Hubo una vez un futbolista que salía al campo con un pañuelo en la mano. Se llamaba Berni Schreiner y jugaba de extremo derecho en el St. Pauli, un club de culto y barrio rojo cuya grandeza se debe al prestigio de su fracaso; pero a lo que voy: Berni Schreiner nunca jugó por dinero, pues entonces el fútbol no daba para comer y menos en Hamburgo.
Eran los años 20, tiempo de claroscuro entre dos guerras, cuando el barrio de Sankt Pauli empezó a convertirse en uno de los principales focos de delincuencia en Europa. Entonces Berni Schreiner se ganaba la vida como periodista y en sus ratos libres salía al campo a jugar con un pañuelo en la mano, lo más parecido a un amuleto que nunca perdió por mucha velocidad que pusiese a sus piernas. Berni era la figura del momento para aquellos años en los que el St. Pauli estaba recién constituido y las deudas superaban a toda ganancia económica.
A lo largo de la historia de este club tan particular podemos encontrar asuntos que se aproximan al tiempo y al lugar en que ocurrieron los hechos que van a marcar Europa para siempre. Por ejemplo, el 28 de enero de 1933 el St. Pauli derrotó a su eterno rival, el Victoria Hamburgo, por goleada. Ocho goles frente a uno. Al día siguiente el mariscal Hindenburg propuso a Adolf Hitler como canciller.
Los pasos previos al incendio del Reichstag estaban ya marcados, pero el St. Pauli se distinguiría de los demás clubes cuando llegó la hora de poner en práctica la llamada cláusula aria por la cual se obligaba a depurar a los judíos. Hay ejemplos, como el de los hermanos Lang: uno pudo huir y el otro terminó en el campo de exterminio de Theresienstadt. Llegaron al St. Pauli con la voluntad de crear un equipo de rugby y acabaron exiliados del deporte y de la guerra. El St. Pauli fue su refugio durante algún tiempo.
Si por algo se ha caracterizado el club desde sus tiempos más duros ha sido por significarse en oposición a las ideas con las que las Juventudes Hitlerianas querían ejercer su dominación. Fue en los muelles de Hamburgo, en los astilleros donde se construían los buques de la guerra, donde operaron con voluntad libertadora los grupos clandestinos de resistencia antinazi.
Luego vendrían la posguerra y la reconstrucción, donde destacaría entre otros Karl Miller, el hijo de un carnicero, un tipo generoso que jugaba con el número 11 en su espalda y que combinaba sus entrenamientos con el currelo en el despacho de carne familiar, desde donde repartía raciones de salchichas a sus compañeros. Carne y voluntad de barrio fueron los elementos a combinar. Con el tiempo vendrían los años okupas, cuando las gradas se llenaron de banderas con la calavera pirata, la Jolly Roger, un símbolo que tiene su explicación por ser Hamburgo ciudad de raigambre pirata en la que destaca Klaus Störtebeker, el corsario del Elba condenado a muerte a principios del siglo XV.
Cuentan que, tras conocer su condena, Störtebeker pidió al alcalde de la ciudad que liberara a tantos miembros de su tripulación como pasos pudiera dar después de que le cortaran la cabeza. Así hizo el pirata Klaus Störtebeker, cuyo cuerpo se levantó tras ser decapitado y anduvo once pasos, los mismos que se dan entre el punto de penalti y la portería. Por estos detalles, o casualidades, el St. Pauli es un club especial.
El marco sociológico que condiciona la unidad en las gradas ha sido importante a la hora de comprender el fenómeno. Se trata de de un equipo de fútbol peculiar que tiene por leyenda la de un pirata que quiso salvar a su tripulación después de ser decapitado. Toda una metáfora que nos viene a decir que las pasiones son cuestión del corazón y que cuando éste se pone a latir no cuenta la cabeza.
A todo esto hay que sumar los cánticos con retranca y la atmósfera vibrante que acompañan cada encuentro del St. Pauli y que consiguen llevar al club de barrio hasta las estrellas. Su afición es de las más cálidas que existen en Europa. Cada vez que un partido arranca, la hinchada agita las banderas y junta sus gargantas para entonar Las campanas del infierno de AC/DC. Todo esto y mucho más lo acaban de poner por escrito Natxo Parra y Carles Viñas en el libro St. Pauli. Otro fútbol es posible. No se lo pierdan.
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