En 2012, la periodista Laura Bates (Oxford, 1986) lanzó un proyecto, el blog Everyday Sexism. Allí comenzó a publicar los relatos de machismo cotidiano de miles de mujeres y a generar un espacio de denuncia y reivindicación que resultó ser un éxito. Everyday Sexism fue el espejo en el que se miró Micromachismos en 2014 para crear un blog con la misma aspiración: visibilizar el machismo cotidiano en todas sus formas y combatirlo.
Trece años después del lanzamiento de su proyecto, Bates ha recibido numerosos premios y reconocimientos, como cuando en 2015 le fue concedida la Medalla del Imperio Británico por su contribución a la igualdad de género. La periodista, que escribe para distintos medios, acaba de publicar un nuevo libro: ‘Los hombres que odian a las mujeres’ (Capitán Swing), en el que traza el panorama de las nuevas subculturas misóginas online. Bates alerta del auge de lo que ya se llama ‘manosfera’ o ‘machoesfera’, el conjunto de blogs, páginas webs y cuentas en redes sociales de contenido antifeminista y negacionista del machismo en el que muchos hombres -y jóvenes- están, en palabras de la escritora, radicalizándose.
Descubrí su blog Everyday Sexism en 2013 y unos meses después lanzamos Micromachismos como parte de elDiario.es, como un espacio para hablar de machismos cotidianos. Nueve años después, hay una sensación contradictoria: por un lado, la conversación pública y privada ha cambiado y ha incluido el machismo cotidiano; por otro lado, las mujeres seguimos sufriendo estos comportamientos. ¿Cuál es su balance de estos últimos once años?
Me siento de manera similar: estoy muy orgullosa de la conversación pública que hemos iniciado y de cómo la opinión pública y la comprensión del tema han cambiado lentamente. Creo que es un testimonio del poder de la voz colectiva y del increíble coraje de las miles de mujeres y niñas que han compartido sus historias, a menudo pagando un gran coste personal. Pero también me siento frustrada porque aún no hemos visto los cambios estructurales que necesitamos de las personas que están en el poder en respuesta a esa conversación y a esa avalancha de testimonios. En política, justicia penal, policía, educación… todavía queda un largo camino por recorrer y necesitamos ver a esas personas clave asumiendo la responsabilidad del cambio concreto que necesitamos ahora en respuesta a las supervivientes.
Estamos muy centradas en avanzar hacia la igualdad en el lugar de trabajo y en la esfera pública, pero seguimos muy programados para reproducir la desigualdad de género en nuestras relaciones personales
En estos años en Micromachismos hemos recibido cientos de historias de machismo cotidiano en todo tipo de espacios, en la calle, en bares, en la universidad, en la oficina… pero apenas algunas sobre el machismo cotidiano dentro de relaciones heterosexuales. ¿Cuál ha sido la experiencia en Everyday Sexism en este sentido?
Hemos recibido muchos testimonios sobre experiencias de mujeres que mantienen relaciones heterosexuales, y creo que a menudo existe un doble rasero: estamos muy centradas en avanzar hacia la igualdad en el lugar de trabajo y en la esfera pública, pero seguimos muy programados para reproducir la desigualdad de género en nuestras relaciones personales, desde el cuidado de los niños hasta el trabajo doméstico. Gran parte de ese trabajo invisible sigue recayendo en las mujeres, como demuestran las estadísticas en todo el mundo. No podemos avanzar de verdad en el lugar de trabajo o en la política mientras sigamos reprimidas en casa.
Y creo que muchos hombres progresistas que apoyan la igualdad de género en la teoría luego no necesariamente la ponen realmente en práctica en su vida privada. En parte porque estos roles de género siguen estando muy normalizados en nuestra cultura (por ejemplo, los hombres que van a grupos de bebés suelen ser vistos como raros o se sienten aislados o no bienvenidos) y en parte porque siguen estando muy presente en las políticas y los sistemas públicos (por ejemplo, los horarios y la estructura de Westminster hacen que sea muy difícil para los cuidadores trabajar como políticos, el permiso de paternidad legal sigue siendo de sólo 2 semanas, mientras que el permiso de maternidad es mucho más largo)
¿No hablamos de este machismo sutil en nuestras relaciones románticas y sexuales porque es especialmente doloroso y preferimos no mirar ahí porque nos cuesta más reconocer estas situaciones en ese contexto?
Diría que hay un poco de ambas cosas. Es realmente frustrante e incómodo sentir que estamos fracasando personalmente en los temas que nos apasionan y por los que abogamos públicamente. Así que, en cierto modo, abordar estas cuestiones en nuestras propias vidas es más difícil que hacer campaña por ellas políticamente. Pero además, la sociedad nos ha socializado y casi preparado para que no armemos jaleo, para que esperemos y aceptemos que las mujeres carguen con la mayor parte del trabajo no remunerado y emocional, y eso hace que sea muy difícil romper esas barreras. Por ejemplo, tratamos a las mujeres trabajadoras como si no fueran buenas madres, mientras que los padres que pasan aunque sea un poco de tiempo con sus hijos suelen ser celebrados y alabados.
Dice al principio del libro: “No nos gusta ofender a los hombres”. ¿Por qué tenemos las mujeres tanto miedo de ofender a los hombres?
En parte porque durante mucho tiempo la sociedad ha dado a los hombres blancos heterosexuales el privilegio de verlos como individuos, mientras que nos sentimos mucho más cómodos estereotipando a otros grupos de personas. Por ejemplo, cuando los hombres blancos cometen atentados terroristas, buscamos razones y los llamamos lobos solitarios y “perturbados mentales”. Y en parte porque castigamos activamente a quienes se atreven a sugerir que hay problemas con los hombres, o con nuestra versión socialmente prescrita de la masculinidad: nos enfrentamos a los gritos airados de “no todos los hombres”, nos llaman arpías y odiadoras de hombres y feminazis, incluso cuando en realidad estamos hablando de esos rígidos roles de género para apoyar a los hombres que se ven perjudicados por ellos, ¡no para criticar a los hombres en absoluto!
Lo que es diferente de esta reacción es que está facilitada por la tecnología de una manera que nunca habíamos visto, con las redes funcionando como máquina de radicalización de masas, bombeando teorías conspirativas antifeministas y estadísticas falsas
Su libro resulta una descripción de la era post MeToo. Describe cómo la misoginia y el machismo se expresan hoy de diferentes maneras pero con una idea común que está calando en buena parte de la sociedad: el feminismo ha ido demasiado lejos, nos estamos pasando, hay que ‘corregir’ esto. ¿Es esta la reacción contra el MeToo y, en general, contra una ola feminista que ha revuelto el mundo?
Sí, creo que en parte se trata de la inevitable reacción que hemos visto cada vez que se avanza en los movimientos por la justicia social. Siempre sabemos que hay dos pasos adelante y uno atrás. Pero lo que es preocupante y diferente de esta reacción es que está facilitada por la tecnología y los algoritmos de una manera que nunca habíamos visto antes, con la capacidad de las redes sociales para funcionar como una especie de máquina de radicalización de masas, bombeando teorías conspirativas antifeministas y estadísticas falsas a una audiencia impresionantemente amplia. Por ejemplo, los vídeos de Tiktok con el virulento contenido misógino de Andrew Tate han sido vistos 11.400 millones de veces, ¡más que el número total de personas del planeta!. Así que mi temor es que este impacto de la tecnología pueda significar que por primera vez nos enfrentemos a dos pasos adelante y tres atrás.
¿Cómo resumiría esta reacción, cuáles son sus características principales?
Creo que las principales características son el uso del miedo para crear una oposición generalizada al progreso, la falsa equiparación del progreso para las mujeres con el sacrificio o el daño a los hombres, la inversión de la realidad para sugerir que los hombres son ahora la verdadera minoría oprimida, y la difusión de hechos falsos. Por ejemplo, es común que los chicos en las escuelas me digan que la brecha salarial de género es un mito, que el #MeToo es una caza de brujas contra los hombres, que el 80% de las denuncias de violación por parte de mujeres son falsas, etcétera, a pesar de que estas creencias no tienen ninguna base real.
‘No todos los hombres’ (‘Not all men’ en inglés) es la frase que escuchamos muy frecuentemente cuando relatamos lo que sucede en nuestras vidas y en las vidas de otras mujeres. ¿Están evitando muchos hombres la interpelación del feminismo?
Creo que hay muchos hombres progresistas brillantes que están trabajando realmente duro para intentar ser parte de la solución. He conocido a líderes empresariales que están tomando medidas reales en sus lugares de trabajo, a directores de colegios que se están esforzando mucho por abordar estas cuestiones en las escuelas y a hombres que están tratando de encontrar nuevas formas de modelar la masculinidad entre los jóvenes. Podemos verlo en modelos como Héctor Bellerín, Barack Obama, Jordan Stephens, Andy Murray, Daniel Radcliffe y muchos más. Pero sí, creo que también hay un problema con algunos hombres que quieren llamarse feministas y aliados, pero en realidad no quieren hacer el esfuerzo de tomar medidas activas para abordar el problema.
En lo que respecta a la misoginia, no hay división entre la red y fuera de ella. La supremacía masculina extremista que vemos en Internet se está filtrando en nuestra vida cotidiana, en la política, en las escuelas y en nuestros lugares de trabajo
En el libro hace un repaso a los diferentes grupos de hombres que odian a las mujeres y a las distintas maneras y argumentos que existen para propagar ese odio, desde los incels hasta los artistas de la seducción pasando lo que se ha llamado ‘manosfera’, e incluso por los crímenes cometidos por hombres que dicen odiar a las mujeres. ¿Están todos estos fenómenos conectados?
Sí, absolutamente. En lo que respecta a la misoginia, no hay división entre la red y fuera de ella. La supremacía masculina extremista que vemos en Internet se está filtrando en nuestra vida cotidiana, en nuestra política, en nuestras escuelas y en nuestros lugares de trabajo. Por ejemplo, hay hombres que asesinan activamente a mujeres en nombre de estas ideologías (como Elliot Rodger, Alek Minassian y muchos más de los que hablo en el libro). Pero creo que también hay un impacto social mucho más amplio que es más invisible, porque no es tan fácil de medir como el número de personas asesinadas. Por ejemplo, los hombres que han sido adiestrados por foros de ligue para acosar y agredir a mujeres que luego cometen agresiones sexuales, envalentonados por los llamados “gurús del ligue” que se jactan de violar. O el efecto sobre las mujeres en el lugar de trabajo, cuando el 27% de los hombres estadounidenses dicen ahora que se negarían a tener una reunión individual con una mujer en el lugar de trabajo. O el impacto en las mujeres jóvenes en la escuela y la universidad cuando sus compañeros varones están expuestos a esta misoginia extrema en línea: por ejemplo, según un informe de la FAD de 2021, uno de cada cinco hombres de entre 15 y 29 años en España considera la violencia de género una “invención ideológica”. Eso tiene enormes implicaciones para sus compañeras.
Muchas veces, el acoso y la violencia online que sufrimos las mujeres es menospreciada o subestimada. Nos dicen que eso no es la vida real o que los hombres que se exponen públicamente también reciben ese acoso…
Sí, absolutamente, hay un rechazo deliberado a aceptar que el abuso en línea y la violencia facilitada por la tecnología están claramente relacionados con el género, al igual que fuera de línea. Por ejemplo, la mitad de las mujeres del Reino Unido sufrieron abusos en línea durante la pandemia. Las estadísticas de múltiples estudios muestran muy claramente que las mujeres tienen más probabilidades de sufrir abusos en línea que los hombres y que es más probable que incluyan amenazas de violencia física y sexual. Como sociedad, seguimos subestimando e ignorando por completo el impacto que esto tiene en la salud mental. Puedo recibir 200 amenazas de violación y muerte en un solo día y esto puede afectar enormemente a todo, desde mis relaciones hasta mi trabajo y mi bienestar. Si las mujeres recibieran amenazas de muerte y violación y abusos en persona en el lugar de trabajo lo consideraríamos inaceptable. No esperaríamos que las mujeres desarrollaran mecanismos de defensa, sino que los hombres que las amenazan y maltratan fueran expulsados del lugar de trabajo. ¿Por qué debería ser diferente en Internet?
Por último, el impacto de las amenazas de violencia en el mundo real es diferente para las mujeres en el contexto de una sociedad en la que tienen muchas más probabilidades que los hombres de sufrir violencia física y sexual real y, por tanto, el riesgo de que las amenazas se cumplan es mayor. Por ejemplo, un tercio de las diputadas que dimitieron en las últimas elecciones generales en Reino Unido citaron los malos tratos como una de las razones de su renuncia. Así que afecta incluso a nuestra democracia.
¿Es esa ‘manosfera’ una de las grandes amenazas para la igualdad ahora mismo?
Es muy difícil clasificar o cuantificar las distintas amenazas, ya que son muchas y todas son muy graves en distintos sentidos, además de estar estrechamente interrelacionadas. Pero sin duda creo que la radicalización de tantos hombres jóvenes es un problema invisible, una forma de radicalización que simplemente estamos ignorando, y que está creando una bomba de relojería para el futuro.
Debemos mejorar la alfabetización digital de los jóvenes, en estereotipos de género, relaciones sanas y consentimiento. Debemos responsabilizar a las tecnológicas y tomar medidas cuando apoyen a quien hace apología de la violencia fuera de Internet
Dice también en el libro que la política y los medios de comunicación contribuyen a amplificar y naturalizar el discurso de la ‘manosfera’, ¿de qué manera lo hacen?
Principalmente, porque tanto los políticos como las figuras y los medios de comunicación se benefician de presentar una versión ligeramente aséptica de estas ideas extremas. Sacan provecho de dos cosas: la indignación y la controversia que generan cuando ofrecen una plataforma para esas ideas, lo que aumenta los ingresos y los seguidores en esta economía de la atención. Y, en segundo lugar, se benefician del apoyo que genera entre un número muy significativo de hombres que suscriben estas ideologías (por ejemplo, el informante de Cambridge Analytica Christopher Wylie reveló que Steve Bannon había cortejado activamente los votos de los incels como un bloque de votantes potencialmente poderoso para Donald Trump).
Así que tenemos a políticos como Trump presumiendo de agarrar a las mujeres por el coño, afirmando que es “un momento muy aterrador para ser un hombre joven en Estados Unidos”, u hombres como Boris Johnson, que han dicho a la gente que vote a su partido para hacer que los pechos de tu mujer crezcan más, o por supuesto la retórica profundamente antifeminista de partidos políticos como Vox en España. Se puede ver lo políticamente beneficioso que es el antifeminismo cuando un político como Dominic Raab, nuestro viceprimer ministro, ha dicho abiertamente que las feministas son “la peor clase de intolerantes”.
Luego están los medios de comunicación, que se suman a la retórica antifeminista con “debates” sobre si el feminismo ha ido demasiado lejos y si el #MeToo es una caza de brujas, lo que normaliza las ideas más extremas de las que pueden ser presa los jóvenes en Internet, facilitando su radicalización. La misoginia en Internet parece menos chocante cuando un periódico de gran tirada sugiere que una política de alto nivel está intentando distraer al Primer Ministro descruzando las piernas.
¿Qué se puede hacer para combatir esto?
Muchas cosas. Necesitamos que los políticos reconozcan la misoginia extremista como una forma de terrorismo, especialmente cuando se traduce en actos de violencia offline. Deberíamos destinar más fondos y recursos a combatirla. Tenemos que reconocer que es una forma de radicalización cuando los jóvenes se inician en estas ideas extremistas en Internet, y tenemos que apoyar y dotar de recursos a los profesores para que reconozcan esto de la misma manera que otras formas de radicalización. Necesitamos que los medios de comunicación informen con exactitud y no con sensacionalismo ni excusen a los agresores.
Tenemos que tomarnos más en serio el maltrato doméstico y la misoginia generalizada en nuestra sociedad y reconocer las conexiones entre lo que ocurre dentro y fuera de Internet. Debemos mejorar la educación de los jóvenes en materia de alfabetización en Internet, estereotipos de género, sexismo, relaciones sanas y consentimiento. Debemos responsabilizar a las empresas tecnológicas y tomar medidas reales cuando apoyen activamente a terroristas que hacen apología de la violencia fuera de internet. Necesitamos una mejor regulación y rendición de cuentas de las plataformas de redes sociales.
Necesitamos financiar servicios de primera línea para mujeres y víctimas de violencia sexual. Tenemos que revertir los recortes de financiación que han cerrado tantos recursos fuera de línea para los adolescentes varones: los centros juveniles que han cerrado, por ejemplo, donde podrían acceder al mismo sentido de comunidad, propósito y pertenencia que están encontrando actualmente en los espacios tóxicos en línea. Y necesitamos ver modelos masculinos de la vida real en las vidas de los jóvenes, desde padres y cuidadores y parientes masculinos hasta profesores y entrenadores y trabajadores juveniles, que asuman la responsabilidad de abordar estos problemas con los jóvenes y modelen una masculinidad positiva.
Hay muchas razones para mantener la esperanza. Estamos siendo testigos de una lucha feminista sin precedentes. Hay un movimiento feminista internacional vibrante que es más fuerte que nunca
Leo una frase que escribe en el libro: “Los chicos a los que conozco en los colegios ni siquiera saben que odian a las mujeres. Tienen buenos modales y mirada inocente. Creen que es de buena educación señalar las inexactitudes y mentiras que repiten las feministas. Han visto la misoginia con tanta frecuencia en Internet y la han oído promover de forma tan persuasiva que ni siquiera la reconocerían como una forma de odio”. ¿Corremos el riesgo de que las nuevas generaciones de niños y adolescentes estén radicalizándose en el machismo a través de Internet?
Históricamente, los puntos de vista más conservadores sobre las mujeres y los estereotipos de género han tendido a ser mantenidos por las generaciones mayores, pero ahora los estudios que tenemos sugieren, por ejemplo, que los hombres más jóvenes son más propensos a culpar a las mujeres de sus propias violaciones que los hombres mayores.
¿Tiene, pese a todo, esperanza?
Sí, creo que hay muchas razones para mantener la esperanza. Estamos siendo testigos de una lucha feminista sin precedentes. Hay un movimiento feminista internacional vibrante que es más fuerte que nunca, y la tecnología nos permite estar conectadas y apoyarnos mutuamente en nuestras luchas de nuevas maneras. Hay muchos hombres de alto nivel que están dando un paso al frente y tratando de ayudar. Y lo que me da más esperanza de todo es la gente joven que conozco en las escuelas, que se organiza, inicia campañas, crea asociaciones feministas, encuentra formas nuevas colectivas e individuales de luchar, de una manera que no era el caso cuando yo estaba en la escuela. Me dan esperanzas para el futuro.
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