Este libro va más de gente rara que de gente sola. Aunque puede que una cosa lleve a la otra, y viceversa.
En este mundo lleno de hogares solitarios es habitual la defensa de la soledad como una elección, pero la autora de este libro afirma lo contrario. Olivia Laing comienza su ensayo narrando la ruptura con su pareja, un episodio que transcurre a su pesar y que ella transforma en investigación sobre personas que han sufrido de soledad.
Lo paradójico de La ciudad solitaria es que el «abandono» que Laing sufre en Nueva York no resulta comparable a las vidas desgraciadas que aparecen en sus páginas. Todos sabemos que el mal de amores resulta muy melodramático, pero que te deje tu novio o tu novia no pasa de lo intrascendente si lo comparamos con lo que aquí se lee.
Los solitarios de esta ciudad no son tipos anónimos, no son los vecinos raros, ni esos amigos que no viven en pareja, ni las legiones de hijos únicos que no tuvieron con quién pelearse durante la niñez… Los personajes del libro de Laing son artistas, como Hopper, Warhol, Wojnarowicz…
Para Laing estar solo es chungo. «Las personas que se sienten solas duermen mal y no consiguen un sueño reparador. La soledad aumenta la presión sanguínea, acelera el envejecimiento, debilita el sistema inmunitario y actúa como precursora del deterioro cognitivo».
Para consuelo de singles, vivir en pareja no es un antídoto contra la soledad. Así lo demuestra Laing con el interesante análisis que hace sobre la personalidad y la obra de Hopper, un solitario que no se sentía solo, a diferencia de su mujer, que tenía tanta necesidad de hablar como él de estar callado. Tal vez por eso en la obra de Hopper siempre aparecen sujetos más que en soledad en desolación. «No por estar un hombre solo se siente solitario; mientras que no por estar entre muchos deja de sentirse solitario», es la cita del filósofo Epicteto, que hace dos mil años ya lo tenía claro.
La siguiente paradoja de la soledad está representada por alguien con millones de seguidores: Andy Warhol, un tipo realmente raro de quien Capote dijo que era «un hombre sin amigos, la persona más sola que he conocido en la vida». Triunfó como artista, pero vivió aislado, temeroso y doliente en medio de conocidos que le apodaban el Granos desde su adolescencia y se reían de su timidez enfermiza, su pelo horrible, su exagerado afeminamiento, la palidez extrema…
El libro es desgarrador especialmente cuando relata la vida del artista David Wojnarowicz y su paralelismo con Rimbaud, con quien tenía en común la violencia sufrida durante la infancia, la homosexualidad vivida con dolor frente una sociedad cruel, la humillación y la persecución, la privación de libertad.
En La ciudad solitaria hay una reflexión inquietante sobre los experimentos psicológicos de Harry Harlow y es cuando se afirma que «a raíz de una experiencia de soledad, tanto el individuo dañado como las sociedad sana se alían para prolongar la separación». Quizá sea eso lo que justifique el sufrimiento de otro raro, Henry Darger, que se pasó la vida entre el orfanato, el psiquiátrico y el hospicio. A su muerte, encontraron La historia de las Vivians, un inquietante manuscrito, de más de 15 000 páginas, ilustrado con brutales imágenes de violencia infantil; la misma que él había sufrido. Vivió en la indigencia afectiva y económica, pero hoy es un excelso representante del arte marginal.
La ciudad solitaria es una investigación sobre las causas de la soledad y el sufrimiento que provoca. Está bien escrito, es perturbador, emotivo, profundo. Sorprende su extraño diseño de cubierta, que parece más propio una novela barata que de la interesante mezcla de biografía, ensayo y experiencia personal que es.
Entre las personas de soledad hiriente están los que se contagiaron de VIH en una época en la que el gobernador de Texas declaraba: «Si queréis frenar el sida, matad a los maricones». Klaus Nomi murió abandonado por sus amigos y con la debida distancia por parte de sus cuidadores. Su voz prodigiosa debería atronar las conciencias de quienes se apartaron de él.
¿Por qué se da el aislamiento social? Por ser considerado raro, haber padecido violencia o malos tratos, tener un aspecto que no gusta, llegar a la vejez, sufrir de pobreza o enfermedad, ser homosexual, inmigrante, tener adicciones o… porque sí. La exclusión social aboca al individuo a una soledad cada vez mayor; a veces también a la desesperación y a la locura, o a enamorarse de un sistema operativo, como ocurría en la película Her; en ocasiones conduce a agarrarse al arte como tabla de salvación o a escribir este libro.
No hay en La ciudad solitaria una forma amable de ver la soledad. En su dolor, la autora afirma que «es una experiencia que produce vergüenza». Es cierto que algunos hemos tenido ese sentimiento cuando hemos entrado en un restaurante a cenar sin compañía y el maitre nos ha preguntado ¿cuántos son?, pero la inmensa mayoría de los lectores no van a identificarse con las duras experiencias que aquí se narran.
«La soledad se caracteriza por el intenso deseo de erradicarla», dice Olivia Laing; aunque muchos podríamos añadir: solo un rato cada día.
Ver artículo original