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Las ideas clave del nuevo milenio

Por El país - Babelia  ·  20.06.2016

Los 500 títulos de la colección de pensamiento de Anagrama, nacida en 1969, coinciden con los 200 de Galaxia Gutenberg. ¿Qué ideas y autores han marcado el debate en las últimas décadas?

Hay un bonito texto de Slavoj Zizek cuyo título —¿Lucha de clases o postmodernidad? Sí, por favor— resume algunas de las transformaciones que ha experimentado el ensayo en la última década. El dilema que han tenido que afrontar numerosos pensadores es la dificultad de encontrar una alternativa al agotamiento de las estrategias posmodernas que no consista en un retorno a las tradiciones progresistas del siglo pasado, teóricamente sólidas pero incapaces de interpelar a los lectores contemporáneos. Los grandes ensayistas de los años ochenta y noventa, de Lyotard a Giddens pasando por Castells y Rorty, captaron e incorporaron a sus textos la sensación ambiente de que habitar el capitalismo global podía ser peligroso, injusto o incomprensible, pero, en cualquier caso, era inevitable y, desde cierto punto de vista, resultaba fascinante e incluso divertido. Por eso las tesis de los titanes de la crítica ideológica, de Chomsky a Galeano pasando por Bourdieu y Susan George, a menudo sonaban a lamentos elegiacos tan llenos de justa indignación moral como ineficaces.

Zizek entendió que la mejor manera de demoler el consenso intelectual dominante y quebrar su capacidad para contener los conflictos políticos era tomárselo demasiado en serio: usar a Derrida para criticar la especulación financiera, a Lenin para analizar el multiculturalismo… Fue así como, a través de un escarpado rodeo, lleno de posestructuralismo, psicoanálisis lacaniano, neoidealismo, pornografía, chistes malos y cultura televisiva, logró volver a colocar los mecanismos de acumulación capitalista en un lugar destacado de la agenda intelectual global. Antes de la guerra de Irak, el 15-M o la crisis de las subprime, Zizek pronosticó la doble deslegitimación contemporánea, económica y política, de las democracias occidentales. Por eso dentro de su anfetamínica producción destaca Bienvenidos al desierto de lo real, un libro publicado en 2002 que toma como punto de partida el impacto ideológico del 11-S y rastrea la perseverancia larvada de los grandes conflictos económicos, culturales y políticos del siglo XX en el cosmopolitismo ordoliberal del tercer milenio.

Si Zizek retrató el Zeitgeist de la crisis, nadie ha sabido captar tan bien como Naomi Klein los rasgos fundamentales del nuevo antagonismo político. Significativamente, en 1999 su primer libro tuvo una recepción condescendiente entre el izquierdismo sofisticado. Para los puristas, No Logo parecía una caricatura neocon del activismo: una adolescente pija adicta a los centros comerciales descubre con horror que su ropa de marca está fabricada por niños esclavos en el sureste asiático y para limpiar su conciencia decide —tiembla, capitalismo— escribir un best seller. En realidad, el primer ensayo de Klein anticipó el proceso de reactivación y reapropiación de los ideales democráticos al que estamos asistiendo desde hace algunos años, la aparición de una nueva mayoría social crítica con la dictadura de los mercados, pero que no se reconoce en los discursos de la izquierda tradicional. De hecho, su segunda obra, La doctrina del shock, de 2007, es seguramente el ensayo político más importante de la década. Klein consiguió reformular una parte de la historia política del siglo XX crucial para entender nuestro presente en términos comprensibles para una generación que cuando oye hablar de Nixon piensa en relojes. Además, Klein ha inventado, o al menos revitalizado, un subgénero literario, a caballo entre el periodismo de investigación y las ciencias sociales, cuyas señas de identidad son la claridad expositiva, el rigor teórico y la inclusión de elementos autobiográficos, y que tiene ilustres predecesores, como la veterana Barbara Ehrenreich, que publicó Por cuatro duros en 2001, o Richard Sennett, que en 1998 transformó las reglas del ensayo sociológico con >La corrosión del carácter.

Tal vez el mayor misterio editorial de la década sea el éxito de El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty. Si hace apenas unos años alguien se hubiera dirigido a un editor con la pretensión de publicar un estudio econométrico de 700 páginas sobre la evolución histórica de la desigualdad de renta y riqueza, hubiera sido recibido (en el dudoso caso de que hubiera sido recibido) con una carcajada. Es casi un signo de los tiempos. Resulta difícil dar idea de la anomalía que supone la avalancha de títulos en torno a la desigualdad que han aparecido en los últimos años, inaugurada en 2009 por el imprescindible texto de Richard Wil­kinson y Kate Pickett Desigualdad: un análisis de la (in)felicidad colectiva. No es ya que la desigualdad no fuera un tema que despertara las pasiones lectoras del gran público, es que durante décadas ha sido una materia marginada por los científicos sociales, que incluso han evitado pudorosamente el término y han preferido hablar de “estratificación social” (el equivalente académico de llamar pompis al culo).

Por eso, si tuviera que escoger un único libro en representación de las transformaciones contemporáneas en la escritura, la edición y la recepción de ensayo, casi con toda seguridad sería ­Chavs. La demonización de la clase obrera. En Chavs, Owen Jones nos mostró cómo el odio hacia las clases populares es un elemento esencial de la ideología dominante, cuyos orígenes se remontan a las transformaciones económicas y políticas impulsadas por la contrarreforma neoliberal de los años setenta. Es un ensayo teóricamente robusto, pero escrito en un lenguaje muy accesible y, sobre todo, empático y completamente carente de cinismo. Después de leer Chavs, es difícil no recordar las décadas doradas de la deconstrucción, la ironía y la celebración del individualismo como una especie de etapa adolescente sonrojante y autodestructiva.

Autor del artículo: César Rendueles

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