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Las voces del horror

Por La Nueva España  ·  07.04.2016

Studs Terkel y su historia oral de la II Guerra Mundial

Ahora que el merecidísimo premio Nobel a Svetlana Alexievich ha reconocido el valor de los autores que usan los testimonios de las personas para construir una historia oral de acontecimientos fundamentales de la Humanidad bien está recordar el titánico esfuerzo de Studs Terkel por hacer lo mismo en Estados Unidos. De sus titánicos esfuerzos es un ejemplo perfecto La guerra “buena”. Terkel (Nueva York, 1912–Chicago, 2008), da la voz a aquellos muchachos que partieron para luchar en la II Guerra Mundial contra enemigos feroces en lugares de los que ni siquiera habían oído hablar en sus pueblos de origen. Pero también escucha a mujeres en la retaguardia, soldados rusos, chavales de la esquina, militares alemanes. El resultado es un mosaico inmenso y preciso, un coro de voces que rememora con distintos acentos y talantes unos hechos de los que el cine nos da una imagen distorsionada y sobre los que los historiadores pasan a menudo de refilón. La gente de la calle. Las verdaderas víctimas incluso en la victoria.Los que sobrevivieron pero no volvieron a ser nunca los mismos. Los testigos del horror y el coraje, espectadores privilegiados de escenas que ningún ser humano debería contemplar nunca. También hablan quienes nacieron durante la guerra o después de ella. Y periodistas. Y cineastas. Bill Barney, formaba parte de la tripulación del avión que lanzó la bomba atómica sobre Nagasaki: “Sé que si la guerra hubiese durado más tiempo, se habría llegado a usar otra bomba en Europa. Teníamos vuelos simulados, nos preparábamos. Volábamos dos o tres mil millas. Un bombardero, un piloto y yo. Realizábamos esa clase de misiones, todas en Alemana. En eso basábamos nuestros pensamientos. Japón fue una simple cuestión de tiempo y lugar adecuados, una decisión de Truman tomada en el último minuto, o así es como yo lo veo”. O el piloto negro Lowell Steward: “El departamento de Guerra no admitía la mezcla. Seguíamos teniendo nuestro propio campamento de descanso. Entre los pilotos negros había una camaradería maravillosa. Hablábamos de nuestras hazañas voladoras. Todos nuestros aviadores eran realmente buenos por la simple razón del entrenamiento tan exhaustivo al que habían sido sometidos. En un principio no sabían qué hacer con nosotros, así que se dedicaron a adiestrarnos más y más. Cuando fuimos al extranjero, la mayoría de nuestros pilotos habían recibido un entrenamiento de vuelo de tres veces superior al de los pilotos blancos y, por consiguiente, éramos el triple de buenos que ellos. Bueno, digamos que éramos el doble de buenos”. O John García, fontanero en Pearl Harbor: “Otro oficial me había pedido que me metiera en el agua para recoger a los soldados que habían salido disparados de los barcos. Al-
gunos estaban inconscientes, otros habían muerto. De modo que me pasé el resto del día nadando dentro del puerto junto a otros hawaianos. No sé cuántos cuerpos llegué a sacar, ni cuántos tenían aún vida o estaban muertos. Otro hombre los iba metiendo en ambulancias y se los llevaban de allí. Nos pasamos todo el día haciendo eso”.

Autor del artículo: Tino Pertierra

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