En la sociología de Los Ángeles del final del siglo XX hay un autor imprescindible, Mike Davis, que diseccionó el futuro de las grandes ciudades a través de los desastres de la gran urbe californiana en los libros Ciudad de cuarzo (1990) y Control urbano: la ecología del miedo (1998). En 2005, tras la gripe aviar, escribió un ensayo sobre el peligro de que uno de esos virus que pasan de animales a humanos provocara una pandemia catastrófica. Se llamaba El monstruo llama a la puerta y es una lectura visionaria en los tiempos de covid-19. Esta pandemia, la de verdad, requería una nueva versión. Ahora se reedita ampliado como Llega el monstruo (Capitán Swing). El historiador marxista analiza las condiciones que han hecho imposible pararlo y han potenciado sus efectos. Davis tiene 74 años. Contesta al teléfono desde su casa en San Diego, California, donde vive con su esposa mexicoamericana y dos hijos adolescentes. Desde que comenzó la pandemia, vive confinado en el garaje con su perro y bebiendo pintas de Guinness. “He tenido dos cánceres. Mi sistema inmune está prácticamente destruido. Básicamente, considero esto una sentencia de muerte. Veo muy pocas posibilidades de volver a tener una vida normal alguna vez”.
Pregunta. Usted predijo que vendría una pandemia de estas características. ¿Qué tiene esta que no se viera venir?
Respuesta. La pandemia sigue los trazos de lo que se esperaba y para lo que estábamos preparados en general. Muchos países tenían planes de respuesta. Estamos avisados desde hace generaciones. Quizá la mayor sorpresa es que este virus es muy distinto al SARS y al MERS. Aquellos son mucho más mortales. Pero el SARS solo se transmite cuando ya llevas un tiempo enfermo y con síntomas. En enero, el doctor Anthony Fauci (epidemiólogo de la Casa Blanca) aseguró que ninguna epidemia ha sido extendida por contagiadores asintomáticos. Esa era la opinión ortodoxa. Ahora vemos estudios que muestran hasta un 60% de infectados asintomáticos. Ese es un peligro que no se había predicho. Como ha dicho Fauci, es una tormenta perfecta. Es una enfermedad que está quizá diez veces más extendida de lo que creíamos. Como no daña a niños y jóvenes, el comportamiento imprudente está asegurado. Pero para otros es mortal, y además mortal de una manera espectacular. Aparte de los pulmones, ataca al corazón y los riñones y ahora estamos viendo también daño cerebral. Es un virus de pesadilla. Y hay posibilidades de que se convierta en endémico como la gripe.
P. En el libro argumenta que el sistema económico impide que haya incentivos para desarrollar vacunas. ¿Sigue siendo igual?
R. El propio equipo económico de Trump sacó un informe en otoño que decía que las grandes farmacéuticas no podrían responder a esto porque no invierten en I+D para nuevos antibióticos, antivirales o vacunas, y que requeriría miles de millones de subsidios del Gobierno. Por otra parte, tienes una miríada de empresas de biotecnología pequeñas que están aprovechando los avances en biodiseño y secuencia genética, pero les falta dinero. Al capital riesgo no le atraen estas compañías. Hubo un consorcio que incluía a un laboratorio hospitalario de Texas que hizo una vacuna candidata para el SARS, pero no lograron financiación para desarrollarla porque parecía que el SARS había desaparecido. Expertos en vacunas han señalado que, si hubiera una vacuna contra el SARS, sería una plataforma perfecta para desarrollar una vacuna contra el coronavirus, porque el SARS-CoV-2 (el virus de la covid-19) comparte alrededor del 80% de su genoma con el SARS. Podíamos haber adelantado meses.“Era predecible que el peso de la muerte iba a caer sobre inmigrantes y gente de color”
P. Pero ahora hay un poderoso incentivo capitalista para desarrollar una vacuna en un tiempo récord.
R. Sí, pero si sucede en un tiempo récord será por dos razones. Una, por la revolución en el diseño de vacunas. La otra, por una colaboración internacional sin precedentes entre investigadores. En un periodo en el que la economía parece estar desglobalizándose y en el que Estados Unidos está decidido a entrar en una nueva guerra fría con China, en el nivel científico existe una sola comunidad de investigación. Con todo lo malo que ha pasado en China, su Gobierno publicó el genoma del virus en enero. Esa comunidad de investigadores, no las farmacéuticas, es la que lidera. Y las grandes farmacéuticas se ponen a ello al recibir subsidios del mundo entero.
P. En su libro previó que, en cualquier escenario, la pandemia se cebaría con los pobres. Lo estamos viendo con los trabajadores esenciales en los países ricos. Son los que se la están jugando en primera línea.
R. Por supuesto. Trabajadores pobres, pertenecientes a minorías, y a los que, además, les afectan las condiciones en las que viven en este país. Millones de personas no tienen seguro médico, más los millones que lo han perdido al perder el empleo, así que en cierta forma era predecible que el peso de las enfermedades graves y la muerte iba a caer desproporcionadamente sobre inmigrantes y gente de color. Eso también es así en países europeos en los que los servicios mal pagados dependen del trabajo inmigrante. Los datos son iguales, particularmente en el Reino Unido. Pero en este país, los llamados trabajadores esenciales han sido completamente abandonados. Es como La decisión de Sophie. El trabajador esencial americano tiene que decidir si perder su casa, o pagar el alquiler pero poniendo en peligro a su familia, en casas donde conviven varias generaciones, algo común entre la población inmigrante. Hay millones de personas con este dilema y nadie les ha ofrecido una sola recomendación. Más aún, el Departamento de Trabajo ha rechazado emitir una regulación obligatoria sobre seguridad en el trabajo. Es literalmente negligencia criminal. Le quitas la responsabilidad al Gobierno federal y se la pones sobre los hombros a los trabajadores. ¿Voy al almacén hoy, para poder pagar las facturas? Y si voy ¿acabaré matando a la abuela? Esa es la clase de dilema al que se enfrenta la gente.
P. Hay una cosa que usted no podía predecir hace 15 años. Que todo esto ocurriría con Donald Trump como presidente.
R. Desde luego. Lo que hemos visto desde enero no es solo mala gestión. Desde el primer minuto en el poder, ha intentado reducir el gasto en salud pública. Hemos visto su cruzada para destruir Obamacare y echar a millones de personas de cualquier tipo de seguro médico. Ha desmantelado el equipo de expertos de pandemias dentro del Consejo de Seguridad Nacional. Era un dream team montado por Obama y los despidió en otoño, unos meses antes de que esto empezara. Quitó la financiación del programa USAID Predict, un equipo que trabajaba con el laboratorio de Wuhan en la detección temprana de virus antes de que saltan a humanos. Pero Donald Trump no es el problema. Es todo el Partido Republicano. Lo que no pude predecir y jamás podía esperar es cómo inmediatamente después de la elección iba a controlar el partido y a purgar a los conservadores tradicionales para convertirlo en la secta del 30% de la población. Y desde abril está minando la respuesta a la pandemia utilizando las redes del Tea Party para movilizar a los locos pidiendo la reapertura, o desacreditar la idea de llevar mascarillas. Trump se ha convertido por sí mismo en un vector de una enfermedad mortal.“Veo muy pocas posibilidades de volver a tener una vida normal alguna vez”
P. ¿Qué consecuencias económicas de la pandemia ve a largo plazo en ciudades como Los Ángeles, que usted ha estudiado tanto?
R. Muchas. Probablemente la más importante es el daño a los medios de vida de los trabajadores pobres en paro. Son las condiciones que produjeron los disturbios de 1992. La mayoría de los detenidos entonces no eran negros, eran inmigrantes mexicanos y salvadoreños. Fue por la recesión de aquel año y el hecho de que la gente no tenía ninguna red de seguridad. Esas condiciones se están reproduciendo ahora a una escala mucho mayor. Esto es peor que aquella recesión y que la de 2008 y aún no hemos visto todo su impacto. En el nivel micro, el de las familias, la gente no está recibiendo ninguna información sobre cómo enfrentarse a decisiones como la de enviar a los niños al colegio, cómo planificar para el futuro. Lo que nunca hay que olvidar del Sur de California es el enorme precio que la población migrante ha pagado para hacer realidad sus pequeños y modestos sueños. Y al quitarles eso, se va a ver la rabia y la desesperación. Vamos a ver un desencanto a nivel nacional que va a llegar a las calles.
Ver artículo original