Con motivo de la publicación de su último libro, charlamos con el escritor y periodista británico sobre el urbanismo y la arquitectura de aquellos países que experimentaron ‘el socialismo real’, su recorrido y las lecciones que han dejado a su paso
Como muchos, empezó con un grupo en Facebook donde comentaba imágenes del espacio poscomunista con humor, relacionándolas con referencias de ciencia ficción. Sin embargo, con el tiempo, y con una pareja polaca que se lo advirtió, se dio cuenta de que lo que propiciaba era un consumo de imágenes interminable y sin sentido. Las fotografías de edificios y monumentos del comunismo necesitaban un contexto, una explicación de sus características y razón de ser. Lo contrario, explica, sería hacerse cómplice del totalitarismo que hacía uso de ellos.
Como consecuencia, publicó ‘Paisajes del comunismo’ (Capitán Swing, 2022) una obra que recorre la arquitectura y urbanismo de todos los países que experimentaron el socialismo real. La sociedad que pretendía alumbrar al “nuevo hombre” fue un fracaso sin paliativos, pero todavía hay detalles de su urbanismo que, según Hatherley y otros arquitectos, pueden sernos útiles como lecciones para el futuro.
‘Paisajes del comunismo’ (Capitán Swing, 2022) es la última obra del periodista y escritor británico, Owen Hatherley
¿Cómo se interesa por la arquitectura del comunismo un chaval de Southampton?
Ya me interesaba la arquitectura del mismo periodo en el Oeste, particularmente en Gran Bretaña, de donde soy. Ese tipo de arquitectura que la gente cuando la ve dice “parece del Este”. Luego empecé a pasar largas temporadas en Varsovia porque mi novia de hace unos años era de allí. La capital de Polonia es un buen lugar para empezar a explorar esta materia, porque fue completamente destruida en la II Guerra Mundial. Todo lo que hay, incluido el centro de la ciudad, es del siglo XX.
Por otro lado, vengo de una familia de marxistas. Mis abuelos militaban en el Partido Comunista y mis padres son trotskistas, siempre me ha interesado este universo. Siempre he tenido interés por averiguar cómo eran las sociedades comunistas. La experiencia de estar en ellas ya no la puedes tener, pero sí que puedes enterarte de detalles importantes de esa época viendo cómo era su arquitectura.
Habla de sus abuelos en el libro, dice que vivían en un semiadosado con jardín a las afueras de Southampton ¿Cómo habrían reaccionado al conocer la vivienda del socialismo real?
A pesar de que eran comunistas de toda la vida, no creo que estuvieran particularmente interesados o atraídos por la arquitectura comunista. Como muchos otros comunistas británicos, lo que les gustaba era dar paseos por la montaña, estar en la naturaleza, rodeados de ríos y verde, o en el jardín. El lugar donde vivían no podía ser más distinto de los suburbios de Berlín Este o Varsovia. No hay nada más opuesto, especialmente su casa, un semi-adosado con jardín. Aunque no creo que se tratase de un caso de hipocresía, sino un malentendido. No ignoraban la existencia de ese tipo de arquitectura, pero nunca la habían visitado, no estaba presente en su punto de vista.
Hay dos etapas diferenciadas en la arquitectura comunista, que son prácticamente antagónicas. Los años de monumentalidad estalinista, donde los recursos se iban a grandes rascacielos que rivalizaban con los estadounidenses; y los años de Jrushchov con proyectos de vivienda masiva (‘mass housing’) para resolver definitivamente el problema con edificios prefabricados. ¿Cuál es más interesante?
Esos son los dos periodos dominantes, pero podemos encontrar más. Una etapa experimental en los años 20 y otra con interés por el posmodernismo en los 80. También hubo momentos difíciles de definir, al final del estalinismo empezó ya la producción en masa, pero dentro del clasicismo.
Palacio de los Soviets. Proyecto de Boris Iofán, 1937
Las edificaciones masivas del distrito Chertanovo Severnoye, al sur de Moscú. (Foto: glokaya_kudra / lori.ru)
Lo cierto es que la vivienda masiva no gusta en ningún lugar del mundo, esté donde esté, no solo en los países excomunistas, pero ¿fue eficiente? ¿Podría volverse a ella para resolver el problema de la vivienda que empieza a ser cada vez mayor en las grandes capitales?
No siempre fue lo más eficiente. Tallin, en Estonia, es un buen ejemplo. Siempre fue un país con una gran cantidad de madera de muy buena calidad. Sin embargo, en el comunismo se hicieron construcciones de hormigón. En Rusia fue parecido, tenían una larga tradición de arquitectura con madera. También la introdujeron en la producción en masa, pero el protagonista terminó siendo el hormigón.
Para mí, la vivienda masiva no fue del todo una buena idea. Aunque hay que entender que el problema de la vivienda al que se enfrentaban era enorme. Necesitaban muchísimas casas. Las ciudades se tenían que duplicar, triplicar e incluso cuadruplicar. Hay que tener en cuenta que en muchos de estos países la revolución industrial se produjo con el comunismo. En Inglaterra también se enfrentaron a este problema en el siglo XIX y lo que proliferaron fueron chabolas.
La reconstrucción de muchas ciudades alemanas fue horrible. Los aliados querían que se recordarse el error del nazismo
En países como Polonia el daño de la guerra fue tan grande que las ciudades quedaron arrasadas. Por eso el problema era mucho mayor. Hicieron unos patrones de edificios prefabricados, apretaron el botón y los produjeron en masa. Era la manera soviética de resolver un problema. Ahora creo que deberíamos ser capaces de hacer algo más sofisticado que eso y con menos desperdicio de materiales.
La verdad es que el recuerdo de estas viviendas en el Este depende mucho de con quién hables y en qué país. A diferencia de Gran Bretaña o Francia, en el comunismo en este tipo de viviendas estaban todas las clases sociales. Militares, médicos, obreros… Hay más diversidad de opiniones en el Este, mucha gente viene de estas casas. En Occidente sin embargo las analiza gente que nunca ha vivido en una de ellas. Hubo cosas que salieron bien, otras no, pero tampoco se puede decir que fuera un plan desastroso salvo excepciones muy puntuales.
Viviendas masivas en Rusia
En Belgrado, el gran barrio comunista, Nuevo Belgrado, ahora es un lugar muy cotizado para vivir.
He visto muchos de estos edificios y el gran problema que tienen es el mantenimiento. Si un edificio no se ha tocado en décadas se va a deteriorar muy rápido. En el comunismo, el Estado se encargaba de ese mantenimiento, pero cuando cayó el sistema, nadie volvió a ocuparse. En los países del espacio exsoviético es donde más se nota este fenómeno. Los vecinos actúan por su cuenta, lo que muchas veces supone ampliar los balcones, aumentar la altura construyendo otro piso. Por mantenimiento se entiende expandirse. En Ucrania se ve mucho. En los países más ricos dentro de los excomunistas, Polonia, Chequia, Eslovenia, Estonia o Eslovaquia, hubo políticas de reformas con un fondo de la Unión Europea que facilitaba estas políticas. Si la electricidad funciona, alguien corta el césped y cuida los jardines mínimamente, le quita mucha presión a la gente que vive ahí. Esto se tendría que haber hecho en todos los países. Si la decisión que se tomó fue de vivienda masiva, el mantenimiento es fundamental, porque de lo contrario los edificios se caen.
Otro problema es que si no puedes salir de ahí, la sensación de alienación es mucho más grande. Los metros generalmente solían unir estos barrios residenciales con las fábricas, pero no había muchas paradas en el centro de la ciudad. En Bucarest prácticamente no hay. Sin embargo, los suburbios están muy bien conectados entre sí. Al final se nota cierto resentimiento. La gente a la que le ha ido bien con la llegada del capitalismo no quiere vivir con gente ordinaria. No quieren estar entre obreros, en cuanto pueden se van a pisos privados. En cambio, en los países donde se privatizaron, se han convertido en bienes capitalistas.
© Matthijs Kok
Ahora se habla de establecer ciudades más sostenibles con el modelo de ‘15 minutes city’. Hace unos años estuvo en España el profesor Dongwoo Yim explicando que nada menos que Pyongyang tenía un urbanismo del que se podía tomar nota. Estaba basado en el concepto leninista del microdistrito, zonas autosuficientes dentro de la ciudad.
La idea era que cada edificio tuviera cerca la guardería, el colegio, etc. Nuevo Belgrado es un ejemplo donde sí se hizo. En Kiev, Moscú, Varsovia y sobre todo en Bucarest sin embargo conozco muchos ejemplos de barrios inacabados. La verdad es que la gente de estos barrios sí utiliza mucho los amplios espacios verdes que tiene alrededor, hasta hacen barbacoas. Pueden ser barrios muy agradables. Aunque no creo que sean exactamente el modelo de ‘15 minutes city’.
Lo que tenemos ahora en Occidente es que la ‘15 minutes city’ tiene cafés, galerías de arte, etc. Tienes mucho, pero nada es lo que realmente necesitas y encima tampoco puedes hacer frente al precio del alquiler. En el concepto comunista no estaba todo lo que querías, pero sí todo lo que necesitabas. Ahora apenas puedes pagar el alquiler, pero puedes elegir entre muchos restaurantes.
En el libro dedica un extenso capítulo al metro de Moscú, a su intento de convertir lo cotidiano en un lujo.
Fue divertido escribirlo porque me gusta mucho. Soy socialista, creo que lo dejé bastante claro en el libro, pero lo que me propuse fue encontrar lo que estaba mal para que no se volviera a hacer. En este caso, el metro de Moscú era un ejemplo de ¡vamos a copiarlo! Es un proyecto fantástico que salió muy bien. Cuando te venden un coche siempre te lo ponen circulando por montañas, por la costa, pero luego en realidad nunca es así, la mayor parte del tiempo lo pasas en atascos. Te venden ir en coche como una experiencia de lujo. Aquí, lo que se hacía era que ir en metro fuese un lujo. Ibas por estaciones con candelabros, arte, mármol, el transporte privado no podía competir con eso.
Sin embargo, lo que me ha extrañado siempre de Rusia es cuando quedaba con gente, personas que trabajaban en instituciones artísticas, que conducían siempre antes de coger el metro. Siempre me quedaba alucinado con ello. El metro estaba concebido como un lujo, pero los moscovitas prefieren el coche. ¿Qué les pasa? Estaban en el coche horas para llegar a cualquier lado, era como que les metieran la gasolina directamente por la garganta.
La parte negativa del metro de Moscú es que en su construcción murió mucha gente. Fue horrible, brutal. Prácticamente no existía ningún tipo de seguridad, eran trabajos forzosos. Morían turnos enteros. A partir de los 50 fue cambiando, pero fue terrible.
La estación Komsomolskaya del metro de Moscú.
En Berlín Este, el bulevar más simbólico, Stalinallee, ahora llamado Karl-Marx-Alle, fue construido por unos trabajadores que, cuando hicieron un amago de huelga porque se consideraban mal pagados fueron reprimidos brutalmente por el ejército. Una paradoja, ¿no?
Sí, claro.
La reconstrucción de ciudades alemanas dice que es espantosa.
Me duele decirlo, porque me gusta la reconstrucción modernista. La de Rotterdam o la de Sheffield me gustan mucho. Tenían un punto optimista. Puede que la gente prefiera otra cosa, pero tenían una atmósfera esperanzadora. Luego ves tanto la de Frankfurt como la de Dresde y son horribles. Creo que es porque en Alemania las hicieron los aliados. Es muy distinto si reconstruyes tú, desde el punto de vista de la víctima; o si lo hace el ocupante sabiendo que tú fuiste el agresor. De hecho, las muestras de destrucción que se dejaron fue a propósito para que se recordase lo que habían hecho, que quedase claro que el nazismo fue un error histórico.
Generalmente, en las redes sociales, las construcciones comunistas se observan con una fascinación sensacionalista, como si se estuviera viendo ciencia ficción. Considera que no aportar el contexto y quedarse solo con la diversión y no con el origen real es un enfoque incompleto.
A mi novia le enfadaba encontrarse tantas veces con virales como los spomeniks de Yugoslavia. La verdad es que yo hacía lo mismo en Facebook y ella me abrió los ojos. De hecho, mi libro es una autocrítica a todo eso.
Spomenik #9 (Jasenovac) 2007 © Jan Kempenaers
Spomenik #16 (Tjentište) 2006 © Jan Kempenaers
Cuando sabes que lo que pretendían los comunistas yugoslavos es que la conmemoración de las batallas de la II Guerra Mundial no se pudiese personalizar sobre nadie, que por eso huían de toda forma humana y recurrían al expresionismo abstracto, cobra otro matiz.
Aparte, estos lugares no son ruinas ni están abandonados. Están fuera de las ciudades y, cuando llegas, están llenos de gente. Tienes que apartarlos para poder sacar una foto. En las redes lo que prolifera es un consumo de imágenes sin fin y sin mucho sentido, porque no se aporta el contexto histórico. No aportar la explicación es una forma de hacerse cómplice del totalitarismo que hizo todo esto.
Un apunte interesante es cuando dice que si bien relacionamos toda esta arquitectura con el totalitarismo, en Occidente es más difícil que se relacione la que hay con aspectos oscuros. El ejemplo que da es Washington DC.
Esa ciudad se relaciona con la democracia, pero fue construida por esclavos. Alucino con que eso se olvide.
¿Qué necesitan los grandes edificios comunistas para sobrevivir en el capitalismo? En el libro cita unos que han tenido éxito, como el Palacio de la Cultura de Varsovia y otros, como el Palacio del Pueblo de Bucarest, que son un dolor de cabeza y un agujero negro en el centro de la ciudad.
Al Palacio de la Cultura de Varsovia le ha salvado su apariencia, ya que se construyó para competir con los rascacielos estadounidenses. Tenía algo de glamour, mientras que en el Palacio del Pueblo no hay nada glamuroso. Es más parecido al Pentágono. Al de Varsovia también se le da mucho uso. Dentro tienes varios cines, bares, teatros, una piscina, un centro cultural para jóvenes, varios museos, una sala de conciertos muy famosa, donde tocaron los Rolling Stones o Bowie, también se hacen muchos conciertos de jazz, un género que le encanta a los polacos. Siempre ha sido un lugar al que iba todo el mundo y tiene una estación para llegar justo enfrente. Está todo perfectamente planificado y tiene mucho éxito. A veces hay edificios que tienen éxito por accidente. En este caso no es así. Todo estaba previsto.
Palacio de la Cultura de Varsovia
El de Bucarest, por el contrario, está en el centro, pero apartado de las calles de compras. Tiene una estación más o menos cerca, pero no enfrente como el de Varsovia, y sobre todo es demasiado grande. Si representa algo es la locura. Siempre ha dado problemas, de hecho, por ser tan grande. No han sabido cómo rellenarlo. Después de 1989 incluso, siguieron 15 años más terminándolo. Dentro tienen el parlamento, y con la seguridad que necesita eso no atrae a la gente. Encima, en toda esta región son muy paranoicos, pero los rumanos ganan a todos. Ceaucescu fue el único líder comunista que acabó ejecutado y humillado públicamente por televisión. Eso se les ha quedado grabado. Hay un museo de arte moderno dentro, pero incluso cuesta llegar una vez dentro, porque el acceso es laberíntico. Ni siquiera es fácil encontrar la puerta del propio palacio, pero como es tan sumamente grande siempre va a estar ahí. Espero que progresivamente vayan teniendo ideas para darle uso, porque eso dentro de 500 años va a seguir ahí.
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