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Memorias de un francotirador kurdo contra el Daesh: “La imagen del primer muerto aún la tengo fresca”

Por La Razón  ·  18.12.2022

Azad Cudi (nombre de guerra), que acabó con la vida de decenas de yihadistas, reconoce que “hay cosas que no puedo decir en voz alta y que me llevaré a la tumba”

Entre septiembre de 2014 y enero de 2015, se libró en la localidad de Kobani una batalla épica. Apenas 2.000 combatientes kurdos lograron plantar cara a más de 10.000 terroristas del Estado Islámico (EI) y detener su avance. Fue un enfrentamiento que algunos han comparado con el mítico cerco de Stalingradounos meses en los que hombres y mujeres de origen kurdo tuvieron que ir eliminando uno a uno a los yihadistas. Seis meses después, la presencia del Daesh en esa región de Rojava, en el norte de Siria, era nula. Aquella victoria, apoyada por la aviación aliada, supuso el principio del fin del califato de los barbudos.

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Azad Cudi (Irán, 1983) fue uno de los hacedores del triunfo de David contra Goliat. Con ese nombre de guerra acaba de publicar un libro, «Largo alcance. Mi vida como francotirador en la lucha contra el Estado Islámico» (Capitán Swing). Refugiado en un país europeo y bajo la condición de no mostrar su rostro, habló con LA RAZÓN sobre una experiencia que le transformó por completo.

-¿Recuerda cómo fue la primera vez que fue consciente de haber matado a alguien?

-Fue a mucha distancia.

(Se aclara la garganta).

-La imagen de aquel hombre dándose la vuelta por el impacto y cayendo al suelo se me quedó grabada y aparecía en mi mente una y otra vez. Constantemente. A distintas velocidades. Era incontrolable. Todavía la tengo muy fresca. Después vendrían muchas otras, pero la primera deja una huella muy fuerte, fue realmente difícil de digerir. Luego ya le das una vuelta, piensas en las atrocidades que comete el Daesh y te das cuenta de que estás en el lado correcto de la historia. Son asesinos, violadores. Teníamos todo el derecho a defendernos, ellos no debían estar allí.

Las «atrocidades» de las que habla Azad quedan muy bien reflejadas en el libro. Algunas son de sobra conocidas, aunque el nivel de detalle del relato es escalofriante. Habla de hombres adultos que asaban literalmente a presos de guerra en el fuego y que vendían a mujeres como esclavas sexuales con notas adosadas al cuello en las que se especificaba su lugar de origen. Las yazidíes se llevaron la peor parte de estas violaciones en grupo que eran casi rutina para estos salvajes. A los bebés que nacían de las agresiones sexuales los entrenaban como terroristas suicidas y llegaron a enterrar vivos a cientos de ellos junto a sus madres «para ahorrar trabajo y munición».

Durante la entrevista con este periódico, Azad se toma su tiempo para responder. Tanto que, en ocasiones, da la impresión de que no sigue al otro lado del teléfono. Según él, esta calma suya es una característica obligada para un francotirador que quiere seguir vivo: «Hace falta una gran disciplina para estar quieto tanto tiempo y controlar hasta el mínimo movimiento. Es una combinación de distintas cualidades, como ser independiente, paciente, calculador y metódico, analítico. También tener puntería, claro, pero no tiene que ser espectacular. Es más importante contar con el equilibrio y la confianza necesarios. La concentración ha de ser enorme, el corazón tiene que ir ralentizado, con pocos latidos. La respiración hay que sentirla, no escucharla. Si te mueves, te matan. Revelas tu localización. O fallas el objetivo».

Su instrucción y la de sus cuatro compañeros (dos de ellos mujeres) apenas superó los 21 días. La amenaza yihadista apremiaba y los medios escaseaban. «Se limitó a ese corto periodo porque la situación en el frente y la falta de munición y tiempo hacían imposible otra cosa. Nos instruyeron en lo más básico, el resto de conocimientos los fuimos adquiriendo en el campo de batalla, sobre la marcha. Hicimos lo que pudimos. En cualquier caso, lo básico sobre lo que significa ser tirador de elite se enseña en una hora. La teoría es muy simple. Es como explicarte cómo se juega al fútbol, te lo puedo contar en minutos. Otra cosa es que te llevará toda la vida entrenar tu cuerpo y tu mente para convertirte en eso».

Según cuenta este joven iraní de origen kurdo, entre él y sus camaradas abatieron a una sexta parte del Ejército que el EI envió contra ellos, aunque asegura que no quiere hablar de cifras: «Entiendo que los periodistas se preocupen de eso, pero los números nunca son exactos. Muchas veces no sabes si la persona acabó muriendo o fue operada y se recuperó de sus heridas. Otras veces quizá se escapó porque se movió después del disparo y no llegaste a verlo. Es todo aproximado».

– Pero, ¿son decenas?

-Probablemente más.

Han pasado ya más de ocho años de aquello y Azad Cudi aún sigue recuperándose. Dice que no ha necesitado terapia porque cuenta con buenos y sabios amigos. La naturaleza le sirve para desconectar y oxigenar la mente. Pero la culpa siempre está ahí, de fondo: «Hay cosas que ni siquiera se pueden decir en voz alta y que me llevaré a la tumba sin haber logrado entenderlas. Desde luego se paga un precio por hacer lo que hice, son cicatrices profundas que me llevaré en el alma a la otra vida. Siempre hay culpa. Y quien diga que no, es que no ha estado en la guerra ni ha matado a nadie. Es humano sentirla, otra cosa es cómo la gestiones».

Hay una baja que le dejó especialmente tocado por su edad. «Él era un hombre joven, pero del Estado Islámico. Estaba claro que le habían lavado el cerebro, aunque estaba ahí para asesinarme a mí. Era el enemigo. O él o yo».

-¿Cómo se combate el miedo en el frente?

-Es un sentimiento que, a medida que vas teniendo más experiencia y vas sobreviviendo después de sentir la muerte tan cerca que la has podido abrazar, se va diluyendo y te llegas a creer invisible, inmortal. Meses después, cuando me di cuenta de eso, es cuando de verdad me asusté porque ahí es cuando empieza el peligro de verdad. El miedo te ayuda a seguir vivo, es fundamental.

Al final de la conversación, surge la duda de cómo se vuelve a la vida «normal», a una rutina razonable. ¿Es acaso posible o las cicatrices son demasiado profundas? «Creo que mi pasado como ‘’sniper’’ ha operado un cambio en muchas dimensiones, quizá lo que más haya notado ha sido la atención que presto ahora a las cosas más simples. Incluido el respeto por la vida. También me he convertido en alguien que piensa y analiza a una gran velocidad. Me concentro mucho y rápido. Son las mismas habilidades que hicieron de mí un buen tirador.

-No sé si tuvo la ocasión de mirar a los ojos a algún yihadista.

-Por supuesto. Muchas veces disparaba desde cerca.

-¿Repetiría?

-No tengo la respuesta.

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