El escritor publica «Salvador Allende. Biografía política, semblanza humana» (Capitán Swing, 2023) cuando se conmemora el 50 aniversario de su muerte
«Misión cumplida. Moneda tomada. Presidente muerto». Esas fueron las palabras que pronunció uno de los oficiales desde el interior del palacio de La Moneda aquel fatídico jueves 11 de septiembre de 1973 que cambió para siempre la historia de Chile. El cuerpo sin vida de Salvador Allende yacía en el sofá de una de las salas del complejo. El presidente decidió quitársela para evitar las vejaciones de los golpistas. De aquel suceso ha pasado ya medio siglo. Cincuenta años en los que Chile todavía no se ha puesto de acuerdo con su pasado. El periodista y escritor Mario Amorós, a caballo entre Madrid y Santiago, publica «Salvador Allende. Biografía política, semblanza humana» (Capitán Swing, 2023) en un ejercicio brillante de memoria histórica para rescatar la figura de uno de los políticos más importantes del siglo XX cuyo legado aún resuena en el Chile de hoy.
MÁS NOTICIAS
Ha escrito biografías de otras figuras históricas de renombre como Pablo Neruda, Augusto Pinochet, Víctor Jara o Dolores Ibárruri. ¿Qué tiene de especial Salvador Allende?
Es la figura que me hace viajar a Chile en el año 97. Acababa de terminar la carrera de Periodismo en la Complutense, estaba terminando mis estudios de Historia con la idea de hacer un doctorado sobre Historia de Chile. A esa edad no sabes dónde te va a llevar la vida. Pero viajé a Chile por primera vez hace 26 años atraído por la figura de Allende y por ese Gobierno que en España dejó una huella cultural. En las canciones, por ejemplo, de Víctor Jara, que llegaron en la Transición. Ya había leído algo en España, y me llamaba la atención ese proceso político. Publiqué hace 10 años una primera biografía de casi 700 páginas, con documentación inédita, y ahora he reescrito este libro por completo. Lo he actualizado. El trabajo de las biografías de Neruda y Pinochet me ha sido muy útil esta vez. Cuento mucho mejor el papel de Pinochet antes del golpe de Estado. Allende es una figura muy atractiva porque tuvo una trayectoria política muy larga y, sobre todo, porque encabezó un Gobierno singular en la historia del siglo XX.
¿Es distinta la percepción de Allende dentro y fuera de Chile?
Fuera de Chile no hay debate sobre la figura de Allende. Para la izquierda es un referente; la derecha lo mira con respeto. En Chile sí, y ha habido un debate muy duro este año porque aquí las posiciones que tienen una mirada conservadora hacia la historia de Chile son claramente hegemónicas en los medios de comunicación. Chile tiene un sistema de comunicación donde no hay pluralidad. Por lo tanto, hay unas opiniones muy conservadoras sobre la figura de Allende que tienen esos altavoces mediáticos y que han condicionado el debate público durante este año en torno al 50 aniversario del golpe de Estado. La visión conservadora, que prevalece, presenta a Allende como un presidente que llevaba a Chile hacia un sistema totalitario, como líder de una coalición política que era un caos que sumió el país en el desastre económico, y que eso explicaría el golpe de Estado. Evidentemente en Chile también hay posiciones que valoran positivamente la figura de Allende pero no tienen ese impacto en los medios y, por tanto, tampoco en la sociedad.
¿Cómo afronta el país la conmemoración de los 50 años?
Completamente dividido. El presidente [Gabriel] Boric dijo el otro día que había un ambiente eléctrico en el país. Yo no diría en el país, porque camino mucho por las calles y no es la gente de a pie la que está polarizada. Es la discusión política entre un Gobierno de izquierdas o de centroizquierda y una oposición de derechas, crecida por sus últimos éxitos electorales. Chile está dividido de cara al 11 de septiembre. Hay un sector de la sociedad, el más conservador, que no acepta que Salvador Allende fuera un presidente democrático y que no acepta que fuera derrocado por un golpe de Estado absolutamente injustificable.
Eso explicaría, por ejemplo, la presencia de una figura como José Antonio Kast en la segunda vuelta de las presidenciales. Además de la reciente victoria de su Partido Republicano en las elecciones para redactar la nueva Constitución.
Hoy, Kast es uno de los favoritos para ser el próximo presidente de Chile. Su partido es el más votado de Chile en este momento, así lo fue en mayo en la elección de los constituyentes. Es parte de esa ola mundial de los Trump, Bolsonaro, Milei. Muy reaccionaria, y que tiene además una visión revisionista del pasado. Aunque Kast nunca ha revisado nada. Era partidario de la dictadura y lo ha sido siempre, y ha ido creciendo elección tras elección. En lo relacionado con los 50 años del golpe y la figura de Allende, Kast defiende abiertamente la dictadura de Pinochet y tiene esas tesis ultraconservadoras acerca del golpe de Estado.
¿Hay alguna conexión o continuidad histórica entre la Democracia Cristiana que respalda el golpe contra Allende, como explica en el libro, y el pospinochetismo que hoy representa Kast?
No hay conexiones. La Democracia Cristiana, hoy en absoluto declive, tuvo una responsabilidad muy importante en el golpe de Estado. Responsabilidad que este partido jamás ha reconocido y sobre la que jamás se ha hecho un ejercicio serio de autocrítica. Mientras, Kast pertenece a la derecha más reaccionaria en Chile, a ese sector autoritario de la derecha chilena que viene desde los años 30, anticomunista, y que encuentra una inspiración en la España franquista. Esa línea llega hasta el Gobierno de Pinochet. Kast, además, es hermano de un economista de referencia en la dictadura de Pinochet. Pertenece a una familia de convicciones pinochetistas. Vitoreaba al dictador y le pedía mano dura y represión contra la izquierda.
Boric no es Allende.
No, evidentemente no va a haber otro Salvador Allende. Nadie puede ser Salvador Allende. Boric, además, nació en los ochenta. Es presidente del Chile de hoy, en el mundo de hoy, un mundo mucho más complejo. Pero se inscribe en esa historia de la izquierda chilena. Junto a él gobiernan los partidos socialista y comunista, que tienen raíces muy profundas en la historia de Chile. Ganó claramente en la segunda vuelta, pero tiene minoría en el Congreso Nacional. No puede aprobar ninguna gran reforma sin el apoyo de los sectores más moderados de la derecha, que no parecen ser partidarios en este momento de apoyar ninguna de ellas. Boric intenta sacar adelante su programa. Encajó la derrota hace un año del referéndum constituyente, muy amplia e inesperada.
¿Habrá nueva Constitución?
El proceso constituyente está perdido. Chile no va a tener una Constitución como la que merece. Es probable que la nueva también sea rechazada en las urnas y que continúe la actual, porque se está viendo en el debate constitucional que hay un retroceso importante que sectores del centro y de la izquierda no van a poder aprobar. Es una situación compleja. Un Gobierno en minoría, muy heterogéneo, con varios partidos, y un presidente que intenta sacar adelante las reformas que atenúen el modelo neoliberal, que en Chile es muy duro para la mayoría de la gente.
Boric se ha reunido estas últimas semanas con sus predecesores en el cargo y con figuras de la derecha para intentar mostrar unidad frente al golpe. Pero no parece haberlo conseguido.
Los partidos de derecha han dicho que no van a firmar la declaración que promueve el Gobierno. El expresidente Sebastián Piñera parece que sí. Pero no va a ir a La Moneda el 11 de septiembre. No hay acuerdo. La derecha política no está dispuesta a condenar el golpe de Estado porque lo apoyó y promovió. No se siente en la obligación de hacer ningún tipo de autocrítica. Aunque al mismo tiempo, sí pide a la izquierda autocrítica.
Volviendo al libro, ¿qué relación tenían Allende y Pinochet?
Una relación estrictamente profesional. En 1971, Pinochet es designado jefe de la guarnición de Santiago, lo que explica esas fotografías suyas a caballo escoltando al presidente Allende. En el año 72, Pinochet es el número dos del Ejército, y en ese papel le corresponde también sustituir temporalmente al general [Carlos] Prats al frente de las Fuerzas Armadas, puesto que Prats es nombrado ministro. Después viaja a Europa. Pasa incluso por España, en los meses de mayo y junio del año 1973. Y es una relación profesional. Pinochet sí tuvo relación de amistad con personas muy cercanas a Allende como José Tohá, ministro del Interior inicialmente y después ministro de Defensa. Cuya hija, por cierto, es hoy la ministra del Interior del Gobierno de Chile. Ahí sí que hay una relación personal. Los testimonios de quienes conocieron desde el Gobierno de Allende a Pinochet le presentan como un oficial servil, siempre intentando complacer a sus interlocutores. Además, testimonios de otros golpistas que hemos ido conociendo con el paso de los años señalan que Pinochet no se pronunciaba cuando tenían reuniones más o menos reservadas con los militares. Evitaba que se supiera su opinión. Le costó aceptar unirse a la conjura golpista, porque él ya era el comandante en jefe del Ejército. Pinochet calcula por exclusivo interés personal sumarse al golpe de Estado. Supo ejercitar muy bien lo que es la traición.
Como documenta, Allende confiaba en Pinochet.
Confiaba en él porque tenía motivos. Pinochet había desempeñado sus funciones en el Ejército de manera impecable entre el año 71 y 72. En los momentos complejos había cumplido su función y había merecido el elogio público de Allende. No había motivos para que no lo nombrara al frente del Ejército.
Cuenta que Pinochet dudó unos 30 minutos sobre si sumarse o no a última hora al golpe.
Sí, porque ese es su cálculo. Piensa hasta el último momento si a él le conviene, porque los golpistas le dicen: «Usted, mi general, puede sumarse al golpe, y como jefe del Ejército va a tener un rol muy importante. O puede hacerse a un lado y buscaríamos un sustituto respetando su dignidad. Pero usted se puede hacer a un lado». Esas eran las dos opciones para Pinochet. En ningún momento pensó encabezar la resistencia al golpe. No está probado, pero en alguna conversación habría trasladado a otros generales que no iba a ser el Vicente Rojo de Chile. Pero estos militares chilenos se educaron profesionalmente con dos referencias: la guerra civil española y la Segunda Guerra Mundial. La posibilidad de una guerra civil la tenían tanto los golpistas como Salvador Allende. Allende la quería evitar y por eso iba a llamar a plebiscito. Mientras, los golpistas prepararon un golpe y también se prepararon para la guerra civil.
¿Cuál era la situación de Chile en la antesala del golpe de Estado?
Chile en septiembre del año 73 está en una situación económica difícil. Estaba inmerso en una polarización política y social abrupta, tajante, en dos bloques. Evidentemente el Gobierno de Allende cometió errores. Pero la situación es responsabilidad principalmente de los sectores opositores. Por una parte, está probada documentalmente la intervención encubierta norteamericana, que fue dirigida hacia el boicot económico. Nadie discute, e incluso se espera un posible pronunciamiento de la Casa Blanca estos días. Eso contribuyó. Después hubo sectores empresariales, la propia derecha y las agrupaciones de comerciantes y camioneros que participaron de una estrategia que buscaba la sedición, crear una situación complicada en el país para que se produjera el derrocamiento del Gobierno de Allende. Se habla mucho de las colas y del mercado negro [para adquirir productos] en el Chile de Allende. El 19 de septiembre del año 73, una semana después del golpe, la Agencia France-Press titula que ya no hay ni mercado negro ni desabastecimiento en Chile. Era algo creado de forma artificial para llegar hasta ese extremo. Allende iba a buscar una salida democrática. No logró finalmente un acuerdo con la Democracia Cristiana, con el centro político, que hubiera desinflamado la situación, y que no se produce fundamentalmente por responsabilidad de la DC. Hubiera desactivado mucho el peso de la conjura golpista. Eso no se dio y Allende en estas circunstancias ya casi dramáticas iba a llamar a las urnas. Las personas que vivieron esa época te dicen: «Es que el golpe flotaba en el ambiente».
¿Qué errores cometió Allende?
Esa falta de unidad en la izquierda, que viene de lejos en la historia de Chile, fue importante porque debilitó al Gobierno. Allende no contaba con el apoyo de su propio partido para algo que es central: el diálogo con la Democracia Cristiana. Es verdad que en la izquierda hubo una retórica ultrarevolucionaria, propia de la época, que no tenía reflejo en la realidad y que contribuyó a polarizar el país. Y esa retórica se expresó también en acciones de la izquierda que desbordaban el programa de Allende y que atemorizaron a una parte de las clases medias. Incluso cuando el presidente va a llamar a plebiscito el 11 de septiembre lo va a hacer sin el apoyo de la mayor parte de la Unidad Popular. Va a tomar una decisión crucial, que cree imprescindible para evitar una guerra civil, sin el apoyo de su propio partido, el Partido Socialista. Aunque sí con el apoyo del Partido Comunista. Pero esto no justifica el golpe de Estado. La responsabilidad recae en los sectores sociales, políticos y empresariales más conservadores y en la Democracia Cristiana.
¿Considera realista la vía chilena al socialismo que defendía Salvador Allende?
Allende no tenía conocimiento de la magnitud de la agresión encubierta de Estados Unidos. Visto desde nuestros días, con lo que sabemos, podemos decir que era difícilmente viable. No imposible, pero sí complicada. Porque tuvo desde el principio enemigos muy poderosos dentro y fuera de Chile. En Chile, la derecha; fuera, el Gobierno de [Richard] Nixon y [Henry] Kissinger. Pero su Gobierno arranca con un acuerdo con la Democracia Cristiana. Si ese acuerdo, ese diálogo, con la DC –un partido que sabemos hoy que estuvo financiado desde el año 72 hasta el 74 por Washington– que dura sólo unos meses, se hubiera mantenido, hubiera sido más difícil el golpe de Estado. Estados Unidos no sólo acosaba y agredía a la Revolución cubana y al Gobierno de Fidel Castro, sino que también derrocó a Jacobo Árbenz en Guatemala, y Árbenz no era comunista. Ayudaron a derrocar al presidente João Goulart en Brasil en el año 64 y facilitaron el asentamiento de una dictadura militar atroz. Y Goulart no era socialista ni comunista, había hecho una reforma agraria progresista. Invadieron la República Dominicana en el año 65 para acabar con el presidente Juan Bosch y reinstalar un Gobierno dictatorial. Con todos esos antecedentes, siempre iban a contar con la hostilidad de Estados Unidos. Además, Allende ni tuvo ni buscó un apoyo importante para el proceso chileno de la Unión Soviética. Jamás buscó que la URSS condicionara su proceso, pero tampoco lo hubiera conseguido en el caso de haberlo intentado. Era difícil. Él mismo lo plantea el 21 de mayo del año 71 como una epopeya histórica: «No hay precedente en el que podamos inspirarnos. Pisamos un camino nuevo: marchamos sin guía por un terreno desconocido…». Una revolución sin recurrir al enfrentamiento armado. Ahí destaco otra característica de Allende: su humanismo. Era socialista, creía que el socialismo era lo mejor para Chile, como una gran parte del país. Creía en la aspiración de construir el socialismo. Pero valoraba profundamente la posibilidad de hacerlo sin recurrir a una revolución armada que hubiera conducido a la guerra civil. Porque decía: «Incluso en los países donde la revolución triunfó, fue al costo de miles de vidas humanas». ¿Qué hubiera hecho falta para que el proyecto fuera viable? Un entendimiento más o menos estable con la Democracia Cristiana habría ayudado, pero un sector mayoritario de este partido no quería. Tenía el prejuicio ideológico de que la estación final inevitable del Gobierno de Allende era una dictadura.
Medio siglo después del golpe de Estado y la muerte de Allende, ¿qué queda de su figura en Chile?
Queda un debate abierto y un relato que la derecha ha logrado imponer, negativo a la figura de Salvador Allende. El mundo le recordará estos días como un demócrata, como una figura que trascendió el siglo XX y cuyos ideales siguen inspirando a muchas personas. Como un revolucionario que murió dignamente en La Moneda, que puso fin a su vida porque no estaba dispuesto a que los golpistas lo humillaran o lo vejaran. Pero en Chile, de manera inesperada, hay un debate abierto que ha logrado situar desde la derecha la cuestión en los errores de Allende, y que ha logrado que se evite hablar casi de cualquier otra cosa. Nadie ha pedido rendir cuentas a la Democracia Cristiana ni a la derecha política, ni a la derecha empresarial ni a un periódico golpista como El Mercurio, el principal de este país, financiado por la CIA. En cambio, el debate se ha focalizado en la figura de Allende desde un punto de vista negativo.
Ver artículo original