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Literatura contra la ultraderecha

Por El norte de Castilla  ·  05.04.2019

La ultraderecha y las políticas fascistas ganan fuerza alrededor del mundo.El antiinmigracionismo, que no es otra cosa que política más racismo, o el antifeminismo, que no es otra cosa que política más machismo, son solo algunas de las manifestaciones con las que nos obsequia la propaganda de agrupaciones nostálgicas de un ideal pasado (varonil, patriarcal y de raza pura) que aprovecha la desconfianza y la inseguridad generadas por un sistema imperfecto en el mejor de los casos, y corrupto en el peor. En esta tesitura se desarrollan mecanismos que denuncian aparentemente un discurso antielitista y antipolítico mientras se llega a acuerdos con las más grandes fortunas que se traducen en repartos nuevos, mismas desigualdades, previsibles avances en dinámicas tiránicas e imprevistas pérdidas de avances conseguidos por los distintos colectivos sociales. Es una guerra, y es pura ideología, que no es otra cosa que política más cultura.

Brasil ha sido otra clamorosa derrota. A Estados Unidos se le mira con la desconfianza que despierta un líder nacionalista que confunde patriotismo con progreso. Esa corriente ha llegado también a Europa: Hungría y Polonia vienen regidas por un partido extremista en solitario, mientras que diferentes coaliciones conforman o han conformado los gobiernos de Italia, Austria, Dinamarca, Bélgica, Holanda y Finlandia. La ultraderecha llega a tercera y a veces hasta a segunda fuerza parlamentaria, y supone una combativa oposición (en cuyas manos descansa la agenda política y mediática) o, peor aún, un tentador socio potencial para conformar los ejecutivos en Francia, Reino Unido, Alemania, Suecia, Noruega, Estonia, Grecia… y, ahora, también España. La consolidación del ‘movimiento’ que el exasesor de Trump, Steve Bannon, prefiguraba como unión de populistas de derecha por todo el viejo continente ha advertido también en nuestro país el potencial de unos movimientos sin escrúpulos que engañan y enfrentan a sus votantes mientras propugnan por la nostalgia a un utópico pasado y la eliminación anticonstitucional y antidemocrática de unos derechos ya conquistados.

Frente a este panorama, la industria editorial ha puesto ya a disposición de todo tipo de público herramientas para tratar de frenar lo que muchos se esfuerzan por vender, de manera conscientemente engañosa, como algo inevitable. Buen ejemplo de una de estas propuestas literarias contra la ultraderecha es el novelón islandés ‘Illska, la maldad’, escrito en el año 2012 cuando el populismo xenófobo estaba aún emergiendo, y que el sello Hoja de Lata acaba de renovar en una segunda edición. En ‘Illska’, Eirikur Orn Norddhal habla de la atracción del mal, de la necesidad de creer en unos ideales y en algo abstracto pero sólido en un contexto de concreciones líquidas y de precariedad laboral y social que funcionan como caldo de cultivo a la reaparición de esa maldad que a principios de siglo llevara al continente hasta su máxima expresión: el Holocausto.

El libro alterna su trama, disculpada mínimamente por un triángulo entre un filólogo que subsiste a base de ‘minijobs’, una estudiosa de la ultraderecha y un neonazi, con explicaciones sobre el auge de las políticas extremistas que hoy, siete años después, rezuman plena actualidad: la apelación a los instintos más bajos y básicos de sus votantes, el intercambio de términos de distinta agresividad (la mesura de los extremistas en la retórica antiinmigración obliga a los partidos tradicionales a adoptar palabras más duras, con lo cual el eje del debate se desplaza por completo), el autoblanqueamiento del propio partido ultra al adoptar minorías en sus filas y, en definitiva, el ‘antisemitismo’ del siglo XXI, el señalamiento al nuevo ‘judío’, a la raza execrable y responsable de todos los males del nuevo milenio: el musulmán.

Unidad y pureza

Uno de los principales lugares comunes de toda propaganda fascista es la reclamación de la unidad y la pureza, especialmente en el ámbito ideológico y racial, donde quien piensa distinto, tiene una piel de color diferente o ha nacido en otro país simplemente «no es de los nuestros». La hostilidad al otro es narcisismo hacia uno mismo, decía Freud en ‘El malestar de la cultura’, y en una época de inseguridades, crisis políticas y económicas y sociales necesitamos mucho, pero que mucho amor propio. Adorno, el célebre filósofo alemán autor de ‘La educación después de Auschwitz’, apunta en sus magníficos ‘Ensayos sobre la propaganda fascista’ el ingrediente básico de un discurso que hoy corremos el riesgo de normalizar: el líder carismático y viril que es «como la gente normal», enfrentado a las élites de la política, la cultura o la dictadura de lo ‘políticamente incorrecto’, que «se atreve a decir las cosas como son» y cuyas palabras alcanzan aquellas zonas donde el resto no se atreven a llegar, apela a las emociones y construye esa imagen de lo ‘otro’, de la impureza, que reflejan como nadie los inmigrantes, las personas LGTBi o las mujeres feministas.

De esa división también se ocupa a fondo ‘Facha’, de Jason Stanley (ed. Blackie Books), si bien sustituye el odio por otro concepto igual de universal: el miedo al diferente, que aúna a las muchedumbres inseguras apaleadas por la crisis y que buscan una solución fácil, emocional y que alivie de alguna forma su malestar. La política de masas también es objeto de estudio en el ya texto clásico ‘Anatomía del fascismo’, de Robert O. Paxton, de inminente reedición bajo el sello Capitán Swing. El viejo antisemitismo, el objeto de odio, vino espoleado por estos partidos en un discurso que incluso asumieron los intelectuales afines de la época, en una estrategia de tres pasos: desacreditar el régimen previo, crear polos para la cólera y la protesta y normalizar la violencia fascista. Paxton analiza a lo largo de un muy estimulante texto las fases evolutivas, bien reconocibles, del fascismo: su creación, su arraigo, la toma del poder, el ejercicio del poder y su deriva a largo plazo, al que el autor solo brinda dos opciones: radicalización o entropía.

Posverdad populista

El ultranacionalismo populista, como también lo llama el autor, se ve abordado a su vez en ‘Populismo: una breve introducción’, de Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser, que miran con ecuanimidad uno de los conceptos estrella del panorama político reciente, sin dejar de percibir algunas concomitancias clave como el caudillaje viril o el llamamiento a soluciones emotivas en detrimento de la razón y la reflexión. En su última frase descansa la clave: no hay que acabar con la oferta populista, sino con su demanda. Otro de los términos estrella en esta atmósfera discursiva de los extremismos es la ‘Posverdad’, acometida en el libro homónimo de Matthew d’Ancona. El autor atina en dos verdades fundamentales: hoy ponemos nuestras creencias por delante de cualquier discurso y ajustamos, o permitimos que se ajuste, a nuestras ideas preconcebidas; y toleramos mejor el relato que el dato. De ahí a que cristalicen las manipulaciones que estimulen nuestros machismos, racismos y desprecios; un pequeño paso.

Pero si hay alguien que describa como nadie esta cultura de la crispación es la ensayista Carolin Emcke: en su libro ‘Contra el odio’ la autora identifica la doctrina del fanatismo como dependiente de «un pueblo homogéneo, una religión verdadera, una tradición original, una familia natural y una cultura auténtica». Lo feminista, lo LGTBi y en especial lo ‘trans’ cuestionan las masculinidades y roles de género tradicionales, y si buscáramos la homogeneidad en, por ejemplo, nuestro país, creencias y costumbres; solo la conseguiríamos expulsando aquello que es, por resumirlo en una palabra, ‘antiespañol’.

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