El 5 de febrero de 1925, Marguerite Carlough puso una denuncia en Nueva Jersey contra una empresa que fabricaba esferas luminosas. Tenía entonces poco más de veinticinco años pero se encontraba en unas condiciones deplorables. Lo peor, su mandíbula se estaba desintegrando. Marguerite estaba convencida que la degradación de su cuerpo se debía a su trabajo realizado en la United States Radium Corporation. Empezaba entonces una batalla legal que llevaba años gestándose. Aún tardaría muchos más en concluir. En el camino, muchas de las conocidas como las pintoras de esferas, perdieron la vida.
Las chicas del radio es un libro absolutamente magnífico que recupera la historia de miles de mujeres que sufrieron a principios del siglo XX una injusticia laboral de magnitudes increíbles. Trabajadoras de distintas fábricas de relojes con esferas luminosas se expusieron sin saberlo a unas cantidades letales de radio.
Grace, Katherine e Irene siguieron aquellas instrucciones. Se llevaban el pincel a los labios, lo mojaban en el radio y pintaban las esferas. Era una rutina sencilla: «chupa, moja, pinta».
No sólo no eran conscientes de su peligrosidad, sino que aquellas «alegres muchachas risueñas» creían que era inocuo por lo que disfrutaban de los efectos luminosos que provocaba.
«Nos animaban a pintarnos anillos en los dedos, o los botones y las hebillas de los vestidos».
El resplandor del radio en su pelo y en los vestidos que ondeaban al moverse ellas hacía aquellas fiestas aún más especiales. Catherine Wolfe recordaba que «muchas de las chicas se ponían sus mejores vestidos para ir al trabajo, porque así brillarían después con el radio, cuando los lucieran en las fiestas a las que iban».
Y creían que era inocuo porque así se lo hicieron saber los expertos:
La pintura no entrañaba ningún riesgo, les prometieron los médicos: el radio, que utilizaban en cantidad tan insignificante, no podía hacerles ningún daño.
Hacia 1921, algunas de las pintoras de esferas empezaron a notar extrañas dolencias en su cuerpo. La más común en un primer momento fue la caída inesperada de piezas dentales, infecciones muy dolorosas de las encías y la descomposición de la propia mandíbula.
«Desintegración» era la palabra adecuada. La boca de Mollie se estaba cayendo a pedazos, literalmente. El dolor era constante y solo los analgésicos leves le proporcionaban cierto alivio. Para ella, que había sido siempre una muchacha alegre y bromista, aquello era insoportable.
Las dolencias de aquellas chicas se fueron expandiendo hacia la cadera, el codo, los pies… El radio se había incrustado en sus cuerpos y ya no las abandonaría nunca. Al menos durante muchos, muchos años. Incluso después de muertas, sus cuerpos seguirían brillando como descubrieron atónitos los expertos cuando desenterraron a algunas de las primeras víctimas del radio.
Las chicas del radio repasa la extensa documentación relacionada con aquellas mujeres a las que se nos va presentando poco a poco. De ellas descubrimos que fueron chicas de carne y hueso, mujeres que trabajaban para alcanzar sus sueños, que se enamoraban, que disfrutaban con los bailes, los paseos, que querían ser madres, que querían vivir.
Poco a poco nos vamos acercando a cada una de ellas, a las que la autora de este precioso y conmovedor libro nos invita que acompañemos en sus momentos de alegría que pronto se convertirían en verdaderas pesadillas. Desgrana con meticulosidad cómo cada una de ellas se fue degradando, algunas perdieron casi toda la mandíbula, otras tuvieron que sufrir la amputación de un brazo o una pierna, algunas no podían tener hijos. Eran chicas que no alcanzaban los treinta pero que de la noche a la mañana se convirtieron en muertas vivientes.
La historia que nos narra Las chicas del radio parece sacada de una novela de suspense, de un thriller al más puro estilo de Hollywood. Pero fue una historia dramáticamente real, con un proceso judicial largo, complicado, en el que los poderes de la industria creyeron que negando vergonzosamente la evidencia y alargando deliberadamente los tiempos ya de por sí lentos de la justicia podrían debilitar mortalmente la voluntad de aquellas mujeres que habían trabajado para ellos. Realmente la descripción de los análisis médicos y de los juicios que tuvieron lugar años después de que se descubrieran los primeros casos parecen sacados de un thriller de terror.
Las chicas del radio se aleja de sentimentalismos baratos y de condescendencia fácil hacia aquellas mujeres condenadas a muerte por la avaricia de unos pocos. El libro es un grito contra la injusticia y un alegato en favor de unos seres humanos aparentemente débiles a los ojos de unos gigantes de la industria. Es un sincero y necesario homenaje a unas mujeres a las que «habían insultado, habían dicho de ellas que eran mentirosas y liantas, unos fraudes», unas heroínas que «no peleaban por el dinero, sino por la verdad».
Kate Moore, la autora de este libro excepcional, es escritora y editora. Moore descubrió por primera vez la historia de «las chicas del radio» mientras dirigía en Londres una obra aclamada por la crítica, These Shining Lives, que dramatizaba las experiencias de los pintores de esferas de reloj de Ottawa. Fue entonces cuando descubrió que no habían libros que hablaran de ellas, que les hicieran justicia, y decidió viajar a los Estados Unidos para recabar información sobre los muchos casos, hablar con las familias de las víctimas y visitar sus tumbas.
Las chicas del radio es un libro conmovedor. Un cando a la valentía, al coraje, a la dignidad. Una denuncia clara de las injusticias que se suceden el mundo laboral. Un relato intenso, desgarrador que emociona porque nos acerca a la vida de mujeres reales que sufrieron dramas terribles que, de no ser por la codicia de algunos, se podrían haber evitado.
Un libro absolutamente recomendable.