A Peter Ross le fascinan los cementerios desde su infancia en Stirling y hoy día vive junto al cementerio de Cathcart, en Glasgow:“El que un día será el mío”, explica. Periodista desde 1997, era natural que terminara escribiendo Una tumba con vistas (Capitán Swing), un título que le ha valido el galardón de no ficción en los Premios Nacionales del Libro de Escocia. En él, defiende la necesidad de transformar los cementerios monumentales británicos en espacios verdes y de encuentro, entre otros motivos, para hacer viable su mantenimiento.
–Deambular entre tumbas no es algo raro sino perfectamente normal. Desarrollemos este punto.
–Ahora se está convirtiendo o es visto como algo más corriente, pero cuando era pequeño te aseguro que era algo raro y morboso. También, porque en los 70 y 80 muchos cementerios en Reino Unido estaban vandalizados, y eran refugios de gente con problemas de drogas o alcohol. Sin embargo, ahora, cuando hablo en encuentros y demás, el público es mucho más abierto al respecto, e incluso existe una especie de comunidad de interesados.
–¿Cuándo descubrió que visitar cementerios era una forma de descubrir historias y biografías olvidadas?
–Pues cuando era un niño, en el cementerio de Stirling. Miraba los nombres y las fechas y me preguntaba si se habrían conocido, si serían amigos o enemigos: sabía que ahí podía haber una historia. Además, como niño que era, me sentía transportado por el aspecto visual de todas esas tumbas del XIX, con calaveras, ángeles, esqueletos de enormes alas…
–”No parpadees”.
–Exacto. Como diría Sheldon Goodman, fundador de El Club de los Cementerios, los camposantos son las bibliotecas de los muertos: tienen drama y narrativa, son lugares para descubrir y compartir historias. Uno se pregunta, en primer lugar, quiénes eran esos nombres, qué habría pasado si nos hubiéramos conocido, que quizá no fueran tan diferentes de nosotros.
“Los cementerios monumentales británicos han de adaptarse a nuevos usos o afrontar su desaparición”
–Con su majestuosidad, los antiguos cementerios británicos representan una forma muy distinta a la actual de asumir la muerte.
–Hoy día, sin embargo, el 77% de las personas que mueren en Reino Unido son incineradas. Una decisión en la que influyen dos cosas: es más barato y no queda mucho espacio. Eso encierra otro problema: cuando los cementerios aún se usan para la intención con la que fueron creados, siguen, de alguna manera, vivos. Si no es así, llegan el abandono o la asunción de que debemos emplearlos como espacios históricos y pulmones verdes, algo muy importante en ciudades que necesitan cada vez más parques. La sensación física es importante: puedes estar paseando entre tumbas, pero también estás en un espacio verde, tranquilo, rodeado de árboles y escuchando a los pájaros. Es una experiencia física y mental.
–¿Tiene un cementerio favorito?
–Para mí, el mejor ejemplo de cementerio es el de Glasnevin, en Dublín. Es el Highgate irlandés. Es un espacio muy melodramático, asombroso, monumental. Parece que estés caminando por un cuento de hadas, con esa enorme torre al fondo. Cuando me puse a escribir Una tumba con vistas no quería hacer ni un libro de historia ni una guía, sino mostrar la relación que tenemos con los cementerios. Así que la aproximación a Glasnevin tiene como protagonista a la figura de Shane MacThomáis. Se convirtió en el guía más famoso del cementerio y su implicación cambió la forma de ver aquel lugar.
–Los muertos no sólo están solos sino, muy a menudo, olvidados. Pero hay algunos más olvidados que otros. Hablemos de Crossbones.
–Crossbones es un espacio en Southbank, en Londres, donde en el periodo medieval se enterraba a las prostitutas y a sus hijos: no podían ser enterrados en tierra consagrada y se les habilitó ese lugar. Con el tiempo, pasó a ser un espacio de enterramiento para desarrapados, en general. Terminó prácticamente en el olvido hasta que unas obras en la década de 1990 desterraron unos cuerpos y se descubrió qué era. De alguna forma, se ha convertido en un lugar de recuerdo y reivindicación.
–En el tema de los limbos, aparece también la práctica irlandesa de los ‘cilliní’.
–Nuevamente, los bebés que no habían sido bautizados también estaban expulsados de tierra consagrada. Se creía que iban al limbo. Así que muchos padres no tenían siquiera el consuelo de tener un lugar en el que enterrar y recordar a sus hijos. Pero los enterraban: escogían para ello lugares que tenían un significado especial, a menudo, liminales, relacionados con la creencia en las hadas, o en zona intermareal, por ejemplo. También los enterraban entre la casa y el jardín, para tenerlos a su lado siempre. Era una forma tierna y desafiante de darles entidad.
–Termina el libro con una boda en el cementerio de Arnos Vale, ¿cree que nos acostumbraremos a darle otros usos a estos lugares?
–No tenemos más remedio que hacerlo, si queremos que sobrevivan. Estos magníficos espacios concebidos por los victorianos han afrontado el abandono y, en muchos casos, terminado convirtiéndose prácticamente en bosques. Y es que resultan espacios muy costosos y complicados de gestionar tanto para ayuntamientos como para corporaciones. Si no hay un ritmo suficiente de entierros, no hay dinero para ello. De modo que hay que ingeniar otras formas de mantenerlos. Además de bodas, hay proyecciones de películas, obras de teatro, cuentos para niños… En el cementerio de Sheffield tienen un Airbnb en la antigua casa del enterrador. Puede parecer algo que sólo atraiga a metaleros o góticos, pero la verdad es que tiene aceptación: este tipo de cementerio tiene que cambiar o está destinado a morir.
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