10º Aniversario
¡El capitán cumple diez años!
descúbrelo

Miquel Ramos: “La izquierda le tiene miedo a la derecha y esa cobardía la pagamos todos”

Por La Vanguardia  ·  04.05.2022

El periodista Miquel Ramos (València, 1979), es uno de los mayores expertos en extrema derecha y movimientos sociales. Fruto de su trabajo y militancia es el primer libro que publica en solitario, Antifascistas (Capitán Swing, 2022), un homenaje a aquellos que “pusieron el cuerpo y se jugaron la vida” para combatir el fascismo en España.Siete minutos para estar al día. Y todo el tiempo que quieras para saber más. No te pierdas Las claves del día en tu mail cada mañana¡Recíbela!

En esta entrevista reflexiona sobre el papel que ejerció el antifascismo como punto de encuentro de otras luchas (feminista, ecologista, LGTBI, por las personas migrantes…), el uso de la violencia para frenar las agresiones en las calles, cómo han tratado los medios de comunicación el caso de Mónica Oltra, el juicio por los ataques fascistas del 9 d’Octubre de 2019 en València o la relación que tiene el PP con Vox.

-¿El antifascismo ha dejado de verse como una actitud antisistema?

La ausencia de una forma de ultraderecha en las instituciones hasta hace relativamente poco había recluido al antifascismo a un combate que muchos entendían que era contra algo que no existía. No existía en las instituciones con representación parlamentaria, aunque sí que estaba en las estructuras del estado con otros nombres ligados a residuos del franquismo. Pero quien llevaba la bandera del antifascismo y quien se reivindicaba antifascista sin ninguna vergüenza eran colectivos muy determinados a los que se estigmatizaba y se les reducía a una pose antisistema. El militante antifascista no era únicamente antifascista, sino que trabajaba en muchos ámbitos transformadores de la política. La etiqueta antisistema o, más cruelmente, reducirlo a una tribu urbana, ha hecho esa caricatura durante muchos años. Cuando la extrema derecha llega a las instituciones, se normaliza tanto y asusta a tanta gente, que muchos han empezado a entender que el antifascismo estaba alertando de lo que podía pasar y ha acabado pasando. Por tanto, el antifascismo combatía durante todos estos años contra algo que ha acabado siendo real. Se le ha dado la razón a los antifascistas.

El antifascismo ha combatido durante años contra algo que ha acabado siendo real. Se le ha dado la razón

-En el País Valencià, Guillem Agulló se convirtió en el símbolo de la violencia fascista, pero no fue la única. En el libro hace un recopilatorio muy extenso de víctimas, algunas de las cuales no se ha hablado mucho, como pueden ser personas sin techo o transexuales. Es muy sobrecogedora la fotografía que queda cuando se juntan todos los casos. ¿Por qué cree que no se le dio, en su momento, la importancia que tenía?

Porque reconocer esta violencia implicaba reconocer que existía un problema, no solo de la existencia de estos grupos, sino de lo que alimentaba esa violencia con una impunidad absoluta: el racismo, la homofobia, la transfobia, el odio ideológico hacia la izquierda. Desde las instituciones, se escondía para no reconocerlo y no actuar. Pero la gente que lo sufría sabía muy bien que existía. Y los discursos que llevaban los nazis, continúan existiendo; es más, están más normalizados que nunca.

-El recorrido histórico que hace por la violencia fascista en el estado español, lamentablemente no acaba con las últimas páginas del libro. Hoy continúan las agresiones y asesinatos por motivos homófobos, racistas, machistas, ideológicos, contra personas con pocos recursos… ¿Hemos avanzado o seguimos como en los años 90?

Hemos avanzado en la medida en que no existen grupos organizados violentos con la capacidad e impunidad que tenían en los años 90. Esto en gran parte se paró gracias a los antifascistas, que se pusieron en la calle y dijeron: “Hasta aquí”. Pusieron el cuerpo y se jugaron la vida, la integridad, la libertad. Por otro lado, esa violencia continúa estando y estamos peor en la medida en la que esa ideología se ha normalizado. La ideología que nutría a los grupos nazis que mataban, hoy día, está en las instituciones. Esos discursos se han aceptado. Se han disfrazado, ya no son tan bestias, ya no te reivindican las cámaras de gas en el parlamento, pero el mensaje es el mismo: que hay ciudadanos de primera y de segunda, que hay colectivos que no tienen derecho a tener derechos. Eso no es un avance, es un retroceso. Pero el trabajo que han hecho colectivos antifascistas y otros que han trabajado en ámbitos como la educación o la cultura, han creado un sentido común de que ese odio no tiene que ser normalizado ni respetable. Esa es precisamente la batalla que lleva la ultraderecha: normalizarlo, algo que apela a más gente que antes. Hoy una mujer se siente apelada cuando la ultraderecha niega la violencia machista.

-¿Fue el antifascismo un movimiento que modernizó la sociedad y aceleró otras luchas, como la feminista?

El antifascismo formaba parte de todo un corpus ideológico transformador de la izquierda que asumía una cultura alternativa, el medio ambiente, valores y derechos fundamentales, y una posición de autodefensa frente a aquellos que querían dar pasos atrás en temas de derechos y libertades. Aquí entra el feminismo, colectivos LGTBI, derecho a la diversidad cultural, derecho de las personas migrantes, etc. El antifascismo es un punto de confluencia de muchas luchas. Se sienten apelados ecologistas, insumisos, okupas, sindicalistas, gente de toda la izquierda, trabajadores y trabajadores que ven cómo la extrema derecha se pone al lado de la patronal… El antifascismo reúne a gente muy diversa y es un punto de conexión.

La violencia fascista continúa estando y estamos peor en la medida en la que esa ideología se ha normalizado

-Un debate que queda patente en el libro es el uso de la violencia como herramienta de autodefensa de los antifascistas, que también incluye ir a por los nazis para que tuvieran miedo y evitar futuras agresiones. ¿Fue efectivo o, en cambio, contribuyó a fortalecer el relato de determinados medios respecto a que eran peleas entre bandas?

La violencia como herramienta siempre tiene que ser el último recurso. No se puede decir “sí o no”. Depende mucho del contexto, del momento y de la situación. ¿La violencia ha ayudado a frenar la violencia de la extrema derecha? Sin ninguna duda, y en el libro se ven ejemplos. ¿La violencia tiene que ser la única manera de combatir el fascismo? Obviamente no, porque puedes combatir un ataque de la extrema derecha con violencia desde una posición de autodefensa, es legítimo, pero no puedes vencer a un partido que tiene 52 diputados a base de violencia. Necesitas muchas más complicidades, muchas más estrategias y, sobre todo, ser consciente de los riesgos que corres con determinadas estrategias. La violencia ha estado presente en muchos ámbitos de la política a lo largo de la historia, quien tiene el monopolio de la violencia es el estado y la utiliza conforme considera. Muchas veces la violencia se ha utilizado desde los movimientos sociales sin haberla buscado y la violencia ha sido efectiva en algunos momentos. También hay muchos tipos de violencias: una agresión física o tener un grupo de fanáticos a las puertas de una clínica abortista acosando a las mujeres, aunque no les peguen, o presentarte con un autobús en la puerta de una escuela diciendo que los niños transexuales son unos bichos raros. Tendríamos que debatir sobre qué es violencia. Y sería muy atrevido juzgar desde la distancia física y temporal las decisiones que se tomaron en algún momento y situación determinada. Posiblemente hay cosas que se podía haber hecho de otras maneras, pero yo no soy nadie para juzgar y lo único que hago es retratar lo que ha pasado. El lector es el que tiene que decidir si algunas decisiones estuvieron bien o mal o tuvieron efecto o no. Yo relato unos hechos, las conclusiones son cosa del lector.Lee también

-También es importante poner el contexto en el que se adoptaron ciertas estrategias y con qué recursos. El antifascismo tenía en contra a jueces, políticos, medios de comunicación…

Totalmente. No solo tenían en contra la violencia de la extrema derecha, también la violencia del estado. ¿Cómo combates cuando matan a Guillem Agulló y llaman por teléfono todas las semanas a la familia para amenazarla de muerte? ¿O cuando estás en tus lugares de ocio, en el Carme o en el Kasal, y vienen todas las noches a buscarte? ¿Cómo actúas? ¿Yendo a la policía a denunciar, cuando sabes que pasa de ti, y es más, va a por ti? ¿Qué haces? Cada uno que saque sus conclusiones.

¿Cómo combates cuando matan a Guillem Agulló y llaman por teléfono todas las semanas a la familia para amenazarla de muerte?

-Cuando presentó el libro en la librería La Repartidora en València, dijo que uno de los puntos fuertes del antifascismo era que la gente pensaba diferente, pero tenían claro quién iba a por ti. ¿Hoy también está claro?

Yo creo que sí. La extrema derecha es tan ambiciosa en su batalla por revertir derechos y libertades y apunta a tantos colectivos (mujeres, personas migrantes, colectivo LGTBI y la izquierda), que creo que esa conciencia ha crecido. Al mismo tiempo, es cierto que gente que no se había dado cuenta de quién era esta gente y qué pretendía, le ha visto la careta y el peligro que tienen cuando comienzan a quitar políticas inclusivas. La gente se asusta, va tomando partido y apela a más gente. Pero mucha gente acaba de llegar a esta lucha porque no lo sufría hasta ahora. Ahora que sí que lo sufre falta mucha pedagogía para que se entienda que todo el mundo puede hacer algo: un profesor, un periodista, un sindicato, un colectivo de ganaderos o agricultores… Toda la sociedad se tiene que sentir interpelada. Hay que conocer las estrategias de la extrema derecha y conocerla para combatirla y neutralizarla. Si caemos en la caricatura, de que son cuatro locos o cuatro cuñados, estamos perdiendo porque esta gente va en serio y es muy lista, saben cómo seducir a una parte de la población.

-Ya que apela a la responsabilidad de toda la sociedad y ambos somos periodistas, voy a abrir el eterno debate: ¿Qué debemos hacer los medios de comunicación ahora que tenemos a la ultraderecha destapada en las instituciones? ¿Debemos hablar de lo que hacen o es preferible no darles publicidad?

Este debate ha existido siempre. No se trata de si hablar o no hablar de la extrema derecha. Claro que se tiene que hablar, yo hablo constantemente de la extrema derecha. El tema es cuándo se habla, de qué se habla y cómo se habla. Los periodistas no podemos huir de un fenómeno que existe, que influye en la sociedad, que es noticia constantemente y que tiene capacidad de incidir en las políticas públicas. El problema es cuando es la extrema derecha la que impone los temas, los marcos y provoca la noticia y los periodistas, debido muchas veces al desconocimiento, a las rutinas o a la propia precariedad del gremio de no poder ir más allá en la noticia por falta de tiempo o recursos, no sabemos cómo abordarlo. Ahora bien, no hace falta que la extrema derecha sea protagonista de la noticia: si en tu medio te pasas el día hablando de los okupas, de los menas, de la oleada de inmigrantes, de los musulmanes, de los catalanes que se quieren independizar o de que la ETA todavía está por ahí… le estás regalando el discurso a la extrema derecha, estás siendo su altavoz. Al periodismo se le exige una reflexión en cómo trata a la extrema derecha como sujeto y en cómo trata determinados temas donde se sienten fuertes. Una de las victorias de la extrema derecha es haber podido instaurar sus marcos en los principales medios de comunicación, sin obviar que los medios son empresas que necesitan visitas y audiencia y que la extrema derecha sabe espectacularizar mucho la política.

Si caemos en la caricatura, de que son cuatro locos o cuatro cuñados, estamos perdiendo porque esta gente va en serio y es muy lista

-¿Cómo cree que estamos tratando los medios de comunicación el caso de Mónica Oltra, teniendo en cuenta que la defensa de la que era menor la ejerce el líder de España 2000, José Luis Roberto?

A mí me ha parecido una campaña muy cruel. No conozco todos los detalles de su gestión en esta materia, eso se tendrá que evaluar a nivel técnico. Pero no hay que olvidar que aquí se está instrumentalizando un caso absolutamente repugnante para defenestrar a una persona por su posición política y por sus ideas. Además, quien está dinamizando toda la campaña contra Mónica Oltra es la extrema derecha y es algo que los medios de comunicación no han explicado. Que quien haga bandera de la defensa de una víctima sea quien niega la violencia machista, quien se alía con los que la niegan o banalizan los derechos de las mujeres, es repugnante. Y aleja la idea de que se cuida el bienestar de la víctima. Su bienestar, e incluso intimidad, está subordinada y manipulada por gente que menosprecia constantemente a las víctimas de la violencia machista. Estoy convencido de que los medios tienen otros argumentos para criticar la gestión de Oltra, me parece que han elegido lo más sucio y asqueroso. Quien está moviendo todo esto e instrumentalizando a la víctima es la extrema derecha en connivencia con la oposición.

-Hablamos de que la ultraderecha ha entrado en las instituciones, pero el Partido Popular viene de Alianza Popular, y este lo formaron destacados miembros del franquismo. Vox prácticamente es una escisión del PP y personajes como Santiago Abascal siempre han estado en las instituciones. Si todo viene del mismo sitio, ¿qué ha cambiado realmente?

El PP durante muchos años había sido la casa común de todas las derechas y había reunido a gran parte de la extrema derecha española. Hacía de dique de contención de una opción más a la derecha por varios factores: primero, es una apuesta de la derecha española después del franquismo de reunir a todo el espectro de derechas dentro del PP y lo consigue; y, por otro lado, porque la alternativa que había a la derecha del PP era muy cutre, los líderes eran lamentables, ridículos e inútiles. Ha tenido que ser una escisión interna del PP del ala neocon la que capitalice todo ese voto que existía, pero que votaba al PP porque no se fiaba de los otros. Esto pasa porque el PP se quema mucho con la corrupción y porque lo de la “derechita cobarde” comienza hace 15 años, no ahora, cuando el votante del PP muy conservador se da cuenta de que cuando llegan al poder no revierten las leyes del PSOE del aborto, matrimonio igualitario o memoria histórica y llega el proceso de paz en Euskadi, el tema de Catalunya… Hay un sector de la extrema derecha en el PP que critica que cuando gobiernan, no hacen nada, y llega Vox y dice: “Nosotros sí que lo haremos”. Por eso Vox utiliza la batalla cultural para hacer campaña: vamos a por el feminismo, a por los chiringuitos LGTBI, a por los independentistas, a por los etarras…

El PP hacía de dique de contención de una opción más a la derecha

-¿Es una buena noticia la victoria de Macron en Francia?

Es una buena noticia que Le Pen no llegue a las instituciones. Pero Le Pen hace mucho tiempo que ha ganado. El eje político se ha desplazado a la derecha desde hace muchos años. Las propuestas socialdemócratas de hoy día son tildadas de comunistas. La socialdemocracia de hoy en día -y no hablo del PSOE (que cada día es menos socialdemócrata), sino de la izquierda-, está intentando salvar lo poco que queda: servicios públicos y derechos y libertades. La retórica se ha trufado tanto del lenguaje propio de la ultraderecha que defender posturas socialdemócratas hoy en casi la dictadura del proletariado, te lo pintan como si fuera revolucionario. La virtud de la extrema derecha es que ha conseguido que no solo la derecha asuma parte de su lenguaje, políticas y condiciones, sino la socialdemocracia y las izquierdas europeas, que no cambian políticas migratorias o políticas neoliberales como privatizaciones. Son políticas que demuestran que el eje está totalmente desplazado a la derecha. Y no olvidemos que, en el caso francés, Macron utiliza muchos de los recursos de la extrema derecha: la islamofobia, el racismo y ataques a la izquierda. El sistema, la socialdemocracia y los conservadores, necesitan que exista la extrema derecha para legitimarse.

Es una buena noticia que Le Pen no llegue a las instituciones. Pero Le Pen hace mucho tiempo que ha ganado

-¿El PP debería hacer cordón sanitario a Vox y no dejarle entrar en gobiernos como en Castilla y León?

Tendría que hacerlo, pero no lo va a hacer, pedir eso es una quimera porque la extrema derecha ha sido aceptada. Es más, me atrevo a decir que una parte del PSOE ve con buenos ojos la fragmentación de la derecha, aunque siga a costa de la presencia de la extrema derecha. Le quitas a su principal competidor, lo contamina, lo radicaliza, y cree que eso le beneficia a nivel electoral. Puedes no sufrir eso en el Congreso de los Diputados y una oposición más fragmentada, pero tiene una traducción muy negativa en la calle, quien lo sufre es la gente, los colectivos que sufren esas políticas. Por tanto, me resultan muy perversas esas lecturas electoralistas de la presencia de la extrema derecha. Esto no va del cordón sanitario del PP o de que el PSOE haga discursos brillantes contra Vox; esto va de que hagas políticas que neutralicen la extrema derecha cuando gobiernas.

-¿Por ejemplo?

No puede ser que, ante una situación de crisis de precios disparados, criminalices a los que protestan, aunque estén manipulados en algún momento por la extrema derecha. Soluciona el problema de la luz, métele mano a las eléctricas. Neutraliza a la extrema derecha ahí, no diciéndoles: “Son fachas”. Al político se le exige no solo que haga discursos brillantes, sino políticas que neutralicen las brechas por las que está entrando la extrema derecha.

-El año que viene tendremos elecciones autonómicas y municipales. Quizás uno de los discursos de la izquierda para atraer el voto sea apelar al miedo de que viene la ultraderecha, como hemos visto anteriormente. Pero llevan dos legislaturas gobernando. ¿No da la sensación de que la izquierda, cuando gobierna, lo hace mirando a la derecha? ¿No sería mejor para mantener su electorado que la izquierda hiciera políticas de izquierdas?

Absolutamente. El pecado de la izquierda es que cuando gobierna no es valiente. ¿Qué hace todavía vigente la Ley Mordaza? ¿Somos conscientes de que cuando llegue la derecha al poder la Ley Mordaza se multiplicará por mil? Primero, la izquierda incumple sus promesas. Segundo, le allanan el camino a la extrema derecha. “Que viene la derecha” es un cuento. Sí, vendrá y será peor, será un problema. Pero lleváis años gobernando, haced políticas valientes, no me digáis ahora que viene el coco. Se nota en todos los niveles y también aquí, en el País Valencià: la izquierda le tiene miedo a la derecha, y el miedo es el mejor aliado de la derecha para gobernar y para someter a la izquierda. La derecha no tiene escrúpulos cuando gobierna, va a hechos consumados; la izquierda va siempre con miedo a gobernar y con miedo de enfadar al adversario. Esa cobardía la pagamos todos, porque confías en un representante público para que transforme la sociedad; si no transforma, pierdes gran parte del apoyo y estás dejando espacio para que la extrema derecha se presente como la que va a solucionar lo que tú no has solucionado, aunque sea mentira, porque luego no solucionan los problemas de la gente.

El pecado de la izquierda es que cuando gobierna no es valiente

-El juicio por las agresiones del 9 d’Octubre de 2017 podría ser la primera gran condena contra la ultraderecha en València. ¿Cómo lo ve? ¿Tiene esperanzas?

En el caso del 9 d’Octubre la instrucción se ha hecho bien, como en la Operación Panzer. El problema es el juez a quien le toca juzgarlo. En el caso del 9-O, gran parte de las personas que han sido imputadas lo son porque las víctimas le pusieron nombre y apellidos, no porque la policía las hubiera identificado. La sentencia debería ser ejemplar y debería saldar cuentas con la sociedad valenciana por una violencia extrema que hemos sufrido absolutamente impune durante décadas. Pero no tenemos mucha confianza en la justicia por experiencia, la historia nos ha pegado demasiados palos. Sería un hito histórico, pero creo que la mayor victoria del 9 d’Octubre no será en los juzgados, sino que ya se ha dado en las calles: al mes siguiente de las agresiones 10.000 personas salieron a la calle y desde ese año, todos los 9-O se han convertido en una cita antifascista que saca a 15.000 personas a la calle. Esa es la verdadera victoria del 9-O de 2017, reciclar un drama y transformarlo en un empujón. Es gracias a las nuevas generaciones de antifascistas, que no ha sufrido lo de los años 90, pero tienen muy claro que no quieren pasar por ello, y por la idiosincrasia propia del País Valencià, que ha sufrido una violencia de extrema derecha tan constante, tan impune y tan a discreción, que ha atacado a tanta gente diversa, que ese sentimiento antifascista es muy potente. Me atrevo a decir que el País Valencià es hoy uno de los referentes del antifascismo porque ha sido capaz no solo de sobrevivir, sino de darle la vuelta al tablero. Hoy València es una ciudad más amable gracias a la firmeza y la contundencia con la que mucha gente ha decidido que el fascismo no podía continuar disfrutando de la impunidad y normalidad.

-Entonces, ¿nos hemos quitado de encima el tópico de la “València facha”? Si es que ha sido cierto en algún momento…

Piensa que hemos tenido 20 años de gobierno del PP. Haber vivido entre tanta adversidad y con tanta hostilidad también ayuda a crear una cultura de la resistencia. Has sobrevivido y te has crecido. Y mucha de la gente que está ahora en las instituciones también ha estado abajo y lo ha sufrido. Hay un cambio generacional y cultural. Esa cultura de la resistencia, la perseverancia, la resiliencia, una actitud de resistir y construir te hace muy fuerte, como pasa también en Palestina y en otros contextos. La resistencia tiene ese plus al vivir y sobrevivir en la incomodidad constante: cuando se supera esa situación, está muy fuerte porque ya ha vivido lo peor. El estigma viene de que la gente solo ha visto a Rita Barberá o a los nazis, pero no ha visto lo que había abajo, que era muy potente y hoy se está demostrando. València ahora puede presumir de tener movimientos sociales potentes y una cultura de resistencia muy potente. El País Valencià ha dado una lección.

Ver artículo original