Ayer se presentó en Madrid la historia de 24 “topos” humanos.
Toda conmoción social, y la guerra civil es, sin duda, una de las más crueles, conlleva secuelas individuales de imprevisibles resultados. El caso de los que se vinieron en llamar los topos, personas que durante decenas de años vivieron escondidas en los sitios más inhóspitos, es probablemente ejemplo límite de esas secuelas. Eulogio de Vela y Juan Jiménez Sánchez estuvieron ayer en Madrid con motivo de la presentación de un libro que recoge, entre otras, sus experiencias dolorosas. Karmentxu Marín dialogó con ellos.
«Algún día, con un cambio de régimen, el mundo se enterará abiertamente de los crímenes que hoy sólo pueden ser deducidos por evidencias fragmentadas y pobremente documentadas.»Con esta frase, escrita por el historiador Gabriel Jackson en 1965, se abre el libro Los topos, que narra veinticuatro historias de otras tantas personas que permanecieron durante decenas de años escondidas en ataúdes, agujeros, pozos o desvanes para escapar a las represalias de los vencedores de la guerra civil. El libro, del que son autores Jesús Torbado y Manuel Leguineche, se presentó ayer en Madrid, editado por Argos- Vergara.
Juan Jiménez Sánchez, El Cazallero, y Eulogio de Vega, ex alcalde de Rueda, dos de estos vivos de cuerpo presente, como se titula un capítulo del libro, recordaron ayer para EL PAIS algunas de sus vivencias. Los dos dijeron que no sienten rencor contra nada ni contra nadie. Ambos culparon de sus años de oscuridad a «las personas que tratan de hacer daño» y al «modo de pensar de la gente de derechas».
«Siempre tiene uno un enemigo, alguien que intenta hacer daño, manifestó El Cazallero. Yo soy una víctima de esa clase, una persona a la que un chivato peligroso, que sigue aún vivo, trató de hacer daño. Estuve doce años escondido en casa de mi novia, María Teresa, en el hueco de un poyete que había en el patio.»
«¿Miedo? -sigue El Cazallero, el último hombre de las partidas de la sierra malagueña-. No tuve nunca, Fui, no un político, porque no he tenido cultura para ello, sino un rebelde que sólo reconocía la bandera de la República, que luego fue sustituida por la bandera invasora, a la que yo no quise amoldarme. Era sargento de la quinta brigada de carabineros cuando me hicieron prisionero. Al terminar mi campaña, me lancé a la guerrilla. Cuando nos disolvieron, solo y enfermo, decidí, junto con mi novia, María Teresa, esconderme por el peligro que me acechaba.»
Eulogio de Vega, veintiocho años oculto en un huerto de Valladolid, y posteriormente en su casa, achaca sus largos años de soledad «al modo de pensar de la gente de derechas y al convencimiento de que tenían que imponerse, y hacer víctimas». ¿Y por qué pensaban que tenían que hacer víctimas? El ex alcalde de Rueda responde: «… Era su idiosincrasia. » Y usted, ¿qué temía, en concreto? «Que si me cogían me hacían salchichas.»
Pocos meses antes de que el ex alcalde de Rueda volviera a la luz un guardia civil de paisano fue requiriendo datos sobre su persona. Y «el 30 de septiembre de 1964 se presentó un policía para liberarme. Sabían que yo estaba vivo porque durante mi etapa de fugitivo tuvimos una hija, a la que dimos nuestros apellidos y que se casó después. Me llevaron al Gobierno Civil y después, el 1 de octubre, al juzgado militar. El juez me puso en libertad por no encontrar ningún motivo que justificase la detención » Uno de los sentimientos que más debieron padecer los topos fue el miedo. Juan El Cazallero dice que lo conoció, «porque cuando un hombre está escondío y lo vigilan, siente miedo. Los escondíos estábamos pendientes de la debilidad que pudiera tener la persona que nos ocultaba. A mí me salvó mi novia, a la que un capitán ofreció un millón de pesetas y ponerla en cualquier país del mundo si me vendía. Cuando iban a verla unos amigos peligrosísimos (de civiles no hablemos) -explica, volviéndose hacia María Teresa, que hoy es su mujer-, ella se mostraba siempre muy tranquila».
Julia, la mujer de Eulogio e Vega, estuvo diecinueve meses detenida. «Llevábamos once años casados y teníamos ya tres hijos. Mi marido estuvo en un maizal cuarenta días y, al llegar el invierno, le ofrecieron un pozo en el que habían hecho una cueva donde se escondían otras tres personas. Después, le llevé a casa.
¿Qué recuerdan estas mujeres de su época de sobresalto? «Nosotros -dice Julia- perdonamos, pero no olvidamos, porque en esos veintiocho años hubo muchos disgustos y sobresaltos. Verá usted, qué evidencia cuando fui a tener la hija, yo, que llevaba diez años viuda y así constaba en mi carnet de identidad. Mi hija siempre me llamó tía. Por lo demás, yo fui siempre de la idea, mis padres eran socialistas y yo me casé por lo civil. A los hijos les tuvimos sin bautizar hasta que se casaron, y se casaron por la iglesia porque estábamos en la dictadura de Franco.»
María Teresa apostilla sólo: «Es triste que, sin meterse con nadie, se metieran con una. Pero ¡que le vamos a hacer! ».
Eulogio de Vega, el ex alcalde, termina: «Lamento que, por la densidad del tiempo y del drama muchos compañeros no lograsen sobrevivir. Nosotros evocamos su recuerdo, y, en lo posible, procuraremos reivindicar sus ideas.»
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Gracias a la librería Muga (Madrid) por la investigación.
Referencia:
http://www.publimuga.com/novedades_hco/novedades_11_2010/fueronnoticia.html
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