Cuando volváis a escuchar que el periodismo está en crisis, que la prensa de papel tiene los días contados, pensad en periodistas como la estadounidense Jessica Bruder, autora de un macrorreportaje que puede leerse como la continuación de Las uvas de la ira . Si John Steinbeck narró el éxodo de Oklahoma a California de los agricultores ahogados por el crack del 29, Jessica Bruder ha seguido la peregrinación de los náufragos por la recesión responsable de la nueva pobreza en Estados Unidos.
La autora, que ha colaborado con los principales medios de prensa escrita de su país y da clases a futuros periodistas, publicó originalmente sus textos en cabeceras como Harper’s Magazine o la edición en papel de The Christian Science Monitor , entre otras. Ahora esos escritos, refundidos y ampliados, han aparecido en un libro que se encaja como un puñetazo y se lee como un aviso de lo que nos puede suceder. País nómada (Capitán Swing), es el acta de nacimiento de una clase social: los tecnopeones.Thanks for watching!PUBLICIDAD
Workampers (que podríamos traducir como trabajadores acampados) o workers on wheels (trabajadores sobre ruedas). Hay otras mil formas de llamar a esos estadounidenses que soñaron con ser parte de la clase media y se han despertado en la pesadilla del capitalismo más salvaje. Incapaces de pagar una hipoteca o un alquiler, viven en sus vehículos, con remolques o no, mientras recorren el país en busca de trabajos temporales que les permitan sobrevivir. Porque ellos sobreviven, no viven.
La mayoría tienen edad de sobras para estar jubilados, un lujo que no se pueden permitir. Y hablamos de una de las primeras economías del mundo. Se definen a sí mismos como nómadas o, irónicamente, gitanos. Los apóstoles del neoliberalismo los llaman “desplazados económicos”, “refugiados autóctonos”, “vagabundos modernos” o, en el colmo de la desvergüenza, “los sintecho acomodados”. País nómada ha sido llevado al cine con su título original, Nomaland. La película, dirigida por Chloé Zhao, está protagonizada por una maravillosa Frances MacDormand.
La prensa tradicional quiere competir hoy en inmediatez con las webs y las radios, sin primar los valores que la sustentan desde Gutenberg: la profundidad y la reflexión. En estos tiempos volátiles, Jessica Bruder señala el único camino posible. Dedicó tres años de su vida y recorrió más de 24.100 kilómetros, de costa a costa y de México a Canadá, para convivir con estos Supervivientes del siglo XXI , el subtítulo de su libro. Realizó centenares de entrevistas y fue la sombra de esta población trashumante.
Conoció a mujeres y hombres que alquilan su fuerza de trabajo de aquí para allá. De la recolección de las frambuesas en Vermont a las manzanas en Washington o los arándanos en Kentucky. Cuidan bosques, vigilan piscifactorías, controlan las entradas en los circuitos de carreras o los accesos a los campos de petróleo de Texas. Un día venden hamburguesas en los partidos de béisbol de la Cactus League en Phoenix (Arizona) y a la semana siguiente atienden tenderetes en los rodeos y en la Super Bowl.
Son también los recepcionistas de campings y parques de caravanas. Empresas subcontratadas por el Servicio Forestal de Estados Unidos reclaman sus servicios desde el Gran Cañón del Colorado hasta las cataratas del Niágara. Los sueldos son bajos y el trabajo, extenuante. Hacen horas extras que no se computan y en cualquier momento les pueden despedir, “en función de los intereses o necesidades de la empresa”. Cuando eso ocurre, de nuevo al volante y a la carretera en busca de algo más para ir tirando.
“Quieren quitarnos la decencia”, denunciaba Steinbeck. “Siempre ha habido poblaciones itinerantes y trabajadores ambulantes”, añade Jessica Bruder. Pero ella ha encontrado a personas que jamás se imaginaron con una existencia trashumante y a las que no les ha quedado más remedio que echarse al camino. Viven y viajan en camionetas o autocaravanas de segunda mano y se debaten entre dilemas: “¿Comer o ir al dentista? ¿Los plazos del coche o medicinas? “¿Un abrigo o gasolina?”.
Los gigantes de los negocios tienen programas específicos para la contratación de personal itinerante en los almacenes repartidos por todo el país. El de Amazon tiene un nombre revelador: CamperForce, equipo de campistas. La multinacional les ofrece una plaza en un aparcamiento con suministro de luz y agua (y gestión de residuos, en el mejor de los casos) mientras trabajan en sus mastodónticas instalaciones durante las fechas de mayor demanda, como los meses previos a la Navidad.
Víctimas de la subida de los alquileres y del estancamiento de los salarios, se apuntan a gimnasios para usar las duchas. Se desplazan de un lugar a otro, trabajando en empleos estacionales para llenar el depósito de gasolina. Después de toda una vida de trabajo duro, cerca de los 70 años, no tienen casa y se ven obligados a empleos precarios y nóminas aún más precarias. En la novela de Steinbeck, un temporero se queja de la miseria que cobra. “Tómelo o déjelo, hay doscientos hombres que lo aceptarán”.
Un suplemento de The New York Times proclamaba con alegría a finales del 2011 que “vivir en una caravana se ha puesto de moda”. De moda. En otra información, el mismo periódico recordaba que aquel año al menos 1.200.000 viviendas fueron embargadas, lo que había disparado la venta de autocaravanas un 24%. Atad cabos. Los protagonistas de la apasionante investigación de Jessica Bruder no son neohippies ni turistas maduritos en busca de una segunda juventud. Repitámoslo: no viven, sobreviven.
El caso de algunas empresas merece un punto y aparte. Jessica Bruder da otra vuelta de tuerca a las tesis de Jorge Carrión en Contra Amazon (Galaxia Gutenberg). País nómada explica que una legión de personas que han superado la edad de la jubilación recorren miles de kilómetros y soportan “las indignidades rutinarias del control de antecedentes penales y la detección de drogas en la orina” para acceder a “un puesto temporal como auxiliar de almacén”.
El trabajo es exigente. Han de caminar entre hileras interminables de productos. Algunos pierden 12 kilos en tres meses. “Es fácil adelgazar si haces media maratón a diario”, dice una de las entrevistadas. Son los nuevos pobres. Personas como Karren Chamberlen, de 68 años, que fue conductora de autobús y tiene dos prótesis de cadera. O David Roderick, de 77, profesor de química y oceanografía, fundador de una empresa de ecoturismo y maestro de inglés en Jordania. ¿Cómo llegaron hasta aquí?
Las causas son diversas. Divorcios, costosos tratamientos médicos, malas inversiones, la devaluación inmobiliaria, la crisis bursátil del 2008… ¿Quién se lo hubiera dicho en sus buenos tiempos a Chuck Stout? Este hombre de 70 años fue un alto ejecutivo de McDonald’s y lo perdió todo en la bolsa. Ahora es un trabajador de quita y pon, muy rentable por su exiguo salario y porque su contratación comporta beneficios fiscales para el contratador. Recorre unos 18 kilómetros diarios como “preparador de pedidos”.
“Si pude salir adelante en el Ejército, también lo haré ahora”, suspira el mozo de almacén Phil DePeal, exmarine y veterano de la operación Tormenta del Desierto. Él sólo tiene 48 años, pero la mayoría son mayores. Hablábamos al principio de ellos como tecnopeones. Se les podría llamar también jubilados sin júbilo. Su proporción ha crecido a un ritmo preocupante. Cada vez hay más estadounidenses de la tercera edad que han descendido en la escala social y que no pueden sobrevivir sin un esfuerzo extra.
En los viñedos del sueño americano hacen faltan temporeros.
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