Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990) aúlla alto. Su último ladrido tiene 165 páginas y está editado por Capitán Swing. El título, El coloquio de las perras, se lo ha pedido prestado a la puertorriqueña Rosario Ferré, una de las doce autoras de América Latina y España a las que homenajea en su nuevo título y a las que dirige cartas, donde hay una mezcla de admiración, confesiones y un punto de expiación.
En realidad, El coloquio de las perras lo conforman doce hilos, y muchas reflexiones intercaladas, que tejen una red de conocimiento y seguridad a las que las escritoras y las lectoras puedan lanzarse. Y no solo ellas, entre las múltiples referencias que utiliza Miguel, también están las periodistas y editoras que han desempolvado y pulido las letras de estos nombres, a veces menospreciados, otras olvidados, de la literatura en español.
Muchas narradoras siguen descubriendo a creadoras como Elena Garro, Pita Amor, Aurora Bernárdez o Agustina González por su relación con otros escritores, por casualidades, por referencias secundarias en otros libros o por blogs y redes sociales. Miguel pretende ahorrar ese trabajo a las nuevas generaciones y servirle en papel un aperitivo de sus obras. La poeta, novelista y editora charla con cuartopoder en un nuevo hilo de esta red desde Barcelona a Madrid.
-¿Por qué decidió usar el título de un libro ya publicado por Rosario Ferré?
– Por varias cosas. Descubrí que era un título prácticamente inexistente, no está publicado en España y es muy difícil de conseguir en cualquier otra parte del mundo. Era un título que a fuerza de decirlo, de reivindicarlo y escribirlo era como si cobrara vida de repente, como si las palabras o la obra de Ferré existiera por fin de manera más cercana.
También hay un juego literario. Salman Rushdie acababa de publicar una novela que se llama Quichotte, como un juego y un homenaje a Cervantes. Me hacía gracia rescatar un título de Ferré en el que ella recupera a Cervantes, no sé si para burlarse, pero sí con cierta ironía. Había muchos juegos literarios que se mezclaban, pero sobre todo, la reivindicación de la figura Ferré.
-Le han dado el Premio Nacional de Narrativa a Cristina Morales, una de las autoras a las que menciona de refilón en tu libro, ¿qué valoración hace?
-Es un premio para ella sola, ella lo merece y su obra lo merece totalmente. También creo que es un premio para todas nosotras, para las lectoras que la hemos reivindicado, que hemos disfrutado con su obra, celebrada con una radicalidad absoluta que era difícil encontrar en novelas premiadas, aunque ella ya venía de ganar el premio Herralde. El premio de Cristina es un premio reparador, que no solo pone el acento en una gran autora, además muy joven, sino que creo que pone el listón alto y bien merecido para una generación de escritoras nacidas a finales de los 80 y principios de los 90, que están haciendo cosas muy interesantes. Creo que Cristina Morales, Aixa de la Cruz o Elena Medel pueden ser las cabezas visibles de esa generación.
– Leyendo el libro, yo he tenido la sensación de que conocía más a las autoras latinoamericanas que a las españolas. Incluso usted reconoce que no sabe “casi nada de literatura española escrita por mujeres”, ¿no hemos rascado lo suficiente en nuestra literatura?
-Hay que mirarse uno como periodista o incluso como lector de prensa cultural. Mientras cualquier otra escritora ajena al panorama español, mayor o ya fallecida, puede llegar a nosotros gracias a una recomendación de alguna editorial o de prensa extranjera, en el caso de las autoras españolas en el siglo XX siempre se nos aparecía en la televisión o en la prensa como señoras viejitas entrañables que decían palabras amables y que otros escritores, que sí tenían mucha visibilidad en la prensa y en columnas de opinión, no tenían en cuenta. Cuando tú creces leyendo un canon establecido por los libros de texto en el instituto y creces yendo a las librerías donde a esas mujeres nos las venden como viejitas entrañables y pobrecitas, al final te lo acabas creyendo, te acabas creyendo esa gran mentira. Esas señoras como Gloria Fuertes, que tenían que estar un poco locas para haber llegado tan lejos porque no era posible que alguien hubiera llegado tan lejos siendo una mujer cuerda.
-Vamos a la otra parte, a la parte más positiva. En el libro habla mucho de feminismo y de una nueva generación de escritoras, pero también de Facebook, las redes sociales y las nuevas formas de difusión, ¿esta nueva generación y sus formas de comunicarse han empujado este redescubrimiento?
-Sí, son dos elementos fundamentales de ese momento. Siempre recuerdo 2014, un año clave para mí como lectora y creo que para la industria editorial. Joanna Walsh crea en Twitter el hashtag de #ElAñoDeLeerMujeres (#ReadWoman) y la prensa anglosajona se vuelca en recuperar nombres de escritoras olvidadas. Por ahí llega la recuperación de Lucia Berlin, estalla la obra de Elena Ferrante… De repente hay muchos pequeños hitos que hacen que además de la exposición brutal del feminismo, con los respectivos 8M de cada año, y con los movimientos a favor del aborto, especialmente en Argentina, se vaya tejiendo una red en la que las lectoras, editoras y escritoras que se van sintiendo más empoderadas, aunque no me gusta esta palabra. Esto provoca que la red sea tan fuerte y que las cosas empiecen a cambiar y no te dé miedo escribir como tú quieres escribir o reivindicar a las autoras que quieres revindicar.
-¿Puede definir a los lectores qué es el canon del escritor macho, que también has explicado en tus columnas de eldiario.es., y cómo afecta al ecosistema literario español?
-Creo que es universal. La figura del escritor macho es una expresión que copio a Cristina Morales y Carolina Sanín en una charla que dan en enero de este año en el Hay Festival de Cartagena. El escritor es una parte muy importante, igual que el editor macho o el lector macho, de la industria. Es ese autor al que le da igual todo, le da igual insultar, machacar las obras de sus compañeras. Suele ser un escritor baboso en ciertos sentidos, que te increpa en los festivales y te dice que lo que estás haciendo no es literatura sino activismo y que en el cóctel de después de la presentación intenta meterte mano o directamente te viola. Es una figura que está ahí y que está más veces de las que nos imaginamos.
Hace cuatro años hice un reportaje en PlayGround con casi 40 o 50 fuentes del mundo editorial español hablándome de sus casos de acoso. No había poeta, narradora o periodista que no hubiese sufrido un episodio así dentro de esta industria. El escritor macho es esa figura imaginaria, pero muy real, que representa todas esas barbaridades que han acabado con la escritura de las mujeres. Si tú te sientes amenazada o no puedes ir a presentar tu libro a gusto, dejas de ir a festivales o de escribir para que no te pasen esas barbaridades. Lo que están haciendo es censurarte en cierto modo. Te están coartando tu libertad de ser escritora porque temes por tu salud mental, tu salud sexual y por tu vida, al fin y al cabo.
-¿Por qué a veces nos provocan más escándalo esos #metoo que surgen en Estados Unidos que estas confesiones de escritoras españolas?
-Porque aquí pesa más la presunción de inocencia que la palabra de la víctima. Se ha visto con todo el caso de Plácido Domingo. La prensa y los comentaristas decían ‘bueno, la presunción de inocencia, a él es al que tenemos que creer y ellas no importan tanto’. Creo que todavía no tenemos una red tan fuerte como la que creo que sí ha enraizado en otros países de América, no solo Estados Unidos, sino también en otros como México, etc. No solo en el mundo de la literatura, sino en cualquier situación de acoso la víctima siempre es la más afectada, sobre la que cae la duda.
– En el libro cuenta cómo estas escritoras han sido vilipendiadas o tachadas de locas. Usted lleva muchos años escribiendo y trabajando en el mundo de la edición. Además empezó muy joven a publicar y a hacerse un hueco en el panorama literario, ¿a la hora de escribir el libro se ha visto reflejada en esas situaciones? ¿hay una especie de espejo?
-Sí, desde luego hay reflejos. No solo en cosas que he sufrido, sino también que he practicado, como poner en duda trabajos de compañeras porque eran guapas o porque me imaginaba que ellas no podían ser así de buenas, tenía que haber algo detrás. Dudaban tanto de mí, me insultaban tanto, me acosaron tanto por redes sociales.. recuerdo incluso aquella época en la que un periodista hoy bien conocido por todos como Juan Soto Ivars hasta llegó a crear un blog para insultarme diariamente. Ha sido tan fuerte, que en vez de solidarizarme con otras escritoras yo también tendía a pensar mal de ellas. Era tan grave esa enfermedad que había alrededor de estas miradas hacia una escritora joven, que mi manera de protegerme era dudar de todo el mundo. Por eso, para mí como escritora ha sido un proceso terapéutico investigar la vida de otras mujeres, hablar con otras escritoras o editoras para darme cuenta de que es un problema muy grande, que nos hace no ser creadoras libres. Eso es lo más grave de todo, cuando pierdes la libertad de poder decir lo que quieres, poder escribir lo que quieres y poder leer lo que quieres.
-Describe 2014 como una fecha destacada, del despertar, ¿hay otros acontecimientos que le hicieron darse cuenta de que algo fallaba?
-Ha sido un conjunto de pequeñas fases. Tengo varios ‘clics’ en mi historia más íntima con respecto al feminismo. Yo vivía en Almería y siempre recuerdo que en los festivales de literatura o en los recitales de la biblioteca pública cuando venía una escritora era un acontecimiento rarísimo porque incluso los hombres que tenían que presentarla se portaban muy mal con ella. En las presentación, siempre se empezaba con la frase “como dijo Safo”, como si todas las escritoras fuéramos hijas de Safo y todas escribiéramos exactamente lo mismo. Esto estaba en mi cabeza, aunque no supiera ponerle nombre.
Luego me pasó esto que ahora llaman linchamientos, a mí esto me pasó antes de tener Twitter. Me llamaron del diario Público para escribir una columna sobre adolescencia, yo tenía 18 años. Recuerdo mucha gente enfadada diciendo que yo no tenía derecho a escribir. Entiendo que hay mucha gente que podría estar ocupando este sitio, pero por qué precisamente yo no. Esto también me hizo pensar en mí como escritora y como persona a la que se miraba diferente. Si yo hubiera sido un hombre, no se me hubiera criticado de esa manera.
Por otro lado, recuerdo mucho la lectura de Virgine Despendes y de Teoría King Kong, que casualmente el otro día Facebook me recordaba que subí una foto de ese libro hace 10 años, pero sobre todo fue conocer el feminismo latinoamericano a partir de la periodista Luciana Peker. Fue la primera que me dijo ‘Vos sois feminista’ después de hablar durante mucho rato sobre nuestras vidas y obras. Fue la primera vez que dije “sí, creo que lo soy”. Fue gracias a ella cuando dije, ahora que me ha adjudicado esta palabra, voy a hacerle los honores y voy a trabajar al respecto.
-Hemos hablado de cómo le afecta ese menosprecio en su faceta de escritora, ¿pero ocurre en el plano como editora?, ¿le cuesta encontrar autoras que den el paso y quieran escribir?¿sigue pesando ese síndrome de la impostora?
-Creo que ese síndrome de la impostora está ahí y está en todos. Yo convivo con mi marido, que es escritor, y para él dar también ciertos pasos, la exposición pública, publicar y esperar las reseñas, etc. tiene dificultad. El miedo del creador siempre está ahí, pero es verdad que hay un peso que intuyo mucho mayor en ellas. Me sorprende muchas veces, y me río casi de ternura, cuando mi amiga, la escritora de María Sánchez, autora de Tierra de mujeres, sube alguna vez un mensaje a Twitter diciendo que se ha sentido impostora cuando es una de las mujeres que más ha visibilizado la España vaciada o el feminismo rural. Ella, siendo una de las grandes voces en ese campo, se sigue llamando impostora. Es curioso como mujeres muy fuertes siguen sintiendo esa debilidad, pero creo que a fuerza de aprender y de haber crecido en una sociedad misógina lo llevamos un poco dentro.
Ahora como editora de escritoras jóvenes en Caballo de Troya creo que ese sentimiento existe, pero que está habiendo un cambio porque ahora hay una red que antes no estaba, cuando yo empecé a escribir no estaba. Si alguien te insultaba, si algún escritor se pasaba contigo, sentías que no podías expresárselo a nadie. Ahora creo que sí.
-Ahora está trabajando en un nuevo libro de poemas titulado Poesía masculina, ¿tiene sentido hablar aún de poesía femenina?
Creo que en algunos casos sí. El otro día me regalaron el libro Qué es una autora. Lo firman Aina Pérez Fontdevilla y Meri Torras y recopilan una cita al principio que viene de la antología Ellas tienen la palabra y dice: “Evaluación de Antologías poéticas según cuotas de participación por sexo. 100% de hombres = Antología de poesía; hasta el 75% = Correcta; Hasta el 65% = Aceptable; 50% = Sospechosa; Menos del 50% = Provocativa; Menos del 35% = Ridícula; Menos del 25% = Imposible; 0% = ¡Otra antología de mujeres! Me pareció maravilloso este fragmento de Benegas y me parece que es muy representativo de lo que yo te respondería en esta pregunta. Por desgracia, la etiqueta de “femenino” o “mujer” o antología de recuperación de voces femeninas sigue siendo a ojos de muchos una provocación. Ese femenino se está abriendo, una de mis antologías favoritas del años pasado habla de Queers, poets of colors (Poetas, queers racializados). Estados Unidos, un país donde los grandes premios siempre se los han llevado poetas hombres heterosexuales, cisgénero y blancos, estas reivindicaciones siguen siendo fundamentales para poner a prueba ese canon. Mientras sigan existiendo las desigualdades, toda antología de poesía hecha solo y maravillosamente por mujeres seguirá siendo necesaria.
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