Heil Hitler. El cerdo está muerto.
La paradoja de este artículo es que el que quizá sea el chiste más importante y respetado sobre el Holocausto no lo hizo un judío, sino un alemán de pura cepa. ¡Atiza! Salvo que dicho cómico -el cabaretero Werner Finck- también cumple la premisa de que sólo las víctimas pueden reírse de otras víctimas: a Finck le metieron en el campo de concentración de Ekkerard poco antes de la II Guerra Mundial.
Los nazis del campo organizaron un cabaret en el que Finck espetó el siguiente monólogo a guardias y prisioneros: «Os sorprenderá lo alegres y animados que estamos. Pues bien, camaradas, esto tiene su razón de ser: en Berlín ya no lo estábamos desde hace mucho tiempo. Todo lo contrario. Siempre que actuábamos sentíamos una extraña sensación en la espalda. Era el temor a terminar en un campo de concentración. Y mirad, ahora ya no necesitamos sentir miedo nunca más: ¡ya estamos dentro!».
La historia de Finck se cuenta en Heil Hitler. El cerdo está muerto (Capitán Swing, 2014), ensayo de Rudolph Herzog sobre el humor en los días del Tercer Reich. El libro aporta ejemplos de lo que podríamos denominar el colmo del humor sobre el Holocausto: judíos haciendo chistes sobre el Holocausto… antes de morir en el Holocausto. En efecto, el horror cómico.
Un artículo de Carlos Prieto.
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