Hace tres años se publicó en España El manifiesto redneck (Dirty Works, 2017), un ensayo de Jim Goad que analiza la marginación de los blancos pobres a lo largo de la historia de Estados Unidos. Sus páginas nos recuerdan que muchos estadounidenses de piel clara también sufrieron distintos tipos de esclavitud y que hoy en día siguen siendo objeto de un tremendo desprecio clasista por parte de las élites de Washington, los medios de comunicación ‘progres’ y de la cultura popular manufacturada en Hollywood. El libro recibió críticas elogiosas en nuestro país, tanto de periodistas de derecha como de sociólogos de izquierda, hasta el punto de que el autor escribió un tuit que decía: “Ni idea de por qué el Manifiesto redneck es tan popular en España. No me quejo, solo me siento confundido”.
La pegada del texto tiene que ver con que muchos encontraron en sus páginas claves de la inesperada victoria electoral de Donald Trump en 2016, lo cual tiene mérito, ya que la versión en inglés se publicó en 1997, veinte años antes de que ocurriera. Podríamos haber explicado a Goad la razón de la popularidad de su libro si hubiese venido a nuestro país a presentarlo, pero una intensa campaña de descrédito -defenderlo equivalía a que te llamaran “facha” y “supremacista blanco”- hizo que ninguna institución ni festival literario español se atreviese a invitarlo a hablar, un ejemplo innegable de la llamada ‘cultura de la cancelación’, tristemente en boga en nuestra época.
Paletos de izquierda
Este otoño, la misma editorial ha publicado la respuesta izquierdista al fenómeno Goad, un volumen titulado El manifiesto redneck rojo, escrito a seis manos por los cómicos sureños Drew Morgan, Corey RyanForrester y Trae Crowder. Este último se ha hecho famoso en Estados Unidos por los vídeos donde interpreta al ‘redneck de izquierda’, personaje que lucha contra los estereotipos que presentan a los habitantes del sur de Estados Unidos como cuasifascitas ignorantes con tendencia a acostarse con sus primas. La idea del ‘redneck de izquierda’ se le ocurrió durante una juerga, grabó el primer video al volver a casa y al levantarse tenía setenta mil visitas. No fue un espejismo: la segunda entrega alcanzó los 25 millones de clics. Queda claro que en 2020 hay muchos sureños hartos de ser caricaturizados por los señoritos de ambas costas.
“La mayoría de la gente es consciente de que el sur es la región más pobre del país, pero ¿cuántas veces se ha parado a considerar los motivos?”, se pregunta un nuevo manifiesto ‘redneck’
El libro explica el origen histórico del término ‘redneck’ (‘cogote colorado’, en castellano): “Veréis, los esclavos recién liberados con quienes -los blancos pobres- fueron obligados a trabajar en los campos llevaban sombreros ligeros que ala ancha que proporcionaban cierto grado de sombra. Bueno, pues resulta que los antepasados ‘redneck’ no podían ser asociados con algo tan presuntuoso y burdo con como el Puto Sentido Común, así que optaron por no ponerse aquellos sombreros a fin de diferenciarse de sus homólogos negros”, lamentan. Una anécdota que confirma el orgullo y resistencia del carácter sureño.
A pesar de rechazar los estereotipos, el texto reconoce que la discriminación continúa: “El sur es pobre. Muy pobre. Pobre de la hostia, enteraos. De los diez estados más pobres de Estados Unidos, solo Nuevo México (el nueve) queda fuera de Dixie”, recalcan. “Dixie” es un término coloquial para referirse al conjunto de Estados Sureños que se independizaron de la unión en 1860-1861 y que lucharon por el bando confederado. Hoy se les sigue mirando por encima del hombro. “La mayoría de la gente, en general, es consciente de que el sur es la región más pobre del país, ¿pero cuántas veces se ha parado a considerar los motivos? Parece que el hecho se analiza en buena medida del mismo modo en que suelen analizarse los hechos más desafortunados a propósito del Sur: ‘Oh, bueno, el sur, ya se sabe…’ Las expectativas el resto del país son tan bajas que la actitud parece reducirse a: ‘Bueno, por supuesto que el Sur es la región más empobrecida del país, ¡Qué esperabas! ¡También es la más descerebrada y la más gorda!”, explican. Son prejuicios contundentes que se remontan a cuatro siglos atrás, como demuestra el próximo libro del que vamos a hablar.https://www.youtube.com/embed/IUimEmvMEFY
Negros de tez pálida
La gran obra histórica sobre la segregación clasista en Estados Unidos es White Trash, recientemente publicada en España por Capitán Swing, setecientas diez páginas que documentan este conflicto enquistado. Lo firma la prestigiosa historiadora Nancy Isenberg, coautora del clásico Madison y Jefferson (2013), un superventas que cambió la percepción popular sobre el tercer y cuarto presidentes de Estados Unidos. La erudición y detalle de White Trash queda clara con esta salmodia de adjetivos despreciativos: “Diferentes disfraces han difuminado la presencia de los blancos pobres, y así lo atestiguan los nombres que se les han dado a lo largo de los siglos: morralla humana; hez de la tierra; patanes; trotamarismas; tunantes; basura; ocupas; mascamazorcas; comearcillas, vulgares; horteras; pies de barro; ‘scalawags’; saltamontes de matojo, rústicos; catetos; pordioseros; tirados; negros de tez pálida; degenerados; escoria blanca; caravaneros tirados; vagabundos de fangal…”, recita. De todo, menos “bonitos”.
El prejuicio se remonta a Thomas Jefferson, que opinaba que es la naturaleza quien designa una élite natural
El prejuicio se remonta hasta Thomas Jefferson, que opinaba que es la propia naturaleza quien designa las clases sociales, en su búsqueda de una élite natural a la que denominaba ‘aristoi accidentalis’. “La chispa del deseo empujará a los fuertes a reproducirse con sus iguales: los ‘buenos y los prudentes’ se casarán movidos por criterios de belleza, salud, virtud y talento, y esos rasgos se transmitirán a las generaciones posteriores”, opinaba. “A lo largo de la historia”, subraya Isenberg, “los estadounidenses han confundido invariablemente la movilidad social con la movilidad física. El sistema de clases se extendió por todo el territorio con los sedicentes grupos de pioneros. Este es un hecho que debemos reconocer. Por regla general, eran los todopoderosos grupos de especuladores los que se encargaban de controlar que las tierras de mayor calidad llegaran a los más ricos”, lamenta.
Desbordar la discriminación
La autora se zambulle en la cultura popular para encontrar ejemplos valiosos. El más claro está en el clásico antirracista Matar a un ruiseñor (1960), donde la prestigiosa Harper Lee describe a la familia Ewell -los malos, escoria blanca- de esta implacable manera: “Ningún agente del orden era capaz de sujetar a su numerosa descendencia en la escuela; ningún sanitario podía librarles de sus defectos congénitos, ni de los diversos gusanos y enfermedades endémicas de los ambientes sucios”, sentencia. Resumiendo: los ‘rednecks’ era irreformables, así que no merecía la pena intentarlo.
Lo único que cambió la percepción popular fue la Gran Depresión de 1929, un periodo en que “una cuarta parte de la población se quedó sin empleo”, así que “el viejo subterfugio de culpar al individuo perdió toda capacidad de persuasión”, escribe. También ayudaron figuras populares como Elvis Presley, que electrizó a la nación “haciendo todo lo posible para no actuar como se suponía que debían hacerlo los blancos. Adoptó abiertamente el estilo musical de los negros, se peinó con el acostumbrado tupé de los afroamericanos y se embutió en llamativos trajes que solían asociarse los artistas de ese color”. En otras palabras: desbordó la discriminación abrazando todos los comportamientos tabú, desplegando una energía cien por cien estadounidense.
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