10º Aniversario
¡El capitán cumple diez años!
descúbrelo

“Llegué a prometer elevar cuatro grados la temperatura de Islandia”

Por La Vanguardia   ·  10.10.2018

¿Por qué se metió en política?

Para satirizar el sistema político, para devolverles a mis conciudadanos la sonrisa, porque la alegría de vivir es lo más importante.

El momento era desolador.

Sí, con la crisis financiera la gente lo estaba perdiendo todo, estaban decepcionados y enfadados. Muchos de mis amigos participaban en manifestaciones de protesta que solían acabar en enfrentamientos con la policía.

¿Usted no participaba?

A mí ese tipo de ira popular se me atraganta. Pero yo también estaba harto y decepcionado de los políticos, y consideraba que necesitábamos gente normal (gente tímida, tartamudos, minusválidos, panaderos, artesanos, artistas…) en la política, para rescatar la democracia.

¿Los reclutó?

Me ocupé de congregar a la mayor cantidad posible de personas que consideraba generosas, inteligentes y sinceras, esa gente que suele terminar en el camino de la pasividad política. La única propaganda periodística en la que invertimos apareció en la sección de anuncios clasificados de un periódico cutre.

¿Qué decía?

“El Partido Mejor busca a hombres y mujeres que quieran cambiar algo”. Casi nos ahogamos en cartas.

Y en el 2009 fundó el Partido Mejor.

La campaña versó sobre temas entonces ajenos a la política: honestidad, valentía y humor. Debía crear un partido para poder formar parte de los debates electorales y aparecer en los telediarios, donde se desarrolla el circo moderno.

Lo suyo era puro espectáculo.

La situación política del país estaba fuera de control. Un escándalo seguía a otro. El dinero público se despilfarraba en proyectos turbios y mal planificados y los políticos intentaban calmar a los ciudadanos con promesas de baratija.

Que usted multiplicaba.

A sus excentricidades absurdas, respondíamos con más excentricidades. Cuando prometían la creación de un parque temático yo prometía un parque jurásico, incluso llegué a prometer elevar la temperatura de Islandia cuatro grados.

¿Y la gente lo entendía?

Sí, todo el mundo reía.

La prensa le trató con condescendencia.

Yo era el alivio cómico de las noticias. La mayoría pensaba que acabaría retirándome y nadie me preguntaba seriamente por mis propuestas. Después de las elecciones muchos periodistas estaban rabiosos por mi victoria, pero fui el único alcalde que estuvo cuatro años de mandato en los últimos dieciocho años.

Su campaña fue inteligente.

En el 2009 Facebook empezaba, toda la energía se movía ahí, excepto los políticos a los que les parecía una tontería. Nuestra campaña transcurrió en las redes sociales, yo escribía y escribía, y eso me dio contacto directo con la gente.

Acabó tomándoselo en serio.

Interactué con mucha gente; las ideas son ­como el sexo, pueden ser divertidas pero tienen consecuencias, y tuve que asumir la responsabilidad.

Les acusaban de no tener contenido.

Nuestros principios eran sencillos: protección y apoyo a los hogares islandeses, basta de corrupción, equidad, transparencia, democracia activa… Pero la gran apuesta fue por los derechos humanos.

Su fama de excéntrico traspasó fronteras.

Utilicé la atención internacional que causó mi elección para promocionar la ciudad, fue muy positivo para los negocios, y la población se dio cuenta.

Cuando salió elegido siguieron machacándole.

Mis contrincantes eran durísimos, unos tras otros se explayaban dejándome por idiota. Yo los escuchaba con una sonrisa estúpida, lo que provocaba que algunos perdieran los nervios.

¿Y usted no?

Yo me mordía la lengua. Desde el principio decidimos tratar las ofensas con cortesía, la malignidad con benevolencia y la testarudez con tolerancia. De ese modo el bien es siempre más fuerte.

Qué difícil.

No perder el optimismo y el humor es todo lo contrario a fácil. Estoy convencido de que el humor acabará siendo reconocido como una competencia básica y poco a poco abarcará todos los ámbitos de la vida.

Ojalá.

Una vez que el humor esté considerado un rasgo esencial, los habitantes de este planeta nos llevaremos mucho mejor unos con otros y la tolerancia se impondrá a la rigidez.

Tuvo una infancia difícil; ¿la usaron contra usted?

De niño sufrí violencia doméstica, y tenía problemas para aprender, hasta los 13 años no aprendí a escribir y me diagnosticaron de retraso mental, algo que usaron mucho.

¿Le afectaba?

Sin mi sólido sentido del humor quizá hoy estaría metido en algún psiquiátrico. Hoy sé que hay muchos tipos de inteligencia y que el humor es una de ellas.

¿Cuál es su orgullo como exalcalde?

Conseguí aprobar cuatro presupuestos, mejorar la situación financiera de la ciudad y, tomando medidas impopulares, rescatar la compañía energética pública de Reikiavik.

¿Qué es lo esencial?

La empatía.

Payasadas con sentido
Cuando Islandia se vino abajo con la crisis financiera, Gnarr, reconocido hu- morista, quiso devolver la sonrisa a sus conciudadanos y creó el Partido Mejor (2009) para satirizar la situación política del país. Pero detrás del espectáculo y sus propuestas descabelladas corrían por internet textos llenos de sentido y honestidad que aca- baron llevándole a la alcaldía de la capital, donde hu- bo sesiones a las que acudió vestido de drag queen para reclamar la integración de ese colectivo. Cuando todas las encuestas le volvían a dar vencedor, decidió volver a los escenarios. En De cómo me convertí en alcalde y cambié el mundo (Capitán Swing) lo explica todo, y es un gusto leerlo. Ha participado en Serielizados Fest 2018 de Barcelona.

Inma Sanchís

Ver artículo original