Desde el pasado mes de junio, a Mark Galeotti (Londres, 1965), uno de los mayores expertos en Rusia, se le ha prohibido pisar el suelo del país gobernado por Vladímir Putin de forma indefinida. Sus opiniones y análisis no son de fácil digestión en el Kremlin. Dos de sus libros más recientes los acaba de traducir al español Capitán Swing: Una historia breve de Rusia y Tenemos que hablar de Putin. El próximo mes de noviembre Desperta Ferro publicará otro más, Las guerras de Putin. El profesor, analista y asesor en asuntos de seguridad no tiene claro cómo se resolverá el conflicto en Ucrania, pero sí que el autócrata está incurriendo en una “estúpida” estrategia militar.
Pregunta. Dice que Rusia se ha convertido en un país donde “reimaginar la historia no es solo un pasatiempo nacional, sino una industria”. ¿Es el país europeo con más mitos sobre su pasado?
Respuesta. Mitificar el pasado no es exclusivo de Rusia. Es interesante mirar lo que está pasando en Reino Unido con la muerte de Isabel II y hasta qué punto se ha utilizado para construir mitos sobre su lugar en el mundo. Rusia es una fuerza particularmente poderosa y creo que es en parte por su historia y en parte por su emplazamiento: en apariencia es Europa pero nunca está segura de si realmente lo es. Cada vez que se toma esa decisión, de si los rusos son europeos o euroasiáticos, hay que encontrar una nueva narrativa para explicar por qué se cambia la identidad.
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P. ¿Los rusos se ven a ellos mismos de forma diferente a cómo los vemos nosotros, Occidente?
R. Sí, absolutamente. Los rusos se ven como europeos sin ninguna duda. Pero en cierto modo, la ironía es que muchos rusos se consideran mejores europeos que nosotros. Existe la sensación entre ellos de que la Unión Europea ha perdido un poco el rumbo. La mayoría de los europeos, francamente, están indecisos sobre si piensan o no que los rusos son europeos, sobre todo en el momento actual. Y creo que esta es una de las razones por las que Ucrania ha sido tan efectiva en ganarse esa suerte de espacio, porque han podido decir: “Nosotros somos los europeos, estamos siendo atacados por forasteros”. Ese es uno de los temas clave. ¿Dónde termina Europa? Tendemos a pensar que si no es en los Urales, es en las fronteras de Rusia, mientras que los rusos dirán que en Vladivostok.
Portada de ‘Una historia breve de Rusia’. Capitán Swing
P. ¿Cuál es la principal característica de la historia rusa?
R. El constante sentimiento de inseguridad —está en constante sensación de amenaza desde fuera y desde dentro— y que es un país en la encrucijada del mundo en muchos sentidos. Y no importa si hablamos de los mongoles o de Napoleón, Rusia está constantemente alimentando a quienquiera que sea el gran poder militar de la época que lo amenaza. Y además es un país pobre por razones objetivas: los suelos, la duración del invierno… No tiene muchos recursos y para crear su ejército necesita gravar más a sus campesinos, y entonces es más probable que estos se rebelen.
P. ¿A qué se asemeja más lo que Putin está tratando de recrear: el Gran Ducado de Moscovia o la Unión Soviética?
R. Creo que no está tratando de retrotraerse a nada específico, pero creo que está más cerca del Imperio zarista que de la Unión Soviética. Primero de todo, en términos territoriales, no es un hombre que quiera recuperar los Estados bálticos. Ucrania y Bielorrusia son diferentes. Las ve como parte de las tierras rusas eslavas. Aun así, pienso que no las quiere incorporar a Rusia, simplemente le sirve con que sean parte de la esfera de influencia de Rusia. Pero por encima de todo se trata de su lugar en el mundo. La URSS se reflejaba masivamente de manera imperfecta en la ideología. No se trataba solo del poder soviético, sino del marxismo y del leninismo. Se decía que tenía una misión. Creo que Putin no ve ninguna suerte de misión, no quiere convertir a los españoles en rusos ortodoxos, por ejemplo. Se trata de respeto y poder en el mundo, de ser tratado como un gran poder, de que los otros países reconozcan que estás en una categoría especial que te da derechos especiales. En definitiva, darle a Rusia el tipo de estatus de gran potencia que él cree que se merece.
“Putin es un geopolítico del siglo XIX, Napoleón se reconocería en lo que está haciendo”
P. Pero tiene que lanzarse al ataque para defender esta idea…
R. Y esa es la gran tragedia. Uno podría pensar en vías alternativas mediante las cuales Rusia podría establecerse como una gran potencia del siglo XXI: todavía tiene fortalezas tecnológicas, una enorme capacidad y capital humano. Pero a la hora de la verdad, creo que Putin es un geopolítico del siglo XIX y un Napoleón o un Bismarck se reconocerían en lo que está haciendo y lo considerarían bastante normal. En ese contexto, siente que necesita demostrar su gran poder, afirmarlo de una manera que nadie pueda confundirlo. Para él, el poder no es dinamismo económico ni soft power, se trata de capacidad militar, respeto y que los otros países te tengan miedo.
P. Estos meses hemos visto muchas comparaciones entre Putin y gobernantes de la historia de Rusia (Pedro el Grande, Stalin) y de Europa (Hitler). ¿A quién se parece más?
R. Quiere hacerse un hueco en el panteón de los héroes de la construcción del gran Estado ruso. Así que a figuras como Pedro el Grande o Iván el Grande, que unificó las tierras rusas, son a quienes trata de emular. Sin embargo, el paralelismo que yo utilizaría es con Iván el Terrible. Lo interesante es que su reinado tuvo dos partes. Al principio fue un hombre brutal y desagradable, pero también fue un estadista. Restableció un cierto grado de estabilidad en Moscovia, creó las bases de las instituciones para un verdadero Estado ruso… pero entonces sucumbió a la paranoia y el estadista se convirtió en el hombre que destruyó el Estado.
Vladímir Putin, durante un evento patriótico en la ciudad de Veliky Novgorod. Reuters
P. Algo similar a lo que podemos decir de Putin…
R. Si miramos a sus dos primeros mandatos presidenciales, no fueron geniales en muchos sentidos —ahí está lo que pasó en Chechenia—, pero a pesar de todo Putin fue un estadista. Rescató a Rusia de la anarquía de los 90, impuso el poder del Estado sobre los oligarcas y para muchos rusos fue un periodo de buena calidad de vida y de estabilidad y prosperidad como nunca antes habían disfrutado. Si lo hubiera dejado ahí, la historia sería benigna con él. Pero no lo hizo, regresó y decidió que era indispensable. Ahí fue cuando las cosas empezaron a ir mal, cuando empezó a creer que todo era una conspiración de Occidente contra él. Por eso pienso que su trayectoria encaja con la del estadista que luego destruye sus propios logros.
P. En el libro, de hecho, define a Putin como un personaje de transición: ni soviético ni enteramente postsoviético. ¿Ha cambiado su opinión desde la invasión de Ucrania? ¿Está cambiando el lugar de Putin en la historia?
R. No lo creo. La invasión de Ucrania es en muchos sentidos el último y más tóxico anhelo de ese tipo de imperialismo irreflexivo que estaba en el corazón de la élite soviética tardía. Nadie va a desafiar a Putin abiertamente, pero está claro que dentro de la élite rusa actual hay un malestar considerable por lo que está pasando. Y no solo entre los más liberales, sino entre los nacionalistas, porque ven el daño que se le está haciendo al país por la estupidez y la torpeza de la guerra de Putin. En cualquier caso, todavía pienso que cuando los historiadores echen la vista atrás no verán a Putin como el creador de la nueva Rusia, lo verán como la última expresión de los peores elementos de lo viejo.
“Muchos rusos se consideran mejores europeos que nosotros”
P. ¿Cuál es el escenario más plausible para el final de la guerra? ¿Cree que se prolongará durante años?
R. Después del extraordinario éxito de los ucranianos en el frente de Járkov, mucha gente está hablando de que el momentum está con ellos. Pero no creo que vayan a ser capaces de expulsar a los rusos antes del invierno ni nada parecido. No sé cómo puede acabar esta guerra, porque ya es más grande que solo Ucrania. Hay dos a la vez: una horrible de disparos al estilo del siglo XX y otra económica y política más amplia con la que Occidente hace frente a Rusia. Y esto no va a desaparecer aunque se logre algún tipo de paz. Estamos en el mejor de los casos en una especie de escenario de guerra fría que continuará tanto tiempo como Putin siga en el Kremlin. Podría imaginarme que los rusos sean forzados a retirarse de casi toda Ucrania excepto de Crimea. Ahí pienso que harían todo lo posible para mantenerla.
P. Es decir, la guerra acabará cuando Putin quiera… o hasta que Occidente se involucre militarmente, cosa que ahora mismo parece imposible.
R. Creo que estamos en una situación en la que verdaderamente Putin no puede finalizar la guerra de una forma que satisfaga a todo el mundo en Occidente y en Ucrania. Si nos fijamos en las peticiones de los ucranianos —básicamente, la devolución de todo el territorio, incluida Crimea—, serían una humillación total para Putin. No importa lo creativos que sean sus propagandistas, no habría otra forma de describir eso que como una derrota para Rusia. El mismo Putin creería con razón que eso conduciría a su caída. Por lo tanto, no estoy muy seguro de cómo puede terminar esta guerra mientras Putin todavía esté presente.
Portada de ‘Tenemos que hablar de Putin’. Capitán Swing
P. ¿Cómo puede ser derrocado un autócrata como Putin?
R. Los escenarios habituales serían su muerte, una enfermedad o un golpe en el Kremlin, que es extremadamente difícil en un sistema como este. Si hay una cosa que hacen bien los rusos es la seguridad doméstica. Hay muchas y diferentes agencias que se están vigilando entre sí. Las veces que los gobernantes soviéticos han sido expulsados —Jrushchov en 1964 y Gorbachov en 1991— fue porque el Partido Comunista, la KGB y el Ejército estaban unidos. Ahora no hay la misma estructura soviética, pero se necesitaría al menos el apoyo del aparato de seguridad, los militares y la élite política. De momento no hay síntomas para ello.
P. Sí hay rumores sobre la salud de Putin…
R. Es un hombre que en octubre cumple 70 años. Circulan historias sobre cánceres pero no sabemos qué es cierto. Gente con la que hablo y saben mucho más de esto sugieren que tenga lo que tenga, no va a ser fatal de forma inminente, pero que puede conducir a periodos de incapacitación. Y aquí hay una cosa interesante: la constitución rusa no contempla la incapacitación temporal de un líder, solo que el presidente sea destituido si no puede desempeñar el cargo. Tampoco que pueda regresar.
“Putin es un actor racional que comprende el coste político de los cadáveres”
P. ¿Y una revolución popular interna no sería factible? Estos días están empezando a salir voces críticas contra Putin…
R. Ahora mismo hay mucha gente descontenta, pero nadie quiere iniciar esta conversación. Hay un riesgo real para muchos miembros de la élite. Y recordemos: la élite no está llena de putinistas, sino de oportunistas pragmáticos despiadados que apoyaron a Putin porque así lograron su poder y riquezas. Están preocupados por cómo van las cosas, pero saben que una rebelión contra Putin es muy arriesgada. Así que en general la actitud es mantener la cabeza agachada y esperar a que todo se solucione.
P. ¿No puede cambiar este escenario rápidamente?
R. Putin ha estado presente en el colapso de dos regímenes autoritarios —estos se pueden derrumbar cuando empiezan las deserciones— como la RDA y la URSS. ¿Qué pasaría si el gobierno no es capaz de mantener las fábricas abiertas? Podríamos ver protestas económicas en las calles. ¿Y quién responde a la llamada del Estado? La Guardia Nacional, que está combatiendo en Ucrania y muy furiosa por ser usada como carne de cañón. Pues bien, es probable que estos tipos no se sientan cómodos yendo a romper cráneos de sus vecinos y primos. Uno puede trazar, creo, rutas plausibles hasta un punto en el que la élite de repente comienza a pensar: “Si no cambio ahora, voy a terminar colgando de un poste de luz”. Y una vez que veas a otras personas desertar, piensas: “Oh, es mejor que me una porque nadie quiere ser el último leal que quede”.
Otra fotografía de Mark Galeotti. Cedida por Capitán Swing.
P. La táctica de Stalin durante la II Guerra Mundial de avanzar a toda costa fue bastante efectiva en términos militares, a pesar de los millones de soldados muertos. ¿Putin se inspira en estas lecciones?
R. No lo creo, no es la estrategia que se está aplicando en Ucrania. Con el ataque inicial sobre Kiev, por ejemplo, los rusos se retiraron cuando se vio que no iba a tener éxito. Putin es un actor racional que comprende el coste político de los cadáveres. El enfoque estalinista solo podía funcionar, en primer lugar, porque realmente estaban librando una lucha existencial por la supervivencia. Y segundo, por la maquinaria del terror de Stalin. Si la elección era seguir avanzando o recibir un disparo de los agentes del NKVD, se seguía avanzando. Putin no se puede basar en ello.
Una de las ironías de esta guerra es que tenemos a una Ucrania completamente movilizada luchando contra un ejército ruso de tiempos de paz sin los soldados suficientes para una operación militar de este calibre. Y ahora la presión para Putin es reconocer que esto es una guerra y que tiene que movilizar la reserva, y no está dispuesto a hacerlo por el coste político. Stalin fue despiadado de una forma que Putin no lo es. No lo defiendo, pero no tiene la fuerza de voluntad o de convicción para ser otro Stalin.
P. ¿Qué es lo que está realmente pasando para que ahora predomine esa sensación de que Rusia está perdiendo la guerra?
R. Es interesante recordar que entre los analistas de defensa occidentales había la creencia de que los rusos atravesarían Ucrania en unas dos semanas. Pero los ucranianos estaban mucho mejor organizados y con mayor determinación de lo que la gente esperaba y la debilidad rusa se hizo evidente. Sin embargo, la clave principal fue la estúpida estrategia militar de Putin. Parece haberse creído su propia propaganda: Ucrania no es un país, los ucranianos no lucharían y su estado se vendría abajo.
Utilizar el término “operación militar especial” y no “guerra” no fue solo propaganda, creo que muestra que genuinamente lo creía. Los rusos perdieron la oportunidad de dar un golpe convincente al principio, con bombardeos masivos. Los pro-Putin, sin embargo, dijeron que para qué volar las cosas si las vas a controlar pronto. Y luego tuvieron que usar sus fuerzas de élite en una ridícula marcha hacia Kiev que nunca habría funcionado. En esas dos primeras semanas, los rusos perdieron la iniciativa y muchas de sus mejores tropas. Y desde entonces han estado luchando para recuperarse.
“El paralelismo que yo utilizaría con Putin es Iván el Terrible”
P. Un cúmulo de errores…
P. Pero lo principal es que esta guerra no se ha estado luchando de la manera en la que el Ejército ruso se prepara. Y más determinante: el Ejército ruso nunca habría entrado en Ucrania sin una movilización previa. Es una línea roja: necesitan más tropas. El éxito en la contraofensiva de Járkov se explica en parte porque había muy pocos defensores rusos. En algunas partes, los ucranianos les superaban en ocho a uno. Una vez empiezas a contabilizar bajas, es muy difícil recuperarte. Tu moral sufre, tus soldados están exhaustos, no tienen comida suficiente ni todas esas cosas básicas que debilitan a un ejército desde dentro.
P. Muchos analistas han calificado las declaraciones de Putin tras la reunión con Xi Jinping de “chocantes”. ¿No tener el apoyo total de China es una de las grandes derrotas de Putin?
R. Sí, y muestra sus errores de cálculo y lo descontentos que están los chinos con esto, ya que son grandes inversores en Ucrania —es su fuente principal de maíz—. Ha sido una humillación para Putin reconocer esto públicamente. Antes de la guerra los dos hombres estaban hablando de una “amistad sin límites”. Los chinos están dispuestos a brindar ayuda, estamos viendo mucho lavado de dinero, fondos rusos moviéndose a través de bancos chinos, porque nadie quiere intentar sancionar a Pekín. Pero más allá de eso, ha sido una derrota seria. Y muestra cómo ha cambiado el equilibrio de poder. Los chinos francamente pueden resistirse abiertamente a las demandas de Rusia. Y Rusia tiene que sonreír y fingir que está contenta con la situación.
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