Mark Bray deja claro desde el principio que es un activista, además de historiador. Participó en la fundación del movimiento de protesta Occupy Wall Street, la versión estadounidense del 15-M, mientras estudiaba los derechos humanos y los movimientos radicales de izquierda en Europa, sus especialidades académicas. Y ahora ha publicado en español el libro Antifa: el manual antifascista, que tampoco esconde su propósito. “Los primeros capítulos son historia y, aunque no se esté de acuerdo con mi punto de vista, se puede aprender. Los últimos son más argumentativos. Se llama manual porque no soy neutral: apoyo la lucha antifascista, la mitad de la recaudación la dono”, explica este estadounidense de 36 años, de aspecto serio, hablar fluido y discurso marcadamente político.
Editado por Capitán Swing y escrito a principios de 2017, a raíz de la toma de posesión de Donald Trump, el libro es el motivo que le ha llevado esta semana a Madrid, Valencia y Barcelona, donde ayer intervino en el festival Primera Persona. El investigador de la reputada universidad de New Hampshire Dartmouth College ha hablado de un tema tan actual como el auge de una ultraderecha y el peligro de no reaccionar ante el proceso de normalización y banalización de unas ideas con “sabor fascista”, apunta. “Es posible que Trump no tenga un pensamiento estructurado como un fascista. Pero es importante recordar que, históricamente, los fascistas cambiaron sus perspectivas. Para ellos, la racionalidad no es importante. Mussolini cambió sus ideas y sus políticas. Me gusta hablar de espectro, de grados de colores del fascismo, de sabores. Hay muchas diferencias entre los franceses del Frente Nacional y los griegos de Amanecer Dorado”.
También hay muchas diferencias entre la situación actual y la Italia de los años veinte y treinta, cuando se produjo el ascenso del fascismo ¿no? “Como historiador, no se pueden hacer demasiadas comparaciones. Pero también es importante reconocer el peligro y no quitarle importancia. Se puede aprender de los ejemplos históricos y hablar de la crisis económica de entonces y la de hoy, del nacionalismo radical de entonces y de hoy, de la persecución de los judíos y la estigmatización del inmigrante hoy. Hay cosas comparables, sí, pero son muy diferentes. Los partidos hoy no son iguales que los nazis”, sostiene Bray en un buen castellano, aprendido en el colegio y en el estudio de la figura del pedagogo y anarquista catalán Francesc Ferrer i Guàrdia, fusilado en 1909 tras la Semana Trágica de Barcelona. La reacción a su muerte fue una de las primeras grandes campañas internacionales clamando justicia.
La herradura
¿Y qué opina de la teoría de la herradura, de que los extremos tienden a tocarse? “Es un intento de normalizar el centro político. Todos los que no son como nosotros son iguales; son comunistas, nazis, terroristas islámicos… En el caso del fascismo y el antifascismo en casi todos los aspectos son diferentes: nacionalismo frente a internacionalismo, sexismo frente a feminismo… Lo que tienen en común es que no son liberales clásicos. En EE UU esta perspectiva es popular porque mucha gente piensa que ser fascista o nazi es imponer tu opinión. Cuando los antifa se enfrentan a los fascistas, desde esa perspectiva, están imponiendo, y por tanto, son iguales”.
¿Algo similar sucede con el populismo de izquierdas y de derechas? “El término populismo sirve para hablar de una política en contra de las élites, fundada en el pueblo, en la gente. No creo que haya algo más. La gran diferencia es quiénes forman esas élites y qué se debe hacer. Para la derecha, las élites son los judíos, los globalistas, la gente de otros países, la Unión Europea, y lo que debemos hacer es fortificar la nación, expulsar a los inmigrantes. La izquierda, en general, entiende más la élite desde una perspectiva económica, de la clase alta, de los bancos, y lo que debemos hacer es crear un estado del bienestar o una revolución”, sostiene este declarado anarquista antes de entrar en el debate organizado en Valencia por la Institució Alfons el Magnànim.
¿Y no se deslegitima el uso de la violencia? “Al hablar de estas cuestiones es útil empezar con los ejemplos horribles de Polonia o Ucrania en la Segunda Guerra Mundial. Es obvio que la autodefensa fue legítima. La pregunta es cómo tiene que ser de grave la amenaza para legitimar una reacción así. La respuesta antifascista es que es necesario frenar el desarrollo del fascismo antes de una guerra. Se puede hacer de muchas maneras. Y la mayoría de ellas no incluye la violencia, pero la prensa normalmente tiene ese enfoque”.
Algunos consideran que la prensa también alimenta con su excesiva atención fenómenos como Vox en España: “No podemos ignorar a la extrema derecha ni normalizarla ni banalizarla. Si no hablamos de ello, entraríamos en el debate de la libertad de expresión y de la censura y, sobre todo, la información vendría solo de ellos. Pero cuando alguien escribe sobre estas derechas es importante hacer un análisis crítico y presentar las acciones en un contexto, no ofrecer plataformas para que ellas puedan crear su imagen. Un problema en EE UU es la banalización del fascismo, que es una forma de normalizarlo, cuando los periodistas escriben sobre la ropa, sobre tal hipster nazi…”.
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