Parece que el poder de la mafia siciliana ha penetrado también en el mundo cultural. Es un fenómeno ciertamente extraño, pero junto a la descripción del escritor italiano Roberto Saviano y, sobre todo, su experiencia personal con la Camorra y la publicación del libro que comentamos, junto con otras publicaciones (La balada de Al Capone. Mafia y capitalismo, de H. M. Enzensberger), lo cierto es que parece existir cierta fascinación hacia el mundo de los mafiosi, y no sólo desde el punto de vista histórico (es enorme la bibliografía existente sobre el tema).
Todos tenemos presentes las imágenes y la espectacular historia cinematográfica que nos narró Coppola en sus famosas películas. Pero ¿puede analizarse la mafia desde un punto de vista político? En Los orígenes de la mafia, se nos descubre que la respuesta es afirmativa. Desde la presentación de D. Gambeta y la introducción histórica de Hobsbawn, se trata de explicar cuáles son los factores que explican el nacimiento y, sobre todo, la perdurabilidad de la mafia a lo largo de más de un siglo.
La estructura del libro es igual de peculiar que su tema. Gambeta presenta al inicio un preámbulo extenso a tres textos desconocidos hasta el momento por el lector en lengua castellana. Se trata de textos de autores de referencia.
Por un lado, Tocqueville, que realizó en su juventud un viaje a Italia y conoció de cerca las regiones de Nápoles y Sicilia, escribió con este motivo un relato ficticio sobre su experiencia. Gaetano Mosca responde en un texto excepcional a la pregunta ¿qué es la mafia? Por último, el más extenso, escrito por el economista italiano Francheti, se ocupa pormenorizadamente de las condiciones que explican el surgimiento de los mafiosi, estudia las implicaciones políticas y económicas de su existencia y se atreve a proponer algunas soluciones y remedios.
En todos estos autores, el fenómeno de la mafia se estudia en relación con una característica común a las regiones del sur de Italia: la desconfianza. En este sentido, y sin entrar sobre polémicas
históricas sobre la presencia de los españoles, puede decirse que falta en esa región un sistema de justicia y un orden público administrativo duradero y fiable. Y ante esa ausencia, el desarrollo
de estructuras de poder paralelas es ciertamente asombroso, porque éstas ofrecen un equilibrio que el Estado por sí mismo fue incapaz de brindar, bien porque no existía, bien porque tras la unificación ya era demasiado tarde. Pero ¿y con la llegada de la democracia? En ocasiones, los poderes públicos, sobre todo locales, están más sometidos a la dinámica de los votos y a su recolección que a lograr un orden social pacífico. Además de causas políticas, hay también causas económicas: sin un Estado que ampare la vida económica, sin esa fuerza legítima que obliga a cumplir los acuerdos, se desarrolla por necesidad otro tipo de fuerza.
Al leer estas reflexiones, por otro lado divertidas si no fueran tan trágicas, uno tiene la impresión de que lo que hace la mafia es llevar hasta el extremo el estado de naturaleza del hombre. En efecto, ante la falta de coerción, es decir, sin la presencia de ese leviatán que asume la legitimidad de la fuerza física, el sur de Italia se ha visto sumido en una guerra de todos contra todos en la que solamente vence quien se impone por la fuerza. Pero lo sorprendente, como refiere Gambeta en su magnífica presentación, es que en esas relaciones de poder fáctico, violento, y bajo la desconfianza casi enfermiza del pueblo, se ha logrado cierta estabilidad social (una estabilidad que es fruto del miedo, no lo olvidemos).
En la introducción de Hobsbawn se relaciona este estado de naturaleza con el desarrollo de ciertos patrones de conducta propios del mafioso. De este modo, es extraño que en el contexto de una violencia salvaje, ante la ausencia total de ley y regulación jurídica, se consoliden ciertos modelos de conducta. Por ejemplo, el sentido de la lealtad, aunque evidentemente ésta sea tan efímera como volátil; el sentido del honor, que orienta la acción de los individuos. Por otra parte, la mafia mantiene una actitud paternalista y se impone mediante redes clientelares eficaces. Con acierto, Hobsbawn concibe la mafia como un anacronismo que sólo será posible transformar si se logra promover un cambio profundo en la mentalidad de sus miembros. Algo que si bien es deseable para todos, quizá sea demasiado utópico.
En el relato de su viaje a Sicilia, del que se han perdido algunas páginas, Tocqueville dibuja con maestría los rasgos típicos del siciliano y del napolitano. El filósofo francés describe sobre todo la hipocresía, la impostura y el cinismo, el interés solapado tras la convención. No puede, verdad que los personajes que aparecen son esquivos y maliciosos. En una de las conversaciones que mantienen estos italianos, el siciliano sostiene que es la necesidad la que les ha obligado a considerar el asesinato como un derecho. Una afirmación ciertamente dura y trágica que no por estar contenida en una pieza de ficción ha de ser más irreal. Afligido, Tocqueville llega a preguntarse dónde están los héroes y los dioses que habían florecido antaño en esas tierras.
Mosca, por su parte, sostiene que la mafia como fenómeno social no es algo exclusivo de Italia. Se desarrolla, dice, en todo lugar en el que el sistema político o jurídico no ha sido capaz de erradicar la venganza personal; es decir, en aquellos territorios que se constituyen en los márgenes de un Estado ineficaz. Siguiendo con fidelidad su formación sociológica, pretende hacer una taxonomía de la mafia y en honor a la verdad hay que decir que sus resultados no son del todo adecuados. En cualquier caso, el interés del famoso sociólogo italiano demuestra que el mundo de los mafiosi tiene su importancia desde el punto de vista de las ciencias sociales y humanas.
Por último, el texto de Franchetti es el más largo y ofrece un estudio completo de todo el fenómeno de la mafia, desde sus orígenes a sus posibles soluciones. Entre otras cosas, uno descubre que se trata de un fenómeno que no es exclusivo de las poblaciones rurales; también tiene sus núcleos urbanos. De nuevo, el acierto es el tono profesional y científico con que se analiza el fenómeno. La idea que late en Franchetti es que las condiciones en las que se ha desarrollado Sicilia son las que han favorecido precisamente el surgimiento de la mafia. El remedio: el Estado italiano tiene que duplicar sus fuerzas con el fin de suplir la violencia con la fuerza de la ley.
Con independencia de que el tema sea extraño, Los orígenes de la Mafia obliga a realizar una reflexión sobre los límites del orden público y la eficacia de los Estados de Derecho. ¿Es comprensible que un país desarrollado como Italia cuente en su interior con islas sin ley o en las que la única ley es la violencia? ¿Cómo es posible que el Estado, con toda su fuerza coactiva y todos sus instrumentos, todavía no haya podido poner fin a esta situación? ¿No tendrán razón quienes opinan que es propio del hombre imponerse a sus semejantes si no cuenta con límites? Los orígenes de la Mafia permite al lector plantearse preguntas de este tenor.
José María Carabante
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