y revelaron su racismo latente al pedir igualdad para ellas pero sumisión para las mujeres de color. #FreeFromHijabpic.twitter.com/ttAoTe49kC— Llibertat Carrer Balmes (@EspiaDelPatinet) 25 de marzo de 2019
En ese sentido, hay una intervención muy interesante de la periodista y escritora iraní Alinejad Masih en la que critica actuaciones como la de las integrantes del gobierno sueco, compuesto mayoritariamente por mujeres, que se fotografió para mofarse de la foto del gabinete –masculino– de Donald Trump, pero que luego acudieron veladas a un encuentro con las autoridades iraníes. O las de unas políticas holandesas que se cubrieron el cabello para reunirse con el gabinete del régimen mientras una activista del movimiento #WhiteWednesdays (Los miércoles blancos, en español) era detenida por quitárselo para pedir que su uso deje de ser obligatorio. ¿Qué piensa sobre estas críticas?
Cada día denuncio que Trump es un fascista misógino y que las mujeres que votaron por él son soldados del patriarcado, el mismo que combato en mi comunidad, escribiendo libros como éste. Tienes que ser consistente en tu lucha, no puedes denunciar el machismo sólo en un ámbito y olvidarte del resto. Como los que solo señalan a Irán o a Arabia Saudí y me dicen que tengo suerte de vivir en Estados Unidos porque ya vería cómo me tratarían allí.
Las políticas europeas tienen que entender que el patriarcado es universal y que hay que destruirlo en todas partes.
En España, parte de la lucha de la defensa de los derechos humanos pasa por combatir la islamofobia. Por eso me sorprendió la postura de parte del movimiento feminista francés, con una tradición laica en las antípodas de España, que rechaza esta asunción. Sus militantes, muchas de ellas refugiadas de países árabes como Argelia, sostienen que hay que combatir cualquier discriminación, pero no defender una religión con claros elementos misóginos ¿Cuál es su opinión al respecto?
La mayoría de las religiones son patriarcales y tienen elementos misóginos. En España saben bien lo que ha hecho la Iglesia Católica con los cuerpos de las mujeres, sus derechos sexuales reproductivos, y su alianza con el fascismo militar durante la dictadura franquista. Cuando hablo aquí sobre la situación en Egipto sé que me van a entender porque tiene una experiencia parecida muy reciente.
Por tanto, no piensen en rescatar a las mujeres musulmanas que están allí, sino que combatan las consecuencias patriarcales de esa alianza entre la Iglesia y el fascismo que siguen muy vivas en España.
Y por supuesto que hay feministas católicas, judías, hindúes, musulmanas que están desafiando a sus instituciones religiosas. Pertenezco a Musawa, un movimiento que busca la justicia y la igualdad en la familia musulmana. Y ahí estamos feministas seculares como yo, y todas las mujeres que creen en este fin, incluidas musulmanas feministas que, junto a algunos hombres, están reinterpretando la religión en términos feministas. Yo me uniré a cualquiera que quiera acabar con el patriarcado, que además existe dentro y fuera de la religión, en sociedades laicas y confesionales…
¿No cree que sería más fácil combatir esta ola reaccionaria que vive el mundo si entendiésemos que en Siria o Iraq se ha manifestado en la aparición de ISIS, Al Nusra y otros grupos islamistas, en Europa con el resurgir de los partidos fascistas, en Estados Unidos con Trump o en Brasil con Bolsonaro?
Por supuesto. Todos estos grupos fascistas son patriarcales: el supremacismo blanco estadounidense, el australiano islamófobo que cometió la masacre en la mezquita de Nueva Zelanda hace tres semanas, todos los que votaron a Trump… Todos usan el cuerpo de las mujeres como territorio para sus batallas. Como Alternativa para Alemania (AfD), el partido neonazi alemán, el tercero en representación parlamentaria. Su programa es increíblemente racista, islamófobo, homofóbico y patriarcal. Lo único que quieren es que las mujeres blancas tengan más hijos y evitar que entren árabes, no vayan a quitarles sus trabajos y reproducirse mucho.
ISIS, se diferencia por ser increíblemente violento, pero al final lo que quieren es tapar a las mujeres y que desaparezcan tras el negro. A las yazidíes, violarlas, matar a todas las que no podían violar y convertir al resto en esclavas sexuales.
Pero lo que me preocupa es que a ISIS nadie les votó, pero sí a los supremacistas que gobiernan Estados Unidos o a los neonazis alemanes. ISIS no pidió permiso a nadie para establecer su Califato con lo cual no hablan en nombre de nadie. Pero me preocupa muchísimo los que votan por Alternativa por Alemania, por Trump y por todos los partidos supremacistas blancos, homofóbicos, racistas .
En España, como en otros países europeos, reaparece cíclicamente el debate sobre la prohibición del velo en los institutos de secundaria o en la Universidad, cuando la educación ya no es obligatoria. ¿Qué opinión tiene al respecto?
Hace doce años, cuando Francia prohibió el niqab, el velo que cubre la cara, escribí apoyando esta medida, pero haciendo una gran distinción entre mi postura y la derecha xenófoba e islamófoba del partido de Sarkozy.
Pero no apoyo la prohibición del hiyab, el que cubre sólo el cabello, y creo que es un debate que sólo alimenta a los discursos xenófobos, racistas e islamófobos. Y estoy en contra del hiyab, por eso me lo quité, y del valor de la modestia que representa y que sólo se exige a las mujeres, también a las católicas -como a las monjas-, o en el hinduismo…
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