¿Los alemanes lo hacen todo mejor?

Por El Confidencial  ·  25.02.2023

Ha vendido miles de libros en Reino Unido diciéndoles a sus compatriotas que los alemanes lo hacen casi todo mejor. Tras el estallido de la guerra de Ucrania, Kampfner dobla la apuesta

Por 

Ángel Villarino

John Kampfner es un señor británico de origen alemán nacido en Singapur hace algo más de sesenta años. Ha trabajado de bastantes cosas a lo largo de su vida: comentarista, locutor, corresponsal y, últimamente, director ejecutivo del think tank Chatham House y responsable del programa de política exterior británica. La disolución de la URSS le pilló viviendo en Moscú y la caída del muro de Berlín, viviendo en Bonn. Ha trabajado para Reuters, el Financial Times y la BBC. Su sexto ensayo (Por qué los alemanes lo hacen mejor) fue considerado el libro del año en 2020 en su país, en lo más profundo del covid. Acaba de ser traducido al español por Capitán Swing, en un momento en el que no resulta demasiado popular defender que el modelo alemán es el más conveniente para curar a las sociedades occidentales de sus males contemporáneos. Kampfner dobla la apuesta en una entrevista virtual de una hora. Como no utiliza filtros de pantalla, apreciamos que su escritorio está tan desordenado como el nuestro. Una razón más para hacernos sentir en casa. 

PREGUNTA. Tu libro es el libro de un británico elogiando a Alemania, algo que ya de por sí es llamativo. En el primer capítulo explicas cómo se ha percibido a Alemania en el resto de Europa, y especialmente en Reino Unido, durante las últimas décadas. Y acabas el ensayo sosteniendo que en los tiempos que nos toca venir, el modelo alemán es el más sensato y el mejor, que es un ejemplo para el resto y que debería desplazar al mundo anglosajón como modelo a seguir. ¿No le han perseguido en su país por atreverse a algo así? 

RESPUESTA. Este libro se puede leer de diferentes maneras. Por una parte, es una especie de auditoría de la Alemania contemporánea. Por otro lado, como dices, aborda la complicadísima relación británica con Alemania desde la Segunda Guerra Mundial. Es una relación basada en caricaturas y estereotipos, pero que ha cambiado mucho en los últimos cinco o diez años, especialmente con el Brexit. Durante el lanzamiento del libro en inglés me preguntaron si habría escrito el mismo libro, con el mismo título, si yo fuese francés. Ahora me pregunto si habría escrito el mismo libro siendo español. Seguramente no tendría emociones tan crudas con Alemania, ni el trauma del Brexit. Pero creo que todos los países de Europa tienen una relación complicada con Alemania. En cualquier caso, tengo que confesar que fue muy sorprendente que un libro con esta tesis y este título se convirtiese en uno de los más leídos en Gran Bretaña. De alguna manera demuestra que las cosas están cambiando. 

Hemos tenido que sufrir el trauma del Brexit para enfocar el debate

P. Este cambio en la percepción de Alemania, y por extensión de Europa continental, también se observa en la política y el debate estadounidense. Al menos desde el flanco progresista, cada vez miran más a Alemania o Francia para indicar que hay una manera distinta de hacer las cosas. Por ejemplo, cuando hablan de vacaciones pagadas, del sistema sanitario o de las bajas por maternidad. Como cosas deseables, quiero decir. 

R. Es cierto, sí. Gran Bretaña empieza ahora por primera a tener una discusión honesta sobre su pasado. Hemos tenido que sufrir el trauma del Brexit para enfocar el debate. Ahora se empieza a aceptar que la forma mediante la que hemos aprendido nuestra historia en los últimos años ha sido siempre desde una óptica de glorificación. Hemos estado obsesionados con la Segunda Guerra Mundial porque, efectivamente, fue un gran momento para trabajar con otros países por una buena causa. Aunque, por otro lado, también fue el final de nuestro papel de gran potencia después de 150 años. Todas esas cosas sucedieron entonces y, sin embargo, las discusiones se pospusieron. Ahora se están empezando a retomar por la vía del trauma. 

P. En el libro explicas que Alemania tiene un problema con su sentimiento nacional, una relación complicada con el patriotismo y con su bandera. Esto resulta bastante familiar para un español porque aquí nos ha ocurrido algo parecido. Lo contrapones a la óptica británica, donde la historia reciente se usa para no hacer autocrítica. ¿Es perjudicial para un país que su sociedad relativice los logros nacionales? ¿O es beneficioso? 

R. Es muy complicado responder, pero tienes razón en el análisis. El pueblo británico y el alemán son muy parecidos en muchas cosas, pero muy diferentes en otras. Esto que comentas es el resultado de los últimos 80 años de historia. Durante todo este tiempo, en Gran Bretaña hemos pensado en el patriotismo, en el nacionalismo, como una crema que te pones sobre la herida para que desaparezca. Nuestra herida es precisamente esa sensación de pérdida de estatus. Y la crema es verdad que te hace sentir mucho mejor contigo mismo. 

Si tuviese que elegir una virtud alemana, me quedaría con la seriedad 

P. ¿Y en Alemania no se aplica esa crema? 

R. En Alemania ha ocurrido todo lo contrario. Como explico en el libro, ese cambio no fue inmediato. Todo el mundo cree que la reconciliación de Alemania con su historia ocurrió inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Pero no fue en absoluto así. Hasta los levantamientos estudiantiles de 1968 no se empezó a despertar la idea, que luego cuajó en la década de los 70 y los 80. Y muchas cosas solo cicatrizaron realmente hasta después de la unificación. Esta sensación de urgencia desesperada por aprender del pasado es relativamente nueva también en Alemania. Si solo pudiese elegir una virtud de los alemanes contemporáneos, me quedaría con la seriedad con la que viven su política, la importancia y gravedad que le dan al estado de la democracia, la circunspección con la que escuchan latir sus problemas a nivel regional, nacional, internacional… 

P. ¿En qué sentido? 

R. Están siempre preparados para hacer coaliciones y llegar a acuerdos. Las decisiones se toman sobre conversaciones muy detalladas y muy serias, en las que abordan desde los problemas más pequeños hasta los más importantes. Por contraste, Gran Bretaña es un teatro donde hay gente como Boris Johnson, que son básicamente payasos. En cierto modo, pasa lo mismo en Estados Unidos. Los países que olvidan que la tarea de los políticos es muy seria se vuelven indulgentes y eligen payasos para que los representen. Algunos de esos payasos son peligrosos. En mi libro, el capítulo más crítico es sobre la política exterior de Alemania, de la que estoy seguro que querrás hablar. 

A lo que deberían aspirar los alemanes es a no tener nunca más una dictadura 

P. Es uno de los capítulos más interesantes, aunque hay un problema con la fecha de publicación porque se deja fuera lo más importante que ha pasado en Europa en mucho tiempo: la guerra de Ucrania. 

R. Sí, el libro se publicó antes de la invasión de Ucrania. Pero lo cierto es que yo siempre he sido crítico con la postura de Alemania frente a Rusia. Lo digo como alguien que vivió y trabajó en la Unión Soviética durante muchos años y que llegó a amar el país. Pero cuando miro atrás, siempre he dicho que los alemanes han sacado una lección equivocada de su propia historia. La conclusión de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial es que no querían volver a tener una guerra nunca más. En realidad, a lo que deberían aspirar es a no tener nunca más una dictadura. Entre otras cosas, porque eso sí depende de ellos. La guerra, aunque nadie la quiera, a veces hay que tenerla para defender cosas importantes. Este es precisamente el debate que está produciéndose ahora en Alemania, un debate grande y emotivo. A la postre, es una de las razones por las que Olaf Scholz y su gobierno han sido tan cautelosos a la hora de enviar ayuda militar a Ucrania.

P. La guerra de Ucrania, creo que estamos de acuerdo, ha demostrado que la política de apaciguamiento y amistad con Rusia fue un error. Y puede que haya ocurrido lo mismo con la posición de Berlín hacia China. Además, ha obligado a Alemania a volver la mirada hacia la Defensa. Es curioso pero los mismos países que tenían miedo atávico de que Alemania volviese a rearmarse, se muestran ahora favorables a que lidere la defensa europea. ¿Ya no da miedo un ejército alemán? 

R. Absolutamente de acuerdo. Es muy difícil para muchos alemanes comprender que otros países están frustrados porque Alemania no tiene un ejército más fuerte. Es difícil porque han sido educados para creer lo contrario. Al menos dos generaciones han crecido con la idea de que el mundo no va a confiar en una Alemania militarmente fuerte y que ellos mismos, los alemanes, no deberían confiar en una Alemania militarmente fuerte. Han aprendido en la escuela que eso acaba mal. Y ahora les reprochamos exactamente lo contrario y todo el mundo está increíblemente frustrado con Alemania por ser débil. Dicho esto, hay muchas rutas de acercamiento a Rusia. En los últimos días, dos periódicos han revisitado mi libro para criticarlo precisamente por este punto. 

Estoy muy orgulloso de haber ofrecido un enfoque positivo sobre Alemania 

P. ¿Y cómo te defiendes? ¿O no te defiendes? 

R. Mi primera respuesta es decir que estoy muy orgulloso de haber ofrecido un enfoque positivo sobre Alemania. La segunda es que, como te decía, yo nunca he visto de manera positiva el enfoque alemán hacia Rusia. Son cosas diferentes. Pero aun así, es una buena pregunta porque la reputación de Alemania ha decaído bastante rápido en los últimos meses debido a su desgana frente a la invasión de Ucrania. Y también porque Schultz, tres días después de la invasión de Putin, pronunció ese célebre discurso en el que prometió un giro de 180 grados en el pensamiento alemán. Ahora se puede argumentar que prometió en exceso y no ha cumplido. Si hubiera prometió un poco menos, no habría tanta frustración con Alemania ahora. Se repite todo el rato ese aforismo que dice que Alemania ha subcontratado su defensa a Estados Unidos, su energía a Rusia y su comercio a China, que es un país complaciente al que las cosas le fueron bien simplemente porque todos los demás estaban trabajando por los alemanes. En todas esas áreas, Ucrania ha sido el gran catalizador. 

P. ¿Y no hay al menos una parte de verdad en esa afirmación? 

R. Está claro que tanto en defensa, como en comercio, como en energía, Alemania tiene que pensar de nuevo en su estrategia. Pero a mí lo que me hace confiar en el sistema alemán no es que no cometan errores. ¡Claro que cometen errores! Lo que me hace confiar es que su sistema político es lo suficientemente serio como para aprender de sus errores rápidamente y subsanarlos. Yo estoy convencido de que esto es así, al menos por ahora. Alemania ha cometido muchos errores, en muchas áreas. Por ejemplo, su industria automotriz, la gran exportación de Alemania, estaba completamente dormida cuando empezó la electrificación. Tesla, los japoneses, los coreanos, etcétera, dejaron a Alemania atrás enseguida y ahora el país parte de una posición desfavorable. Pero los alemanes reaccionaron rápido a su error inicial y ahora lo están subsanando. Lo mismo ha ocurrido con toda la economía digital. Alemania fue un ecosistema terrible para las empresas emergentes. Tenía una velocidad de banda ancha más lenta que la de Albania. Era un país dormido. Hay una idea que creo que es correcta sobre esto y es que Alemania suele ir lenta pero segura. Es un país que llega más tarde que otros países a los asuntos clave, pero cuando llega y entiende lo que tiene que hacer, acaba haciéndolo muy bien. Yo creo que ese es el espíritu de la Alemania moderna y de su manera de estar en el mundo. 

Todavía me cuesta creer que Alemania acogiese a más de un millón de refugiados 

P. Otro capítulo está dedicado a Merkel. En España, ha habido varias fases con Merkel. La primera, durante la crisis económica, cuando se la consideró responsable de las políticas de austeridad y de nuestro sufrimiento. Después se impuso como único modelo serio en un entorno donde crecían los populismos. ¿Con qué imagen de Merkel te quedas? 

R. En inglés decimos que alguien va “from hero to zero” (de héroe a nada). Y Merkel ha pasado bastantes veces de héroe a cero. Recuerdo la situación española, pero recuerdo aún más la situación griega, los graffiti en Atenas de Merkel con bigote de Hitler, el libro de Varoufakis contando sus conversaciones con políticos alemanes. También recuerdo la Merkel de la crisis de los refugiados. Eso fue asombroso. Todavía me cuesta creer que Alemania acogiese a más de un millón de personas. Les ha generado problemas, por ejemplo el ascenso de AfD y todas esas cosas. Pero sigo pensando que, desde todos los puntos de vista, desde la organización hasta la demostración de empatía y la búsqueda de trabajo, fue algo extraordinariamente exitoso y un cambio sísmico para un país que nunca fue un país muy multicultural. Un cambio así de profundo y así de rápido, algo que cualquier nación viviría como un gran impacto, se superó con enorme naturalidad. Los refugiados se integraron en la economía alemana en un periodo récord y ahora contribuyen a su economía. Para mí, ese fue el punto culminante de Merkel. Por cierto, la gente olvida que su respuesta a la primera invasión de Ucrania por parte de Putin en 2014 y su anexión de Crimea fue más fuerte, por ejemplo, que la del primer ministro británico o el presidente francés. 

P. ¿Volvemos un segundo a la política de Merkel hacia Rusia? 

R. Sí. Su valoración ha ido de 100 a 0 una vez más. Ahora la opinión extendida es que no confrontó a Putin y permitió que el ejército alemán se desintegrara. Recuerda que Merkel procede de Alemania Oriental. Ella entendía muy bien los peligros que planteaba Putin. Luego, en su cuarto mandato, pareció perder ese compromiso. Estaba perdiendo fuerzas. Ella quería renunciar en 2017, pero fue Obama quien la convenció de que tenía que seguir. Fue justo después de Trump y del Brexit y se le pidió que se quedase porque necesitábamos a alguien con experiencia en Europa para mantener el barco estable. Si ella se hubiese retirado en 2017, su registro histórico sería fenomenalmente exitoso. En esa última etapa se pudo haber venido abajo. Pero el cálculo histórico sobre su legado creo que será equilibrado y se reconocerá que hizo muchas cosas muy bien, aunque cometió algunos errores: la dependencia energética de Rusia, su decisión sobre energía nuclear después de Fukushima… Pero, cogiendo distancia, ha sido una figura imponente. Aportó estabilidad social, fortaleza económica y credibilidad política. 

Hay una escasez crónica de mano de obra, particularmente en la construcción 

P. Hablábamos antes de la crisis de los refugiados. El debate sobre la inmigración es un asunto que aún no ha explotado abiertamente en España, pero todo el mundo da por hecho que antes o después ocurrirá. Alemania tiene algunas lecciones que ofrecer al respecto. ¿Cuáles? 

R. El cuestionamiento de la inmigración creo que sucede en todos los países, especialmente entre las personas más pobres, que sienten que el acceso a la vivienda, al sistema sanitario, a la educación, al trabajo, están amenazados por la llegada de personas de fuera. Cuanto más rico es el país, más tiende a agudizarse este sentimiento. Pero el envejecimiento de la población nos lleva a una situación en la que se produce un cortocircuito mental porque de pronto la sociedad se da cuenta de que alguien tiene que hacer el trabajo y que muchos de los trabajos necesarios no los quiere hacer nadie. En Gran Bretaña esto se ha hecho muy evidente con el Brexit, pero no empezó con el Brexit. Hay una escasez crónica de mano de obra, particularmente en la construcción y la restauración. Simplemente no tenemos suficientes personas para hacer todos los trabajos que se demandan. El Brexit, como digo, lo ha empeorado mucho porque antes llegaban trabajadores del Este de Europa y eso ya no ocurre. Es un desafío muy importante para los políticos. ¿Que tienen que hacer? ¿Seguir trayendo gente de fuera y aumentar el descontento, o cerrar las fronteras y agravar los problemas económicos? 

P. ¿Y cuál es la solución? 

R. Nadie está respondiendo con claridad a eso. Habría que tener una conversación sincera con los votantes, pero es increíblemente difícil introducir el tema. Cualquiera que investigue un poco sabe que la situación se pondrá cada vez más tensa por muchos motivos. Por eso lo que sucedió en Alemania en 2015 y 2016 con los refugiados yo diría que es un prólogo de lo que sucederá en Europa y en otros países ricos en el futuro. 

P. En el capítulo sobre el desempeño económico de Alemania te preguntas si realmente se ha acabado la fase del crecimiento alemán. ¿Cuál es la respuesta? ¿Se ha agotado el modelo? 

R. Siempre sonrío ante esta pregunta porque, en 1999, la revista The Economist hizo esa portada… 

P. ¿La del enfermo del euro en referencia a Alemania? Años después le tocó una parecida a Italia. 

R. Sí, a esa me refiero. Todo el mundo decía que Alemania estaba acabada. Mirabas fuera y veías a Tony Blair, a Bill Clinton… Lo anglosajón era entonces bastante sexy. Luego le tocó pasar por el papel de enfermo a Italia, a España, incluso a Francia. Todos parecían estar haciéndolo bien menos los anglosajones. Pero particularmente Alemania estaba pasada de moda. El país tenía, y tiene, muchos problemas estructurales. Yo diría que su mayor debilidad es que tienen una aversión al riesgo crónica. En Alemania es socialmente inaceptable empezar un negocio y fracasar. Los estadounidenses, por el contrario, te animan a equivocarte y a hacerlo cuanto antes mejor, para luego salir fortalecido. Fallas, empiezas de nuevo y triunfas. Ese es el modelo, que después adoptan otros países, no solo en la órbita anglosajona. También en Corea del Sur. Pero Alemania está todavía muy lejos de eso. 

En Alemania hay un respeto intrínseco por la investigación y el largo plazo 

P. ¿Hay que buscar los motivos en la historia reciente del país? 

R. Hay miedo a la novedad por buenos motivos. Por ejemplo, con la digitalización, tras las experiencias del nazismo y el comunismo en la RDA, se tiene miedo a que haya demasiados datos. Los alemanes lo ven como un mecanismo de vigilancia. Que lo es, por otra parte. En países más relajados, las cosas avanzan más rápido en ese sentido. Pero creo que eso no es lo relevante. El fondo del asunto tiene que ver con esa idea de seriedad de la que hablábamos antes. Hay una responsabilidad empresarial que les hace arriesgar poco y no cometer errores terribles. Y un respeto intrínseco por la investigación y el desarrollo a largo plazo. No piensan tanto en el dividendo trimestral que las empresas pagan a sus accionistas, sino que tratan de pensar en cómo será la empresa dentro de cinco años, dentro de diez años. Si a eso le sumas el enfoque de las habilidades y la capacitación, tienes un enfoque mucho más holístico del desarrollo económico que en las sociedades posteriores a Thatcher, posteriores a Reagan. 

P. ¿Eso aplica también a la gestión del covid? Hablas bastante en el libro de esto, aunque es verdad que fue publicado en un momento en el que parecía que Alemania realmente estaba consiguiendo datos mejores que otros países. Luego las cosas se torcieron. 

R. Absolutamente. Tuve mucha suerte con el momento de la publicación de la primera edición del libro, que fue a fines de agosto, principios de septiembre de 2020. En esos días, todas las cadenas de radio y televisión británicas se preguntaban por qué Alemania lo estaba haciendo mejor. Se lo preguntaban a los políticos. ¿Por qué no podéis hacerlo aquí como los alemanes? Teníamos una tasa de mortalidad terrible, una tasa de infección terrible. Y en Alemania las cosas estaban bastante mejor. Sin embargo, si se hubiera publicado seis o nueve meses después, cuando los británicos u otros estaban avanzando mucho más rápido en el lanzamiento de las primeras vacunas, quizá no habría tenido tanto éxito la pregunta. Aun así, a pesar de que los países europeos fueron más lentos con la vacuna, yo sigo pensando que si voy a enfermar de COVID o de cualquier otra enfermedad, prefiero hacerlo en Alemania. Tengo mucha más fe en el sistema de salud alemán que en el británico. 

P. En un panorama de creciente polarización política y de mensajes populistas, Alemania es aún vista desde fuera, desde luego desde España, como un ejemplo de templanza y responsabilidad. ¿Por qué no ha hecho tanta mella la polarización en Alemania como en otros países occidentales? 

R. Es una muy buena pregunta. Hay varias razones. Por un lado, está este enfoque más colectivista: la obligación de cuidar al prójimo y tener una mayor responsabilidad con tu comunidad. Es un enfoque menos individualista, en el que la sociedad es la respuesta. Y luego es también una cuestión de gustos. A los alemanes, en la mayoría de las situaciones, con la excepción del automóvil, no les gusta demasiado presumir. Se considera vulgar mostrar ropa cara o joyas. Como digo, solo hacen una excepción con el tamaño del coche. Pero si dejas eso fuera, siempre han sido una sociedad un poco más humilde que las anglosajonas. Y por último está el tema federal. 

Al contrario que Francia o España, Alemania tiene diez ciudades de estatus similar 

P. ¿El tema federal? 

R. Ya sabes, Gran Bretaña y Francia son los dos países más centralizados que conozco. Todo comienza y termina en Londres y en París. En España hay dos ciudades que acaparan todo, por lo que tengo entendido. En Italia, quizá pasa lo mismo entre Roma y Milán. Alemania, al contrario, tiene ocho o diez ciudades de estatus similar. Eso también cambia las cosas. No tienes toda la energía económica vertiéndose en una o dos conurbaciones, lo que luego tiene efectos distorsionadores en los precios de la vivienda, el costo de vida y ese tipo de cosas. Eso también ayuda a igualar las cosas. No hay que olvidar de que Alemania mantuvo durante 30 años un impuesto de solidaridad del 2 % sobre los ingresos de la renta para pagar la puesta al día de las infraestructuras de las cinco regiones de la antigua Alemania comunista. No se me ocurre otro país donde eso se pueda aceptar de buena gana. A nadie le gusta pagar más impuestos, a los alemanes tampoco, pero lo aceptaron por un bien mayor durante mucho, mucho tiempo. Y sin quejarse demasiado. 

P. Fueron también años de mucha crítica. 

R. Por supuesto que se cometieron errores. Las primeras privatizaciones de los 90 fueron demasiado rápidas. Y se hicieron de una manera bastante arrogante. Hubo mucha ira entre los alemanes orientales por lo que sucedió en esos primeros años. Pero la reunificación fue una demostración extraordinaria de organización, empatía y de solidaridad social. Me cuesta imaginar que pudiese suceder eso en España o en Gran Bretaña, donde han aparecido problemas como el de Cataluña o Escocia y no se han encontrado soluciones. O en Francia. Alemania tiene problemas, como todos, pero de alguna manera siempre parecen encontrar soluciones sociales que hacen que las tensiones sean menos agudas. 

Los escándalos alemanes no suelen ser descubiertos por los periodistas alemanes 

P. El ejemplo que das en el libro sobre el periodismo alemán es muy interesante… sobre todo para un periodista. Me parece una imagen que resume el libro entero cuando dices eso de que la cara positiva del periodismo alemán es que se resiste a prescindir del debate inteligente, mientras que la cara negativa es su reticencia a investigar demasiado, a destapar escándalos. 

R. Efectivamente, yo también creo que resume muy bien todo lo demás. Alemania tiene escándalos y tiene corrupción. Pero, por desgracia, no suelen ser descubiertos por los periodistas alemanes. El escándalo de Wirecard, uno de los mayores de los últimos cinco o diez años, fue descubierto por el Financial Times. La reacción inicial de los investigadores alemanes fue procesar al Financial Times y no a la empresa. El escándalo de las emisiones de Volkswagen, que falsificó las estadísticas de emisiones, se descubrió en los Estados Unidos. Yo tuve grandes discusiones con periodistas alemanes sobre Gerhard Schröder y su especie de relación amorosa con Putin. Les preguntaba que por qué no investigaban eso a fondo y recibía miradas inexpresivas. Yo creo que eso sí es un problema. Una explicación que se da a menudo es que todo es parte del trauma del nazismo, que utilizó la prensa para dividir y atacar a la gente, erosionando las instituciones. Pero no me convence la explicación en absoluto. 

P . ¿Entonces cuál crees que es el motivo para esta mirada acrítica? 

R. Bueno, pienso que todos los países tienen sus fórmulas periodísticas, con ventajas y desventajas. En Gran Bretaña, nuestro periodismo es básicamente propiedad de uno o dos magnates, tipos nacionalistas de extrema derecha que han impulsado el Brexit y dominado el debate durante decenas de años. Cada país tiene su propia cruz. Pero, de nuevo, considero que los alemanes son increíblemente serios respecto a la hora de preservar los cimientos de su democracia. Y eso está por encima del resto. 

P. Otra cosa que hace casi única a Alemania es que los partidos verdes han formado parte de gobiernos. De hecho, ahora mismo están en el gobierno. Esto suena muy extraño todavía en otras latitudes, aunque se esté intentando imitar la vía verde, que ya es más que una vía ecologista. 

R. Creo que esto tiene mucho que ver con el sistema electoral, que permite que entren partidos más pequeños y sean necesarias las coaliciones. Ahora bien, los verdes tienen ahora mismo en sus filas a los dos políticos más populares del país, mientras que a Schultz las cosas no le están saliendo tan bien. Creo que lo interesante de la política alemana en este sentido es que hay que hacer coaliciones y llegar a compromisos todo el rato. Cuando asumes esto, te planteas hasta qué punto importa la pureza ideológica y hasta que punto prefieres estar en el gobierno y sacar adelante parte de tu programa. Los partidos verdes son un fenómeno realmente interesante y con mucho recorrido. La pregunta realmente emocionante ahora mismo es cuándo tendrá Alemania su primer canciller verde. Y yo creo que podría ocurrir en cualquier momento.

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