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La tostada trampa: el atropello culinario de Boris que iluminó el Brexit

Por El Confidencial  ·  19.01.2020

La parábola de la tostada.

La mujer del periodista Boris Jonhson acaba de parir. Duerme en la cama del hospital, cuando le traen unas tostadas para desayunar, pero cuando se despierta, las tostadas ya no están allí…

En efecto, Boris se ha comido sus tostadas

En una parodia de la caza ancestral de mamuts, Boris sale de la habitación con una misión: conseguir otras tostadas para su mujer. Pero, ¡ay!, las únicas disponibles son para el resto de pacientes. El robo o el soborno no parecen opciones razonables en ese contexto. Boris vaga ‘desesperado por los pasillos del hospital público. Su mujer (hambrienta y recién parida) podría reaccionar mal si regresa con las manos vacías (y el estómago lleno) a la habitación. No logró tostada alguna…Todo lo que hizo Boris de joven debería estudiarse en las escuelas de negociosCARLOS PRIETOColegios de élite, periodismo malicioso y bufonadas televisivas. Del niño pijo a hombre del pueblo. De Eton al fervor de las masas. A su manera. La creación de la marca Boris

Estamos ante una odisea moderna ridícula, una anécdota poco apta para las cenas de Navidad. Solo a un insensato se le ocurría presumir de este estropicio en público. ¿Solo un cretino vanidoso dejaría sin comida a su mujer recién parida? No parece algo, en definitiva, para vanagloriarse… salvo que uno se llame Boris Jonhson… capaz de, ojo al dato, rentabilizar políticamente el ‘tostadagate’ en un ‘speech’ marca de la casa.

Quizá estemos ante uno de los discursos políticos más influyentes del siglo XXI. Quizá estemos también ante una absoluta idiotez. O un poco de todo ello mezclado al tuntún.


El candidato

2001. El periodista Boris Johnson intenta labrarse una carrera política como candidato para Henley-on-Thames, en el condado de Oxford, escaño seguro si la agrupación tory local te elige. ¿Qué hizo Boris en la convención? “Les sedujo con una homilía sobre una tostada”, cuenta el escritor y periodista irlandés Fintan O’ Toole en ‘El fracaso heroico. El Brexit y la política del dolor’, imprescindible ensayo sobre las raíces históricas, culturales y psicológicas de la salida de Inglaterra de la UE (y del nacionalismo británico) que Capitán Swing publica el próximo 27 de enero.

Delante de los delegados conservadores que debían votarle, Boris expuso la moraleja política del cuento de la tostada: “La cuestión en toda esta historia es que un periodista adinerado, que ha sido tan poco previsor como para comerse las tostadas de su mujer en medio de la noche, debería poder comprar alguna más… Y esto no es tan trivial como parece, porque necesitamos pensar en nuevas formas de obtener dinero privado para el Sistema Nacional de Salud”.

No ha pasado nada de nada, excepto que un gordo egoísta -Boris- le ha robado la comida a su mujer

Insistimos: ¿Solo un cretino vanidoso dejaría sin comida a su mujer recién parida? Pero Boris logró convertir su atropello culinario en una parábola sobre los males de la sanidad pública británica. Un sistema burocrático incapaz de proveer de una mísera tostada a un hombre adinerado como él. ¿A dónde vamos a parar? El pobre Boris no era culpable de un infantil ataque de gula, sino víctima de la, ejem, bolivarización de lo público.

La historieta es un buen ejemplo del talento de Johnson para combinar la deflación cómica y la inflación política. Por un lado, es intencionadamente sensiblera. Es una parodia de la narrativa clásica de epopeyas. Boris debe ir de caza como hacían sus antepasados en los viejos tiempos… Esta parábola es también un ejercicio de hiperinflación política. Realmente es ‘tan trivial como parece’. No ha pasado nada de nada, excepto que un gordo egoísta le ha robado la comida a su mujer, que acababa de dar a luz. Pero a partir de esta historia, Johnson extrae una conclusión gigantesca: el NHS debe ser parcialmente privatizado”, razona O’ Toole en el libro.


A algunos de los delegados conservadores presentes, les horrorizó la ocurrencia (y la banalidad de Boris), pero a otros les encantó. Boris se convirtió en candidato tory y entró en el Parlamento en 2001. Su carrera política había arrancado y ya no pararía de subir.

La “homilía” de la tostada tuvo vida propia, según O’ Toole, como anticipo de lo que estaba por venir: la capacidad de los partidarios del Brexit para distorsionar episodios costumbristas menores hasta convertirlos en bombas sociales. O llevar el victimismo clásico de ciertos nacionalismos hasta extremos ridículos, pero políticamente efectivos.

Escribe O’ Toole:

a) “El discurso de Johnson… contiene muchas de las semillas del Brexit. Está el encanto y la picaresca del muchacho travieso. Es una versión solo ligeramente más adulta de una historia de Guillermo el travieso, en la que en lugar de robar un pastel en la merienda del vicario, Boris se zampa la tostada de su mujer. Es encantadoramente pueril. Funciona como una versión inglesa del famoso experimento de las nubes de azúcar de la Universidad de Stanford, en el que la capacidad de los niños para la gratificación diferida se medía ofreciéndoles que escogiesen entre un dulce ahora o dos un poco más tarde. Boris falla en el experimento de la tostada: ni siquiera el sufrimiento de su mujer en el parto es suficiente para priorizar las necesidades de ella sobre las suyas. Y, no obstante, aunque está confesando un pecado, la historia evoca al mismo tiempo la emoción de la rebelión contra toda constricción. El nada subliminal mensaje es: que le jodan a la gratificación diferida”.

b) “La historia contiene una parábola de la política británica del último medio siglo. La ‘persona que está a cargo de las tostadas’ es una parodia de la oficiosidad de una economía de guerra y una industria nacionalizada. Johnson evoca el racionamiento que caracterizó la austeridad de posguerra en Gran Bretaña: ‘Ya has tenido tu ración’. Este austero igualitarismo tendría que haber sido barrido por la revolución thatcherista. Por el contrario, los derechos de los ricos son negados:debería ser posible que un periodista adinerado sacase su cartera y ordenase a ese anónimo lacayo obedecer a la ley de la oferta y la demanda. Sólo la resaca de la regulación socialista se interpone entre nuestro héroe y las tostadas. Casi se nos olvida —y así debía ser— que el culpable de que la pobre Marina se muera de hambre no es el socialismo acaparador de tostadas, sino el zoquete egoísta que se las comió”.

Estilo ‘Brexit camp’

Según el autor irlandés, estamos ante un ejemplo profético del “estilo Brexit camp”. ¿En qué consistiría? En una versión perversa de una célebre máxima de Oscar Wilde“Tenemos que tratar todas las cosas triviales seriamente, y todas las cosas serias de la vida con una sincera y estudiada trivialidad’. Habla O’ Toole: “Esto se convertiría, en esencia, en la metodología del Brexit. Acabaría enseñando a los ingleses a tomarse las cuestiones triviales —los insignificantes inconvenientes de toda regulación— muy en serio, y las serias —empleos, comunidades, vidas— con una sincera y estudiada trivialidad… El cuento de la tostada de Johnson —como tantas de sus historias sobre la Unión Europea— es un buen ejemplo de la definición de Susan Sontag de lo ‘camp’ como ‘el amor a lo exagerado’…. Es algo abiertamente teatral: las capas de autoparodia, de transición de lo sublime a lo trivial, de parodia del heroísmo, no están escondidas, sino que son parte de la actuación. Pero ese cuento, al mismo tiempo, traslada esas exageraciones de tono ‘camp’ al ámbito de las políticas públicas”.

El inglés medio ya no podía comerse unas patatas fritas con sabor a gambas tranquilamente sin que viniera un tecnócrata de Bruselas a increparle


En efecto, el Brexit creció a golpe de denuncia contra pequeñas regulaciones de la UE (más o menos ciertas) que periodistas como Boris Johnson (corresponsal del ‘Daily Telegraph’ en Bruselas en los años noventa) convirtieron en graves atentados contra la soberanía nacional. O la supuesta guerra de la UE contra las costumbres del inglés medio, que ya no podía comerse unas patatas fritas tranquilamente sin que viniera un tecnócrata de Bruselas a increparle…

Uno de los mayores éxitos del Boris periodista fue su denuncia de que la UE quería prohibir las patatas fritas… con saber a cóctel de gambas. No unas patatas fritas cualquiera, sino precisamente esas. ¿Por qué?

No sin mis patatitas

“El último aspecto que cabe destacar de este discurso que lanzó la carrera de Boris Johnson es en realidad el más obvio: va sobre comida. Las historias anti-UE más efectivas giran en torno a la gratificación oral y a aquellos que pretenden impedirla. La apelación es literalmente visceral: están intentando impedir que consumas lo que quieres consumir… Tu identidad está en juego. Sí, William Blake había invitado a los ingleses a ver el mundo en un grano de arena, pero ahora Boris Johnson les invitaba a ver la identidad inglesa en un paquete de patatas fritas con sabor a cóctel de gambas”, cuenta O’ Toole.

Lo que quería la UE en 1991 no era prohibir las patatas fritas, sino limitar el uso de edulcorantes artificiales en los alimentos, pero un sector de la prensa lo interpretó como una “amenaza al patrimonio británico de las patatas fritas de sabores”. Un drama nacional. Sobreactuación satirizada por O’Toole en el libro: “Los sabores exóticos de las patatas fritas son repentinamente parte del ‘patrimonio británico’, al mismo nivel que Stonehenge, Shakespeare y las seis esposas de Enrique VIII”.

Los sabores exóticos de las patatas fritas son repentinamente parte del patrimonio británico, al mismo nivel que Stonehenge o Shakespeare

En medio de esta convulsión folclórica, Boris se llevó el gato al agua al focalizar las informaciones en un sabor concreto. “Detectó la oportunidad para iniciar una cruzada patriótica. Lo que le distinguía de otros oportunistas cazadores de titulares era su gran talento para la simplificación. Los otros recogieron las quejas de los manufactureros británicos de patatas fritas, que alegaban que limitar el uso de edulcorantes artificiales limitaría su derecho a atiborrar con números E a niños en edad de crecer. Pero mientras que ellos escribían sobre la amenaza a las ‘patatas fritas de múltiples sabores’, Johnson escogió un único sabor: el cóctel de gambas”, se lee en el libro.

Boris aplicó, por tanto, una ley de hierro del periodismo: cuanto más concretas una historia y más vas al detalle costumbrista, mejor funciona.

“Era una prueba de su brillante intuición. En los años ochenta, así como en las dos décadas previas, el menú de tres platos favorito de los ingleses cuando cenaban fuera de casa en ocasiones especiales era cóctel de gambas, filete a las hierbas con patatas y tarta de la Selva Negra. Simon Hopkinson y Lindsay Bareham titularon su libro sobre las cenas de los ingleses en esa época ‘Los años del cóctel de gambas’. Por razones que probablemente dejen pasmados a los antropólogos del futuro, el cóctel de gambas —unos pocos crustáceos (con suerte descongelados) puestos en una copa sobre un lecho de lechuga desmenuzada, ahogados en una salsa rosa Marie Rose y rociados de pimentón— se había convertido en la quintaesencia de lo que los ingleses entendían por una cena perfecta. Pero hacia 1991 se había convertido en objeto de un pedante menosprecio. Era el plato perfecto para alimentar la neurosis nacional. Por un lado, se trataba de la versión inglesa de la magdalena de Proust, capaz de abrir las vías sensoriales hacia recuerdos de primeras citas y ocasiones especiales; por otro lado, suponía un punto de encuentro del clasismo, la sofisticación y la vulgaridad. Habría sido un regalo demasiado generoso para Johnson que la UE hubiese intentado prohibir el cóctel de gambas. Pero su creatividad le llevó a pergeñar lo más parecido a eso: la guerra de Bruselas contra las patatas fritas con sabor a cóctel de gambas”, escribe O’ Toole.


Huelga decir que nunca se prohibieron las papas fritas con sabor a cóctel de gambas (y que todavía pueden comprarse en los supermercados) pero eso no fue ningún problema, al contrario, porque “el hecho de ser una pura invención hizo que la historia fuese maravillosamente moldeable. Como el cuento de la tostada de Marina, esta pequeña semilla de agravio podía florecer hasta convertirse en una monstruosa opresión. Así como una sencilla tostada podía ser untada con un mensaje anti-Sistema Nacional de Salud, las patatas fritas de Johnson eran saladas con una apelación anti-UE y a favor de la libertad de mercado… Pero aunque todo esto pueda tener su atractivo para los ejecutivos de las compañías de patatas fritas, la ideología ultraliberal tiene un atractivo limitado para los votantes ordinarios. La historia sólo funciona si puede exagerarse aún más para que encaje en la política de la autocompasión. Debe convertirse… en una lucha por la identidad inglesa. Por muy ridícula que sea la parábola, recoge perfectamente el hecho de que la confrontación con Bruselas aporta el escenario adecuado para que la ideología ultraliberal se funda con los embriagadores aromas del populismo nacionalista”, añade el libro.

Lo escribió Johnson en el diario de su primera campaña electoral (2001) para recordar el culebrón de las patatas fritas: “Después de trabajar como corresponsal en Bruselas durante un par de años, la UE acabó pareciéndome, y me sigue pareciendo, una constante humillación a la democracia británica”.

La segunda como chirigota

Boris es solo un actor secundario de lujo en ‘El fracaso heroico’, que recurre a episodios históricos e hitos de la cultura popular para buscar las raíces del Brexit. Obsesiones, paranoias, aficiones y marcas de identidad clásicas del nacionalismo inglés que el Brexit ha sacado a flote, a veces con grandes dosis de grosor, como convertir los choques con la UE en una segunda batalla contra Alemania en la que los nazis son ahora burócratas de la Comisión Europea. Una versión sentimental y exagerada de una Inglaterra al borde de una invasión. La primera como tragedia y la segunda como farsa autocompasiva, palabra clave, según el libro, para entender el Brexit.

“La autocompasión combina dos cosas que podrían parecer incompatibles: un profundo sentido de agravio y un profundo sentido de superioridad. Son estos dos factores los que hacen de la autocompasión un concepto tan importante para la comprensión del Brexit, un fenómeno que está dominado por ideas que de otra manera serían imposibles de combinar. El nacionalismo crudo y pasional ha adoptado dos formas antagónicas. Hay un nacionalismo imperial y un nacionalismo antiimperial; uno tiene como objetivo dominar el mundo, el otro quitarse de encima ese dominio. La incoherencia del nacionalismo inglés que hay detrás del Brexit reside en que quiere ser ambas cosas simultáneamente. Por un lado, el Brexit está alimentado por fantasías de un ‘Imperio 2.0’, un imperio comercial mercantilista global reconstituido en el que las viejas colonias blancas se reconectarán con la madre patria. Por otro lado es una insurgencia, y por ello tiene que ser imaginado como una revuelta contra una opresión intolerable. Requiere, por tanto, un sentido de superioridad y una sensación de agravio. La autocompasión es la única emoción que puede juntar ambas cosas”, escribe O’ Toole.

Todo ello relacionado con el tradicional culto británico a los fracasos heroicos, un “extraño legado del colonialismo” en el que “el colonizador se imagina a sí mismo como colonizado” al magnificar (la hombría) de sus derrotas imperiales. Un modo, por tanto, de camuflar los pecados coloniales. “El culto inglés al fracaso heroico era, de forma paradójica, un síntoma del poder británico… Los ingleses se podían permitir celebrar fracasos gloriosos porque en realidad les iba extraordinariamente bien. Los mitos de la resistencia y el sufrimiento enmascaraban la realidad de que era realmente otra la gente que había experimentado ese sufrimiento”, según O’ Toole.

George Orwell dijo en 1941: “La literatura inglesa, al igual que otras literaturas, está plagada de poemas dedicados a batallas, pero vale la pena destacar que los que han ganado una cierta popularidad son siempre relatos de desastres y retiradas. No hay ningún poema popular sobre Trafalgar o Waterloo, por ejemplo […]. El poema bélico más conmovedor en inglés es sobre una brigada de caballería que cargó en la dirección equivocada… Los cuatro nombres que realmente se han grabado en la memoria popular son Mons, Ypres, Gallipoli y Passchendaele, cada uno de ellos un desastre. Los nombres de las grandes batallas que lograron finalmente derrotar a los ejércitos alemanes eran simplemente desconocidas por el gran público”.

Pues bien: el Brexit sería el último fracaso heroico al que rendir culto lastimero.

La erótica política de la dominación y la sumisión imaginarias son el latido profundo del psicodrama que es el Brexit

El libro se recrea en la mayor debacle en la historia de la exploración británica, culto máximo de los fracasos heroicos, cuando sir John Franklin buscó el Paso del Noroeste en 1848… y 129 hombres murieron en el intento… convirtiendo al desastroso explorador en gran héroe victoriano.

“Su expedición fue muy al estilo Brexit. Tal como explica Stephanie Barczewski en ‘El fracaso heroico y los británicos’, fue acometida con un espíritu de despreocupado optimismo: ‘Nada podía ser más sencillo. Pero el plan ignoraba el hecho de que 500 millas (800 km) del viaje transcurrían por territorio no cartografiado, lo que significaba que la distancia que un barco debía atravesar podría resultar ser mucho mayor a medida que avanzase a través del hielo y el archipiélago del Ártico. Este factor no había sido tenido en cuenta por los planificadores de la expedición’. Si esto suena enormemente familiar para cualquiera que haya seguido el viaje del Brexit desde el ‘nada podría ser más sencillo’ a perderse en páramos sin cartografiar, es porque en ambos casos las actitudes son las mismas”, resume O’ Toole..

Pero el espectáculo no había hecho más que empezar. La búsqueda de los desaparecidos se convirtió en una “obsesión victoriana” que barrió todo a su paso, también a las 38 expediciones que viajaron al Ártico a encontrar a Franklin…

“Lo que recuerda más al Brexit es el hecho de que aquellos que se aventuraron a buscar a Franklin, aunque soportasen terribles penurias, fueran considerados unos fracasados, y no porque la empresa en la que se embarcaron fuese una locura, sino porque no fueron suficientemente resolutivos. El teniente Sherard Osborn, que dirigió una expedición en 1851, sobrevivió a tormentas atroces y logró devolver a sus hombres a casa sanos y salvos. Se sintió completamente desconcertado por el recibimiento que le dispensaron: ‘Nuestra vanidad como héroes del Ártico recibió un jarro de agua fría cuando un amigo muy amable nos preguntó que por qué demonios habíamos vuelto […] y por qué habíamos abandonado a Franklin’. Irónicamente, cuando una de las expediciones, dirigida por Robert McClure, logró finalmente encontrar la entrada al Paso del Noroeste, el descubrimiento fue virtualmente ignorado. No había encontrado a Franklin; lo demás hacía tiempo que había dejado de importar. Sin duda, los funcionarios británicos que están intentando cartografiar la ruta hacia un Brexit lo menos dañino posible sabrán exactamente cómo se sentía McClure; la complicada realidad no es rival para el glamour de un buen fracaso heroico”.

No obstante, habría una “diferencia crucial” entre “la idea inglesa tradicional del fracaso heroico” y el Brexit: el aumento de la autocompasión. “En el poema favorito de Inglaterra, ‘If’, Rudyard Kipling nos dice que el triunfo y el desastre son esencialmente indistinguibles, ‘impostores ambos’. Pero también aconseja a los ingleses saber ‘perder, y empezar de nuevo desde el principio / y nunca pronunciar una palabra sobre tu pérdida’. Perderlo todo —incluso la propia vida— y no quejarse de ello es la idea inglesa tradicional de valentía. Tal como señala Barczewski, ‘la forma más alta de heroísmo inglés es el estoicismo frente al fracaso’. Pero esto es lo último que se podría decir sobre cómo se está desarrollando el Brexit. Es el reconocimiento de que, después de todo, hay un cierto heroísmo en el fracaso heroico. Pero el Brexit cambia el orden de los factores. Ocupa ese mismo territorio físico, pero convierte su sensibilidad trágica en una farsa: en el corazón de lo sublime, lo ridículo”, zanja O’ Toole.

Epílogo cómico

Lo más divertido del ensayo son las analogías entre la novela inglesa más vendida los años anteriores al Brexit, ‘50 sombras de Grey’, y el Brexit. Atentos que vienen curvas cómicas:

“Se trata de una fantasía de sumisión y dominación. No es difícil fantasear, a su vez, con una adaptación de esta historia en la que Christian Grey es la Unión Europea y Anastasia Steele una inocente Inglaterra que es seducida para entrar en su habitación roja del dolor”.

A los europeos no les basta con darte de latigazos, tienen que torturarte además con papeleo

“Para la mayor parte de los lectores de ‘50 sombras’… no iba sobre nada que fuese o pudiese ser real en sus vidas. Era sadomasoquismo de ficción, exactamente como la versión de los partidarios del Brexit del sometimiento de Inglaterra a Europa. Grey es para los partidarios del Brexit la imagen distorsionada de un burócrata de Bruselas. El libro no es sobre sexo. Es sobre normas… ‘50 sombras’ es, de hecho, una novela hilarantemente burocrática. Al final, resulta que la sumisión es como la pertenencia a la UE: tediosamente legalista. La pobre Anastasia se ve enredada en unas complejas negociaciones antes de ir al grano. A los europeos no les basta con darte de latigazos, tienen que torturarte además con papeleo”.

Anastasia, como Inglaterra en las alucinaciones masoquistas de los partidarios del Brexit, no puede resistirse a la ‘tortura dulce y agónica’ de jugar el rol de sumisa frente al dominante Bruselas”.

“La erótica política de la dominación y la sumisión imaginarias son el latido profundo del psicodrama que es el Brexit. ¿Dónde reside ese escalofrío vicario de imaginarse a un país europeo del siglo XXI, rico y relativamente exitoso, como una marioneta controlada por un marionetista continental? ¿Qué subidón puede experimentar un país aún bastante influyente, próspero y básicamente funcional al pensar en sí mismo como una nación encarcelada en una prisión neoestalinista donde es sometida a un sufrimiento cruel?… En los juegos sadomasoquistas de la imaginación reaccionaria inglesa, Gran Bretaña ha pasado cuarenta y cinco años colgada del techo de la habitación roja del dolor, con pinzas en sus pezones y amordazada. Para una parte significativa de su clase dirigente, esta es una postura de impotencia absoluta que corrompe por completo. Los profundos problemas de la división de clase y la división geográfica o la creciente pobreza y la desigualdad no pueden ser culpa suya. Tienen una excusa para todo y no son responsables de nada”.

Ni siquiera son responsables de comerse las tostadas de su mujer recién parida.

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