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Las preguntas quedan fuera

Por El País  ·  14.12.2015

Por qué no salir a las calles de Chicago y escribir un libro sobre la ciudad a través de una ecléctica mezcla de testimonios directos, de historias corrientes y extraordinarias pasadas por el rasante de una grabadora? La idea la tuvo un editor, el trabajo lo hizo Studs Terkel y el resultado fue Division Street America, el primero de los más de 10 libros que el legendario y carismático periodista estadounidense firmó, y con los que logró traspasar la barrera que hasta entonces separaba la historia oral de las mesas de novedades y del gran público.

En 1985, Terkel recibió el premio Pulitzer por La guerra buena, una historia oral de la II Guerra Mundial, libro en el que enlaza largos extractos de sus entrevistas con más de 120 personas, cuyas palabras editadas conforman literalmente la carne de la historia. Las preguntas quedan fuera. El orden en el que se reproducen los testimonios arma la trama. Lo mismo ocurre con el trabajo de Svetlana Alexiévich, que recogerá este jueves en Estocolmo el Nobel de Literatura y ha logrado elevar el género ensalzando su potencial literario. “No escribo sobre la guerra, sino sobre el ser humano en la guerra. No escribo la historia de la guerra, sino la historia de los sentimientos. Soy historiadora del alma”, afirma la autora bielorrusa en La guerra no tiene rostro de mujer, libro en el que presenta con conmovedora fuerza los testimonios de cientos de mujeres que participaron en el Ejército Rojo. En El fin del homo sovieticus vuelve a explicarse: “Yo escribo, reúno las briznas, las migas de la historia del socialismo doméstico, del socialismo interior…”

Pero, ¿en qué consiste la historia oral? El gregario e inteligente Terkel creó una versión popular y cercana de una disciplina de las ciencias sociales en la que convergen la sociología, la psicología, la lingüística, la etnografía y la antropología, según el académico Alessandro Portelli, una de las figuras claves en este campo desde los años setenta. “En mi caso la motivación fue política”, dice Portelli en uno de sus ensayos. Más allá de las grabaciones antropológicas para rescatar el folclore o registrar usos lingüísticos en vías de extinción, la historia oral planteaba desde mediados del siglo XX abrir el foco, romper con algunas convenciones y oficialismos; reivindicar recuerdos y memoria como parte del cuerpo mismo de la historia, un relato en el que a menudo quedaban excluidas las mujeres, la población más humilde o las minorías raciales. Las fuentes orales y no solo las escritas merecían un papel, aunque fuera con transcripción de por medio.

Antes de que esta disciplina fuese enarbolada como territorio de reivindicación y de inclusión en los sesenta, su origen podría situarse en la radio en Reino Unido, donde cuaja la idea de entrevistar a gente corriente. “El principio, uno lo encuentra en Heródoto”, apuntaba, una tarde de noviembre en su oficina, Mary Marshall Clark, directora del Centro de Investigación de Historia Oral de la Universidad de Columbia. El centro, el primero creado en una universidad, fue fundado en 1948 por Allan Nevins y actualmente cuenta con archivo de más de 10.000 entrevistas transcritas y un programa de posgrado en esta disciplina. “Nevins pensó en las grabaciones como un sustituto de los diarios”, explica Marshall Clark. Entre los proyectos más ambiciosos emprendidos por este centro está el que dedicaron al 11-S, con cientos de entrevistas que han repetido a las mismas personas a lo largo de los años. “Tratamos de usar las narraciones personales para tejer algo que podríamos llamar una memoria compartida, social”, dice su directora. “Nos gusta pensar en la historia oral como una combinación de testimonio y contexto. Cuando entrevistas a alguien le pides que te amplíe el contexto: ¿pensaban lo mismo otros miembros de su familia?, ¿qué otras cosas pasaban en ese momento?, ¿qué cosas pueden influir en su opinión? Las preguntas son muy importantes. Tratamos de ser transparentes en el trabajo que hacemos, no hay nada oculto en esta forma de entrevista, es algo que se crea a partir de la relación subjetiva que se genera. El punto de vista queda patente en la edición”.

En los años cincuenta en California, Willa Baum crea el Centro Regional de Historia Oral que dirigió hasta el año 2000, y que es otro de los puntales fundamentales en el mapa de esta disciplina. Su trabajo en torno a la metodología que debía emplearse fue esencial en aquellos años en los que la resistencia a aceptar las fuentes orales dentro de la historia era manifiesta. Mercedes Vilanova, catedrática emérita de la Universidad de Barcelona y figura fundamental en el movimiento internacional de la historia oral, conoció a Baum y su centro. “Llegué a esta disciplina porque no había documentación y quería escribir sobre la guerra civil, la revolución, las colectividades en Cataluña”, recuerda. “Soy muy radical. En los años sesenta reivindicamos la historia alternativa de mujeres, de obreros que habían quedado en la cuneta. Luchamos por meter esto en los departamentos de historia de las universidades y lo logramos. Las fuentes orales son el complemento ideal de la estadística, porque hay que ir a las personas. Pero no se trata de dar voz, sino de escuchar”. Vilanova formó parte del grupo europeo que organizó coloquios y congresos alternativos, pero siempre mantuvo un pie en la academia. Su pelea se ha planteado en los claustros más que en las librerías, aunque su bibliografía incluye títulos como Mauthausen, después. Voces de españoles deportados (Cátedra, 2014).

Con los años, los costosos procesos de grabación y transcripción se fueron abarantando y el género floreció en Reino Unido, Francia, Alemania. Eugenia Meyer en México y Túlio Vargas en Brasil ayudaron a crear potentes escuelas al otro lado del Atlántico. “La historia oral muy militante, comenzó siendo una metodología que aspiraba a escribir otro tipo de historia. Hoy se usa como una fuente más”, corrobora la catedrática Cristina Borderías, autora de libros como Entre líneas, donde usa los testimonios de las trabajadoras de Telefónica. Fundadora de la Asociación Internacional de Historia Oral, que presidió varios años, Vilanova explica las diferencias con el periodismo: “Nosotros preguntamos en busca de la memoria. Nuestra modalidad trata sobre cómo se ha vivido algo, es el cómo contamos, cómo se siente la emoción, el paso del tiempo, la experiencia. Y el 50% es del entrevistado y el otro 50% del entrevistador: hay que saber preguntar”.

La historia oral de la guerra civil del británico Roland Fraser, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, ayudó a consolidar el respeto hacia este género en España, y el trabajo sobre las mujeres de clase media bilbaínas de Miren Llona Entre señorita y garçonne o Pequeño circo, de Nando Cruz, sobre la música indie en España, son una muestra de que sigue vivo, fuera de archivos como los de la Universidad Complutense. Pero esta disciplina no acaba de ser comercialmente popular o de superar la resistencia de editores. Una prueba de ello es el libro de testimonios de desplazados, víctimas del conflicto en Colombia, Throwing Stones to the Moon, que solo ha sido editado en inglés en la colección de historia oral Voices of Witness de McSweeney’s. “A partir de las transcripciones buscamos el hilo narrativo. Hacíamos sesiones de hasta 12 horas de entrevistas con una misma persona, buscamos el detalle literario preguntando, por ejemplo, por el olor”, explica Sybille Brodzinsky, autora del libro y periodista, que menciona el trabajo de Alfredo Molano como pionero de la historia oral del conflicto en Colombia.

Versión académica y comercial conviven en EE UU sin problema. Las librerías están llenas de títulos que reconstruyen a través de un coro de voces desde la biografía de un actor o un político, hasta la intrahistoria de un programa de televisión. Aun así hay notables carencias: “¿Por qué no hay una historia oral publicada de la guerra de Irak? ¿Será por la calidad de los textos o porque no es un tema atractivo? Difícil saberlo”, comenta Tom Mayer, editor de WW Norton, que compara el trabajo en los títulos de historia oral a la edición de un documental más que a la de un libro al uso.

Pero no hay duda de que el modelo que Terkel popularizó está aceptado en el mundo editorial anglosajón. “La historia oral ha vendido muy bien en EE UU, crece como género. Ofrece un testimonio sin filtros, pero claro que puede ser tedioso si no está bien hecho”, explica el veterano editor Morgan Entrekin, fundador del sello Grove Atlantic. En el catálogo de esta editorial se encuentran títulos fundamentales como Edie, biografía de la modelo y actriz Edie Sedgwick realizada por Jean Stein y George Plimpton que construye el friso cultural de los sesenta con un coro de voces que abarca desde Truman Capote hasta Leo Castelli; Por favor, mátame, la historia oral del punk de Legs McNeil y y Gillian McCain; o Bullwhip Days, the Slaves Remember, el libro realizado a partir de los testimonios de esclavos que recogió el Writer’s Project Association impulsado por la Administración Roosevelt. Entrekin trabaja ahora en Anatomy of a Song, una historia oral de legendarias canciones del periodista Michael Myers: “Como editor no puedes cambiar las palabras pero tratas el tejido alrededor, intentas de mejorar el ritmo y aportar distancia para que la historia avance. Es un arte que implica mucho más que juntar las piezas”.

 

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