Sus investigaciones le permiten afirmar que la conciencia es el lugar donde residen nuestros sentimientos.
Dirige la cátedra de Neuropsicología de la Universidad de Ciudad del Cabo y la Fundación de Neuropsicoanális de Nueva York.
Publica ‘El manantial oculto. Un viaje a la fuente de la conciencia’ (Capitán Swing)
Acuñó con sus investigaciones y su práctica lo que hoy se denomina Neuropsicoanálisis; algo así como la aplicación empírica y neurocientífica de la teoría sentimental que Sigmund Freud dejó incompleta. Tras años de investigación, hoy puede afirmar que la conciencia es el lugar donde residen nuestros sentimientos. Mark Solms nació en Namibia en 1961, su infancia fue un juego al escondite en las minas de diamantes de su abuelo. Un domingo, sus padres salieron a navegar y le dejaron al cuidado de su hermano mayor, 5 años tenía Mark; mojaba sus pies en la orilla del mar cuando escuchó un estruendo procedente de tierra: su hermano se había caído de una altura de tres pisos quebrándose el cráneo. Lo salvaron en un hospital de Ciudad del Cabo, pero cuando Lee volvió a casa no era la misma persona que se había ido: ¿dónde estaba el anterior Lee? Su personalidad había desaparecido y la perspectiva de aquella muerte extraña sumió a Mark en una depresión clínica, de la que salió decidido a entender dónde reside la conciencia del ser humano.
-“Siento, luego existo”, ¿tal aserto condensaría su teoría neuropsicoanalítica?
Sí, el ser se constituye de sentimientos, literalmente.
-¿Ha logrado finalmente demostrar que la conciencia no es una abstracción ni un artefacto mecánico, sino el núcleo de nuestros sentimientos?
Absolutamente. La evidencia es arrolladora.
-¿Por qué la conciencia es el problema más complicado al que se ha enfrentado siempre la ciencia? ¿Es una especie de misterio?
Porque en esencia es algo subjetivo, y la ciencia se basa en la objetividad: es muy difícil estudiar científicamente cualquier materia que no sea objetiva, y en el caso de la conciencia es imposible objetivarla y observar cualquier otra más allá de la propia de cada uno.
-Uno de sus hallazgos sitúa la conciencia no en el córtex, como tradicionalmente se ha entendido, sino en una parte más primitiva del encéfalo que en su origen compartimos con los peces. ¿Podemos entonces afirmar que la conciencia no es un atributo exclusivamente humano y, por tanto, que todo organismo vivo tiene conciencia?
Es imposible demostrar directamente la existencia de conciencia en ninguna otra creatura, animal o incluso humana: sólo uno mismo tiene evidencia de su propia conciencia. Por tanto tenemos que recurrir a la evidencia indirecta, y esto es: dado que sabemos que nuestra conciencia surge del sistema de activación reticular del cerebro, podemos inferir que cualquier otro animal que tenga la misma estructura cerebral puede tener conciencia, y sobre ello investigamos. Un daño en esta retícula produce el coma, y una estimulación de estas estructuras desata placer o disgusto; bien, pues utilizando drogas todas las predicciones han sido confirmadas. Mi evidencia favorita es la preferencia hedónica: si en un tanque con peces introduces comida en un extremo y cocaína, morfina, anfetamina o incluso nicotina en el otro polo, los peces van a preferir esto segundo por encima del alimento, porque les produce mayor placer. Todo vertebrado tiene conciencia, pero más allá, en el caso de estructuras diferentes a la humana, no tenemos evidencia certera.
“Si en un tanque con peces introduces comida en un extremo y cocaína, morfina, anfetamina o incluso nicotina en el otro polo, los peces van a preferir esto segundo por encima del alimento, porque les produce mayor placer”
-Si la conciencia reside en lo que sentimos y de nuestros sentimientos depende nuestra alegría o desgracia, ¿operar sobre nuestra conciencia puede ser definitivo para lograr una vida mejor? ¿He ahí el poder de la meditación, tan misterioso como la propia conciencia?
A lo largo de miles de años, determinadas culturas han desarrollado un extraordinario poder de control sobre la conciencia. Y la meditación es un magnífico ejemplo de ello. En la vida corriente estamos a merced de nuestros sentimientos, reaccionamos emocional y continuamente a todo tipo de estímulos internos y externos, con la meditación uno consigue desvincularse de esos estímulos o fuerzas que condicionan la propia conciencia y alcanzar un estado homoestático. Meditar no es nada sencillo, es una habilidad difícil de lograr, y no creo que sea la forma natural de actuar de nuestra conciencia, pero sí un talento que te permite deshacerte de la cascada de sentimientos. El control de las emociones y reacciones es algo que se ha demostrado objetivamente escaneando la mente de monjes budistas. El Dalai Lama está muy interesado en la neurociencia y le gusta invitar a científicos para que investiguen sobre este fenómeno.
-Profesor, su vocación comenzó con la lesión craneoencefálica de su hermano mayor. Cuando regresó a casa después de varias cirugías, cuenta que era otra persona: ¿Quién es este tipo? –se preguntaba – y ¿dónde está Lee? ¿Tuvo miedo a la muerte, eso fue exactamente lo que motivó su interés en la neurociencia?
Lo primero fue la confusa experiencia de que la personalidad, la mente de mi hermano había cambiado: no era la misma persona. Y eso me hizo consciente de que el cerebro, además de una parte del cuerpo, es nuestra personalidad, lo que somos como personas; es decir, que el cuerpo y el ser son la misma cosa. Pero después pensé, si yo soy mi cerebro, cuando éste desaparezca yo también habré terminado, lo que es obvio, pero date cuenta de que yo tenía apenas 5 años y que lo había descubierto por mí mismo.
-Es decir, ¿fue entonces por primera vez y por sí mismo consciente de la muerte? ¿Eso sucedió?
Sí, claro, y ¡me pareció tan deprimente! Me planteaba, qué sentido tiene hacer algo si voy a desaparecer y no lo puedo evitar. Incluso recuerdo que pensaba, voy a consultar esto con mis padres, a ver si me reconfortan; pero enseguida me daba cuenta de que también a ellos les iba a pasar lo mismo y que ni siquiera ellos podían hacer nada para evitarlo: no podían protegerme, ni protegerse, y esto me produjo mucho miedo.
-Y una consecuente depresión clínica, ¿no es cierto? Un diagnóstico de depresión a los 5 años, ¿no es algo terrorífico?
Sí, recuerdo que por las mañanas era incapaz de encontrar la energía para vestirme: qué sentido tenía ir al colegio si todo iba a desaparecer antes o después. Duró un par de años, probablemente, porque no lo sé con certeza. Lo que sí sé es que a partir de aquello desarrollé una personalidad antidepresiva, que hoy es el núcleo central de mi personalidad: la anti depresión.
-¡Oh, qué suerte! Profesor, ¿por qué se empeñó usted en demostrar empíricamente las teorías psicoanalíticas que Freud dejó inacabadas? Básicamente, verificar que la mente está basada más en los sentimientos que en el conocimiento.
Cuando a principios de los 80 empecé a estudiar neuropsicología, es decir la relación entre mente y cerebro, mi interés primordial era entender cómo el cerebro produce vida mental. Pero entonces se enseñaba la materia de una forma mecánica, hablaban de comportamientos y de conocimiento, pero en términos funcionales: así funciona la memoria, así la percepción, etcétera. Y cuando yo preguntaba, vale, pero cómo se produce la experiencia de la memoria o de la vista, me decían: oh, eso no es una pregunta científica. Sin embargo, mi mayor interés estaba en cómo el cerebro genera experiencias subjetivas. Entonces me volqué en Freud, que fue un gran neurocientífico que se interesó en la experiencia del cerebro a través de la práctica con pacientes que sufrían desórdenes neurológicos que entonces se llamaban histeria, como perder la movilidad o la memoria cuando no se debía a un daño cerebral. Y así fue como Freud empezó a estudiar la vida de la mente y, sobre todo, de los sentimientos, porque la raíz de los síntomas de aquellos pacientes era emocional. Pero la neuropsicología entonces no estudiaba la psiquis, y la constatación de esta carencia me inclinó a estudiar psicoanálisis.
“Los sueños están condicionados y producidos por un sistema cerebral llamado sistema de recompensa cerebral, que está conectado con los deseos”
-Y su primera aproximación fue estudiar el sueño, ¿por qué?
Entonces se tenía por válido que los sueños se generaban en la zona REM del cerebro. Bien, pues descubrí que eso es un error: los pacientes con la zona REM dañada siguen soñando. Los sueños están condicionados y producidos por un sistema cerebral llamado sistema de recompensa cerebral, que está conectado con los deseos. Exactamente lo que Freud había dicho.
-¿Los sueños son siempre alucinaciones y nada más que alucinaciones?
Siempre. Si estimulamos químicamente el sistema de recompensa cerebral, podemos producir alucinaciones. Algunos pacientes con parkinson son tratados con cierta química que estimula este sistema, y ello les produce muchos sueños y muy activos, pero si uno se excede en la dosis, corre el riesgo de provocarles alucinaciones en estado de vigilia.
-Profesor, ¿las adicciones son una consecuencia del sentimiento de pérdida?
No todas, pero la mayoría sí lo son. Los opiáceos inciden o modulan la región del cerebro que genera los apegos, si uno sufre un bajo nivel de opiáceos siente el estrés de la separación, pánico, tristeza o soledad de la pérdida, que empieza con la separación del bebé de la madre. Ese tipo de depresión o sentimiento de pérdida se trata con opiáceos. Y el segundo gran tipo de gran adicción sería a la cocaína o anfetamina, que genera dopamina. Un bajo nivel de dopamina supone falta de energía, entusiasmo, optimismo; es decir, depresión. Y un alto nivel genera un estado maníaco. Es decir, ambos grupos lo que producen es una modulación del sentimiento de pérdida.
-Entonces, ¿por qué la depresión es tres veces más frecuente en mujeres que en hombres?
La evidencia de este dato biológico es abrumadora, y no sólo en humanos, sino en todos los mamíferos. El sistema nervioso que regula el apego está mediatizado por un lado por los opiáceos que genera el propio cerebro y también, por progesterona, estrógeno, oxitocina y prolactina, hormonas que se encuentran en mucha mayor concentración en el cerebro femenino. Por tanto, la necesidad de contacto social, interacción, conexión, o sea el apego, es en términos generales mayor en mujeres que en hombres. No es una cuestión cultural, sino biológica que sucede en todos los mamíferos: las especies que necesitan el contacto con la madre cuando nacen. Por eso las mujeres sufren más la pérdida, porque son seres más apegados a quienes aman.
-Pero, ¿no es el hombre el que corre a la calle a buscar nueva pareja después de una separación, mientras que la mujer se lame sus heridas en soledad?
Esto sí es cultural. Un matrimonio no es sólo una relación de apego sentimental, hay otros muchos factores que intervienen, sobre todo el sexo, y tal vez sea esto lo que mueve al hombre a buscar enseguida nueva pareja, ¿no crees?
-¿Y la necesidad de cuidar, sería la cara B del sentimiento de apego?
Sí, verás, las hormonas que antes mencionaba están relacionadas con esa necesidad de cuidar, mientras que los opiáceos estarían relacionados con la necesidad de que te quieran. De nuevo esto demuestra por qué la necesidad de cuidar a los seres vulnerables es una condición más femenina que masculina. No imaginas cómo suben sus niveles durante el embarazo, y en el parto, ahí se ponen por las nubes: de ahí la necesidad de nutrir y cuidar a tu bebé.
-Solms, he leído que es usted un apasionado viticultor y enólogo en una finca con un pasado oscuro de 321 años de esclavitud, que desde hace unas dos décadas ha convertido en una cooperativa feliz. ¿Cómo afecta la subjetividad de sus trabajadores, de cualquier trabajador, al producto que crean, en este caso al vino?
Si uno se toma en serio la subjetividad, los sentimientos y la vida mental, como yo hago en mi trabajo científico, es muy difícil explotar a otra gente o actuar egoístamente y no atender a las necesidades de los demás: ellos aman su vida como yo la mía, sus sentimientos les importan tanto como a mí los míos. No tengo esta finca para ser rico, sino para apoyar espiritualmente a todos los que trabajamos en ella. Y desde esta perspectiva, la gente trabaja de otro modo: cuanto mejor sea el vino que producimos, mejor nos irá a todos. Y por tanto, somos un grupo de gente feliz y productiva.
-¿Lo es usted, feliz?
Sí, lo soy, ya te he dicho que mi mente es antidepresiva (risas).
-¿Sería el mismo mecanismo que genera la bondad y la felicidad de los budistas?
Exactamente.
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