«Desearía muchísimo poder escribir un libro sobre la pérdida exitosa de peso y sobre cómo aprendí a convivir de un modo más eficaz con mis demonios. Desearía poder escribir un libro sobre sentirme en paz y amarme plenamente, sin importar la talla. En lugar de eso, he escrito este libro, y ha supuesto la experiencia de escritura más difícil de toda mi vida». Así arranca Hambre, las demoledoras memorias de Roxane Gay que acaba de publicar Capitán Swing en las que la ensayista norteramericana, autora también de Mala feminista, confiesa su eterna lucha contra «un cuerpo y un apetito ingobernables» y se abre en canal a la hora de confesar qué la llevó a pesar, en su peor momento, 261 kilos y a padecer superobesidad mórbida. Un cuerpo, el de Roxane Gay, «construido» a base de una relación tóxica con la comida con una finalidad: hacer de él una fortaleza impenetrable. «No quería que nada ni nadie me tocasen», repite una y otra vez. ¿Por qué? «Cuando tenía doce años fui violada en grupo por un chico que creía que me quería y varios de sus amigos». Nada volvió a ser lo mismo después de aquella tarde en el bosque. Gay canalizó su dolor a través de la comida, iniciando una tortuosa relación con los kilos de más que no ha conseguido solventar del todo. «Varios chicos me habían roto y a duras penas sobreviví. Sabía que no sería capaz de soportar otra violación como aquella, de modo que comí porque pensaba que si mi cuerpo se volvía repulsivo, podría mantener alejados a los hombres», confiesa.
Al principio del libro, Gay todavía no ha cumplido los 30 años y asiste con su padre a una humillante sesión informativa sobre una cirugía de bypass gástrico que nunca llegó a hacerse. Un capítulo de los muchos -campamentos para adelgazar, descenso al submundo de la autoayuda, largas noches chateando con desconocidos- que ha transitado en su particular guerra contra sí misma. Que la anorexia y la bulimia son trastornos mentales en los que el cuerpo se convierte en el campo de batalla es algo que todo el mundo tiene más o menos claro. (Gay, por cierto, también sufrió bulimia durante años). Pero con la obesidad no sucede lo mismo. «Raro es el día, en Estados Unidos en particular, en el que no aparezca algún nuevo artículo que examine la epidemia de la obesidad», denuncia la autora. Como si estar gordo fuese equiparable a tener el cólera o la viruela. A lo largo del libro, Gay no se ahorra críticas hacia «una cultura que por lo general es tóxica para las mujeres y que constantemente trata de disciplinar sus cuerpos». Le dedica unas cuantas páginas a realities como Extreme makeover: Weight Loss, Fit to Fat to Fit, el humillante My 600-lb Life o el protagonizado por Khloé Kardashian, Revenge Body, en el que los participantes se vengan de quien les ha ofendido perdiendo peso. También critica prácticas como la thinspiration (o cómo las revistas femeninas y de cotilleos supervisan de forma obsesiva las fluctuaciones de peso de las famosas) y a Oprah Winfrey, todo un icono cultural en Estados Unidos y referente para millones de afroamericanos que nunca ha escondido su lucha contra el sobrepeso.
En 1988 Winfrey perdió 32 kilos gracias a una dieta a base de líquidos y lo celebró de la manera más Oprah que uno pueda imaginar: haciendo una entrada triunfal en el plató de su programa, en horario de máxima audiencia, arrastrando un carrito de color rojo brillante lleno de grasa animal. En 2015 compró el 10% de Weight Watchers (una compañía muy popular en EEUU que vende productos y servicios para perder peso en más de 30 países) por 40 millones de dólares. «Resulta alarmante», reflexiona Gay, «darse cuenta de que incluso Oprah, una mujer de sesenta y pocos años, multimillonaria y una de las más famosas del mundo, no está contenta consigo misma, con su cuerpo». Gay también menciona alguno de los eslóganes usados por la comunicadora para animar a sus seguidoras a ponerse a dieta, frases del estilo: «Dentro de cada mujer con sobrepeso está la mujer que ella sabe que puede ser», a lo que ella responde: «Yo me comí a esa mujer delgada y estaba deliciosa, pero no me sació». El testimonio de Gay es espeluznante, uno más que añadir a estos tiempos del MeeToo, aunque fue escrito mucho antes y publicado el pasado junio en Estados Unidos, antes de que el escándalo Weinstein saliera a la luz y desencadenara la ola de denuncias y movilización contra la cultura de los abusos.
Leerla ayuda a entender que no existe una manera única o ideal de cómo reaccionar a ellos. Gay tenía 12 años y una relación sentimental con su agresor cuando fue violada, o al menos eso creía ella, quien confiesa que «le quería», que al día siguiente de la violación siguió dirigiéndole la palabra en el colegio y que, bloqueada y en shock, fingió que no había ocurrido nada al llegar a casa. También tenía unos padres cariñosos, muy comprometidos con su educación y comprensivos. «No había ningún motivo para que a los 12 tuviera una autoestima tan baja», explica. Es más: sus violadores contaron en el colegio su particular versión de los hechos, lo que la convirtió en una «zorra». «Inmediatamente comprendí que mi versión de la historia jamás tendría importancia», recuerda. «Eso del ‘él dijo/ella dijo’ es el motivo de que tantas víctimas (o supervivientes, si preferís esa terminología) no den un paso al frente. Con demasiada frecuencia, lo que ‘él dijo’ importa más», denuncia. Después de aquello, Gay encontró refugio en la comida y en la veintena cometió más de una locura (huyó con un cuarentón que había conocido por internet y sus padres la localizaron un año después de no dar señales de vida gracias a un detective privado), pero logró enderezar su vida: se graduó en la prestigiosa Yale, empezó a dar clases en la universidad y a publicar artículos en distintos medios. Sin embargo, escondió la verdad durante más de 25 años y todavía hoy, tres décadas después, sigue sin haberlo superado. «Ahora no peso 261 kilos. Sigo siendo muy gorda, pero peso unos 68 kilos menos», confiesa. Su historia es una herramienta más para rebatir una de las críticas más frecuentes a las que se enfrentan muchas mujeres que han hecho públicos los abusos que sufrieron, a las que se acusa de revanchistas, oportunistas o, en algunos casos, incluso de mentirosas. «Muchos años después de que me violaran, me digo a mí misma que lo que pasó forma parte del pasado. Esto sólo es cierto en parte. Continua conmigo de formas diversas. El pasado está escrito en mi cuerpo. Cargo con él todos y cada uno de los días».
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