Es cierto, eso es algo inventando por el ser humano, pero: ¿llegarías a pensar sin ayuda que es redonda la Tierra?
En 1854, Londres sufrió uno de los peores brotes de cólera de su historia. La historia del brote y de su investigación la cuenta el escritor Steven Johnson en su libro ‘El mapa fantasma’, publicado en 2006 y oportunamente traducido este verano al español. Allí, alrededor del surtidor de agua de Broad Street se concentraron en pocas semanas cientos de casos mortales de cólera. Hasta que las sospechas de uno de los médicos impulsores de la anestesia, ‘el verdadero’ John Snow, hicieron que las autoridades retiraran a regañadientes la palanca del surtidor.En el siglo XIX se pensaba que toda enfermedad contagiosa se transmitía por el aire. Más concretamente: por los olores
A regañadientes porque apenas nadie pensaba por aquel entonces que una enfermedad se transmitiera por el agua y no por el aire. Johnson alterna tiempos, intercala la historia de la investigación y disquisiciones al respecto y pierde tensión a tramos, pero la fuerza del episodio y su documentación terminan sosteniendo sobradamente el conjunto y el interés. Uno de sus puntos fuertes es la falta de ingenuidad. Snow fue en cierto modo preclaro y ante todo pertinaz, pero muchas personas brillantes de la época pensaban que su teoría era inasumible: toda enfermedad contagiosa se transmitía por el aire. Más concretamente: por los olores.
Suena casi risible ahora. Sería fácil la caricatura de los supuestos expertos anclados en el olor y la semblanza de Snow como héroe a contracorriente. Pero Johnson recalca que había personas brillantes ahí, que estaban equivocados pero que habían contribuido al avance del conocimiento de otras formas y de maneras muy sofisticadas. Lo que diferenció aquí a Snow fue la persistencia y el método. Hasta entonces la teoría de la transmisión por los olores era la dominante, pero es que había muchas “razones” para asumirla. Estaba en lo que denomina “un punto de intersección de elementos distintos pero compatibles, una tormenta de errores perfecta”. Esos errores eran tanto históricos como ideológicos, incluso biológicos.
- La teoría de los olores, o de los miasmas (la palabra griega para contaminación) viene desde Hipócrates, quien “estaba tan obsesionado con la calidad del aire que en ocasiones sus tratados médicos parecen instrucciones dirigidas a un meteorólogo principiante”.
- Los malos olores tienden a darse entre las clases más desfavorecidas, con peor higiene y viviendo muchas veces en condiciones de hacinamiento. Eso refuerza el prejuicio basado en algo muchas veces cierto: el hacinamiento favorece el contagio, aunque la causa no sea el olor.
- A nivel biológico, el olfato es un sentido muy ligado a reacciones primitivas de asco o rechazo. Muy útil, de hecho, para detectar y evitar la podredumbre. Solo que confunde la causa y el acompañante. La causa es el microorganismo, no el olor que lo acompaña en su reacción.
- Además, en aquel momento no estaba aún establecido que los microorganismos fueran causantes de infección. Se conocían y habían observado diversos tipos al microscopio, pero no se había determinado su papel. Y nunca ‘se veían’ en la vida real. Aunque muchas infecciones sí se contagian por el aire, este es solo su vehículo.
Es decir: ¿sabrías, sin verlo, que el pan viene del trigo? ¿Afirmarías, sin explicaciones ni pruebas, que la Tierra es redonda?
La clave de Snow fue el método (y el conocimiento del terreno, en lo que le ayudó el reverendo Whitehead). Eso le llevó a construir su famoso mapa (fantasma), agrupando mediante un diagrama de Voronoi los casos en relación a la distancia y al tiempo que se tardaba en llegar a cada una de las fuentes del barrio donde tuvo lugar el brote. (La importancia de esa infografía fue limitada en el momento, pero sirvió posteriormente como elemento fuerte de explicación).
Algunas de las pruebas que reunió vinieron de las excepciones, también contenidas en el mapa. La epidemia pasó prácticamente desapercibida en la fábrica de cerveza Lion Brewery y en el asilo St James Workhouse, ambos muy cerca y a tiro del surtidor. Esas dos islas de enfermedad tenían un suministro privado de agua. Además, en el caso de la primera, los trabajadores prácticamente solo bebían cerveza, cuyo proceso de fermentación destruía la bacteria. Si hubieran sido los olores, no se habrían librado.
La investigación llevó a descubrir que el inicio del brote tuvo lugar en una casa justo al lado del surtidor. Una niña de apenas cinco meses comenzó a “vomitar y a defecar unas heces de color verdoso que desprendían un olor acre”. La madre tiró el pañal en un pozo del sótano y su contenido se filtró por la pared defectuosa hasta el surtidor. “Y así es como empezó todo”.
Aunque en realidad empezó antes, porque: “Las condiciones sanitarias de Delhi podían llegar a afectar directamente a las condiciones de Londres y París. La humanidad no era la única que estrechaba lazos; también lo hacían sus intestinos delgados”.
Como los estrechan los pulmones desde un, todavía por confirmar, mercado de Wuhan. Solo que el nuevo coronavirus no se transmite por el agua, como la bacteria del cólera; lo hace fundamentalmente por el aire, que no por el olor. Aunque aún estemos discutiendo sobre los ambientes y las distancias, a este poco a poco lo vamos conociendo bien.
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