Nada es más liberador que la soledad elegida”. Uno de los personajes de Judith Schalansky anota esto en su cuaderno, antes de dormir en el único cuarto de la estación meteorológica de la isla Ámsterdam que no tiene pósteres eróticos en sus paredes. Su nombre es Alfred van Cleef y ha llegado por deseo propio a este lugar solitario en medio de una gran nada azul. La isla pertenece a Francia y a él le recuerda el lugar en el que nació. Van Cleef es un soñador, un médico y un soldado profesional. Ninguna mujer ha pasado más de dos días seguidos en la isla. “Por la noche los trabajadores se reúnen en la pequeña sala de cine de la estación y ven películas en su enorme colección de cine porno”. Van Cleef se queda fuera, prefiere el silencio y la noche estrellada. Prefiere elegir su soledad, aislarse.
No sabemos si ese marinero que se recrea en su decisión de estar solo en un atolón perdido del mundo, es farsa o realidad, porque el proyecto literario de esta escritora alemana de 33 años es inteligente, cáustico, divertido… y muy tramposo. Nada es lo que parece, si lo que preocupa es descubrir la verdad, entre los relatos que ilustran el medio centenar de islas que Schalansky ha seleccionado para emprender un viaje más poético, que geográfico. Su título: Atlas de islas remotas. Cincuenta islas en las que nunca estuve y a las que nunca iré (publicado en coedición por Nórdica y Capitán Swing, editoriales hermanadas).
Ella, nuestra escritora, también vivió durante su infancia en una isla de la que no podía escapar, encerrada en las fronteras políticas de la RDA, deseando conocer las lindes geográficas de lugares extraños y recónditos. “La única posibilidad que me quedaba era emprender mi propio viaje en la biblioteca, impulsada por el deseo de encontrar mi propia isla en mapas antiguos y raros”, explica la autora al recordar aquellos años. Tuvimos las primeras noticias de Shalansky hace unos meses, con la aparición de El cuello de la jirafa (Mondadori), en la que una cruda y mordaz profesora de biología trata de aceptar y adaptarse al cierre de su escuela por falta de alumnos.
Schalansky se mueve de la biblioteca a la escuela en ambas novelas –si es que podemos incluir el Atlas en este género- y siempre bajo la órbita de un país castrador, cuya población quiere abrirse al mundo. En las dos, también, camina hacia otras sociedades y países con las fórmulas y recursos de la literatura de investigación y divulgación. En una, ilustraciones de libros de texto de biología, en el otro, las imágenes de los islotes.
La cultura, a fin de cuentas, es cultivar. Ciencia y literatura, realidad y ficción. La mentira es parte de la verdad y la escritora recurre a los utensilios de la ciencia para confundir con la apariencia de lo objetivo. El resultado es uno de los juegos de espejos más imaginativos al que mirar.
La recreación de la historia de estos lugares es tan mítica y literal como la vida de sus aventureros, sus descubridores, los que sueñan. Shalansky buscaba el lugar perfecto, lejos del ruido y las prisas, un espacio único para recuperar la tranquilidad, “encontrarse a uno mismo y poder concentrarse, por fin, en lo que verdaderamente importa”. Que es… viajar desde la imaginación. Lo que verdaderamente importa es descubrir, y puede ser en una sala cartográfica de la Biblioteca Estatal de Berlín. Ese es el punto de origen y retorno del trayecto del viaje de esta escritora.
Cuenta que, en esta biblioteca, caminaba alrededor de un globo terráqueo del tamaño de un hombre, que leía los nombres de los minúsculos pedazos de tierra, dispersos sobre la inmensidad de los océanos, que “su lejanía y mi desconocimiento” fueron una invitación para comenzar la investigación. En su fascinación por hallar cachitos remotos y olvidados, los mapas políticos desaparecieron y en su lugar se revelaron los mapas geográficos. Las fronteras físicas y emocionales de su país natal se esfumaron mientras trazaba un plan de viaje contra la Historia y la barbarie humana. “Los mapas resultan mucho más informativos cuando no segmentan la tierra en distintas naciones, sino que superan e ignoran las fronteras creadas por los humanos”, dice.
Un viaje por un mundo sin represión, con la nostalgia de aventuras reducido a la guía de un dedo que recorre los perfiles de mar y tierra. Si existe un lugar perfecto no está en este mundo, sino en el que cada uno sea capaz de recrear para proyectar su escapada. De hecho, la propia escritora recrea un paraíso y un infierno, desmonta la imagen de la Arcadia feliz, tumbando esperanzas y mezcla el dulce sueño con un mojón de desdicha.
“Me sentía como ante una de esas pinturas del Juicio Final que cautivan la mirada del espectador con sus tortuosas representaciones del infierno, repletas de bestias aterradoras y de descripciones minuciosamente detalladas de crueles técnicas de tortura”. ¿A qué se refiere? Misteriosas muertes de niños, costumbres que pueden ser tomadas como prácticas deleznables, crímenes horrendos, asesinatos, canibalismo, acontecimientos inevitables en los estados de excepción que crean las islas.
Fruto de una imaginación alimentada por la realidad. “Preguntarse por la veracidad de estos relatos no es pertinente, ya que no se le puede dar una respuesta definitiva”, y no lo es porque asegura que no ha inventado ni un solo hecho de estas páginas, que los ha encontrado en narraciones de otros y las hizo suyas. “Como los marinos con una tierra recién descubierta”.
Un mapa puede con un telón de acero, con el muro más alto, con el que no permite ver más allá. Un mapa anima y despierta a encontrar la soledad elegida, a cabotar por los errores y los aciertos. Un mapa es el Teatro del mundo -Theatrum orbis terrarum su denominación original-, y qué no puede ocurrir en un escenario. “Los cartógrafos deberían reivindicar su oficio como un verdadero arte poético y los atlas como un género literario de belleza máxima”, explica. El propio Italo Calvino debió ser uno de ellos en otra vida, antes de pensar en sus Ciudades invisibles.
Las islas de Schalansky, con sus cuentos y su geografía, son fantasmas flotantes en medio de la soledad, destino final y ansiado del aventurero.
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