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Los hombres que susurraban a las mujeres

Por Eslang  ·  13.09.2016

Los hombres que susurraban a las mujeres (en plan paternalista y condescendiente)

Efectivamente, estamos hablando de ‘mansplaining’, y lo hace un hombre:

A propósito del ensayo ‘Los hombres me explican cosas’ y Rebecca Solnit, la que acuñó el término
Que le ha hecho reflexionar y acordarse hasta de Loquillo

“Tío, si estás leyendo esto, eres un forúnculo en la cara de la humanidad y un obstáculo para la civilización. Avergüénzate”.

Fuera de contexto, podría parecer que este extracto de Los hombres me explican cosas apela directamente a su potencial lector masculino. Aunque no es así -Rebecca Solnit, la autora, se dirige a un mansplainer que conoció durante una cena-, tanto este pasaje como el resto del libro hacen que, si usas calzoncillos, agaches la cabeza. Y no: no es que Los hombres me explican cosas sea maximalista, maniqueo, ni que promulgue la creación de comunas de amazonas al estilo Wonder Woman. No. El ensayo de Solnit, recién publicado en nuestro país por Capitán Swing, abunda en que no todos los hombres son mansplainers, o machistas, o (dios nos libre) potenciales violadores. Qué va. En lo que incide es que, en un porcentaje de una sola coma e infinitos nueves, los mansplainers, los machistas y (déu ens guard) los potenciales violadores sí son hombres.

Alto: hemos utilizado no una, ni dos, sino tres veces el término mansplainer con inusitada alegría, pero, ¿qué es el mansplaining? A grandes rasgos, consiste en un varón tratando de forma condescendiente y paternalista a una mujer que acaba de emitir una opinión; a pequeños rasgos, cada “no tienes ni puta idea, zorra” anónimo en Internet. Lo interesante del ensayo de Solnit es que, lo que empieza como una arma arrojadiza contra el desdén masculino, termina hablando de acoso laboral, violencia machista y abusos sexuales -términos que, como este reciente mansplaining, hasta que no se articularon, parecía que las realidades que denunciaban no eran tal.

La pregunta del millón de dólares: ¿No es radical tender un puente entre la condescendencia y el sexo no consentido? Sí, claro. Solnit, decíamos antes, no es ni maniquea, ni maximalista, pero es radical casi por prescripción médica. Y no lo es porque sea la que más grite, ni porque lleve mohicano, sino que es radical por ir a la raíz de un problema por que el que, sólo en nuestro país, llevan muertas más de una trentena de mujeres este año. La radicalidad de Solnit consiste en localizar la constante en diversas manifestaciones machistas, y diagnosticarla, a la postre, como puramente cultural.

Saquemos las narices de Los hombres me explican cosas
por un momento y miremos hacia nuestros ombligos: si el problema es cultural, para encontrar aberraciones de este tipo basta con echar un vistazo a intocables de nuestra cultura. “Por favor: sólo quiero matarla, a punta de navaja, besándola una vez más”, cantaba Loquillo en La mataré. Incluida en el disco Mis problemas con las mujeres (sic), la tonadilla en cuestión fue escrita en 1987 por el miembro fundador de Ciudadanos (SIC) Sabino Méndez y, como era comprensible, la predisposición a reirles la gracia no fue la misma en unos círculos que en otros. El propio Loquillo lo recordaba así en 2009: “Estaba hasta los cojones de que ocurriera eso, estaba hasta los cojones de que no pudiera tocar esa canción por una polémica en un momento determinado (…) ¡Por favor!, éramos unos críos, nos metieron en un follón y un lío que parecía que fuéramos asesinos en serie (…) Perdón, yo canto lo que me da la gana y punto”. Mansplaining y Los Trogloditas.

Si el ejemplo de Loquillo es paradigmático para ayudar a entender la tesis de Los hombres me explican cosas, ya no es por la letra de La mataré; tampoco por la defensa de la misma que un Loquillo en plena madurez y “hasta los cojones” es capaz de hacer. El caso de La mataré es paradigmático porque fue versionada por la banda nazi Arma Blanca, autores de estrofas como “pies negros hijo de puta / okupa yonki maricón / te voy a matar el perro / con un destornillador” (Mata a un punk). Otra pregunta, otro millón: ¿No es radical tender un puente entre uno de los grupos clave del rock español y otro de skinheads? Lo es tanto como decir que el primero dota de cobertura ideológica al segundo; como decir que, sin previo paternalismo, no hay navajazo.

Guerras culturales a parte, es necesario ahondar más en la, decíamos al principio, cabeza gacha que la lectura de Los hombres me explican cosas debería patrocinar entre los que generamos testosterona. Y es que la prosa de Solnit hace las veces de anticuerpo contra la retórica que demoniza a la víctima y victimiza al agresor: casos relativamente recientes como el de Dominique Straus-Khan, tamizados por la periodista, hacen que, al recordar como fueron tratados por algunos medios, tu tripa descubra nuevas formas de retorcerse. Si formas parte de su título, leer Los hombres me explican cosas es, de un modo tan visceral que hasta sonroja decirlo, como visitar Auschwitz estando empadronado en Berlín: nadie te puede responsabilizar de según qué horrores, pero puedes tener la certeza de que estos tuvieron lugar gracias al silencio de tus mayores.

Cerrando con ánimo escéptico, una de las cosas más estimulante que Rebecca Solnit espolvorea en su ensayo es, a razón del capítulo que le dedica a Virgina Wolf, que la crítica y el análisis -esto ha sido un intento- son mejores cuanto menos sentencias contengan. “Lo peor de la crítica es aquella que busca tener la última palabra y dejarnos al resto en silencio; la mejor es la que abre un intercambio inacabable”. Podéis, así pues, añadir un “creo” al final de cada uno de los párrafos que le he dedicado a Los hombres me explican cosas. Antes muerto que mansplainer.

Autor del artículo: Víctor Parkas

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