Poeta, novelista y periodista, Luna Miguel es una de las creadoras que más ha hecho a la hora de reivindicar y rescatar a escritoras, de aquí y de fuera, que la historia de la literatura ha olvidado. En sus artículos, Miguel ha denunciado las diferentes formas de machismo del mundo literario y editorial. Ahora publica El coloquio de las perras (Capitán Swing), un libro en el que conversa con distintas autoras en lengua castellana, de Elena Garro a Pita Amor, de Agustina González a Alejandra Pizarnik, de Eunice Odio a Marvel Moreno y Alcira Soust Scaffo, cuyo nombre vale especialmente la pena recuperar, pues, cada año, en el aniversario del bombardeo de Guernica, enviaba críticos poemas del dictador Franco.
Leyendo tu libro, es imposible no reflexionar sobre cómo muchas veces las mujeres son las primeras en desconocer a tantas autoras que merecerían nuestro reconocimiento.
Y te das todavía más cuenta de este desconocimiento cuando empiezas a tirar del hilo. Yo empecé a ser consciente de ello cuando comencé a viajar a Latinoamérica para participar en distintos festivales, a los que era invitada como autora, a veces cubriendo la cuota de mujer y de joven. Muchos de los eventos que se celebran en estos festivales tienden a ser muy masculinizados así que no es extraño sentirte fuera de lugar. En este contexto, precisamente ante esta masculinización de los festivales, decidí que cada vez que viajara contactaría con las mujeres creadoras de cada país que visitaba y les preguntaría a todas ellas por sus referentes. Casi todas las autoras que están en este libro las he conocido gracias a creadoras jóvenes de otros países que me han descubierto a sus madres literarias.
Tu libro rescata autoras olvidadas, autoras que están fuera de ese denominado canon occidental, tal y como lo definió el recientemente fallecido Harold Bloom.
Es curioso que Bloom muriera el día de las escritoras, fue como un mal chiste. Si empiezas a repasar tu biblioteca de darás cuenta de inmediato de que apenas conoces a las autoras que compartieron generación con los escritores a los que lees desde siempre y que están en el centro del llamado canon. Por suerte las cosas están cambiando y ahora mismo se están llevando a cabo muchos actos de recuperación que son extremadamente valiosos. Pienso en el trabajo de Annalisa Marí, que en su antología Beat Attitude ha rescatado a muchas de las poetas de la generación beat, pienso en todo el trabajo realizado en la recuperación de Las Sinsombrero o el que realiza desde La bella Varsovia Elena Medel recuperando escritoras del XIX y del XX. Elena siempre cuenta que se pasa días enteros en la Biblioteca Nacional revisando revistas de literatura, donde encuentra autoras completamente olvidadas que, a lo mejor, vieron publicados algunos de sus poemas, pero que nunca pudieron editar su propio libro y, por tanto, nunca se les hizo ninguna crítica ni tampoco fueron entrevistadas. Preparando El coloquio de las perras, me di cuenta de que no solo se había obviado completamente a las autoras fuera del canon, sino que tampoco se había prestado ningún interés al trabajo de muchas académicas que llevan estudiando a todas estas creadoras desde hace años. Sin embargo, las cosas empiezan a cambiar: se están publicando biografías, ensayos, estudios filológicos… Se está comenzando a visibilizar un trabajo de investigación que se estaba haciendo desde hacía mucho tiempo, pero que pasaba desapercibido.
Imagen vía Capitán Swing.
En tu libro haces referencia a la campaña #LeoEscritoras. ¿Cuán importante han sido las redes sociales y las lectoras en este cambio de escenario?
Ha sido muy grande. Tras anunciarse que se le concedía a Cristina Morales el Premio Nacional de Narrativa, el periodista Peio H. Riaño decía que se trataba de un premio a un libro que ha sido reivindicado principalmente por las lectoras. Lectura fácil no ha aparecido en ninguna lista de las mejores novelas del año de ningún suplemento. A pesar de ello, desde hace casi un año entra y sale de las listas de los más vendidos continuamente. Es decir, Lectura fácil ha estado siempre ahí, gracias a las lectoras. Campañas como #LeoEscrituras o como el MeToo de las escritoras mexicanas han sido muy influyentes, pero el papel fundamental lo han tenido las lectoras, que han sido quienes han reivindicado Lectura fácil. Podríamos decir, que las lectoras están teniendo un papel esencial a la hora de modificar la industria editorial.
Dejando de lado el valor incuestionable de Lectura fácil, no sé si se podría pensar que determinadas instituciones, no todas, obviamente, han asumido que no pueden seguir obviando a las autoras, ni que sea de cara a la galería.
Es un momento de cambio, de esto no hay duda. Aunque el premio a Cristina Morales sea simplemente un gesto, de lo que no hay duda es que Lectura fácil es una novela indiscutiblemente potente y completamente distinta a lo que se lee en España. Es muy significativo que en el jurado del Premio Nacional estuviera Almudena Grandes, ganadora de dicho premio el año pasado y que, desde su columna en El País, ha reivindicado a Cristina Morales desde que ésta publicara su primera novela. Estamos delante de una escritora mayor y consolidada que, me imagino, habrá peleado para que el premio recayese en manos de Cristina. Obviamente muchas instituciones necesitan renovarse, pero, por suerte, podemos decir que algo se está moviendo y que, aunque el premio a Cristina Morales o el Man Booker a Margaret Atwood sean solamente un gesto, son gestos totalmente justificados en cuanto son premios que reconocen la calidad literaria.
En tu libro reúnes a escritoras menos conocidas con escritoras ya muy afianzadas como pueden ser Elena Garro o Alejandra Pizarnik. Lo que llama la atención de estas dos últimas es de qué manera, a lo largo de los años, se las ha convertido en un personaje que, en muchas ocasiones, se ha impuesto a su obra.
Ahora que se está reeditando a Sylvia Plath se comenta precisamente esto que señalas, cómo en muchas ocasiones el mito creado en torno a Plath ha podido hacer daño al reconocimiento de su obra. Aurora Bernárdez, Elena Garro y Alejandra Pizarnik son tres autoras sobre las que han pesado unas cargas brutales, autoras cuyas obras han recibido insultos y críticas indebidas y sobre cuyas vidas se han dicho muchas mentiras. Ha habido durante años tal desinterés por su obra que más de uno de sus libros ha visto la luz mucho después de su fallecimiento. Y si bien son escritoras muy conocidas, todavía hoy sobrevuela en torno a su obra la sombra de la duda: de hecho, aún algunos afirman que si son conocidas no es por el valor de su trabajo, sino por su vida: una porque se suicidó, otra porque su marido era reconocido, la tercera por haber dicho tal cosa polémica. Se niega que el reconocimiento de estas autoras se debe a lo que escribieron, se debe a que, por ejemplo, Elena Garro fue una de las precursoras del realismo mágico o que Pizarnik fuera seguramente la última escritora surrealista del siglo XX y una de las traductoras literarias más importantes de América Latina.
Leyendo sobre Garro o Pizarnik pienso en María Luisa Bombal, siempre ausente en todos los libros sobre el boom latinoamericano.
A Bombal se la tachó de loca y hoy es una autora inencontrable. Yo pude leer sus libros gracias a un PDF que me han pasado estudiantes de literatura de Chile.
Yo leí La amortajada gracias a Paula Bonet.
Paula, de hecho, es una de las que más la ha reivindicado. Fíjate lo que sucede con Bombal, que es una autora fundamental de las letras en español: la conocemos gracias a que hemos viajado a Chile y nos hemos podido comprar sus libros o gracias a que alguien, proveniente de Chile, nos haya pasado, casi como si fuera un secreto, uno de sus libros. Yo creo que el boom de las escritoras consiste precisamente en esto: en una serie de libros que, por fin, han pasado las aduanas y comienzan a circular. El caso de Bombal me recuerda mucho al de Elena Garro con la gran diferencia de que Garro tuvo una vida social mucho más potente que Bombal; Garro pasó de ser una mujer muy bien posicionada, que tenía todos los contactos y que había publicado mucho en vida a pasar sus últimos años de vida sola en su casa siendo consciente, como ella misma decía, de que “yo leía a México, pero México no me leía a mí”. Mientras que Garro vive con tristeza al saberse sola, Pita Amor asume los insultos que le dirigían -loca, descarriada…-, algo que, en parte, también hace Rosario Ferré al definir su coloquio como un coloquio de perras. Es una forma de reapropiarse de todo el dolor y transformarlo en arte, en creación.
Ferré escribió El coloquio de las perras en 1990, pero es totalmente inencontrable. De hecho, tú lo leíste en inglés.
Exacto. Hace poco hablaba con una amiga, Sara, que es filóloga y ha hecho un máster de literatura hispanoamericana, a lo largo del cual nunca se habló de Rosario Ferré, cuyo libro lo puedes encontrar como mucho en iberlibro y a más de 100€. Hablando con Sara, comentábamos cuánto se ha hablado del boom latinoamericano y cuánto se ha debatido en torno a sus autores sin detenerse nunca en las autoras ni tampoco en los personajes femeninos. Rosario Ferré, de hecho, lo que hacía era analizar los personajes femeninos de las novelas del boom para observar lo mal construidos que estaban, algo que también señala Márvel Moreno, cuando, refiriéndose a la narrativa colombiana de su época, afirma que los hombres no saben narrar a las mujeres. Tanto Rosario Ferré como Márvel Moreno se dan cuenta de que los escritores hacen retratos muy básicos y esquemáticos de las mujeres; para García Márquez, por ejemplo, las mujeres son santas o putas. Lo que no se entiende es que se tache de revolucionaria la narrativa de unos escritores para los cuales las mujeres son meros atrezo.
Y, a pesar de estar en el 2019, el relato del boom sigue omitiendo a las mujeres.
Al respecto, es significativo que, si buscas “mujeres boom latinoamericano” en Google, el primer artículo que encuentras es sobre las mujeres de los escritores del boom.
Luna Miguel. | Foto: Martina Matencio, cedida por la autora.
En las primeras páginas citas el ensayo de Joana Russ, Como acabar con la escritura de las mujeres, señalando que, si bien puede estar algo desactualizado, los mecanismos que denuncia siguen vigentes.
Digo que está desactualizado en cuanto muchas de las escritoras sobre las que escribe Russ no son solo las más reconocidas, sino también las que suelen citar los escritores “macho”. Cuando tienen que sacar pecho y decir que leen a mujeres siempre citan a las mismas, a Mary Shelley, a Virginia Woolf, a Emily Brönte y ya está. Como mucho añaden a la lista a Iris Murdoch, a la que definen como muy sesuda y poco femenina como si quitarle femineidad la hiciera más interesante. Ciertos mecanismos siguen obviamente vigentes, pero ya no los pasamos por alto. Cuando se publicó la novela de Elena Garro con aquella faja en la que se la definía como mujer, amante y musa, por suerte, toda la prensa fue muy crítica y la editorial tuvo retirar la faja. Lo que quiero decir con esto es que, ahora, hay una reacción y ya no se admiten determinadas cosas que antes eran habituales. Esto me lleva a preguntarme qué hubiera pasado si Rosario Ferré hubiera publicado su coloquio de perras en un contexto como el actual. Seguramente su repercusión hubiera sido otra.
Señalas que algunos han tachado al ensayo de Russ de ser excesivamente quejica, algo que también ha pasado con el movimiento MeToo, al que se le ha acusado de puritanismo.
Siempre hay que escuchar a quien ha sufrido o a quien dice que está sufriendo. Luciana Peker dice: “La revolución es una revolución del deseo, se opone al abuso, al acoso y a la violencia y está a favor de un deseo donde las mujeres, las lesbianas, las trans y otras identidades tengan palabra, poder y piel. El freno a la violencia no es puritanismo, sino por el contrario una pelea por el placer”. Tengo grabada esta frase desde que la leí en el libro Putita golosa y creo que, como dice Luciana, se trata de una lucha por el placer, por el espacio, por la visibilidad y por el derecho a decidir. Esto no puede considerarse puritano, todo lo contrario; el puritanismo sería prohibir ese espacio, ese deseo, esa piel.
En un artículo denunciaste el acoso y los abusos dentro del mundo de la poesía.
Me acuerdo perfectamente de aquel artículo sobre el acoso en el mundo de la poesía, en el que las denuncias eran anónimas y no se señalaba a nadie en concreto. Aunque no esté saliendo en la prensa, se están celebrando los primeros juicios contra algunos poetas españoles. Los procesos judiciales son lentos, nada tienen que ver con poner un tuit y que se arme follón. Si condenar a los acosadores es un proceso lento a nivel legal, también lo es a nivel social. Lo que sí hay que decir es que hay una mayor conciencia del problema y, de hecho, en los festivales, las mujeres nos protegemos entre nosotras. Antes de ir a algún festival, más de una escritora, alguna incluso mayor que yo y con larga trayectoria, me ha escrito para preguntarme si conozco a los organizadores y a los participantes. Esta red de apoyo mutuo entre escritoras existe; en España todavía es muy pequeña, pero en México o en Colombia es mucho más grande.
La sororidad siempre es aplaudible, pero es terrible esta necesidad de protección.
Sí, es terrible tener que viajar con estos miedos y no poder ir a presentar tu libro de manera completamente despreocupada.
Antes hablabas de la desfeminización de las autoras. Recuerdo cómo se lamentaba Pardo Bazán cuando la elogiaban por no escribir como una mujer.
A diferencia de lo que les sucede a las escritoras, cuando un hombre escribe algo que podría definirse como femenino no se le alaba todavía más por escribir como una mujer. Cuando hablo de este tema siempre pongo el caso de Ordesa: es una novela del duelo, muy íntima y poética que yo inscribiría dentro de una tradición femenina de la que formaría parte, entre tantas otras, Joan Didion y en la que encontraríamos novelas íntimas, muy viscerales y de carácter memorialístico. A Vilas se le celebra muchísimo, pero en ningún momento se le hace dialogar con esta tradición, no se destaca una supuesta feminización de su escritura ni se considera que dicha feminización es un valor añadido. Sin embargo, en el caso de las escritoras, la masculinización de la escritura durante mucho tiempo no solo ha sido un elogio, sino que dotaba de madurez a las autoras. Afortunadamente la crítica española de hoy ya no se detiene en estos aspectos, pero es algo relativamente reciente, hasta hace nada la escritora que merecía ser elogiada era aquella cuya escritura era como la de los hombres.
¿Crees que se puede hablar de una prosa femenina en oposición a una prosa masculina?
No creo que hablar de prosa femenina sea lo más adecuado, pero sí que creo que hay unos temas y unas sensibilidades que están estrechamente relacionadas con la escritura de las mujeres. Pienso, por ejemplo, en Marvel Moreno y en Rosario Ferré: ambas son escritoras que hablan del abuso sexual, describen escenas de violaciones y nos presentan a mujeres que han sido víctimas de dichos abusos y violaciones. No sé si su escritura es femenina, pero sí sé que si ellas no hubieran tratado estos temas ningún escritor lo hubiera hecho y menos aún en la manera en que ellas los tratan. Por tanto, no creo que diferenciar una escritura femenina de una masculina sea lo deseable, pero sí que creo que el florecimiento de determinados temas en la narrativa escrita por mujeres es fruto del desinterés e, incluso, el despreció que despertaban entre los escritores. De hecho, creo que podríamos decir que determinados temas, como los tratados por Moreno y Ferré, nacen como forma de resistencia, para defender que ciertos temas y ciertas sensibilidades son literatura.
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