Miquel Ramos (Valencia, 1979) no había cumplido aún 14 años cuando su profesor entró un día a clase y les contó que un grupo de neonazis había matado a Guillem Agulló, de 18 años, en presencia de una exalumna del colegio.
Miquel conocía a Guillem de vista, tenían amigos en común, y algo hizo clic en él aquel día. El joven empezó a recopilar recortes de periódico sobre el caso, para después ir ampliando su búsqueda a cualquier agresión perpetrada por la extrema derecha, y fueron muchas. Lo que comenzó siendo una incisiva curiosidad se convirtió, con los años, en un periodismo comprometido y en una labor de investigación y divulgación sobre los movimientos de extrema derecha y de odio.
Ahora Miquel Ramos publica Antifascistas: así se combatió a la extrema derecha española desde los años 90 (Capitán Swing), un prolijo ensayo donde da cuenta de la ofensiva fascista en España durante las últimas décadas y, sobre todo, de la contraofensiva que se llevó –se lleva– a cabo desde el antifascismo.
Explica Miquel Ramos en su entrevista con El HuffPost que “el antifascismo no es una manifestación de personas encapuchadas”, sino un compromiso de lucha contra “las extremas derechas” desde “diferentes frentes y diferentes maneras”. Esa llamada es la que quiere hacer con su libro.
“La extrema derecha utiliza la pantalla de la batalla cultural para esconder que son partidos neoliberales que no piensan tocar un solo privilegio de las élites”
El periodista reconoce que la extrema derecha ha cambiado mucho en estos últimos años, ya no sólo por gozar de representación parlamentaria en la actualidad, sino por haber “revertido lo que considerábamos el consenso mínimo democrático”. “Es la infección del sentido común, lo que llaman la batalla cultural, que básicamente consiste en cuestionar los derechos de determinados colectivos: mujeres, comunidad LGTBI, migrantes”, señala. Esto se puede combatir desde diferentes lados. Pero, sobre todo, aquí las instituciones tienen un papel, sostiene Ramos: “Deben dejar de considerar como opiniones respetables aquellas propuestas que van encaminadas a socavar derechos, porque no son una opción democrática más”.
Miquel Ramos defiende, además, que “deben hacerse políticas valientes que frenen ese caldo de cultivo social que hace posible el éxito de las propuestas de extrema derecha, como son la situación de precariedad o los desahucios”. “Estos son temas de los que la extrema derecha no va a hablar”, apunta el periodista. “Utilizan la pantalla de la batalla cultural para esconder que son partidos dentro del sistema, que son neoliberales y que no piensan tocar un solo privilegio de las élites”, asegura.PUBLICIDAD
Esa “infección del sentido común” que comentas ya la han logrado, de algún modo. Personas que hace unos años no se decían de extrema derecha, o ni siquiera de derechas, hoy repiten los mismos mantras que ellos.
Sin ninguna duda. Este es el verdadero éxito de la extrema derecha, más allá del número de diputados que tengan. El verdadero éxito es que hoy sean considerados aceptables determinados discursos racistas, machistas, homófobos y revisionistas, incluso negando las atrocidades del franquismo y apelando a instintos muy primarios, que es una de las bases del fascismo. Evidentemente, no estamos en los años 30, pero hay una tradición ideológica que viene de ahí. Es la idea adaptada al contexto.
“¿Por qué un obrero vota a la extrema derecha? Porque se le apela a otra identidad, de hombre, blanco, heterosexual, español”
Comentas en una entrevista que la mayoría de los votantes de Vox probablemente ni siquiera sean de extrema derecha. ¿La izquierda ha cometido de algún modo el error de meter a todos en el mismo saco?
No se puede eximir al votante de extrema derecha de su responsabilidad en haber normalizado una opción de extrema derecha. Creo que hoy la gente tiene la suficiente información como para saber lo que representa y lo que es la extrema derecha. Otra cosa es que se busquen excusas para no encajar que se está votando lo que se está votando.
Otra cosa es que ese votante haya estado motivado por la apelación que hace la extrema derecha a diversas identidades. Si no, no se explicaría que alguien de clase trabajadora vote a un partido extremadamente neoliberal que va en contra de sus intereses de clase. ¿Por qué un obrero vota a la extrema derecha? Porque se le apela a otra identidad, de hombre, blanco, heterosexual, español. Esas teclas que toca la extrema derecha son las que provocan que mucha gente se sienta interpelada más allá de sus intereses de clase, por decirlo así.
Creo que el mayor pecado de la izquierda no es responsabilizar a los votantes de extrema derecha, porque obviamente tienen responsabilidad, sino considerar que la extrema derecha es tonta o iletrada. Todo lo contrario: la extrema derecha es muy inteligente, esto lo lleva preparando desde hace muchos años y sabe perfectamente lo que hace. Está muy bien instruida, tiene unos pilares ideológicos muy claros y una retórica muy elaborada. Por eso convencen a tanta gente; porque no son ignorantes, no son cuatro cuñaos.
“La extrema derecha convence a tanta gente porque no son ignorantes, no son cuatro cuñaos”
Entonces, ¿es “la extrema derecha que viste de ejecutivo” a la que deberíamos temer, como decía hace unos años un relator del Parlamento Europeo al que citas en tu libro?
Efectivamente. La caricatura de la extrema derecha ha sido un lastre que hemos arrastrado durante muchos años. En España se tenía la idea, por una parte, del franquista nostálgico y, por otra parte, de los skinheads. Pero existía una extrema derecha mucho más allá, que se vestía de ejecutivo, que estaba en las universidades y que estaba tomando notas y preparando el terreno. En Europa ya había pasado eso; en España empieza a pasar hace una década más o menos. España sigue la estela de otros países donde la extrema derecha ha entendido que desfilar con emblemas de las SS o escudos franquistas ya no vende mucho, no es buen marketing. Lo que hacen es renovar su discurso para intentar meterse en la democracia y, desde ahí, cuestionar los fundamentos de la propia democracia, que son los derechos humanos.
“Existía una extrema derecha, más allá de los nostálgicos y los skins, que se vestía de ejecutivo, que estaba en las universidades tomando notas y preparando el terreno”
El año pasado, Alemania –con Merkel aún al frente– señaló a la ultraderecha como principal amenaza para la seguridad del país. ¿En qué punto estaría España, si nos comparamos con el caso alemán?
Las cifras sobre la violencia y el terrorismo de la extrema derecha en varios países hablan por sí solas. Las agencias de investigación de países como Reino Unido, Estados Unidos o Alemania llevan años alertando de que el terrorismo de extrema derecha está superando en actividad y en víctimas a otro tipo de violencia interna, incluido el terrorismo yihadista. Es obvio que los expertos en estas materias alerten sobre el peligro de estos grupos.
En el libro cuento cómo han sido las operaciones policiales más importantes que ha habido en España contra grupos nazis. Que el lector interprete cómo se han resuelto. Hay casos que son absolutamente escandalosos. Estos días están juzgando a un señor francotirador que quería asesinar al presidente del Gobierno [condenado el pasado martes a siete años y medio de prisión], el ministro del Interior y el anterior vicepresidente del Gobierno recibieron sobres con balas, el vicepresidente tuvo a una horda de fascistas a las puertas de su casa durante meses acosando a su familia, se han desarticulado bandas nazis con armas. Claro que hay grupos de nazis activos y con intención de ejercer violencia. Por suerte, se están desactivando, pero luego, cuando llegan a juicio, o incluso a nivel mediático, no se les da la importancia que tienen. Hasta que un día tengamos un susto, y entonces nos preguntaremos qué hemos hecho mal. Alumnos llevamos mucho tiempo diciendo que están ahí, que están preparados y que cualquier día puede pasar una desgracia.
“Hay grupos de nazis activos y con intención de ejercer violencia. Un día tendremos un susto, y entonces nos preguntaremos qué hemos hecho mal”
¿España tiene un problema con la penetración de la extrema derecha en sus órganos, y ya no hablo del Congreso, sino de la policía, los jueces, etcétera?
Siempre lo ha tenido, en el libro doy cuenta, desde las bandas parapoliciales y el terrirosmo de Estado de principios de los 80 y 90 hasta la tranquilidad con la que ahora mucha gente de estas instituciones exhibe sin ningún pudor sus simpatías por ideologías antidemocráticas, como hemos visto en los chats de los militares, policías desayunando en bares plagados de simbología fascista, militares reivindicando la figura de Franco… Y no existe ninguna sanción. No hay ningún tipo de interés por parte del poder político, mande quien mande, en atajar esto.
Hoy [6 de abril], en Alemania, se ha desmantelado un grupo neonazi y hay un suboficial de las fuerzas armadas detenido. Claro que existen elementos reaccionarios dentro de estos cuerpos. El problema es que existe una absoluta impunidad para estas personas y existe un enorme temor, por parte de los demócratas dentro de estos cuerpos, a denunciarlo. Los que se esconden son quienes denuncian esto, no los que hacen apología. Evidentemente, tenemos un problema.
Con el caso de la guerra de Ucrania y la figura de Vladimir Putin hemos visto cómo la extrema derecha acomoda sin pudor su discurso según las circunstancias y, por lo que cuentas, es un patrón habitual. ¿A sus votantes esto les chirría, o les vale todo?
Para la extrema derecha vale todo. Pueden decir hoy blanco y mañana negro, pero no pasa nada, porque basan gran parte de su estrategia en la confusión y en la mentira. Y esto tampoco se sanciona luego. ¿Cuántos bulos ha lanzado la extrema derecha que han sido desmentidos y se han seguido repitiendo? Lo hace gente que incluso sabe que es mentira, pero como refuerzan un marco que les interesa, lo repiten hasta la saciedad. Aquí ya no es sólo la extrema derecha: son los medios de comunicación, determinados políticos que también compran esos marcos, etcétera. Recuerdo hace unos años a Pablo Casado diciendo que los inmigrantes se debían adaptar a las costumbres españolas. Escucha, los inmigrantes se deben adaptar a las leyes; en ningún sitio está puesto que deban comer paella los domingos. Los inmigrantes deben cumplir la ley; si luego quieren comer cuscús o ir a la mezquita en vez de a la iglesia, es su decisión.
“Muchos de los que escribimos sobre estos temas nos sentimos absolutamente desamparados, incluso por parte del propio gremio”
Hace unos años firmabas con seudónimo. Ahora no. ¿Qué ha cambiado?
Varias cosas. Ha sido una decisión personal de dar la cara. Por el ambiente hostil que vivía en mi ciudad, Valencia, he sido objeto de amenazas, de señalamientos, y creo que una manera de protegerme también es dando la cara. No soy el único periodista que ha escrito sobre estos temas. Pero muchos de nosotros nos sentimos desamparados, absolutamente. A veces incluso sentimos falta de complicidad entre personas del propio gremio. Creen que porque informamos sobre estos temas dejamos de ser periodistas y pasamos a ser activistas, de una manera despectiva. No es fácil informar sobre estos temas. Quienes tomamos la decisión de poner la cara también lo hacemos por compromiso con la gente anónima, que en muchos casos está poniendo el cuerpo, se la está jugando.
¿El ambiente sigue siendo igual de hostil?
Sigue igual. Las amenazas las recibí hace años y las sigo recibiendo ahora. Lo único es que aprendes a gestionar esas situaciones o ese miedo. Sería una victoria para ellos que nos echáramos para atrás.
Miquel Ramos (Valencia, 1979) no había cumplido aún 14 años cuando su profesor entró un día a clase y les contó que un grupo de neonazis había matado a Guillem Agulló, de 18 años, en presencia de una exalumna del colegio.
Miquel conocía a Guillem de vista, tenían amigos en común, y algo hizo clic en él aquel día. El joven empezó a recopilar recortes de periódico sobre el caso, para después ir ampliando su búsqueda a cualquier agresión perpetrada por la extrema derecha, y fueron muchas. Lo que comenzó siendo una incisiva curiosidad se convirtió, con los años, en un periodismo comprometido y en una labor de investigación y divulgación sobre los movimientos de extrema derecha y de odio.
Ahora Miquel Ramos publica Antifascistas: así se combatió a la extrema derecha española desde los años 90 (Capitán Swing), un prolijo ensayo donde da cuenta de la ofensiva fascista en España durante las últimas décadas y, sobre todo, de la contraofensiva que se llevó –se lleva– a cabo desde el antifascismo.
Explica Miquel Ramos en su entrevista con El HuffPost que “el antifascismo no es una manifestación de personas encapuchadas”, sino un compromiso de lucha contra “las extremas derechas” desde “diferentes frentes y diferentes maneras”. Esa llamada es la que quiere hacer con su libro.
“La extrema derecha utiliza la pantalla de la batalla cultural para esconder que son partidos neoliberales que no piensan tocar un solo privilegio de las élites”
El periodista reconoce que la extrema derecha ha cambiado mucho en estos últimos años, ya no sólo por gozar de representación parlamentaria en la actualidad, sino por haber “revertido lo que considerábamos el consenso mínimo democrático”. “Es la infección del sentido común, lo que llaman la batalla cultural, que básicamente consiste en cuestionar los derechos de determinados colectivos: mujeres, comunidad LGTBI, migrantes”, señala. Esto se puede combatir desde diferentes lados. Pero, sobre todo, aquí las instituciones tienen un papel, sostiene Ramos: “Deben dejar de considerar como opiniones respetables aquellas propuestas que van encaminadas a socavar derechos, porque no son una opción democrática más”.
Miquel Ramos defiende, además, que “deben hacerse políticas valientes que frenen ese caldo de cultivo social que hace posible el éxito de las propuestas de extrema derecha, como son la situación de precariedad o los desahucios”. “Estos son temas de los que la extrema derecha no va a hablar”, apunta el periodista. “Utilizan la pantalla de la batalla cultural para esconder que son partidos dentro del sistema, que son neoliberales y que no piensan tocar un solo privilegio de las élites”, asegura.PUBLICIDAD
Esa “infección del sentido común” que comentas ya la han logrado, de algún modo. Personas que hace unos años no se decían de extrema derecha, o ni siquiera de derechas, hoy repiten los mismos mantras que ellos.
Sin ninguna duda. Este es el verdadero éxito de la extrema derecha, más allá del número de diputados que tengan. El verdadero éxito es que hoy sean considerados aceptables determinados discursos racistas, machistas, homófobos y revisionistas, incluso negando las atrocidades del franquismo y apelando a instintos muy primarios, que es una de las bases del fascismo. Evidentemente, no estamos en los años 30, pero hay una tradición ideológica que viene de ahí. Es la idea adaptada al contexto.
“¿Por qué un obrero vota a la extrema derecha? Porque se le apela a otra identidad, de hombre, blanco, heterosexual, español”
Comentas en una entrevista que la mayoría de los votantes de Vox probablemente ni siquiera sean de extrema derecha. ¿La izquierda ha cometido de algún modo el error de meter a todos en el mismo saco?
No se puede eximir al votante de extrema derecha de su responsabilidad en haber normalizado una opción de extrema derecha. Creo que hoy la gente tiene la suficiente información como para saber lo que representa y lo que es la extrema derecha. Otra cosa es que se busquen excusas para no encajar que se está votando lo que se está votando.
Otra cosa es que ese votante haya estado motivado por la apelación que hace la extrema derecha a diversas identidades. Si no, no se explicaría que alguien de clase trabajadora vote a un partido extremadamente neoliberal que va en contra de sus intereses de clase. ¿Por qué un obrero vota a la extrema derecha? Porque se le apela a otra identidad, de hombre, blanco, heterosexual, español. Esas teclas que toca la extrema derecha son las que provocan que mucha gente se sienta interpelada más allá de sus intereses de clase, por decirlo así.
Creo que el mayor pecado de la izquierda no es responsabilizar a los votantes de extrema derecha, porque obviamente tienen responsabilidad, sino considerar que la extrema derecha es tonta o iletrada. Todo lo contrario: la extrema derecha es muy inteligente, esto lo lleva preparando desde hace muchos años y sabe perfectamente lo que hace. Está muy bien instruida, tiene unos pilares ideológicos muy claros y una retórica muy elaborada. Por eso convencen a tanta gente; porque no son ignorantes, no son cuatro cuñaos.
“La extrema derecha convence a tanta gente porque no son ignorantes, no son cuatro cuñaos”
Entonces, ¿es “la extrema derecha que viste de ejecutivo” a la que deberíamos temer, como decía hace unos años un relator del Parlamento Europeo al que citas en tu libro?
Efectivamente. La caricatura de la extrema derecha ha sido un lastre que hemos arrastrado durante muchos años. En España se tenía la idea, por una parte, del franquista nostálgico y, por otra parte, de los skinheads. Pero existía una extrema derecha mucho más allá, que se vestía de ejecutivo, que estaba en las universidades y que estaba tomando notas y preparando el terreno. En Europa ya había pasado eso; en España empieza a pasar hace una década más o menos. España sigue la estela de otros países donde la extrema derecha ha entendido que desfilar con emblemas de las SS o escudos franquistas ya no vende mucho, no es buen marketing. Lo que hacen es renovar su discurso para intentar meterse en la democracia y, desde ahí, cuestionar los fundamentos de la propia democracia, que son los derechos humanos.
“Existía una extrema derecha, más allá de los nostálgicos y los skins, que se vestía de ejecutivo, que estaba en las universidades tomando notas y preparando el terreno”
El año pasado, Alemania –con Merkel aún al frente– señaló a la ultraderecha como principal amenaza para la seguridad del país. ¿En qué punto estaría España, si nos comparamos con el caso alemán?
Las cifras sobre la violencia y el terrorismo de la extrema derecha en varios países hablan por sí solas. Las agencias de investigación de países como Reino Unido, Estados Unidos o Alemania llevan años alertando de que el terrorismo de extrema derecha está superando en actividad y en víctimas a otro tipo de violencia interna, incluido el terrorismo yihadista. Es obvio que los expertos en estas materias alerten sobre el peligro de estos grupos.
En el libro cuento cómo han sido las operaciones policiales más importantes que ha habido en España contra grupos nazis. Que el lector interprete cómo se han resuelto. Hay casos que son absolutamente escandalosos. Estos días están juzgando a un señor francotirador que quería asesinar al presidente del Gobierno [condenado el pasado martes a siete años y medio de prisión], el ministro del Interior y el anterior vicepresidente del Gobierno recibieron sobres con balas, el vicepresidente tuvo a una horda de fascistas a las puertas de su casa durante meses acosando a su familia, se han desarticulado bandas nazis con armas. Claro que hay grupos de nazis activos y con intención de ejercer violencia. Por suerte, se están desactivando, pero luego, cuando llegan a juicio, o incluso a nivel mediático, no se les da la importancia que tienen. Hasta que un día tengamos un susto, y entonces nos preguntaremos qué hemos hecho mal. Alumnos llevamos mucho tiempo diciendo que están ahí, que están preparados y que cualquier día puede pasar una desgracia.
“Hay grupos de nazis activos y con intención de ejercer violencia. Un día tendremos un susto, y entonces nos preguntaremos qué hemos hecho mal”
¿España tiene un problema con la penetración de la extrema derecha en sus órganos, y ya no hablo del Congreso, sino de la policía, los jueces, etcétera?
Siempre lo ha tenido, en el libro doy cuenta, desde las bandas parapoliciales y el terrirosmo de Estado de principios de los 80 y 90 hasta la tranquilidad con la que ahora mucha gente de estas instituciones exhibe sin ningún pudor sus simpatías por ideologías antidemocráticas, como hemos visto en los chats de los militares, policías desayunando en bares plagados de simbología fascista, militares reivindicando la figura de Franco… Y no existe ninguna sanción. No hay ningún tipo de interés por parte del poder político, mande quien mande, en atajar esto.
Hoy [6 de abril], en Alemania, se ha desmantelado un grupo neonazi y hay un suboficial de las fuerzas armadas detenido. Claro que existen elementos reaccionarios dentro de estos cuerpos. El problema es que existe una absoluta impunidad para estas personas y existe un enorme temor, por parte de los demócratas dentro de estos cuerpos, a denunciarlo. Los que se esconden son quienes denuncian esto, no los que hacen apología. Evidentemente, tenemos un problema.
Con el caso de la guerra de Ucrania y la figura de Vladimir Putin hemos visto cómo la extrema derecha acomoda sin pudor su discurso según las circunstancias y, por lo que cuentas, es un patrón habitual. ¿A sus votantes esto les chirría, o les vale todo?
Para la extrema derecha vale todo. Pueden decir hoy blanco y mañana negro, pero no pasa nada, porque basan gran parte de su estrategia en la confusión y en la mentira. Y esto tampoco se sanciona luego. ¿Cuántos bulos ha lanzado la extrema derecha que han sido desmentidos y se han seguido repitiendo? Lo hace gente que incluso sabe que es mentira, pero como refuerzan un marco que les interesa, lo repiten hasta la saciedad. Aquí ya no es sólo la extrema derecha: son los medios de comunicación, determinados políticos que también compran esos marcos, etcétera. Recuerdo hace unos años a Pablo Casado diciendo que los inmigrantes se debían adaptar a las costumbres españolas. Escucha, los inmigrantes se deben adaptar a las leyes; en ningún sitio está puesto que deban comer paella los domingos. Los inmigrantes deben cumplir la ley; si luego quieren comer cuscús o ir a la mezquita en vez de a la iglesia, es su decisión.
“Muchos de los que escribimos sobre estos temas nos sentimos absolutamente desamparados, incluso por parte del propio gremio”
Hace unos años firmabas con seudónimo. Ahora no. ¿Qué ha cambiado?
Varias cosas. Ha sido una decisión personal de dar la cara. Por el ambiente hostil que vivía en mi ciudad, Valencia, he sido objeto de amenazas, de señalamientos, y creo que una manera de protegerme también es dando la cara. No soy el único periodista que ha escrito sobre estos temas. Pero muchos de nosotros nos sentimos desamparados, absolutamente. A veces incluso sentimos falta de complicidad entre personas del propio gremio. Creen que porque informamos sobre estos temas dejamos de ser periodistas y pasamos a ser activistas, de una manera despectiva. No es fácil informar sobre estos temas. Quienes tomamos la decisión de poner la cara también lo hacemos por compromiso con la gente anónima, que en muchos casos está poniendo el cuerpo, se la está jugando.
¿El ambiente sigue siendo igual de hostil?
Sigue igual. Las amenazas las recibí hace años y las sigo recibiendo ahora. Lo único es que aprendes a gestionar esas situaciones o ese miedo. Sería una victoria para ellos que nos echáramos para atrás.
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