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Luna Miguel: “Cuando se trata de ficción o poesía exigimos más a las mujeres”

Por El Cultural (El Mundo)  ·  21.11.2019

Arranquemos la etiqueta rápido. No, El coloquio de las perras (Capitán Swing), el último libro de la escritora y editora Luna Miguel(Alcalá de Henares, 1990) no es “otro libro de mujeres más”. Es un homenaje y una reivindicación, eso sí, de todas las autoras hispanohablantes que fueron ninguneadas, maltratadas u olvidadas por el hecho de ser mujeres. Nombres como Elena Garro, Gabriela Mistral o Alejandra Pizarnik, pero también las menos conocidas como Alcira Soust Scaffo, Agustina González López o María Emilia Cornejo. “¿Qué clase de artistas seríamos si no sintiéramos la necesidad de completar esos injustos vacíos? ¿De qué nos serviría ladrar entonces?”, se pregunta la escritora en su libro que presenta esta tarde junto a Mónica Ojeda, Belén Gopegui y Cristina Fallarás en la librería La Buena Vida de Madrid.

¿De qué nos serviría ladrar? Sobre eso da cuenta El coloquio de las perras. Una aproximación y un diálogo con doce mujeres, doce perfiles de escritoras olvidadas que hoy vuelven sobre la mesa. Su título, tomado de un cuento de Rosario Ferré, es también, de hecho, una reivindicación. No deja de resultar curioso “que un libro que se suponía fundamental en el pensamiento  de la autora o un texto que todo el mundo citaba como una de sus grandes obras no esté apenas disponible ni si quiera en internet”, reivindica Miguel. A ella le costó encontrarlo. Tuvo que ser en inglés y descargándolo de la web. Entonces descubrió que todo lo que ella había empezado a escribir sobre alguna de sus compañeras de generación ella ya lo había hecho. «Ella ya había dado ese paso previo de reivindicar un espacio y de visibilizar por qué, según su juicio, le parecía que la literatura que estaban publicando sus compañeros hombres de generación era misógina”.

La editora no está sola en esta lucha. Otros libros como el de la propia Belén Gopegui, que acaba de publicar Ella pisó la lunaNosotras de Rosa Montero o 30 maneras de quitarse el sombrero de Elvira Lindo han devuelto a las mujeres su palabra en los últimos meses. “Ahora estamos viviendo un momento en el que a nivel editorial se está recuperando muchísimo y se está haciendo un trabajo muy grande pero también hay que pensar que todo ese trabajo viene después de muchos años, siglos de sufrimiento de esas autoras -analiza la editora-. Es decir, no pasa nada por que durante unos meses nuestras mesas de novedades estén llenas de esas mujeres que nunca antes habían estado ahí. Seguramente también haya hombres a los que recuperar pero es lógico que exista esta exposición y esta explosión ahora precisamente porque se necesitaba social y vitalmente hacerlo”.

Pregunta. En este sentido, da la sensación de que cada vez se genera más ruido y se reivindica más a las mujeres pero ¿teme alguna vez que se trate más de una moda pasajera o un movimiento puntual?

Respuesta.  Creo que evidentemente estamos en un momento en que el mercado también se ha apropiado de esta lucha y lo estamos viendo. Pero me gustaría pensar que quizás seamos nosotras las que ahora tomemos esa puerta que se ha quedado abierta durante un momento, porque efectivamente está de moda y es de lo que se habla ahora, y que no nos conformemos con esa apertura sino que vayamos con nuestro camión y reventemos la fachada. Aprovechar este momento para ir un paso o cien mil pasos más allá. Sobre todo porque el mercado es como es y a lo mejor mañana nos hemos olvidado del feminismo.

«Por mucho que desde la industria editorial se publique la obra de Rosario Ferré si Rosario Ferré no entra en nuestro imaginario va a seguir al margen»

P. Pero ¿cree que se está haciendo lo suficiente para recuperar las obras de las escritoras olvidadas?

R. Yo creo que ahora es el momento de replantearnos muchas cosas. De qué sirve que yo publique El coloquio de las perras si la obra de Elena Garro a lo mejor sigue sin publicarse en librerías o de qué sirve publicarla si luego en los medios no la reseñan, o de qué sirve que la reseñen si luego en la universidad donde se estudia literatura latinoamericana en España, en Europa o en el mundo no entra este nombre que es uno de los más importantes del boom latinoamericano. Son muchísimos pasos. No es algo que me corresponda solo a mí como escritora o a quien sea como editor sino que es una cosa que va más allá y va más acompañada. Efectivamente hay que meter en el día a día todos estos nombres. Igual que en el aniversario del nacimiento de Gabriel García Márquez los medios de comunicación ponen una cita suya y una foto, introduzcamos efemérides de mujeres en nuestro día a día. Hagamos pequeñas cosas como están haciendo algunos ayuntamientos poniendo nombres de escritoras a las calles. Son cosas que parecen una tontería pero que no lo son tanto porque de repente todos esos nombres pasan a formar parte del imaginario colectivo. Y eso es lo doloroso. Que por mucho que desde la industria editorial se publique la obra de Rosario Ferré si Rosario Ferré no entra en nuestro imaginario va a seguir al margen.

P. En  El coloquio de las perras escribe sobre doce perfiles distintos de escritoras, pero lógicamente no son solo ellas, ¿cómo fue su proceso de selección?

R. Son autoras que a mí me fascinaban por un motivo u otro. Fue una selección totalmente caprichosa pero quizás no tanto porque eran autoras que al pensar en sus nombres, en sus vidas y en sus obras podía pensar en los nombres, las vidas y las obras de otras muchas mujeres. Por ejemplo si me pongo a pensar en la literatura de Perú podía haber elegido a Blanca Varela pero el hecho de hablar de María Emilia Cornejo, muerta a los 23 años y autora de solo unos cuantos poemas, me permitía hablar de otras muchas autoras, de Carmen Ollé y de otras escritoras feministas peruanas, al mismo tiempo que me permitía venir al presente. A través de su historia en el pasado yo podía hablar del Comando Plath que es un colectivo de escritoras peruanas actual, entre las que se encuentra por ejemplo Gabriela Wiener. Eso me abría un abanico de voces que era lo que realmente quería. Mostrar esa escalera, mostrar ese abanico, ese voy a hablarte de Gabriela Mistral pero en realidad te voy a hablar de muchas escritoras chilenas del siglo XX o voy a hablarte de Elena Garro pero también de cómo era la literatura mexicana en su época.

P. Comenta que por no manchar la figura de Octavio Paz, a quien se puso en duda fue a Elena Garro, ¿hoy continúa siendo así o ella cada vez está mejor considerada?

R. Sigue habiendo polémica y se vio cuando se celebró en 2016 el centenario de su nacimiento pero ahora mismo, al menos en México, Elena Garro tiene otra consideración indudablemente y ahí está el trabajo de muchísimas personas que la han reivindicado. Y no solo mujeres. Pienso en el mexicano Juan Pablo Villalobos o en el argentino César Aira. Pienso en muchos autores y autoras que la han reivindicado y que han conseguido que su figura vaya más allá de Octavio Paz. Y esto sin que se haya dejado de leer a Octavio Paz. Porque esto también me parece importante. La independencia del escritor más allá de con quién esté o no casado, de quiénes eran sus amigos o la generación a la que supuestamente pertenecía. Yo creo que Elena Garro se está volviendo por fin una autora independiente a su tiempo, a su familia y a su propia vida y por eso hemos empezado a leerla otra vez. Alfaguara de publicar en España Los recuerdos del porvenir y me parece una gran noticia.

P. ¿Cuántas veces ha pasado eso que cuenta de Octavio Paz y Elena Garro, que ella quede a la sombra de él?

R. Pues mira, una de las cosas de las que me he dado cuenta escribiendo el libro es que de las doce autoras y de los doce tipos de machaque que al menos he podido percibir a sus respectivas obras y vidas, precisamente el de la pareja de escritores es uno de los que más ha cambiado ahora mismo. Es cierto que todavía tenemos que soportar que a Siri Hustvedt, cuando viene a recoger el premio Princesa de Asturias, le pongan de pie de foto: “Aquí Paul Auster paseando por Oviedo con su mujer”. Esto lo hemos visto. Es cierto que eso está ahí. Pero aun así creo que de todos modos Hustvedt tiene ahora un alcance mucho mayor y mucho más potente e independiente del de la figura de su esposo. O pienso por ejemplo en Elvira Lindo y Muñoz Molina. Sus obras conviven en las librerías sin que ninguna pese más que la otra y sin que haya que citar a uno para citar al otro. Elvira Lindo tiene su propia identidad. Y eso yo creo que es una de las cosas que más ha cambiado.

P. ¿Y cuál es, en su opinión, el mecanismo más eficaz a la hora de invisibilizar a la mujer?

R. Bueno, supongo que el paternalismo. Es algo constante. Y esto se puede ver en las reseñas que se publican. Seguimos escribiendo sobre los libros de mujeres con muchísimo más paternalismo mientras que a otros autores les permitimos fallar más y escribir peores obras. Cuando se trata de algún género que sea más ficción o lírico exigimos muchísimo más a las autoras que a los autores. Y solo hace falta hacer un análisis de las reseñas que se han publicado en los últimos cinco años para verlo. 

«Alejandra Pizarnick decía de Elena Garro que era mitad loca, mitad loca de mierda. Yo acababa de escribir un libro con mucha sororidad y de repente descubrí que estas dos mujeres se odiaban»

P. Ellos, escritores malditos, ellas, musas, ¿cómo afectan este tipo de etiquetas a las escritoras?

R.  Te afectan haciéndote dudar de tu trabajo. Yo misma me he encontrado con entrevistas en las que se empieza hablando del color de mis labios. Me pinto los labios de rojo desde los quince años porque me gusta. Es una opción estética y física que no tiene nada que ver con la obra que yo escribo. Estas cosas todavía siguen afectándote porque te das cuenta de que en lo que más se ha fijado de ti el periodista con el que has estado hablando dos horas sobre una obra tuya y sobre distintas cuestiones intelectuales es en que tus labios son rojos. Y eso me hace sentir que he perdido el tiempo y me hace sentir peor escritora. O, por ejemplo, yo lo vivo en mi casa. Mi marido es novelista, los dos trabajamos juntos como editores. Pero cuando escriben algo sobre él no hablan de su Instagram cuando él se hace muchos más selfies que yo. Yo también tengo Instagram y te juro que me hago la mitad de fotos que se hace él. Pero la poeta que se hace selfies y la poeta que se autoexpone soy yo. Todas estas dinámicas siguen estando ahí. Y estoy hablando de cosas muy mínimas y muy pequeñas. Si nos vamos a cosas más grandes, como las que tuvieron que vivir las autoras que cito en el coloquio, pues ya ni si quiera puedo imaginarme el sufrimiento que hay ahí guardado.

P. Llama la atención, además, lo que cuenta de Alcira Soust Scaffo, quizás una de las escritoras menos conocidas del libro, que le escribía poemas a Franco, ¿era algo conocido?

R. Es uno de los hallazgos que hay en el libro. Ocurrió porque tuve la suerte de entrevistar a su sobrino nieto, Agustín Fernández, que es además fotógrafo y está haciendo un documental sobre su tía abuela. Yo le pregunté por cómo se vería una Alcira Soust si fuera joven hoy en 2019 y estuviera en la calle, qué haría y qué diría y él dijo que sería muy reivindicativa como ya lo era entonces, que probablemente estaría gritando contra Trump, contra Macri y contra muchos otros. Y que al mismo tiempo él lo sabía porque cada año en el aniversario del Guernica ella escribía un poema a Franco.

P. ¿Y hubo algo que le sorprendiera particularmente?

R. Sí, lo que menos me esperaba fue una casualidad maravillosa y rara. Decidí empezar el libro con Elena Garro y acabarlo con Alejandra Pizarnick. También porque por tiempos de escritura era la última poeta que yo tenía más tiempo de investigar y de poder ir a Argentina y entrevistar a gente. Entonces leyendo la biografía que le dedica Cesar Aira a Alejandra Pizarnick me encuentro con que Elena Garro y ella se odiaban, se detestaban. Yo venía de escribir un libro con mucha sororidad y de repente estas dos mujeres se odiaban y se insultaban y se decían cosas horrorosas. Alejandra Pizarnick decía de Elena Garro que era mitad loca, mitad loca de mierda. Por poner un ejemplo. Realmente fue como un tortazo. Pero al mismo tiempo me sirvió para confirmar que efectivamente el feminismo también es el derecho a no soportarnos y no por ello machacar nuestro trabajo.

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