Los fanfarrones que sabían latín e hicieron el negocio de su vida en el colegio mayor

Por El Confidencial  ·  23.11.2023

DIOS SALVE A LAS HUMANIDADES

Un libro cuenta cómo una casta de ‘tories’ montó el Brexit con los trucos aprendidos en Oxford: excelencia retórica, ambición ilimitada y excentricidad de clase alta. La ‘pandi’ de Boris.

Cuando el viejo Winston Churchill reflexionaba sobre la retórica británica, había que hacerle casito. Durante una visita a un club de debate universitario, la Oxford Unión, Churchill le dijo al estudiante Quintin Hogg (luego ministro tory): «En este país, si sabes hablar, puedes hacer cualquier cosa». 

Sangre, sudor, lágrimas… y piquitos de oro

“Los observadores más sagaces de la vida pública británica se habrán fijado en una particular casta de hombres y mujeres de la clase dirigente. Tienen más de cuarenta y son engreídamente exitosos y exitosamente engreídos, y lo más probable es que hayan sido educados en Oxford”. Lo publicó, en 1989, el Cherwell, periódico satírico de Oxford, cuando todavía quedaban 30 años para que el alumno estrella de la universidad esos años, Boris Johnsonllegara a primer ministro y sacara al Reino Unido de Europa. 

En el Cherwell escribía Simon Kuper, periodista del Financial Times, que ahora publica Amigocracia, sobre “cómo una pequeña casta de tories de Oxford se apoderó del Reino Unido”. «El Cherwell era un periódico impreciso, también pobremente escrito, en consonancia con el característico estilo de Oxford, con su incesante ironía y sus chistes incomprensibles para cualquier persona ajena a la universidad. No obstante, visto con perspectiva, resulta que no solo estábamos satirizando a fanfarrones adolescentes sin importancia. Aunque no nos diéramos cuenta, estábamos siendo testigos de la construcción del poder en Inglaterra”, escribe Kuper.

Antes de entrar en harina, y como muestra del festival que es Amigocracia, un botón: 

“En la década de los ochenta, la personalidad dominante entre el profesorado de la Facultad de Historia de Oxford era la de Norman Stone. Su reputación de sobón descarado no impidió que fuera nombrado catedrático en 1985. Stone era un profesor de lo más entretenido: ya a las nueve de la mañana, agarrado a su atril con las dos manos para evitar caerse de lo borracho que iba, podía improvisar una clase entera sobre historia europea con acento de Glasgow, sin notas y sin parar durante una hora seguida. Oxford le parecía corto de miras, excesivamente burocrático, liberal e incluso marxista: ‘Siempre he odiado ese lugar (…). Por citar el Evangelio según san Mateo: ‘El mundo habría sido un lugar mejor si esta gente no hubiera existido. Nunca he estado en un lugar más absurdo’. En palabras de uno de sus antiguos compañeros de universidad, su aproximación intelectual a la educación era la siguiente: Cuando veas un consenso, corre hacia él a toda velocidad y te lo llevas por delante de un cabezazo. Stone era uno de los pocos apóstoles de Thatcher en la universidad y a veces actuaba como su consejero. Dado su instinto nato por romper con el orden establecido, detestaba a los wets —los tories moderados— y a los conservadores debiluchos como John Major. Decía de sus estudiantes que eran ‘malolientes y distraídos’, pero no era difícil confraternizar con él; sobre todo, en el bar. De hecho, yo lo conocí borracho en una fiesta de estudiantes. Como buen alborotador thatcherista, euroescéptico y políticamente incorrecto, ejercía una atracción fatal para los jóvenes tories apegados al pasado”.

La ‘oxocracia’ más antigua del mundo

Kuper sostiene que el Reino Unido es una oxocracia: desde 1940, 13 de los 17 primeros ministros estudiaron ahí. Los últimos cinco, todos tories, salieron de Oxford. El líder de la oposición y favorito en las próximas elecciones, Keir Starmer, también. 

Muchos de ellos pasaron antes por Eton, cole privado para caballeretes. El camino que lleva de Eton al parlamento pasando por Oxford no tiene pérdida: chavales “educados para tomar el poder desde críos”, hacen una red de contactos más gorda que las Páginas Amarillas y acaban rigiendo los destinos de un país. El objetivo, por tanto, no sería solo hacer dinerete, sino partir el bacalao. Élites en su salsa. 

“Tanto los detractores como los defensores de Oxford siempre recurren a la misma palabra: elitista. Eso sí, cada uno la usa con un significado diferente. Para los detractores, hace referencia a la élite hereditaria; para los defensores, a la élite meritocrática. Y, a decir verdad, casi todo el que entra en Oxford es una mezcla de privilegio y mérito en proporciones variables”, razona Kuper.

Los defensores de la meritocracia dicen que es el gobierno de los mejores, pero en Oxford también era el sainete de los mejores

Graham Greenejoya nacional de las letras británicas, estuvo más tiempo desmayado que erguido en Oxford: “Durante casi un bimestre me acostaba borracho y me ponía a beber nada más levantarme… Solo tenía que estar sobrio una vez a la semana para leerle un trabajo a mi tutor”. 

Trabajar duro en Oxford estaba peor visto que ser “brillante sin esforzarte”. Estado de cosas descrito por Jan Morris como “la superioridad espontánea”. El “genio ocioso” era la mascota favorita de Oxford, capaz de engatusar a los profesores con su verbo florido emplear el resto del tiempo en tejer redes y pasarlo en grande. “La página de Boris Johnson en el anuario de 1983, su último año de universidad, cuenta con una fotografía de sí mismo con dos bufandas y una ametralladora sobre una inscripción en la que promete anotarse ‘más tiros en su falo falocrático”, recuerda Kuper. 

En 1991, la estadounidense Rosa Ehrenreich llegó a Oxford tras pasar por Harvard. “Aquella universidad era tan antiintelectual, tan machista y tan alcohólica que los mejores y más interesantes alumnos se recluían en sus habitaciones o se veían obligados a adoptar algún mecanismo de autodefensa, como censurar lo que pensaban sobre la universidad o fingir ser tan patanes como sus compañeros”, cuenta en el ensayo. 

¿No era todo esto contraproducente para una universidad que se jactaba de moldear a las élites? Podría ser, pero, Oxford tenía “pocos incentivos para elevar los estándares académicos porque gozaba de un monopolio casi total de los estudiantes británicos mejor cualificados”, según Ehrenreich. 

Resume Kuper: “En Oxford podías esforzarte si querías. Pero durante los años ochenta y noventa esforzarse no era obligatorio”.

Carlos Prieto

En algún momento del siglo XX, no obstante, los pijos sin oficio ni beneficio perdieron encanto. Hasta en Reino Unido el sistema de clases necesitaba un poco de decoro. “La sociedad empezó a demandar que la clase dirigente estuviera compuesta por empollones meritocráticos, y Eton empezó a producir empollones meritocráticos”, explica el libro. 

Lo dijo Anthony Sampson es Anatomy of Britain: los etonianos del pasado eran vistos como “estudiantes seguros de sí mismos, estúpidos y desconectados de la realidad” y los de los ochenta como “estudiantes seguros de sí mismos, inteligentes y aún desconectados de la realidad”. Pero aunque la meritocracia obligó a controlar las formas, un huracán político ochentero desmelenó otra vez a las clases altas de Oxford: el thatcherismo. “Los privilegios eran los mismos de siempre, pero con la llegada de Thatcher al poder muchos lograron convencerse de que estaban donde estaban gracias y solo gracias al mérito”, según el texto. 

En 1979, “las desigualdades salariales en Inglaterra alcanzaron mínimos históricos, pero entonces apareció Thatcher, que restauró todas las desigualdades”. La rave thatcherista, por tanto, fue recibida con alborozo por los tories de Oxford, “que recuperaban la confianza que les habían arrebatado los años de socialdemocracia… El privilegio y el acento de clase alta volvieron a convertirse en atributos dignos de alabanza”. También los cambios extravagantes de vestuario, como cuenta el fotógrafo Dafydd Jones: “Los estudiantes ya no vestían como vagabundos de pelo largo. De repente, el traje de etiqueta y los vestidos de gala se volvieron los atuendos de rigor. En un principio, pensé que se trataba de una reacción estilística al estilo desenfadado que se llevaba en los años sesenta y setenta. Ahora comprendo que fue causa directa de la elección de Thatcher: los ricos volvían a beneficiarse de las bajadas de impuestos y empezaban a recuperar la confianza”.

Pobre niño terrateniente

Pero si la llegada de Thatcher empoderó a las élites tories de Oxford, la serie Retorno a Brideshead (1981) les dio aliento estético. O la muy influyente adaptación de una novela de Evelyn Waugh sobre las bucólicas desventuras de un joven aristócrata entre Oxford y el caserón familiar. “La serie le dio un aura de glamur camp a los señoritos de Oxford”. 

¿Por qué pegó tanto una serie tan aparentemente fuera de época

1) “El Oxford de los años veinte que Waugh imaginó solo existió en su imaginación, pero aun así resultaba extrañamente familiar para los estudiantes más acomodados de los ochenta. Las seis décadas que los separaban trajeron crisis, guerras y socialdemocracia. En los años ochenta, y por primera vez desde la generación original de los Bridesheadlos británicos adinerados por fin podían disfrutar de Oxford sin tener que preocuparse por aburridas ideologías izquierdistas o el estado del mundo… Vestidos con esmoquin y orgullosos de ofender a pueblerinos desempleados. Brideshead inspiró el surgimiento de una nueva cultura juvenil comparable al punk, la música indie o el hooliganismo en el fútbol, con la diferencia de que se trataba de una cultura específica de los pijos y sus imitadores baratos”. 

2) “El futuro periodista de derechas James Delingpole, un chico de clase media de Birmingham relativamente normal que en Oxford se vestía como un terrateniente tory, a menudo recuerda con una carcajada: ‘Quería que me adoptara la aristocracia’. Owen Matthews, que ahora escribe sobre Rusia, dice: ‘El atractivo era principalmente estético. Ya fuera consciente o inconscientemente, copiábamos la extraña combinación de adoración e ironía de Waugh. Me parecía maravilloso fumar cigarrillos ovalados y salir con chicas con vestidos vaporosos. Pasábamos mucho tiempo vestidos de etiqueta y lanzándonos los unos a los otros al lago. Creía que ese era el espíritu de Oxford. Forrados de tweed y ataviados con zapatos de cuero calado, comíamos fresas en bateas y jugábamos a ser miembros de un mundo ya desaparecido», resume el ensayo.

Era la hora del cachondeíto y el escapismo de alto standing, como contaría a la prensa de la época Rupert Soames, estudiante de Oxford y nieto de Churchill: «Los estudiantes pasaron los sesenta pensando que el mundo estaba mal organizado y que podían hacer algo por remediarlo. Resultó que no era verdad. Ahora nos tomamos menos en serio, lo cual me parece bastante más atractivo«. 

Si los paralelismos estéticos eran claros, había una pequeña gran diferencia entre Lord Sebastian Flyte, poco ambicioso protagonista de la novela de Waugh, y los tories ochenteros de Oxford, que “querían triunfar y volverse ricos y famosos en la Inglaterra de Thatcher. Habían aterrizado en Oxford ya equipados con el acento de la clase dominante, las habilidades retóricas y el don de manejarse con confianza entre la clase dirigente: cualidades que el resto de los estudiantes aprendíamos al llegar a la universidad. Los estudiantes de colegios como Eton o Winchester venían de familias que no esperaban nada menos que el éxito más absoluto y que no les ponían techo a las ambiciones de sus retoños”.

Peleas de gallos

“Al haberme criado fuera de Inglaterra, me fascina el cotorreo de mis compañeros británicos que habían sido entrenados desde la infancia para hablar con fluidez”, cuenta el autor del libro. 

En efecto, lo que engrasaba graciosamente el mecanismo del ascenso social, lo que lo hacía único e irresistiblemente británico, era el adiestramiento de los cachorros de la jet para la filigrana retórica

El hablar sexy llegó a límites tan excelsos como paródicos en el Oxford ochentero.

Si tener buenas notas era importante para acceder a la universidad, no lo era menos la entrevista previa, donde desplegabas tus encantos persuasivos ante un profesor ebrio de jerez desde buena mañana…. 

“En los ochenta, el alcohol, servido gratis y en abundancia en el comedor de profesores, era una institución más para el claustro… A muchos de los tutores les daba exactamente igual si los alumnos se habían preparado las presentaciones o si hablaban por hablar… En mi época, un estudiante podía salir de Oxford transformado y mejorado por la mejor ratio entre profesorado y alumnado del mundo o podía terminar la carrera sin haber aprendido nada salvo cómo marear la perdiz de manera convincente”. 

“Los profesores, despatarrados en sus canapés, lanzaban pregunta tras pregunta sobre cualquier tema que les quitara el sueño. Sé de un estudiante al que le preguntaron: ‘¿No cree usted que la plaza de San Marcos de Venecia parece una sucursal del Barclay’s Bank?’. La entrevista de acceso está diseñada con el fin de examinar la habilidad del estudiante para hablar sobre cualquier tema sin necesidad de estar informado, es decir, hablar por hablar. Muchos profesores de la época buscaban, como ellos mismos decían, ‘hombres del Renacimiento’ (o incluso mujeres) a los que fuera entretenido dar clase. Tenían total libertad para aplicar sus criterios personales; por ejemplo, había un profesor que favorecía descaradamente a los estudiantes rubios, altos y de colegio privado Si tenías buenas notas y se te daba bien hablar y escribir, te otorgaban el billete de entrada a la clase dominante de Inglaterra”, según Kuper. 

«En Oxford enseñan a hablar y escribir bien y con autoconfianza sobre asuntos que desconoces» 

Y sobre los ensayos que tenían que escribir los alumnos: “No hacía falta elaborar una argumentación propia… bastaba con construir una argumentación audaz y contradictoria que arguyera que todo lo dicho hasta el momento sobre el tema en cuestión estaba mal”. 

La apoteosis llegaba en los exámenes finales, con el alumnado en traje de gala (pajaritas ellos, minifaldas negras ellas; casi todos, “hasta arriba de sedantes”) y con la cháchara más testosterónica que nunca: “Los ensayos provocadores eran cosa de hombres. Los buenos escritores que se sacaban trabajos enteros de la manga y que eran capaces de defender argumentos en los que no creían solían tener mejores notas que los académicos serios que se habían leído todos los textos del curso y se interesaban por la complejidad de los matices”, zanja Kuper. 

Lo certifica en el libro Kalypso Nicolaïdis, catedrática en excedencia de Relaciones Internacionales en Oxford: “Si un estudiante es capaz de producir dos trabajos bien escritos y argumentados a la semana, puede salir airoso pese a no saber mucho sobre el tema en cuestión. Puede que suene superficial, pero saber comunicarse es muy útil. Hay que saber ganarse a la gente, sobre todo si quieres estar en política. Oxford lo sabe y lo premia”.

Es cierto que improvisar argumentos delante de un catedrático ebrio tiene un mérito indudable, pero también que algunos se habían fogueado antes en la madre de todas las sociedades de debates, la Oxford Union, fundada en 1823, mezcla entre club de caballeros y parlamento juvenil. La gran cámara de debates de Europa. Los niños terribles del futuro parlamentarismo británico. El laboratorio donde uno testaba la retórica, la maquinaria electoral y el navajazo político… todo el rato: las elecciones para elegir presidente de la Oxford Union eran cada dos meses; Boris llegó a presidirlo. 

“La institución iba en consonancia con las clases de Oxford y el lenguaje social de la universidadel cotorreo irónico. Se perfeccionaba la capacidad de expresión que posibilitaba que los aspirantes a políticos, abogados y columnistas argumentaran cualquier caso, creyeran o no en él… Una pequeña élite acaparaba el escenario». Un estudiante de clase media-baja al que «le asustaba hasta hacer preguntas durante los debates» recuerda: «La verdad es que los debates eran gloriosos y divertidos. La gente era entretenida y graciosa. Desde el público los abucheábamos o los vitoreábamos. Aquello era un circo. Jamás se me ocurrió pensar que esas personas podrían llegar a ser primeros ministros». 

En el talento retórico para los discursos no solo había un corte de clase —Eton había preparado antes a sus alumnos para estas batallas de gallos— también de género. Según Rachel Johnson, hermana de Boris, en los «colegios pijos de chicas» no potenciaban tanto la verborrea como en Eton: «Ni siquiera el St Paul’s, el mejor colegio para chicas del país, podía ofrecer una experiencia comparable. Como mujeres, no se nos animaba a fanfarronear igual que los hombres ni a deslumbrar ni a divertir: todas ellas habilidades importantes. Porque todo ello forma parte de una virtud aniquiladora que Theresa May [la poco carismática primera ministra que precedió a Boris] nunca tuvo, es decir, el encanto. Si sabes hacer uso de tu encanto, ya vas ganando».

Carlos Prieto

También había una brecha entre prohombres tories y prohombres laboristas. Choque de estilos retóricos, chispeante contra analítico, superficial contra aburrido. Un antiguo estudiante que luego ocuparía cargos públicos asegura que mientras «el actual estilo político de los tories se caracteriza por los trucos de oratoria que ‘sacaron de la Oxford Union», la retórica del Club Laborista de Oxford, donde estuvo Keir Starmer, consistía en «tortuosos debates sobre posmarxismo». «Mientras Johnson pulía sus chistes sobre el trono presidencial de la Union, las reuniones del Club Laborista trataban sobre proponer o secundar mociones burocráticas o internacionales». «El amor por las reglas y los procedimientos aplastaba cualquier posibilidad de tener un debate más espontáneo e improvisado; aunque buena parte de los laboristas no hubieran aprendido a improvisar en el colegio. Las consecuencias siguen patentes hoy en día: Starmer es un orador analítico pero soso, aburrido y con un tono de voz excesivamente nasal”, según Kuper. 

El ex primer ministro australiano, Malcolm Turnbull, estudió en Oxford a finales de los setenta. Sus recuerdos son ácidos: 

Oxford fue el primer lugar donde alguien me preguntó: ‘¿ A qué se dedica tu padre?’. Estaban obsesionados con cómo hablaban, cuál era su contexto social, dónde habían ido al colegio y demás. No es que estas distinciones no existan en Australia, pero están en los márgenes de los márgenes del país, en comparación con el Reino Unido”.

“La Oxford Union era política estudiantil del montón: lo más importante era llegar a la cima de la mugre. La política estudiantil se basa en el juego… Muchos de los que pasan de la política estudiantil a la política real están más encandilados con la dinámica de juego de lo que lo están con lo que debería ser el objetivo de la política, es decir, hacer buenas políticas públicas. La Union no es tanto un foro en el que debatir cuestiones y temas relevantes de la actualidad, sino más bien un lugar en el que aprender a convertirse en un orador entretenido”.

Lenguas muertas

La derivada académica también tenía su aquel: las humanidades iban a misa en Oxford. Ahora que las humanidades son de pobres, tiene gracia recordar que los infravalorados de Oxford eran los que no estudiaban humanidades. Dice Kuper: “Inglaterra tiene científicos, ingenieros e informáticos eminentes, pero están atrapados en la sala de máquinas mientras los oradores dirigen el tren. Hoy por hoy, Oxford está especializada en educar a los políticos y funcionarios que administran el Estado británico, a los abogados y contables que mantienen la economía y a los comentaristas que narran el espectáculo. Estas personas, entre las que me incluyo, normalmente abandonan las ciencias y las matemáticas en el colegio, con dieciséis años, y aprenden tan solo nociones básicas de economía. En 2016, en el Parlamento, había siete veces más diputados que habían estudiado política en la universidad que ingeniería”. 

Las élites de Oxford, en definitiva, sabían latín… pero de verdad

«El estilo de Oxford no es la mentira, es la ironía» 

1) “La licenciatura más pro-Brexit entre los diputados de 2016 era Literatura Clásica, muy de colegio privado… Si venías de la clase correcta, la Literatura Clásica era la licenciatura más habitual y tenía un prestigio desmesurado. Tal era la importancia del latín que este había sido parte de los requisitos para el acceso a Cambridge y a Oxford hasta 1960. Francis Crick, quien no se molestó en aprender el idioma, suspendió los exámenes de acceso para ambas. En su lugar, acudió al University College de Londres antes de codescubrir la estructura del ADN. En el marco de la tradición caballeresca de Oxbridge, cuanto más inútil fuera la licenciatura, más elegante era. Como el poeta Louis MacNeice apuntaba: ‘No todos tienen el privilegio de aprender una lengua que está incontrovertiblemente muerta”. 

2) “Como el latín y el griego se enseñaban principalmente en los colegios privados, se convirtieron en marcadores de la clase dominante, como Johnson bien sabe cuando recita La Ilíada en público. De hecho, durante su época como alcalde de Londres, Johnson contrató a su antiguo tutor de Oxford, Jasper Griffin, para que le proporcionara pasajes de literatura clásica que pudiera incluir en sus discursos”. 

Lo cuenta el historiador Colín Shrosbree: “La Literatura Clásica cumplía la misma función sociológica en la Inglaterra victoriana que la caligrafía en la antigua China: regular y limitar la entrada a la élite gobernante”. 

¿Qué más podemos decir? Tempus fugit alea iacta est.

La entrevista

Hablamos con el periodista británico Simon Kuper (Kampala, 1969). 

PREGUNTA. Los manierismos de las élites ochenteras de Oxford parecen una autoparodia de la decadencia del imperio británico, ¿verdad? 

RESPUESTA. Algo así. La generación de Boris Johnson creció escuchando los relatos sobre el dominio británico del mundo, pero, cuando alcanzaron puestos de responsabilidad, comprobaron lo pequeño que era ya ese poder, su poca capacidad de maniobra dentro de la UE, su menguante peso militar; así que, tuvieron una pequeña depresión. Boris Johnson nació demasiado tarde.

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Héctor G. Barnés

P. ¿Con un siglo de retraso? 

R. Bueno, no tanto, pero sí unas décadas tarde. En 1945, los británicos aún fueron capaces de cofundar la nueva arquitectura mundial, del Banco Mundial al Consejo de Seguridad de la ONU. Pero la pérdida de influencia fue abrupta, y los británicos tuvieron que lidiar emocionalmente con ella, eso sí, unos más que otros. A la mayoría de los ciudadanos no se les había educado para gobernar el mundo, pero a la generación de Boris, sí. Si formabas parte de la casta de Eton, tu misión adulta era gestionar a una superpotencia… que ya no era tal. 

P. Hay una cita en tu libro: “Una vez que has pasado por Oxford, nunca más puedes volver a creer en nada de lo que diga nadie. Eso, por supuesto, es una ventaja en un mundo como el nuestro”. ¿Qué significa esto? ¿Diferenciar entre verdad y mentira no era importante en los debates universitarios? 

R. El problema no eran las falsedades. El estilo de Oxford no era la mentira, sino la ironía. Toda discusión tiene siempre un lado cómico y no hay que tomarse nunca nada totalmente en serio. Era el salto lógico de un país que pasó de tomar las grandes decisiones mundiales a ocuparse de asuntos domésticos más modestos. Ironía de superpotencia venida a menos. Cuando ya no puedes tener debates políticos trascendentales, todo se convierte en una pequeña broma. En Oxford tampoco había posturas ideológicas fuertes, el comunismo y el fascismo nunca fueron dominantes, la ironía por encima de todo. 

P. Cuentas que en el club de debate te preparabas para defender un argumento y su contrario. Cuando Boris Johnson decidió subirse al Brexit con dudas y suspense, dicen que preparó dos artículos diferentes para el Daily Telegraph, uno a favor y otro en contra. Muy Oxford, ¿no? 

R. Cien por cien Oxford. Johnson es el modelo más extremo y paródico del estilo Oxford. Tanto que es casi injusto por mí parte haberlo usado de ejemplo. Nunca nadie ha sido tan exageradamente Oxford como Boris. Si Johnson hubiera decidido ir contra el Brexit, habría sido sin duda el más elocuente e ingenioso de sus críticos… y quién sabe si el Reino Unido no seguiría en la UE. La mayoría de los personajes de mi libro son creyentes del Brexit, pero Boris no, su ideología tiende a cero. Boris no cree en casi nada. 

P. ¿Boris solo cree en sí mismo? 

R. Sí, eso es.

P. El Boris que llega a primer ministro ¿es el Boris de Oxford o ha cambiado un poco? Hablo sobre todo de sus trucos y su habilidad retórica. 

R. No cambió gran cosa, no ha habido casi evolución en sus últimos cuarenta años, porque, siendo un veinteañero, ya era un tipo carismático en Oxford, tenía un estilo exitoso, ya veía la política con ironía autodestructiva. Todos en Oxford pensaban que Boris era muy divertido, y que le vieran así era muy importante. Uno suele salir de la universidad aún verde para la carrera laboral adulta, pero no Johnson, que en Oxford ya tenía armado su estilo y su red de contactos. 

P. En el libro hablas mucho de lo que Oxford aporta a los políticos (habilidad retórica y red de contactos), pero… 

R. Y credibilidad. Cuando el votante ve que el político viene de Oxford, tiende a valorarle más. 

P. Pero, además de los políticos, ¿qué extra daba Oxford a los periodistas? 

R. En realidad los periodistas que pasamos por Oxford no éramos tan diferentes a los políticos, de hecho, Johnson fue periodista antes que político, y no fue el único. En Oxford te enseñan a hablar y escribir bien y con autoconfianza… sobre asuntos que desconoces. Cuando leo The Economist, con sus fluidas y elegantes argumentaciones, detectó rápidamente los activos de Oxford. Puede que no controles bien el tema, pero tu estilo impresionará al lector. En Oxford aprendí exactamente eso: a expresarme con aplomo y sofisticación sobre temas de los que no sabía gran cosa. Igual no me diferencio tanto de Boris Johnson… 

P. La imagen de Oxford como reino de las humanidades se puede ver como un desequilibrio educativo respecto a las ciencias, pero también con cierta nostalgia, ahora que las humanidades están en crisis. En España, por ejemplo, la filosofía está a la baja en los colegios. 

«Los británicos creen que el Brexit ha sido un error; incluso los que lo votaron, aunque no lo reconozcan, están decepcionados» 

R. Hay un declive general de las humanidades. En las universidades estadounidenses cada vez menos quieren estudiar literatura inglesa o historia, y algunas ramas científicas tienen ahora más relevancia. Lo que pasa es que el culto a las humanidades de Oxford va ligado a las clases sociales. ¿Quién se puede permitir estudiar lenguas socialmente irrelevantes como el griego clásico o el latín? Solo un verdadero caballero puede permitírselo. El griego, el latín o la historia eran asignaturas mimadas en los colegios privados, en parte por la reverencia británica hacia el pasado y sus tics antimodernidad. Pero las cosas también han cambiado en Oxford, donde el grado más popular ahora es Economía y Administración de Empresas, que no existía cuando yo estudié. Las humanidades están en declive hasta en Oxford. 

P. David Cameron, el primer ministro conservador que lanzó el referéndum del Brexit, pidió el voto en contra y lo perdió, ha vuelto ahora como ministro de Exteriores de un Reino Unido fuera de la UE. ¿Esto cómo se come? ¿Es un cierre del círculo? ¿La ironía final del Brexit? 

R. Es una muestra de lo fallido del proceso. La mayoría de los británicos creen que el Brexit ha sido un error; incluso los que lo votaron, aunque no lo reconozcan abiertamente, en su fuero interior están decepcionados, ya no creen en ello. Pero el círculo no se cerrará hasta que volvamos a la UE, lo que quizá acabe pasando dentro de muchos años. 

Otra conclusión del regreso de Cameron es que si formas parte de cierta casta, siempre tendrás una segunda oportunidad, aunque la primera acabara en desastre. Conoces al primer ministro, el primer ministro te conoce a ti y acabas teniendo una nueva oportunidad. Una carrera política acaba si cometes un error colosal… salvo que pertenezcas a la clase alta británica, en cuyo caso, se hará una excepción. Siempre habrá un refugio para ti en el partido conservador.

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