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“Las mujeres llegamos a viejas más pobres, pero más sabias y con más fortalezas”

Por La Nueva España  ·  01.11.2021

Anna Freixas (Barcelona, 1946) es vieja. Ella se presenta así, sin eufemismos, pero es muchas
más cosas: feminista, psicóloga y catedrática jubilada de la Universidad de Córdoba, lleva
décadas reflexionando y escribiendo sobre mujeres y sobre el arte de envejecer. Las mujeres,
dice, llegan a viejas más pobres que los hombres, pero con más vínculos y más fortalezas. Esta
semana estuvo en Oviedo, invitada por la Asociación Feminista de Asturias, para presentar y
conversar sobre su último ensayo “Yo, vieja” (Capitán Swing), un libro que le ha prologado
Manuela Carmena, exalcaldesa de Madrid y jueza. -Gloria Steinem vino a recoger el premio
“Princesa de Asturias” y en una de sus intervenciones públicas dijo que las mujeres mayores son
el gran repositorio de sabiduría del planeta y que un ejército de mujeres con canas dominaría el
mundo. ¿Está de acuerdo con ella? -En esas afirmaciones se resumen dos ideas muy
importantes. La primera es que las viejas estamos sosteniendo el mundo, siempre lo hemos hecho
y ahora más. En la crisis de 2008 la mayoría de las familias salieron adelante gracias a las
pensiones de los viejos y a que pudieron regresar a casa de los padres. En cuanto a que un
ejército de mujeres con canas sería capaz de dominar el mundo -aunque Steinem se las tiñe, hay
que decirlo-, eso implicaría que las mujeres fuéramos conscientes de ello y sumáramos la voluntad
de hacerlo, que no aceptáramos la invisibilidad a la que la sociedad nos condena. Es una
invitación a la acción, a la participación, a la unión. Un grupo de mujeres con un objetivo común y
con esa sabiduría acumulada podría dominar el mundo, pero primero tiene que ser consciente de
que puede hacerlo. -Pues las mujeres en puestos de poder, como Merkel y Lagarde, siguen
siendo una excepción. -Hace solo 112 años que las mujeres estamos en la Universidad, no hemos
tenido acceso a la educación, ni al mercado laboral, ni al dinero, ni a la política. Yo soy optimista, a
pesar de todo, y creo que cada vez es mayor el número de mujeres que van ocupando espacios.
En las televisiones, ¿cuántas presentadoras ves con canas? Ninguna. ¿Cuántos presentadores
ves calvos y con canas? Hay un doble código, ya lo decía Susan Sontag. La parte ancha del
embudo es para la mitad masculina. Ese ejército de mujeres con canas tiene que serlo
literalmente. Tiene que estar formado por mujeres que muestren que son mayores, que disponen
de una enorme cantidad de recursos y que la vejez las sitúa como una referencia necesaria, no
mujeres enmascaradas como si fuesen Barbies. Debemos negarnos a jugar el juego que la
sociedad nos ofrece. -También se comercializa con la vejez, hasta el punto de que ahora las
canas son una moda. -Los viejos somos un mercado. La gente joven, con la precariedad actual, no
tiene dinero. Los que han sostenido la sociedad en la crisis han sido los viejos, que tienen
pensiones mayores o menores, pero en todo caso cuentan con ingresos fijos. Yo no reniego de la
moda ni del mercado, si no nos intoxica, si vamos a tener ropa más cómoda y con glamour, si nos
facilita el que nos vistamos bien sin disfrazarnos de viejecitas o de muñequitas… -Las mujeres
mayores tienden a reunirse, se las ve charlando en grupo, de tertulia… No parecen infelices. -Ellos
han gozado de numerosos privilegios, entre ellos el dinero y el poder. Eso, además de haberse
hecho los locos toda la vida con la intendencia. Nosotras llegamos a viejas pobres pero sabias y
con más fortalezas, y con capacidad de atender nuestras necesidades. Llegamos cargadas de
vínculos, con amigas, con experiencia de participación… con una mochila para vivir cien años
mejor que los hombres. Ellos sí que necesitan que alguien escriba un libro con el título “Yo, viejo”.
Betty Friedan, en “La fuente de la edad”, dedica un capítulo a por qué las mujeres viven más que
los hombres y, después de analizar todas las teorías biológicas sobre la longevidad de las
mujeres, dice que lo determinante son los vínculos, la intimidad. Las mujeres construimos
intimidad, encontramos redes, consuelo, no nos quedamos en la soledad, y esa es una fortaleza
enorme. -Dice que hay que preparar la vejez. ¿Cómo? -“Yo, vieja” está pensado también para que
lo lean las jóvenes, para que aprendan y cuando lleguen a viejas hayan evitado determinados
errores, para que cuiden los vínculos, a sus amigos, que construyan su propio núcleo en
comunidad. Las mujeres no somos llaneras solitarias. ¿Por qué los municipios regidos por mujeres
atravesaron mejor el coronavirus? Porque nosotras tenemos una mirada de cuidado, trasversal.
Ellos, mientras no aprendan a cuidar, vivirán una mala vejez. -Pero los cuidados son una pesada
carga para muchas mujeres. -Cuidar es un capital, es una actividad gratificante, pero no cuando se
da unidireccionalmente. No solo nosotras tenemos que cuidar, la otra mitad de la humanidad
también. El precio que podemos llegar a pagar es altísimo, nos descuidamos y eso nos impide
vivir en el mercado laboral de continuo, con las enormes pérdidas económicas que eso conlleva.
Asumimos el cien por cien del cuidado, cuidamos hasta a quien no lo necesita, a nuestras parejas.
Ellos vivirían unas relaciones de pareja más satisfactorias si aprendieran a cuidar, y, de paso,
nosotras no estaríamos tan cabreadas. Quien cuida llega con más fortalezas a la vejez, porque es
satisfactorio y te libera de dependencias. Los chicos listos han descubierto que cuidar es una
buena inversión, tanto en su construcción individual como de pareja, cuidan a sus chicas, que
están más contentas, follan más y más a gusto. -Hablaba antes de la buena gestión de las
mujeres en pandemia, ¿también la de la presidenta de la Comunidad de Madrid? -A mí esa tía no
me interesa, no puedo gastar saliva en ella. Yo pensaba más en mujeres como la presidenta de
Nueva Zelanda. -En la pandemia las residencias geriátricas han sido puestas a prueba. ¿La
superaron? -Salieron de ella con una foto absolutamente en negro. Ha quedado claro que el
modelo asistencial tiene que ser público, porque, si es privado, evidentemente va a pretender
ganar dinero, así que tenderá a rebajar costes y se trabajará en condiciones peores. Un cuidador
mal pagado y estresado no está en las mejores condiciones para cuidar. Se ahorra en los
trabajadores y se ahorra en calefacción, en jabón, en yogures, en pañales, en limpieza… Y hay
otros temas importantes: ¿quién va a una residencia?, ¿quién decide?, ¿la familia o la persona? A
veces son personas que no pueden vivir solas porque su nivel de deterioro es muy grande; otras
veces la gente acude por su voluntad y se encuentra con… ¿guarderías, cárceles, residencias
donde entras y sales? Y ¿a quién se escucha?, ¿a mí o a mi hijo? Eso tiene muchas
implicaciones, como el control de mi dinero y mi vivienda. -En pocas generaciones los viejos han
pasado de ser venerados a ser infantilizados. -Hemos pasado muy rápido de una sociedad rural,
en la que en las casas convivían varias generaciones, a una sociedad urbana. Ahora, con las
condiciones laborales, mucha gente que quizá quisiera cuidar no puede, y los ayuntamientos son
muy lentos a la hora de ofrecer prestaciones. Mucha gente mayor podría vivir sola con ayuda
domiciliaria, en su casa, con sus recuerdos, sus vecinas, comprando en la tienda de abajo. Se
trata de vivir dignamente en tu propia casa hasta el último minuto. En una residencia, de entrada
todo lo pintan de color de rosa, luego igual te encuentras con que tu padre se cae y nadie lo
encuentra hasta siete horas después. Hacer negocio con la vejez nunca es un buen plan. -¿Algún
consejo para no llegar a la vejez siendo pobre? -La pobreza se fragua en la adolescencia, no eres
de repente una vieja pobre, lo eres porque a los 14 o 16 años, a la hora de elegir una profesión,
has optado por tener tres niños y salir con tu marido de copas. ¡ Pues fatal ! Envejecemos como
vivimos. Si yo soy joven y estoy en un espacio en el que tengo poder debo ver qué cosas están en
mi mano para transformar la vejez de los otros, cosas que pasado el tiempo también
transformarán mi vejez. Todas deberíamos ser centinelas de la vejez, porque es de justicia y
porque también nosotras nos beneficiaríamos de ello. Anna Freixas (Barcelona, 1946) es vieja.
Ella se presenta así, sin eufemismos, pero es muchas más cosas: feminista, psicóloga y
catedrática jubilada de la Universidad de Córdoba, lleva décadas reflexionando y escribiendo
sobre mujeres y sobre el arte de envejecer. Las mujeres, dice, llegan a viejas más pobres que los
hombres, pero con más vínculos y más fortalezas. Esta semana estuvo en Oviedo, invitada por la
Asociación Feminista de Asturias, para presentar y conversar sobre su último ensayo “Yo, vieja”
(Capitán Swing), un libro que le ha prologado Manuela Carmena, exalcaldesa de Madrid y jueza.
-Gloria Steinem vino a recoger el premio “Princesa de Asturias” y en una de sus intervenciones
públicas dijo que las mujeres mayores son el gran repositorio de sabiduría del planeta y que un
ejército de mujeres con canas dominaría el mundo. ¿Está de acuerdo con ella? -En esas
afirmaciones se resumen dos ideas muy importantes. La primera es que las viejas estamos
sosteniendo el mundo, siempre lo hemos hecho y ahora más. En la crisis de 2008 la mayoría de
las familias salieron adelante gracias a las pensiones de los viejos y a que pudieron regresar a
casa de los padres. En cuanto a que un ejército de mujeres con canas sería capaz de dominar el
mundo -aunque Steinem se las tiñe, hay que decirlo-, eso implicaría que las mujeres fuéramos
conscientes de ello y sumáramos la voluntad de hacerlo, que no aceptáramos la invisibilidad a la
que la sociedad nos condena. Es una invitación a la acción, a la participación, a la unión. Un grupo
de mujeres con un objetivo común y con esa sabiduría acumulada podría dominar el mundo, pero
primero tiene que ser consciente de que puede hacerlo. -Pues las mujeres en puestos de poder,
como Merkel y Lagarde, siguen siendo una excepción. -Hace solo 112 años que las mujeres
estamos en la Universidad, no hemos tenido acceso a la educación, ni al mercado laboral, ni al
dinero, ni a la política. Yo soy optimista, a pesar de todo, y creo que cada vez es mayor el número
de mujeres que van ocupando espacios. En las televisiones, ¿cuántas presentadoras ves con
canas? Ninguna. ¿Cuántos presentadores ves calvos y con canas? Hay un doble código, ya lo
decía Susan Sontag. La parte ancha del embudo es para la mitad masculina. Ese ejército de
mujeres con canas tiene que serlo literalmente. Tiene que estar formado por mujeres que
muestren que son mayores, que disponen de una enorme cantidad de recursos y que la vejez las
sitúa como una referencia necesaria, no mujeres enmascaradas como si fuesen Barbies.
Debemos negarnos a jugar el juego que la sociedad nos ofrece. -También se comercializa con la
vejez, hasta el punto de que ahora las canas son una moda. -Los viejos somos un mercado. La
gente joven, con la precariedad actual, no tiene dinero. Los que han sostenido la sociedad en la
crisis han sido los viejos, que tienen pensiones mayores o menores, pero en todo caso cuentan
con ingresos fijos. Yo no reniego de la moda ni del mercado, si no nos intoxica, si vamos a tener
ropa más cómoda y con glamour, si nos facilita el que nos vistamos bien sin disfrazarnos de
viejecitas o de muñequitas… -Las mujeres mayores tienden a reunirse, se las ve charlando en
grupo, de tertulia… No parecen infelices. -Ellos han gozado de numerosos privilegios, entre ellos el
dinero y el poder. Eso, además de haberse hecho los locos toda la vida con la intendencia.
Nosotras llegamos a viejas pobres pero sabias y con más fortalezas, y con capacidad de atender
nuestras necesidades. Llegamos cargadas de vínculos, con amigas, con experiencia de
participación… con una mochila para vivir cien años mejor que los hombres. Ellos sí que necesitan
que alguien escriba un libro con el título “Yo, viejo”. Betty Friedan, en “La fuente de la edad”,
dedica un capítulo a por qué las mujeres viven más que los hombres y, después de analizar todas
las teorías biológicas sobre la longevidad de las mujeres, dice que lo determinante son los
vínculos, la intimidad. Las mujeres construimos intimidad, encontramos redes, consuelo, no nos
quedamos en la soledad, y esa es una fortaleza enorme. -Dice que hay que preparar la vejez.
¿Cómo? -“Yo, vieja” está pensado también para que lo lean las jóvenes, para que aprendan y
cuando lleguen a viejas hayan evitado determinados errores, para que cuiden los vínculos, a sus
amigos, que construyan su propio núcleo en comunidad. Las mujeres no somos llaneras solitarias.
¿Por qué los municipios regidos por mujeres atravesaron mejor el coronavirus? Porque nosotras
tenemos una mirada de cuidado, trasversal. Ellos, mientras no aprendan a cuidar, vivirán una mala
vejez. -Pero los cuidados son una pesada carga para muchas mujeres. -Cuidar es un capital, es
una actividad gratificante, pero no cuando se da unidireccionalmente. No solo nosotras tenemos
que cuidar, la otra mitad de la humanidad también. El precio que podemos llegar a pagar es
altísimo, nos descuidamos y eso nos impide vivir en el mercado laboral de continuo, con las
enormes pérdidas económicas que eso conlleva. Asumimos el cien por cien del cuidado, cuidamos
hasta a quien no lo necesita, a nuestras parejas. Ellos vivirían unas relaciones de pareja más
satisfactorias si aprendieran a cuidar, y, de paso, nosotras no estaríamos tan cabreadas. Quien
cuida llega con más fortalezas a la vejez, porque es satisfactorio y te libera de dependencias. Los
chicos listos han descubierto que cuidar es una buena inversión, tanto en su construcción
individual como de pareja, cuidan a sus chicas, que están más contentas, follan más y más a
gusto. -Hablaba antes de la buena gestión de las mujeres en pandemia, ¿también la de la
presidenta de la Comunidad de Madrid? -A mí esa tía no me interesa, no puedo gastar saliva en
ella. Yo pensaba más en mujeres como la presidenta de Nueva Zelanda. -En la pandemia las
residencias geriátricas han sido puestas a prueba. ¿La superaron? -Salieron de ella con una foto
absolutamente en negro. Ha quedado claro que el modelo asistencial tiene que ser público,
porque, si es privado, evidentemente va a pretender ganar dinero, así que tenderá a rebajar costes
y se trabajará en condiciones peores. Un cuidador mal pagado y estresado no está en las mejores
condiciones para cuidar. Se ahorra en los trabajadores y se ahorra en calefacción, en jabón, en
yogures, en pañales, en limpieza… Y hay otros temas importantes: ¿quién va a una residencia?,
¿quién decide?, ¿la familia o la persona? A veces son personas que no pueden vivir solas porque
su nivel de deterioro es muy grande; otras veces la gente acude por su voluntad y se encuentra
con… ¿guarderías, cárceles, residencias donde entras y sales? Y ¿a quién se escucha?, ¿a mí o a
mi hijo? Eso tiene muchas implicaciones, como el control de mi dinero y mi vivienda. -En pocas
generaciones los viejos han pasado de ser venerados a ser infantilizados. -Hemos pasado muy
rápido de una sociedad rural, en la que en las casas convivían varias generaciones, a una
sociedad urbana. Ahora, con las condiciones laborales, mucha gente que quizá quisiera cuidar no
puede, y los ayuntamientos son muy lentos a la hora de ofrecer prestaciones. Mucha gente mayor
podría vivir sola con ayuda domiciliaria, en su casa, con sus recuerdos, sus vecinas, comprando
en la tienda de abajo. Se trata de vivir dignamente en tu propia casa hasta el último minuto. En
una residencia, de entrada todo lo pintan de color de rosa, luego igual te encuentras con que tu
padre se cae y nadie lo encuentra hasta siete horas después. Hacer negocio con la vejez nunca es
un buen plan. -¿Algún consejo para no llegar a la vejez siendo pobre? -La pobreza se fragua en la
adolescencia, no eres de repente una vieja pobre, lo eres porque a los 14 o 16 años, a la hora de
elegir una profesión, has optado por tener tres niños y salir con tu marido de copas. ¡ Pues fatal !
Envejecemos como vivimos. Si yo soy joven y estoy en un espacio en el que tengo poder debo ver
qué cosas están en mi mano para transformar la vejez de los otros, cosas que pasado el tiempo
también transformarán mi vejez. Todas deberíamos ser centinelas de la vejez, porque es de
justicia y porque también nosotras nos beneficiaríamos de ello.

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