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«Los niños del Congo mueren para que los nuestros hereden un planeta verde»

Por La Razón  ·  16.02.2024

Cada móvil, portátil, vapeador recargable o vehículo eléctrico lleva cobalto. El problema es que no pensamos que «unos cuantos niños congoleses pueden ser enterrados vivos» al extraerlo. El libro de Kara no es fácil de digerir. Pero, como él dice, «todas los cambios democráticos han tenido lugar tras conocer una verdad ocultada». En «Cobalto rojo» (Capitán Swing), describe su experiencia en el Congo, donde se ubican las mayores reservas de un mineral que «asegura nuestro futuro, pero mata e hipoteca el de otros».

De todo el cobalto del mundo, ¿cuánto se extrae del Congo?

Tres cuartas partes del suministro mundial de cobalto. Y, para ello, cientos de miles de personas, incluidos niños, cavan en la tierra con sus manos para extraerlo por dos o tres euros al día. Por lo tanto, si tienes un móvil, un portátil o un coche eléctrico entre tus manos, es muy posible que el mineral de su batería haya sido extraído de una mina del Congo.

¿En qué condiciones se extrae?

No llevan cascos, ni luz, ni picas de seguridad, ni arneses. Hay unas 15.000 minas cavadas a mano en el Congo. La gente pasa de 12 a 24 horas en ellas. Además, el cobalto es muy tóxico de tocar y respirar, pero mujeres y niños sacan este metal para saciar una demanda febril. Contraen enfermedades pulmonares, cutáneas, cáncer, defectos de nacimiento… Lesiones, mutilaciones… Muerte.

¿Qué ha sido lo más desgarrador de su investigación?

Cuando tienes tres pesadillas y te despiertas es imposible recordar cuál fue la peor. Dicho esto, lo más horrible ha sido sentarme con padres y madres que perdieron a sus hijos de 10-13 años porque un túnel colapsó y fueron enterrados vivos. Para el resto de su vida serán malditos con recordar el sufrimiento y el terror que pasaron sus niños en los últimos momentos de su vida.

¿Hay alguna mina allí que no dependa de la esclavitud humana o del trabajo infantil?

No, hasta donde yo sé. Y he visitado casi todas las minas industriales del país.

¿Pretende incomodar al consumidor del Norte global?

No. Pretendo avisarle de que está siendo partícipe involuntario de una tragedia humana. No podemos funcionar sin teléfonos. Antes de este libro, simplemente aceptábamos las historias que nos contaban las empresas que nos venden nuestros móviles: que aseguran los derechos humanos, que la cadena minera está trazada y es sostenible. Pero ya no. Y, ahora que el Congo ha hablado y que la verdad se sabe, es el turno de que estas compañías asuman la enorme violencia que han causado a la gente que vive en el corazón de África y a su medio ambiente. Mi intención es asegurar la dignidad de la gente que excava nuestro cobalto.

Hay compañías como Fairphone que dicen que sus minerales no provienen del trabajo infantil. ¿Es posible?

No pueden saberlo. No hay forma de que ninguna compañía desglose qué cobalto del que utiliza proviene de las manos de un niño o de una excavadora. Casi todo (si no todo) lo que se extrae acaba en las refinerías chinas que surten a EEUU y a Europa. China controla el 70% de las operaciones mineras de cobalto en el Congo; suministra el 80% del cobalto refinado del mundo y produce más de la mitad de baterías recargables. Cuando China dice: «Para nada este cobalto proviene de las manos de un niño», nuestras empresas eligen ‘‘creer’.’

¿Mienten Samsung, Apple o Google al afirmar que su cobalto se obtiene de forma responsable?

Sí, sí y sí. El cobalto limpio no existe. Las garantías de las que todas estas empresas hacen gala en sus webs son mentira. La verdad está sobre el terreno, no en sus sedes. Por lo tanto, estas dos narrativas debe reconciliarse en honor a la verdad. Para ello necesitamos organismos independientes que auditen las minas y certifiquen que el mineral se extrae sin violar los derechos humanos y el medio ambiente. ¿O le preguntarías a un ladrón si ha devuelto el dinero que robó? De la misma manera, no podemos aceptar la palabra de compañías que han demostrado durante años que no les pueden importar menos las vidas de las personas del Congo. Necesitamos organismos que no estén pagados por ellas, porque esa es la carta que juegan. Dicen «hemos sido auditados», pero no cuentan que les han pagado para que den la respuesta que queremos oír.

¿Hay hipocresía en Bruselas?

La Unión Europea ha impuesto al Congo una economía inmoral para saciar un apetito voraz por los aparatos tecnológicos y el dinero. Pero por encima está la hipocresía de perseguir una transición energética ‘‘justa’’. Están proclamando que vamos a salvar nuestro medio ambiente destruyendo el de ellos. Están prometiendo un planeta más verde para nuestros hijos matando a los suyos. Esa es la verdad del Norte Global: la gente del Congo no les importa; nunca les importaron. Siguen siendo «solo africanos». Queremos su mano de obra barata y sus recursos; si mueren y destruimos esa parte del mundo estará bien… siempre que cumplamos nuestro objetivo.

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