“Estaba trabajando en un libro diferente, sobre la capacidad humana para correr grandes distancias”, explica al otro lado de la pantalla, desde Minnesota, Kermit Pattison, periodista y escritor. “Pero entonces me encontré con Ardi, y los investigadores involucrados en su descubrimiento y estudio, y decían cosas provocativas, tenían personalidades llamativas y empecé a escuchar estas locas aventuras sobre su trabajo en Etiopía… Empecé ampliando unas páginas, después varios capítulos, otros capítulos más… Llegó un momento en que me di cuenta de que la historia que había que contar era otra”.
En ese proceso trabajó ocho años. Era su primer libro, aunque ahora dice haber escrito muchos, porque tuvo que reescribirlo una y otra vez hasta encajar todas las piezas del puzzle: ciencia, aventura, historia, política… Todo eso está dentro de Hombres fósiles. La búsqueda del esqueleto más antiguo y los orígenes de la humanidad, publicado en inglés en 2020 y ahora traducido y publicado en España por Capitán Swing.
Ardi es la abreviatura de Ardipithecus ramidus, la homínida más antigua encontrada hasta ahora, una antecesora del Homo sapiens actual. Vivió en Etiopía -en una zona de la depresión de Afar conocida como Awash Medio- hace 4,4 millones de años y su descubrimiento, en 1994 (aunque el informe completo sobre su existencia no se daría a conocer hasta 2009) puso patas arriba lo que hasta ese momento se sabía sobre el origen de la especie humana o su desarrollo en el planeta (de la mano de otros avances científicos que ocurrieron en paralelo, como la secuenciación del ADN). A Pattison, un periodista especializado en ciencia que ha publicado en numerosos medios de comunicación estadounidenses, una de las cosas que más le atrajo de la historia es la poca atención que Ardi había recibido. “La antropología estaba incómoda con muchas de las reivindicaciones que se hicieron”. Así que se decidió a contar su historia, la de Ardi, y la del equipo que la descubrió.
Ardi rompió todas las teorías que existían hasta ese momento acerca de cómo nació la especie humana. La más aceptada durante el siglo XX decía que el antepasado de la humanidad fueron los simios africanos, similares a los chimpancés, que habían bajado de los árboles y se habían convertido en bípedos. Sin embargo, Ardi demostró que hubo una especie de transición: un homínido que era capaz de caminar sobre sus pies, pero también tenía capacidad trepadora (brazos largos, pulgares opuestos en los pies), y aún no había desarrollado tanto su capacidad cerebral. Lo que permitió demostrar Ardi, junto con otros descbrimientos del momento, es que todas esas especies de hace millones de años tuvieron sus propias evoluciones. Hasta la llegada de Ardi, la idea era que los chimpancés actuales eran más primitivos y habían evolucionado menos que los humanos, pero Ardi permitió demostrar que esto no fue así: los chimpancés sufrieron su propia evolución adaptativa, para ser mejores trepadores.
No es un árbol de familia, es una red
El equipo de científicos que encontró a Ardi y la explicó al mundo tardó 15 años en hacerlo precisamente para desestimar el resto de posibilidades. En Hombres fósiles, Pattison lo narra con total precisión, atendiendo a los hechos científicos comprobados. La principal conclusión para su autor es que la vieja idea del árbol de familia de la evolución está obsoleto, porque no fue una secuencia lineal. “Imagina que estás mirando a la copa de un árbol y se borra la mayor parte, y luego reaparecen imágenes muy pequeñas dispersas y simplemente no sabes qué más hay por ahí”, explica el autor.
Ya hay suficiente evidencia científica (sobre todo en relación con los estudios de ADN) como para saber que es probable que los encuentros e hibridaciones entre las diferentes especies se diesen en diferentes momentos, a lo largo de millones de años. “Para mí la cuestión de la ascendencia lineal es casi imposible de responder, establecer que alguien o algo es un ascendente directo es más una cuestión de anuncios grandilocuentes o un viaje de egolatría puntual de un científico”, añade.
Masculinidades tóxicas y lucha de egos
Todas estas cuestiones fueron planteadas por el equipo investigador de Ardi, capitaneados por Tim White (Los Angeles, 1950), antropólogo, profesor (jubilado) de la Universidad de Berkeley, California, que durante décadas lideró el estudio de la paleoantropología. White fue un personaje central en el descubrimiento de Ardi. El libro lo describe como un científico minucioso, inconformista, que intervenía en absolutamente todos los detalles con la mayor diligencia y perfección. Una eminencia en el laboratorio y en el campo abierto. Pero White, que ahora reside en Burgos y trabaja como colaborador en las investigaciones que se desarrollan en Atapuerca, es descrito como una persona inflexible, que insulta a los colegas con los que mantiene agrias disputas.
Junto a otras “personalidades coloridas” como Owen Lovejoy, criado como un evangelista negacionista de la teoría de la evolución reconvertido en paleoantropólogo, el japonés Gen Suwa, especializado en piezas dentales, o Berhane Asfaw (egipcio que fue torturado, escapó de una muerte segura, estudió antropología y está considerado el padre de la antropología egipcia), entre otros, White encabezó repetidas búsquedas de fósiles en Etiopía a lo largo de varias décadas y, junto a su equipo, contribuyó a desarrollar un museo y un laboratorio local, a formar antropólogos locales y conseguir que el país en el que fueron encontrados los fósiles de homínidos más antiguos pudieran conservarlos dentro de sus fronteras, pese a los continuos conflictos armados, hambrunas e instabilidad en el país.
El título del libro, Hombres fósiles, juega con la idea de estos científicos como aventureros que dedicaron su vida entera (y en demasiadas ocasiones estuvieron a punto de perderla) a encontrar pequeños trazos sobre el origen de la humanidad. “Antes de publicar el libro le dejé una copia para hacer una comprobación de datos y mantuvimos agrias discusiones”, confiesa Pattison sobre su relación con White, “porque estaba en desacuerdo con algunos de mis enfoques. Entre otras cosas, odió el título“. A pesar de eso, matiza: “por otro lado, entendió perfectamente cuál era su papel y cuál era el mío como periodista, y lo respetó”.
La mayoría de los científicos del equipo de Ardi son descritos en el libro como hombres de fuertes opiniones, grandes disputas (y grandes egos), algunos con un enorme afán de protagonismo. “Mucha gente que se dedica a la ciencia tras leer el libro me han comentado: esto es exactamente por lo que preferí no entrar en la paleoantropología, porque los egos son demasiado grandes y hay demasiado conflicto”, explica el autor. Pattison cuenta numerosos episodios de desencuentros, agrias peleas, artimañas para que los equipos rivales no pudieran acceder a sus descubrimientos y situaciones más propias de una película de adolescentes que de científicos investigando los orígenes de la humanidad. A pesar de eso, el escritor, que pudo conocerlos a todos, indica: “La mayoría de las personalidades del equipo de Ardi en las distancias cortas son muy agradables, muy entretenidos, grandes contadores de historias y muy muy divertidos”.
Leyendo el libro de Pattison, esta idea de que la ciencia real tiene poco que ver con la imagen del antropólogo aventurero que describe la saga de ficción Indiana Jones, se desvanece. Pero a Pattison no le gusta la mención. “Cada vez que oigo esa comparación con Indiana Jones me pongo tenso”, admite. “Fueron grandes aventureros, pero estas personas siempre estuvieron siempre al servicio de la ciencia. Era todo lo que les importaba. Se acostaban y levantaban discutiendo sobre ciencia: podían estar dentro de una tienda de campaña en medio de la nada, escuchando fuera los ruidos de balas o las hienas y chacales acercarse al campamento y ellos estaban ahí discutiendo sobre lo que habían descubierto ese día o cuáles debían ser los siguientes pasos en el laboratorio. Era un diálogo científico constante”.
La sorpresa de estar vivos
“Lo que más me sorprende a mí de toda esta historia es el simple hecho de que pudieran encontrar a Ardi”, explica Pattison. “Cuáles son las posibilidades de encontrarte un hueso en medio de la tierra, reconocerlo y seguir excavando hasta dar con el esqueleto, que esté bien conservado y no se pierda al sacar los huesos a la superficie… Eran pequeñísimos fragmentos, realmente eran muy especiales las habilidades de estos buscadores de fósiles“.
El otro elemento que le sorprende, después de haber dedicado a esta historia ocho años de su vida, es que el equipo pudiera sobrevivir y volver una y otra vez al terreno. Lo hicieron durante tres o cuatro décadas, pese a la inestabilidad política -y militar- que vive Etiopía desde los 70. En el libro narran varias expediciones truncadas por la situación política o la falta de financiación, además de diferentes episodios de peligro real por verse en medio de conflictos tribales.
Él mismo estuvo dos veces en Etiopía, la última, en 2016. “Tuve mucha suerte de poder ir al terreno cuando lo hice”, indica. Las visitas le permitieron conocer de primera mano el lugar en el que se encontró a Ardi, pero también lo complicada que es la burocracia en este país del cuerno de África. “Un par de años después estalló un nuevo conflicto armado que obligó a los investigadores a abandonar el sitio durante un largo periodo”, indica.
Pese a todo, Pattison cree que el de Ardi no es un capítulo cerrado y que seguramente conozcamos nuevos eslabones de la cadena de evolución de los homínidos en el futuro. “Sabemos mucho de los últimos 50.000 años de historia de nuestra especie, hay mucho registro fósil, pero cuando se mira hacia tres millones de años atrás y más allá todavía no sabemos casi nada. Creo que hay mucho espacio para sorprendernos”.
Pattison confiesa que ahora investiga en otra dirección, aunque sigue atento a las publicaciones científicas en este campo. “Sigo interesado”, admite. “Veamos cómo puedo decirlo: después de haber escrito este libro tengo un detector de tonterías bastante bien afinado”, añade con una sonrisa.
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