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“Las mujeres que han crecido en Afganistán en los últimos 20 años son las que corren más peligro ahora”

Por eldiario.es  ·  07.09.2021

“Todos los expertos tanto del Gobierno como de organizaciones humanitarias independientes con los que me puse en contacto lo negaron: los afganos no visten a sus hijas de niño para escapar de una sociedad conservadora”, cuenta la periodista de investigación Jenny Nordberg (Upsala, Suecia, 1972) en Las niñas clandestinas de Kabul (Capitán Swing, 2017).

Se equivocaban, claro. Tras adentrarse en la familia de la parlamentaria afgana Azita Rafaat, Nordberg descubrió que Mehran, el hijo pequeño de la familia, era en realidad una bacha posh, es decir, una niña criada como niño y presentada como tal al mundo exterior. Con su investigación, publicada por primera vez en 2010, Nordberg destapó una práctica centenaria que define como “una forma creativa de lidiar con una situación desesperada”.

El cambio no sólo le dio a Mehrat una serie de derechos y libertades que como niña no hubiera tenido, también cambió la reputación de Azita, que dejó de ser considerada una mujer incompleta, y la de su marido, que por fin podía tener un heredero en un sistema en que el patrimonio se transmite tan solo a la descendencia masculina. Ahora Azita vive en Suecia con su familia.

Tras la toma de Afganistán por los talibanes, las bacha posh, que durante la ocupación estadounidense nunca desaparecieron, vuelven a aparecer en la prensa. Nordberg contesta a elDiario.es desde Suecia para hablar sobre sus años en Kabul, el progreso de los derechos de las mujeres afganas en los últimos veinte años, y los peligros de juzgar lo que pasa en el país desde una óptica occidental.

En el libro habla de cómo los avances para la población femenina tras la invasión estadounidense se limitaron solo a la capital y a un puñado de zonas urbanas. ¿Esto seguía así hasta ahora? ¿No deberían haber saltado antes las alarmas?

Si miras las evaluaciones de la ayuda exterior en Afganistán, es cierto que el mayor progreso se ha logrado en las ciudades más grandes, como Kabul. Ahí es donde hay universidades, donde la gente puede obtener una educación superior. Y esto es en términos muy relativos, porque Afganistán es un país conservador. Pero las áreas urbanas más grandes son más liberales. Así que en Kabul, por ejemplo, veías a jóvenes que se vestían más al estilo occidental, tenían iPhones…

Ha habido algunos avances en términos de educación. En general, más niños y niñas de todo Afganistán han podido ir a la escuela, pero cuando se llega a la educación superior, el proceso se acaba. En general, también ha habido algún progreso en términos de salud en cuanto a la maternidad. Pero es un país muy, muy pobre y muy rural. En cuanto a la reducción de la pobreza, no ha cambiado nada, aunque haya habido enormes cantidades de dinero entrando al país. Y también se ha ganado mucho dinero, pero ha ido a manos de unas pocas personas. En general, el país es igual de pobre. Por eso se puede decir que el proyecto ha fallado por completo. Y, aunque veas a mujeres que se han convertido en doctoras, y en políticas, abogadas, policías y pilotos, se trata de muy pocas mujeres. Solo un puñado.

También se pregunta si estos 20 años llegaron a crear una nueva era ilustrada, como afirmaban algunos diplomáticos. 

No, no se podría considerar así. Pero sí que era muy diferente del gobierno de los talibanes, que vino justo antes, donde las mujeres no podían salir de la casa sin acompañante. Hubo castigos muy duros, y las mujeres fueron tomadas como esposas de señores de la guerra. Lo principal que han dicho las evaluaciones, y he leído muchas de ellas, incluso hasta hace muy poco, es que realmente no se puede construir un estado funcional, mientras todavía haya una guerra. En Afganistán hay talibanes, hay señores de la guerra, hay elementos de ISIS, hay crimen organizado, hay otras personas de Pakistán y países vecinos. Estados Unidos y las fuerzas aliadas nunca pudieron asegurar todo el país. Eso hizo que fuera muy difícil hacer algún progreso real. Hizo que fuera difícil incluso gobernar el país: Afganistán nunca ha sido tenido un gobierno de verdad. Kabul es un universo muy diferente al resto del país.

Yo quiero dar crédito a los militares extranjeros que trataron de hacer mucho trabajo de infraestructura y fortalecer el ejército. Y también a la comunidad de ayuda internacional y a la ONU, que trabajaron muy duro. Pero creo que ahora vemos lo extremadamente débil que fue eso. El presidente salió del país en tres horas. Y luego los talibanes simplemente entraron en Kabul, conduciendo sus pequeñas motocicletas, y también vehículos militares estadounidenses. Ellos mismos parecían muy sorprendidos. Ni los propios talibanes pensaban que sería tan fácil.

Y los 300.000 soldados formados por EEUU, ¿dónde estaban?

Simplemente dejaron sus armas y huyeron. Algunos se unieron a los talibanes. Después de 20 años, se puede ver que hubo un esfuerzo enorme. Pero los resultados y el caos que estamos viendo ahora también son una señal de lo mal que funcionó. No se debe obviar a las mujeres jóvenes que crecieron estos últimos 20 años, que han podido recibir una educación y son personas brillantes. Ellas son quienes corren más peligro ahora. Son mujeres que dicen lo que piensan, que quieren tener carreras, con muchas ambiciones. Representan la fantasía de cómo podría ser Afganistán. Pero ahora me temo que incluso estas pequeñas victorias se borrarán.

Usted cuenta cómo algunos expertos occidentales empezaron a impartir talleres de género, pero no tenían ni idea de la práctica del ‘bacha posh’. ¿Fueron a salvar Afganistán o a salvarse a ellos mismos?

Esto enlaza con lo que a veces ha sido criticado como “el complejo del salvador blanco”. Es fácil criticarlo, y es que a veces incluso casi puedes burlarte de ello, aunque ahora es demasiado trágico para burlarse. Pero era la mejor gente también que Occidente tenía para ofrecer. Los académicos más brillantes, los expertos en género, hicieron un buen trabajo. Pero al mismo tiempo, si vas a una provincia donde las mujeres son muy pobres, y tratas de enseñarles sobre el género, sobre la igualdad de derechos y todo eso, ellas escucharán, pero luego también te dirán: “Está bien, pero no tengo zapatos para mis hijos. ¿También podemos tener zapatos?”

Siguiendo el ejemplo de Kabul, si tienes una zona segura, o al menos parte de ella, porque nunca fue segura del todo, ahí sí puedes tener ese tipo de taller. Pero fue muy ingenuo entrar y enseñar a una sociedad rural pobre sobre cosas con las que también habían estado lidiando durante cientos de años.

En general, el país es igual de pobre. Por eso se puede decir que el proyecto ha fallado por completo. Y, aunque veas a mujeres que se han convertido en doctoras, y en políticas, abogadas, policías y pilotos, se trata de muy pocas mujeres.

El ‘bacha posh’ también es síntoma de ello.

Es un síntoma de una sociedad muy disfuncional en cuanto al género, profundamente segregada. Y es una práctica que los afganos habían estado haciendo mucho antes de los talibanes, durante cientos de años, si no más. Y si no hubiera segregación de género, si las mujeres y las niñas tuvieran derechos, nunca lo harían. Hubo algún progreso, pero los occidentales sólo podíamos avanzar en un área muy pequeña. Y tal vez era suficiente, porque hubo avances respecto a las personas que se suponía que iban a gobernar el país.

Además, no todos los afganos son completamente conservadores: la mayoría de ellos odian a los talibanes y no quieren ser gobernados por ellos. He entrevistado a muchos, muchos padres que vivían en zonas conservadoras y pobres de Afganistán. Y me han dicho: “Sí, me gustaría enviar a mi hija a la escuela, pero es demasiado peligroso. No quiero que la maten de camino a la escuela, pero no estoy en contra de la educación”. Muchos saben que las niñas y las mujeres deberían tener educación y libertad de movimiento. No son todos retrógados, es más bien lo contrario.

¿Se usa para dar derechos a las hijas o para proteger a las familias?

Bueno, es una situación muy individual. Ser una bacha posh puede ser una carga terrible. Si vienes de una familia pobre sin hijos varones, te envían a trabajar, traes algo de dinero a casa. O mendigas en las calles, o lavas las ventanas de los coches en los atascos de tráfico. Hacerse pasar por niños hace que su vida sea más segura y más fácil, pero aún así sigue siendo muy duro. Es una vida horrible. Si vienes de una familia adinerada puedes tener un padre progresista que dice “creo que deberías poder ir en bicicleta por Kabul, y si lo quieres hacer, con el pelo corto y unos pantalones, yo te apoyo”. Ese es el privilegio, tener libertad de movimiento. Y ¿qué significa eso? ¿Es porque los padres son horriblemente egoístas y retrógrados? Podría ser todo lo contrario.

Son personas, a veces desesperadas, que intentan funcionar en un sistema de apartheid de género. Entonces, si no tienes hijos, no es que seas considerado débil, es que lo eres: no tienes a nadie que te defienda, no tienes a nadie que se ocupe de los padres que envejecen. Es algo que los padres hacen para sobrevivir y poder hacer tratos o tener un lugar para vivir. A veces es útil pensar en la antigua Europa, donde se negociaban acuerdos entre familias, donde las mujeres no podían viajar. También hubo bacha posh aquí, así como durante la guerra de Secesión de EEUU. Siempre que las mujeres no tengan derechos, habrá quienes intenten pasar al otro lado. Es una forma creativa de lidiar con una situación desesperada. 

También cuenta que, pese a que la sociedad está segregada, el género durante la infancia importa más en Occidente que en Afganistán, donde importa más la sexualidad y la procreación.

El sexo no existe por el placer, especialmente no para las mujeres. Y hay mucha presión sobre los hombres porque tienen que procrear, tienen que engendrar a niños, porque significan seguridad, y las niñas deben casarse. Y así tejer alianzas con otras familias. Y tomar las armas si es necesario. Entonces, ¿qué ocurre cuando uno llega a Afganistán, y habla sobre “construcciones de género”, sobre qué significa ser hombre, qué significa ser mujer? Es lo que hice como una mujer liberal, sueca, que había leído todas estas teorías, y ellos me miraron, y no estaban nada interesados. Me dijeron que ser mujer significa no ser libre. Ser una mujer significa ser prisionera. Ser hombre significa ser libre, significa que puedes moverte y puedes tomar tus propias decisiones. Y yo insistía, “¿qué otras diferencias hay?” Y me decían que eso era todo.

Cuando tienes una sociedad sofisticada, desarrollada, una democracia, puedes empezar a hablar de hombres y mujeres y construcciones de género y todas esas cosas. Y esto no significa que en Afganistán sean estúpidos. Al contrario. Pero no es lo que más les urge discutir, aunque esto sea la cuna del patriarcado. Si quieres entender cómo funciona, puedes mirar a Afganistán, pero para ellos no es una teoría. No es un tema de conversación, porque es tan real. Y lo mismo con el bacha posh. El tiempo que puedes durar disfrazada depende de lo que las familias estén dispuestas a arriesgar y de cuál sea el peligro, y de si tienes la necesidad de casarte. No es una discusión filosófica.

Últimamente, hemos vuelto a ver fotos de mujeres afganas en los años 70, de las que usted también habla y que “podrían haber sido amigas de Jackie Kennedy”. ¿Fueron tiempos mejores?

Sé exactamente de qué imágenes estás hablando. Son las mismas cinco fotos que ya llevan circulando las últimas décadas, con las mismas mujeres. Eran muy pocas mujeres, en un breve momento de la historia. También hay fotos así en Irán: “Oh, mira, mira, esto solía ser así”. Es como una fantasía de cómo nos gustaría que fuera Afganistán: deberían poder vestirse como quieran, con una falda corta o una falda larga, con velo o sin velo. Es algo muy simplista. Y no significa que se pueda volver a ello o que se pueda conseguir en cinco minutos. Ni que se tratara de muchas mujeres.

También existe un debate sobre el uso del velo. Hay quien opina que es opresor, mientras otras figuras de la izquierda lo defienden como “empoderador”. ¿Qué le parece?

Llevar velo no es una opción en Afganistán. He conocido a muchas mujeres afganas, y también de otras sociedades opresivas que resultaron ser musulmanas. Y conocí a una mujer afgana que era muy devota y trabajaba conmigo como traductora. De vez en cuando interrumpía cualquier cosa que estuviéramos haciendo y se ponía de rodillas y rezaba y pensaba que era un privilegio llevar el pañuelo. Todas las demás mujeres que he conocido, tan pronto como vienen a un país occidental, se arrancan el pañuelo… Porque para ellas no es una elección. Y muchas lo odian y lo ven como un signo de opresión.

Tengo un gran respeto por Saba Kord Afshari, que al igual que otras activistas iraníes hace campaña contra el velo. Es la forma con que estos regímenes controlan a las mujeres. Y por supuesto que estoy en contra de eso. Pero una mujer en una sociedad occidental tiene la opción de usarlo o de no usarlo. Puede vestir como quiera. Entonces creo tener esta conversación en nuestra sociedad es mirarse mucho el ombligo. Igual que con la cuestión de género. No se puede establecer un paralelismo directo con mujeres que son forzadas y oprimidas. Hubo una campaña en Suecia a favor del uso del velo. Fue un sinsentido. No muestran solidaridad con las mujeres oprimidas.

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