¿Te has preguntado alguna vez quién fue la persona que da nombre a la calle en la que creciste? ¿O por qué y desde cuándo las calles tienen nombre en las ciudades de Europa y números en algunas de Estados Unidos? ¿Sabes que en numerosas partes del mundo las calles no tienen nombre y las indicaciones para llegar a lugares concretos se basan en otro tipo de cuestiones? Así ocurría en la Antigua Roma, pero esto sigue siendo una realidad aún hoy.
Recientemente, un caso como el de Roma en Estados Unidos, en el estado de Virginia Occidental, llevó a la abogada, escritora y académica Deirdre Mask a investigar sobre el origen de la nomenclatura de las calles y a interesarse sobre qué implica no tener una dirección en los lugares del mundo en los que aún hoy las calles no tienen nombre. El resultado de su investigación está plasmado en El callejero. Qué revelan los nombres de las calles sobre identidad, raza, riqueza y poder, que publica en España ahora la editorial Capitán Swing. Mask atiende a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA por videoconferencia desde Londres, donde reside en la actualidad.
-Pregunta: La mayoría de la gente no sabe quién fue la persona que vive en su calle, o lo que implica no tener dirección (ni siquiera que esto sea posible). ¿De dónde surgió la idea de hacer este libro?
-Respuesta: Realmente fue un accidente, porque yo no soy geógrafa, estudié derecho. Pero me fui encontrando con el material como si fuese un tesoro escondido y escribí lo que ahora es el primer capítulo, acerca del estado de Virginia Occidental, como un artículo para una revista. La idea era hacer algo peculiar y divertido, como “¿no es esto interesante? Hay lugares cuyas calles no tienen nombre, como en Virginia Occidental”. Pero conforme fui investigando vi que hay mucha profundidad en un tema así. Empecé a entrevistar a personas de allí y todo lo que implica no tener dirección o la resistencia de algunas personas a que nombren las calles tenía muchas implicaciones y sentí que aquel artículo no era suficiente. Y se terminó convirtiendo en un libro.
-P: No tener una dirección implica que no llegue el correo (o el repartidor de las tiendas online) y tengas que ir a buscarlo tú a algún sitio, pero también que, si tienes una emergencia, la ambulancia pueda perderse buscando tu casa o los bomberos lleguen demasiado tarde a apagar un fuego porque no fueron capaces de localizarte correctamente. Esto lo aborda en la primera parte del libro, pero también dedica varios capítulos a explicar por qué nombramos las calles de la manera que se hace actualmente. ¿Por qué decidió organizar así la información?
-R: Es una buena pregunta, no sé si fue una decisión o simplemente ocurrió así. La historia de los nombres de las calles realmente se relaciona de alguna manera con el nacimiento del estado moderno, porque en las sociedades antiguas no existía un compromiso del estado con estas cuestiones. A partir de la Ilustración, al estado de repente le importaban cuestiones como educar a la población, vigilarles, etc. De alguna manera, se involucró cada vez más en la vida de la gente común, para lo bueno y para la malo. Quiso rastrear y censar a la población, tener la capacidad de encontrarla e identificarla, y realmente que las calles tengan nombre tiene que ver con esto. Y esto tiene muchas consecuencias positivas para la población. En el libro explico, por ejemplo, cómo hay población que vive en los suburbios de las afueras de Kolkata (antes conocida como Calcuta), en la India, que no puede acceder a numerosos servicios como una cuenta bancaria por vivir en calles que no tienen dirección. Pero también tiene consecuencias negativas. Así que bueno, la historia y la actualidad van juntas en el libro de alguna manera.
Mujeres que dan nombre a las calles
-P: El libro tiene como subtítulo Qué revelan los nombres de las calles sobre identidad, raza, riqueza y poder, que son, a su vez, capítulos del mismo. Sin embargo, no hay ninguno dedicado a las mujeres o a su ausencia en la mayoría de los callejeros. Hoy en día hay muchos grupos de activistas feministas que están luchando contra esa omisión por algo que sí se menciona en el libro: lo que no se nombra, no existe. Tampoco en el callejero. ¿Por qué no incluyó un capítulo dedicado al género?
-R: Sí, tienes razón. Si tuviera que volver a escribirlo definitivamente incluiría un capítulo dedicado a las mujeres, porque es cierto que es un tema del que se habla mucho en la actualidad. Recuerdo que cuando estuve en París durante la investigación que llevé a cabo para escribir el libro, entrevisté a un grupo activista feminista como los que mencionas. También conozco el trabajo que se hace en España en torno a esto. Son grupos de base que están luchando por renombrar calles con nombres de mujeres que han sido importantes para sus comunidades y que no tienen suficiente reconocimiento. Pero por alguna razón, cuando estaba escribiendo este libro, este asunto no estaba tanto en mi radar. Es importante sobre todo porque son movimientos de base, de comunidades pequeñas, como casi todos los que menciono en el libro en relación a las demás cuestiones. Como siempre digo, las personas que deciden los nombres de las calles son las mismas que escriben los libros de historia, esto es, las personas que ostentan el poder, donde históricamente no estaban las mujeres, y tampoco valoraban el trabajo fundamental que estaban haciendo de cuidados. Así que casi sería interesante un trabajo de replanteamiento estructural sobre quién debe aparecer en la historia y en los callejeros, qué tipo de valor debe tener la persona que da nombre a una calle: ¿un general que ganó una guerra o una maestra que educó a toda la comunidad durante años? Es interesante reflexionar sobre este tipo de cuestiones.
-P: ¿Qué se puede aprender de un país a través de los nombres de sus calles?
-R: Mucho, mucho realmente. Sobre su ideología, su manera de entender la sociedad y cómo debe organizarse. Ya sabes que en Estados Unidos se suele confiar más en tener calles numeradas. Y esto dice mucho sobre mi país, especialmente sobre cómo fueron fundadas sus ciudades, pero también su democracia, su racionalidad y su independencia. Curiosamente, esto está cambiando y los estadounidense cada día están menos encantados con tener calles numeradas. Muchas ciudades comienzan a adoptar el sistema europeo de conceder el honor a diferentes personalidades de dar nombre a una calle.
Cambiar el callejero
-P: El asunto de renombrar calles puede ser muy controvertido. No sé si está muy familiarizada con la ley de Memoria Democrática española y cómo para renombrar algunas calles de personajes vinculados con la guerra civil y la dictadura ha sido necesario en muchos casos acudir a los tribunales.
-R: Sí, conozco lo que está ocurriendo en España. En el libro argumento que el cambio de nombres es importante, por supuesto, pero la conversación acerca si debe o no debe cambiarse de nombre una calle es igual de importante. Quiero decir, hay veces en las que no se consigue el cambio, pero no conozco muchos otros asuntos a nivel local que generen una discusión tan virulenta acerca de la política, la historia, etc. Y realmente no se me ocurren muchas opciones de debatir públicamente sobre este tipo de cuestiones que tienen que ver con la historia reciente más que a través del cambio del nombre de las calles por parte de la ciudadanía ordinaria, la población que vive en esas calles, porque la gente se siente realmente involucrada. Es una manera interesante de abrir conversaciones acerca de estas cuestiones delicadas y debatir acerca de sus complejidades. También hay mucha discusión, al menos en EE UU, sobre si determinados personajes históricos tienen derecho a un honor como este porque fueron personas complejas, que hicieron grandes cosas, pero también tienen zonas oscuras en sus vidas. Me refiero por ejemplo a Thomas Jefferson, que es verdaderamente el arquitecto de la democracia estadounidense y de una buena parte de la democracia actual en general. Un hombre brillante pero también esclavista, y además reconocido, un defensor de la esclavitud. Así que hablar sobre si debe tener o no una calle con su nombre es una manera de debatir estas cuestiones que son complejas a un nivel que afecta a la gente de manera directa, porque se habla de la calle en la que viven. Y esto es realmente importante.
-P: El nombre de las calles habla de la identidad en una manera doble: por un lado está la conexión con la persona que le da nombre pero también con las vivencias que tenemos asociadas al lugar donde crecimos. ¿Esto tiene que ver quizás con los debates acalorados de los que hablaba anteriormente sobre los cambios de nombres de las calles?
-R: Sí, absolutamente. Por eso llegué a la conclusión de que es un asunto complejo. Por ejemplo, investigué mucho sobre las calles que tienen nombres de generales del ejército confederado, que lucharon en la guerra civil de EE UU en defensa de la esclavitud. Y hay gente que opina: “No me importa nada quién fue Robert E Lee como general, pero yo crecí en esa calle. Me casé en esa calle. En esa calle nacieron mis hijos. Y si le cambiamos el nombre, no será la misma calle para mí”. Es algo que está profundamente anclado en su mente. Y no me parece un mal razonamiento para no querer cambiar el nombre. Es una muestra de la conexión tan intensa que existe entre nuestra propia memoria y el nombre de los lugares, igual que hay personas que continúan diciéndole de la manera antigua a una calle a pesar de que ahora se llama de otra manera. Es algo bastante común, el nombre de la calle está vinculado a su identidad.
-P: ¿Qué se puede hacer para revertir esto y que las calles no tengan nombres ofensivos para una parte de la población?
-R: Bueno, supongo que hace falta mucha pedagogía, mucho trabajo para separar el lugar de su nombre y mucha participación de la comunidad en torno a esto, de la misma manera que hay que revisar algunos hechos que ocurrieron en la historia para ser más justos con lo que realmente ocurrió. Pero pienso que de todas maneras habrá gente que no lo asuma nunca, porque está demasiado incrustado en su identidad. En el libro cuento un caso, el de la calle Black Boy en Londres (Niño negro en español), que fue renombrada este mismo año. Es una calle donde vive una población muy diversa, muchos son negros y de otras procedencias, y aún así, alrededor del 70% de la población que vive en esa calle no quería cambiar el nombre. Pero conforme pase el tiempo la gente se acostumbrará al nuevo nombre, seguramente.
-P: El libro está salpicado de historias pequeñas de diferentes lugares que tienen que ver con los nombres de las calles. Una de las historias que cuenta es la de la conexión entre Irán e Irlanda del Norte y cómo en Teherán, en los primeros días después de la caída del Sha, un joven decidió hacer un cartel como el que tienen las calles en la ciudad y ponerle a la calle que estaba en frente de la embajada británica el nombre de Bobby Sands, un miembro del Ejército Republicano Irlandés (IRA) que murió en la cárcel como consecuencia de una huelga de hambre contra las duras condiciones que sufrían en la prisión. Y cómo finalmente la gente se acostumbró al cambio y el ayuntamiento lo asumió y terminó cambiando el nombre de la calle. ¿Cómo llega hasta este tipo de historias?
-R: Bueno, realmente lo que he hecho es ir tirando del hilo conforme iba investigando. Lo interesante de esto es que es algo muy común. Esto de renombrar calles como protesta política es algo que se hace en muchos lugares. Ahora se está haciendo contra Rusia y en defensa de Ucrania, por ejemplo. En Toronto lo han hecho con la calle que está delante de la embajada rusa, la han renombrado como calle Ucrania. Está ocurriendo en muchos lugares, no es un caso único. Y es asombroso lo mucho que molesta a la gente, lo efectivo que es.
-P: Otro aspecto sobre las direcciones que aparecen en El callejero son las alternativas al sistema convencional de nombrar las calles y dar un número a cada casa. Hay ONG en India, por ejemplo, trabajando con otras fórmulas de localización, a través de códigos numéricos o de palabras que identifican unas coordenadas concretas, pero este trabajo también lo están haciendo empresas como Google o Amazon. ¿No es un poco peligroso poner en manos de grandes corporaciones tecnológicas un asunto que afecta tan directamente a la privacidad de las personas como es el lugar en el que viven?
-R: Efectivamente, es un gran problema. Cuando supe de estas iniciativas me entusiasmé, porque tiene muchos usos positivos. Quiero decir, son geniales. Por ejemplo, si tu coche se estropea en medio de la nada, en un bosque o en un lugar apartado a donde fuiste a hacer un picnic, es mucho más sencillo que te encuentren. Pero sí, es muy peligroso dar tanto poder a las empresas. Estas cuestiones deberían depender de los estados, de las instituciones públicas que nos hemos dado para organizarnos como sociedad. Es un asunto que me preocupa mucho y de hecho mientras escribía el libro contacté con algunas de estas grandes empresas. Su respuesta fue: ¿pero cómo vamos a ganar dinero haciendo esto? Pero es obvio, no lo harían si no fueran a ganar dinero, que es su propósito en cualquier caso. Soy muy escéptica acerca de la bondad de sus intenciones, porque siempre puede existir la manera de introducir en esto sus productos o registrar y vender la información o el propio sistema que usan para obtenerla. Y bueno, también tiene que ver con lo que hablábamos antes de que tu identidad está asociada al nombre de tu calle o la resistencia para cambiarlo y el debate en torno a esto. Si tu dirección es un código, ¿cómo vas a tener una conexión emocional con él? Creo que también tiene que ver con la manera en la que construimos la comunidad y vivimos en ella. No nos relacionamos de la misma manera en un entorno digital. Pero bueno, soy optimista sobre esto y creo que seremos capaces de encontrar una solución satisfactoria a esta situación.
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