¿Por qué hasta hace pocas décadas se creía que las mujeres no sufrían problemas cardiovasculares y hoy sabemos que es la primera causa de muerte de todas las mujeres en el mundo? ¿Cómo es posible que la terapia hormonal recetada a las mujeres durante la menopausia a finales de los años 90 no solo no mejorara su salud, sino que podía producir más cáncer de mama y endometrio e infartos de miocardio? En Mujeres invisibles para la medicina la política y médica española Carme Valls recorre la salud de las mujeres en las diferentes etapas de su vida para reivindicar el nacimiento de una medicina adaptada a sus necesidades específicas que estudie, reconozca e incluya sus diferencias en el diseño y análisis de estudios sobre patologías y tratamientos.
Ante la pregunta, ¿todavía existe una sistemática invisibilización y medicalización de la salud de las mujeres? Carme Valls (Barcelona, 1945) responde con un contundente sí que desarrolla en las casi 500 páginas de Mujeres invisibles para la medicina (Capitán Swing), un exhaustivo ensayo donde analiza la salud de las mujeres en las diferentes etapas de su vida, cómo se ven a sí mismas y cómo permiten que las vean los demás, mientras reivindica el nacimiento de una medicina adaptada a sus necesidades específicas. Desde el cáncer de mama y las enfermedades cardiovasculares, a la menstruación, el embarazo, el parto o la menopausia, pasando por las enfermedades mentales sin tratamiento, la anorexia y la bulimia o la carga física y mental que suponen los cuidados o la doble jornada.
“En primer lugar, todo lo que pasaba en la vida de las mujeres tradicionalmente se consideraba poco importante o inferior simplemente por vivir en sociedades patriarcales donde lo importante era lo que hiciera el hombre. Por tanto, la ciencia, que ha nacido de esas sociedades, no deja de tener sesgos, y el sesgo androcéntrico ha prevalecido”, explica esta médica especializada en endocrinología y medicina con perspectiva de género. “La ciencia médica ha nacido en los hospitales, donde hay más ingresos masculinos que femeninos menos en ginecología, entonces la ciencia que aún manejamos en todo el mundo está muy basada en lo que le pasa los hombres”, continúa diciendo para añadir: “Esos sesgos están en todas las relaciones que mantiene la mujer en su vida y en la medicina, en todas las especialidades. Por eso escribo este libro: para que los profesionales y las mismas mujeres sean conscientes de que han sido sometidas a unas relaciones con la medicina que a veces no han respondido a sus necesidades ni, por descontado, a sus deseos”.
Partiendo de esta premisa, en Mujeres invisibles para la medicina Valls recorre todas las formas en que las mujeres y sus problemas han sido invisibilizados y las agresiones que todavía hoy sufren porque la medicina, muchas veces inconscientemente, las ignora. “Por ejemplo, antes se pensaba que las mujeres no podían tener problemas cardiovasculares, lo que motivó que no hubiera investigaciones que incluyeran mujeres hasta 1995 en temas cardiovasculares, salvo el de Framingham. Pero cuando se empezó a incluirlas en los estudios se constató que es la primera causa de muerte para todas las mujeres del mundo”, señala la médica, que desde los años 90 defiende la necesidad de crear una “ciencia de la diferencia que identifique exactamente qué le pasa a las mujeres que es diferente de los hombres, que casi siempre son patologías crónicas que conllevan dolor y cansancio”.
Medicalización de la vida y la salud de las mujeres
Así pues, si los problemas de salud de las mujeres muchas veces son considerados menores, falta una ciencia básica de la diferencia que permita identificar sus necesidades y el tiempo dedicado en las consultas de atención primaria en España es inferior a los cinco minutos por visita, cuando una mujer acude al médico porque está cansada, no puede dormir o tiene dolores, “sale rápidamente la receta de sedantes y antidepresivos”. Tanto que el 85% de los psicofármacos se administran a mujeres mientras que a los hombres solo el 15%.
En opinión de Valls, esta abrumadora desigualdad no responde a una diferencia real, sino a una falta de diagnóstico de los problemas reales que padecen las mujeres. “Las patologías crónicas han sido menos estudiadas que las agudas”, afirma la médica. “Las mujeres presentan más enfermedades autoinmunes por razones genéticas y por razones hormonales, porque los estrógenos favorecen las enfermedades autoinmunes, y por carencias metabólicas: el hecho de tener un sangrado menstrual poco valorado y estudiado en el cual pierden cada mes más hierro del que pueden recuperar, genera una cronicidad de problemas que han sido poco estudiados”, explica la médica, pionera en España en plantear las diferencias en mortalidad y morbilidad entre mujeres y hombres en España.
Hablando de los sesgos en el diagnóstico clínico, resultan reveladores los resultados obtenidos por Bernstein y Kane, que como detalla Valls en su libro, estudiaron las actitudes de los médicos de atención primaria hacia los pacientes. Observaron que el 25% de las mujeres eran catalogadas como pacientes que se quejaban en exceso, sus síntomas se atribuían más fácilmente a influencias emocionales que los de los hombres y sus enfermedades fueron clasificadas como psicosomáticas en el 26% de los casos frente a solo el 9% en el sexo masculino.
Valls también explica que los trastornos de la alimentación han permanecido invisibles, quizás porque tanto la anorexia como la bulimia son más frecuentes en mujeres. La prevalencia en adolescentes y jóvenes oscila entre el 1% y el 4%, con una relación entre mujeres y hombres de 20 a 1. Es más: da la impresión de que, una vez descubierta esta epidemia, se ha convertido en una realidad cotidiana. “Normalizar estas enfermedades es una de las maneras de desvisibilizar el problema. Y pocas patologías tienen de manera más evidente la marca de la presión cultural sobre el ideal de mujer” explica la directora del programa Mujer, Salud y Calidad de Vida en el Centro de Análisis y Programas Sanitarios (CAPS), del que es miembro desde 1983 y vicepresidenta.
Igualmente llamativa es la medicalización de procesos naturales y fisiológicos específicos de la vida de la mujer: de la menstruación a la menopausia, pasando por el embarazo y el parto. Para muestra, la flagrante ausencia de partos durante los fines de semana en los hospitales porque se opta por inducirlos o realizar cesáreas entre semana. “La asociación El parto es nuestro ha luchado mucho en este sentido y han conseguido que se quitaran las normas que estipulaban que se tenía que rasurar necesariamente, que había que cortar la vagina, la llamada episiotomía, que a veces es necesaria pero tampoco es obligatoria. Y después está el gran vacío posparto”, señala Valls. “Después del parto se abandona a la mujer cuando una de cada cuatro desarrollará tiroiditis posparto, que puede llegar a hiper o hipotiroidismo, o depresión, o las dos cosas”, añade.
“Queríamos que las mujeres no tuvieran un sofoco y acabamos provocándoles un cáncer”
Como se apuntaba al principio, el estudio de las enfermedades cardiovasculares muestra el camino a seguir, pues en las últimas tres décadas no solo se ha identificado como la primera causa de mortalidad en las mujeres, sino que se ha detallado la diferente sintomatología entre hombres y mujeres para mejorar los diagnósticos y el tratamiento. “Otras especialidades tenían que hacer lo mismo: mirar a su interior, incluso en la ginecología, y comprobar que los tratamientos estén bien estudiados, valorados y que midan los efectos secundarios a corto y largo plazo”, afirma Valls.
En este sentido, la medicalización de la menopausia es un claro ejemplo del peligro mortal que puede suponer un estudio mal diseñado. “Entre los años 1995 y 2003 hubo una explosión de artículos sobre la menopausia donde se intentaron vender los parches de hormonas como una panacea. La investigación estaba movida por la industria farmacéutica, que quería vender sus productos, y buscaba tratar un proceso natural que hasta entonces no había sido ningún problema”, explica la también política y profesora universitaria.
“En el año 2000 en Estados Unidos se dieron cuenta de que la terapia hormonal no solo no mejoraba la salud, sino que podía producir más cáncer de mama y endometrio e infartos de miocardio. Entre 2002 a 2003 se administraron 40 millones de prescripciones menos de terapia hormonal y, al año siguiente, disminuyó la incidencia de cáncer de mama. Por primera vez en la historia bajó la prescripción de una medicación y bajó un cáncer. Luego muchos de esos cánceres tenían una relación hormonal clara”, señala.
“Este caso es muy aleccionador porque demuestra que ha faltado investigación específica en muchos campos o se han puesto en el mercado productos sin haber desarrollado los trabajos posteriores de seguimiento. Queríamos que las mujeres no tuvieran un sofoco y acabamos provocándoles un cáncer”, afirma la médica. “Además, supone un retroceso porque, al mismo tiempo, hemos dejado de estudiar qué otras cosas podríamos hacer por mejorar la salud de las mujeres de más de 50 años”, remata.
Son muchos los retos que la medicina debe afrontar todavía para tratar a las mujeres en su diferencia, pero en opinión de Valls, “lo más urgente tendría que ser que, por una parte, se mejorara el diagnóstico de las enfermedades que producen cansancio y dolor crónicos y, por otra, que se hiciera un claro esfuerzo para no medicalizar”.
A modo de conclusión y como guía para pacientes, Valls termina recomendando a las mujeres informarse para disfrutar de su vida sin dependencias. “Las mujeres tienen pleno derecho a ser protagonistas de su salud y a ser tratadas en su diferencia. Así que, si el médico no sabe lo que tienen, deben pedir que las deriven o que busquen una solución. Las mujeres han de empoderarse y defender sus derechos, manteniendo el síntoma”, señala la médica.
“A veces hay que aceptar que hay enfermedades crónicas para las que no tenemos tratamiento todavía claro. Y para aceptar eso tienen que volver a encontrarse consigo mismas. Dado que la medicina es lenta en atender todo lo que nos pasa en cuanto a cronicidad, intenta reconciliarte con tu vida, tus posibilidades, deseos de vivir y disfrutar de tus sentidos, de tu sexualidad y de tu sensualidad. Todo eso ayuda a tener una vida personal más rica. Y sobre todo, no convertirnos en victimas sino en protagonistas de nuestra salud. Ya nos han intentado victimizar, así que no colaboremos”, sentencia Valls.
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