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‘Las personas más raras del mundo’: una explicación de cómo la cultura cambia el cerebro

Por Babelia  ·  10.11.2022

El evolucionista de Harvard Joseph Henrich sostiene que los ciudadanos occidentales son los
humanos más extraños del planeta debido a la alfabetización extensiva de la población

¿Naturaleza o crianza? En inglés suena como un trabalenguas: nature or nurture ? El debate será
seguramente tan antiguo como la humanidad misma -esta niña ha salido a su padre, el chaval es
igualito que su abuela-, pero llegó al mundo académico a finales del siglo XIX de la mano de
Francis Galton, el primo listo de Charles Darwin. Charles era un científico serio y concienzudo. Su
primo Francis era un polímata intenso y ansioso por aplicar los principios de la evolución para
entender las sociedades humanas. También inventó la eugenesia y el darwinismo social, lo que
sería suficiente para garantizarle un capítulo en la historia universal de la infamia. Pero sus ideas
científicas, despojadas de interpretaciones políticas y económicas, siguen hoy vivas en la
discusión intelectual. Hasta aquí la naturaleza.
La crianza alcanzó su apogeo unas décadas después en la psicología de – Burrhus Skinner, el
influyente conductista que convenció al mundo académico del siglo XX de que el cerebro humano
nacía como una tabula rasa, una pizarra virgen en la que podía escribirse cualquier cosa que
dictaran los estímulos ambientales. Skinner creía en la ingeniería social, hasta el punto de que
inventó un recinto sellado ( Air Crib , o cuna de aire) aislado del sonido, libre de microbios y con
aire acondicionado donde creía que los bebés disfrutaban del entorno óptimo para crecer hasta los
dos años. Desde su púlpito de Harvard, a mediados del siglo pasado, Skinner ejerció una
influencia arrolladora sobre varias generaciones de psicólogos que aún hoy permanece
inmarcesible. Genética sigue siendo una palabra fea en las aulas de humanidades. Hasta aquí la
crianza.
El extraordinario libro de Joseph Henrich que nos llega ahora, Las personas más raras del mundo,
editado por la dinámica Capitán Swing, expone la solución al dilema entre naturaleza y crianza con
una deslumbrante elocuencia. Resolver una dicotomía suele exigir subir la escalera y percibir que,
desde el balcón del piso de arriba, la contradicción se desvanece y las dos ideas opuestas se
revelan como meras partes de una realidad más abstracta, más profunda y fructífera. No es
naturaleza o crianza, sino naturaleza luego crianza y crianza luego naturaleza.
Sin los genes humanos no podemos aprender a leer y escribir. Pero leer y escribir modifican el
cerebro . Es el argumento esencial del que emerge este libro de 799 páginas. Las personas más
raras del mundo a las que se refiere el título somos los ciudadanos occidentales. Una de las
principales razones es la alfabetización extensiva de la población de los países desarrollados, que
por desgracia sigue siendo una rareza entre las mil culturas del planeta Tierra. Y ello no se debe a
que los occidentales seamos más listos de nacimiento, sino a que nuestras sociedades y sistemas
políticos nos han alfabetizado. Y a que esto ha modificado nuestro cerebro. Crianza luego
naturaleza.
El autor es una fuente muy solvente. Profesor y presidente del departamento de Biología Evolutiva
Humana de la Universidad de Harvard, antropólogo e ingeniero espacial, ha dirigido equipos de
investigación sobre el comportamiento de las distintas sociedades humanas. Deduce de su
experiencia que los sujetos utilizados en la mayoría de las investigaciones psicológicas -los
ciudadanos occidentales- son muy peculiares. Con un guiño, los llama WEIRD , que significa raro,
pero también son las siglas inglesas de occidental, educado, industrializado, rico y democrático.
Su percepción es importante, porque implica que la psicología actual se basa en una muestra muy
sesgada de la especie humana. Los ciudadanos occidentales no son extrapolables al resto de las
culturas del planeta.
Las personas más raras del mundo no es un libro para neurocientíficos ni para antropólogos. Su
objetivo, como debería ser el de todo libro, es la población culta de cualquier tendencia. Aquí no
hay doctrina ni doctrinilla, sino argumentos basados en investigaciones solventes, incluidas las del
propio autor. Henrich lleva al lector de la mano por una realidad compleja -nuestra especie lo esmostrándole el camino no solo hasta sus conclusiones, por chocantes que resulten, sino también
hacia la forma científica de obtenerlas. Esto es en sí mismo una novedad en un panorama
ensayístico demasiado sesgado por las opiniones caprichosas de los autores. Henrich bebe de la
tradición de Jared Diamond , en quien la sensibilidad antropológica y la creatividad científica
conviven sin contradicción en el balcón del primer piso. Ambos autores son intelectuales de
nuestro tiempo que han trascendido las miopes fronteras académicas que nos lastran.
Aprender a leer y a escribir modifica el cerebro, y de un modo bien interesante. Un poco por
encima y por detrás de la oreja izquierda -la región occipitotemporal izquierda del córtex cerebralmoran de forma innata los procesadores especializados en interpretar el lenguaje hablado y
reconocer los objetos. El lenguaje hablado está íntimamente asociado a la naturaleza humana y
ha representado un papel protagonista en la evolución de nuestra especie durante cientos de
miles de años. La escritura, en cambio, es un invento con poco más de 6.000 años. La genética no
ha tenido tiempo de adaptarse y, por tanto, el cerebro no nace con un órgano de la escritura
incorporado. Pero la cultura crea ese órgano, allí en medio del lenguaje y el reconocimiento de
objetos, un nuevo procesador que se encarga de percibir las letras y las palabras, esos objetos tan
especiales.
Las diferencias de las poblaciones occidentales con otras culturas son más amplias que todo eso.
Los rasgos distintivos se extienden al razonamiento espacial, la atención, la memoria, la equidad,
la disposición al riesgo, el reconocimiento de pautas, el pensamiento inductivo y hasta la
susceptibilidad a las ilusiones ópticas. La cultura cambia el cerebro, y por eso los occidentales
somos las personas más raras del mundo. Lean el libro.

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